Las luces nocturnas de la ciudad se tienden débilmente sobre el reflejo de los espejos acuosos mal distribuidos en la accidentada calle, una línea de diminutos locales se presta a atender a cualquiera quien esté dispuesto a acudir por sus servicios, la figura típica de un "ciber" se sostiene a un costado de una recién inaugurada tiendita de conveniencia, aquel que se precipitara hacia el primer negocio obtendría un primer vistazo revelador, la estructura del lugar no oculta ningún detalle interior, desde afuera se ve la pequeña línea de cinco computadoras bien dispuestas en sus respectivos cubículos, más a la izquierda, ocupando casi toda esa área, destaca el mostrador, una vitrina de bordeado en aluminio y cristales desgastados.
Tras aquel mostrador repleto de los siempre esperables artículos de papelería y tecnología, reposa la figura de un joven desatento y de mirada apática, usa su propio equipo dispuesto sobre el mostrador, la falta de clientela tras una noche lluviosa le da chance de ocuparse en cualquier sandez que se muestre en la pequeña pantalla de tonos azulinos, en aquel espacio solo la sutil respiración de las maquinas domesticas le brinda alguna compañía, cada tanto un grupo de pasos distantes hace que el muchacho alce la mirada solo por la sospecha de que aquellos puedan ser posibles clientes para el local.
Amadeo, encargado del establecimiento, es un animal desprendido de todo y con tendencia a la violencia, su vigor natural le había permitido meterse en toda clase de pleitos violentos sin temer demasiado, especialmente en sus viejos años de escuela. El chico inclina las manos hacia sus labios para resoplar y brindarse algo de calor, la suave ventisca nocturna precipita las gotas de agua desde los cables del alambrado público hasta las callejuelas rocosas y mal acomodadas, todos los edificios en la parte frontal del negocio son poco más que vivienda y viejos talleres.
--Amadeo, ¿Cuánto para una hora en los juegos del fondo? —Pregunta una voz infantil y afligida, un niño regordete y de gorra desproporcionada se inclina hacia el mostrador. –
--A esta hora no damos ese servicio, ustedes hacen demasiado escándalo, te dejo usar cualquier computador, solo eso…--
--Pero si tampoco dejan que le pongamos algún juego al computador, ¿Entonces para que quiero yo usar nada? Dale, déjame un rato, no quiero volver a mi casa…--
--Nada que hacer… órdenes del dueño – Amadeo bosteza y se recarga con despreocupación sobre su vieja silla de madera (que en realidad es del comedor del viejo dueño del local)—
--Hoy mi papá viene del billar, anda como un loco estos días, ¿Me entiendes? No quiero estar en casa cuando se aparezca…--
--¿Y qué pasa con tu mamá? ¿la vas a dejar sola con tu papá? —
--Ella ya sabe dónde perderse mientras todo pasa, yo hago lo mismo… si no me crees te dejo ver el moretón que me dejo la última vez…--
--Ya. tampoco es para que valga la pena hacer drama, no puedo dejarte en los juegos del fondo, pero ya que, usa uno de los computadores y bórrale todo cuando termines… --
Dijo Amadeo mientras volvía a poner los ojos sobre su pantalla, pensó un poco al respecto mientras veía al niñito agradecerle de manera distante, todo este ejercicio ya era algo relativamente rutinario, el chico aparece pidiendo que lo dejen jugar algo por la noche hasta que cierre el local porque prefiere no encontrarse con su padre, entonces Amadeo finge desinterés hasta que ya no, y el ciclo se repite.
El encargado del lugar sabe que muchos chicos de la zona acuden al cibercafé para jugar juntos en las tardes, a veces se juntan hasta unos diez de estos, solían durar hasta más de la ocho de la noche, pero el escándalo de sus agitaciones terminó por hartar del todo al dueño del negocio, un viejo mezquino con el cuello ligeramente doblado a la izquierda por quien sabe que defecto congénito o traumatismo.
Aunque hubiese quedado totalmente explicito que los muchachitos no podían aparecer para molestar en sus cosas ya pasadas las siete y media de la noche, cada tanto Amadeo les deja hacer algo en los computadores, todo mientras no dejen rastro de que allí instalaron uno que otro juego, los chicos ya saben que pueden contar con el joven para que les sirva de cómplice, Amadeo siente más empática por los muchachitos del barrio que por el viejo errático, así que no le interesa demasiado llevarle la contraria, de todas formas, mientras nadie despierte al viejo no debería haber ningún problema.
Transcurre el tiempo, durante dos horas más no aparece ni un solo transeúnte, apenas un par de motocicletas interrumpen la ya mermada oscuridad de la noche bajos los faroles del alumbrado público.
Amadeo hace lo que para él ya es todo un ritual, se aparta del mostrador y anda rápidamente hasta la entrada del local, a su izquierda se extiende la profunda ciudad, su espectáculo de luces doradas es visible incluso a aquella distancia, la diferencia de altura entre el terreno sobre el que se construyó el barrio de Amadeo y el resto de la metrópolis facilita el espectáculo, se acomoda el viejo saco de los años colegiales de su hermano mayor y cambia el foco de su atención, a su mano derecha se extienden unas cuantas calles más hasta que la luz y la obra humana terminan abruptamente entre cimientos de futuros hogares y pastizales amarillentos, más al fondo inicia la arboleda que se conecta directamente con el cerro y su bosque, con solo contemplar ese segundo escenario da la impresión de que un viento susurrante se cierne sobre todos los rostros, el muchacho se entrega a estos dos escenarios en un esfuerzo por huir del aburrimiento y estirar un poco las piernas. Incluso, cuando escudriña entre las casas aledañas, puede identificar los hogares de algunos de los muchachos que vienen a divertirse, Amadeo recuerda algunas ocurrencias divertidas de los pequeños y ríe en medio de la atmosfera fría y desoladora.
