Las semanas siguientes fueron un auténtico torbellino de actividad, tanto que apenas tuve tiempo para respirar. Los preparativos avanzaban a una velocidad vertiginosa. Convocamos a los mejores marineros que nuestro reino tenía para ofrecer, hombres que no solo habían surcado los mares más peligrosos, sino que entendían el significado de esta misión. La tripulación debía ser impecable, no podía permitirme errores. Navegar hacia lo desconocido requería no solo habilidad, sino también una voluntad inquebrantable.
El Explorum Nova Tevra, que ya de por sí era una maravilla de la ingeniería naval, se convirtió en un barco de guerra imponente. Los carpinteros y artesanos trabajaron día y noche reforzando el casco, puliendo cada detalle de su estructura. Podía oír el martilleo constante incluso desde mi camarote. Sabían que debían preparar la nave para cualquier eventualidad. El océano es traicionero, y esas tierras que nadie ha visto podrían estar llenas de peligros que ni siquiera imaginamos.
Desde el amanecer hasta el ocaso, el muelle bullía de actividad. Los sacos de provisiones se apilaban en columnas, listos para ser almacenados en la bodega: salazones, grano, frutas secas… alimentos para mantenernos durante semanas en el mar. Los barriles de agua fresca, fundamentales para la travesía, rodaban uno tras otro hacia el interior del barco. Herramientas de todo tipo, desde cuerdas reforzadas hasta astrolabios, se amontonaban en el muelle, como si estuviéramos preparándonos para enfrentar no solo un océano, sino un mundo lleno de imprevistos.
La noticia de la expedición no tardó en difundirse por todo Yamet. A donde quiera que iba, la gente murmuraba sobre nuestro viaje. Había una mezcla de emoción y duda en el aire. Los ciudadanos, llenos de curiosidad y escepticismo, se reunían en el puerto para observar los preparativos. Los comerciantes y artesanos del puerto me lanzaban miradas furtivas mientras susurraban entre ellos. Para algunos, éramos la encarnación de una nueva era de gloria para el reino; para otros, estábamos simplemente jugando con la suerte.
Recuerdo bien el día en que uno de los viejos marineros se acercó a mí, mientras observaba cómo el barco era cargado.
—Capitán Stormwind, dijo con voz áspera, el rostro curtido por el sol y las tormentas de años en el mar—. Dicen que vas más allá del horizonte, más allá de donde la tierra acaba y el mar devora a los hombres. Dicen que lo que buscas no existe.
Lo miré a los ojos, reconociendo en ellos tanto el escepticismo como el miedo.
—Si no existe, respondí con calma, entonces seré el hombre que lo descubra. Y si existe, seré el primero en llegar.
El hombre se quedó en silencio por un momento, sopesando mis palabras, antes de asentir con una sonrisa leve y volver a sus tareas. Esa es la cuestión, pensé para mis adentros. Hay un límite entre lo imposible y lo no intentado. Y yo estaba decidido a cruzarlo.
Cada día que pasaba, más gente se congregaba para ver cómo nos preparábamos. Los niños corrían entre los trabajadores, jugando a ser exploradores, mientras sus padres los observaban con una mezcla de orgullo y preocupación. Los rumores corrían. Algunos decían que íbamos en busca de un continente lleno de riquezas inimaginables, otros que nos dirigíamos a una muerte segura en los brazos del mar. A veces, en la quietud de la noche, esos murmullos llegaban hasta mis propios pensamientos. Pero nunca duraban mucho. Mi convicción seguía siendo sólida.
Este barco, esta tripulación, todo estaba perfectamente diseñado para el viaje que pronto emprenderíamos. El Explorum Nova Tevra no solo era una nave de madera y velas; era un símbolo de lo que podíamos lograr si teníamos la osadía de intentarlo.