Pocos minutos despuesta se ajusta ligeramente el pantalón negro de sudadera y vuelve al interior del cibercafé, Allí el niño regordete sigue entreteniéndose:
---Hey, Camilo, ¿Y tú nuca le has dicho nada de eso a la policía? – Pregunta Amadeo—
--¿Qué? ah… pues sí, pero luego mi mamá llora por mi papá y no lo culpan de nada, todas las veces que la policía lo agarra es ella la que va a pedir que lo suelten, yo no sé qué le pasa…--
--Cualquier cosa, puedes pedirle ayuda a un vecino, o yo que se, quédate acá hasta las diez de la noche—
Amadeo se frota las manos mientras pretendía agregar algo más a su discurso, vio que Camilo no le prestaba verdadera atención por estar jugando y se rindió, se acercó a la vieja impresora posicionada casi al fondo del local y acomodo un poco el montón de hojas arrugadas y dispersas en el suelo, entonces un quejido próximo le hizo levantar la mirada rápidamente, se giró sobre si puesto que había reconocido la voz de Camilo, era el mismo, forcejando con su padre, un hombre rechoncho y desalineado, presumía un bigotillo ridículo y de la frente le emanaba una cantidad ingente de sudor aceitoso y pestilente, había entrado al local de improvisto y quería llevarse a su hijo, agitaba la mano que traía libre con violencia y cuando no balbuceaba lanzaba toda clase de insultos contra el pequeño.
Amadeo, se condujo rápidamente ante el hombre y lo tomo del hombro para intentar apartarlo del pequeño;
--Nada de eso en el local, lárguese o llamo a la policía…--
--¿Y qué? ¿Aquí tambien se esconde ella verdad? – Dijo el contrario mientras se le diluían las palabras entre espesas gotas de saliva inmunda—
--Ultima advertencia, lárguese o se va a meter en un buen problema –Amadeo impuso su altura superior y con un fuerte movimiento libró a Camilo del agarre de su padre.
-- Aquí es donde se meten, aquí se esconden… dígale a su mamá que aparezca ahora, nos vamos, y el que diga que no, le parto la jeta…--
Amadeo, ya habiendo librado a Camilo, vio su paciencia colmada y no dudo en dar un buen empujón contra su adversario, el viejo regordete calló fuera del local y prácticamente rodo hasta quedar fuera del andén.
--¿Quién le va a partir la jeta a quién? -- Dijo Amadeo de manera engreída mientras el contrario no alcanzaba a erguirse sobre sus temblorosas piernas.
Un grito se escuchó a la distancia, era la voz de un hombre que reclamaba algo, a mano izquierda un hombre moreno de figura escuálida y nudillos sobresalientes se precipito a toda velocidad buscando alcanzar a Amadeo con ganas de herirle, este último se percató rápidamente de las intenciones del recién llegado y lo recibió con un formidable puñetazo en la mejilla derecha, el desgraciado cayó inconsciente después de semejante golpe, Amadeo no pudo evitar sentirse agitado en cuanto se percató de que aquel recién aparecido había aparecido desde una vieja camioneta estacionada a menos de cinco metros de distancia, allí parecía haber alguien más, estos debían ser acompañantes del padre de Camilo y querían acudir en su ayuda.
El tercer sujeto, el más viejo del grupo, abandonó el asiento del piloto, hizo un gesto amenazador desde la distancia y el siguiente movimiento puso a Amadeo en un estado de conmoción singular, el tercer hombre acaba de desenfundar un revólver, Los instintos de Amadeo realizaron un cálculo brusco y obligatorio, no tenía oportunidad, debía huir.
Sin pensarlo demasiado se escurrió de regreso al interior del ciber, un primer estallido, la bala impacto contra el muro lateral de la entrada. Camilo se arrojó al suelo bajo el cubículo de una computadora sin poder resistir el llanto, Amadeo presintió que su perseguidor estaba aproximándose, para peores, el padre de Camilo se había puesto en pie de un salto tras escuchar el primer disparo.
Con el segundo disparo alcanzaron a oírse gritos en los alrededores, los vecinos esperaban una violenta balacera, el muchacho se ocultó en la puerta conjunta al diminuto cuarto de limpieza del local, que estaba aún más al fondo que la propia máquina para imprimir, se abrió paso y con un movimiento ágil cerró la pequeña puerta tras de sí, sabía que de permanecer allí estaría muerto muy pronto, por lo que con la respiración terriblemente agitada y los nervios al límite encendió la débil y azulina bombilla del diminuto cuarto, su instinto no le había traicionado, una ventana de tamaño suficiente se disponía frente a él, se acomodó sobre unas viejas cajas donde permanecían objetos de limpieza para adquirir la altura suficiente, forcejeo el oxidado cerrojo de la ventana y un chirrido atroz se hizo escuchar, se había abierto.
Amadeo apoyo sus manos en el borde de la pequeña ventana e hizo uso de sus fuerzas para proyectarse fuera del edificio, entonces un zumbido escalofriante hizo eco en el pequeño cuarto, el hombre dueño del revólver había empezado a disparar a quema ropa a través de la puerta, por pura obra de la buena fortuna, ninguna bala dio contra la carne del muchacho, quien cayó estrepitosamente sobre un estrecho callejón, el golpe le aturdió un instante, pudo escuchar un disparo más, proveniente del interior del edificio.
Mientras huía del lugar le pareció que el número de disparos a quemarropa había expedido el número de disparos disponibles que posee un revólver común, por lo que, cabía la posibilidad de que otro de los miembros de aquel grupillo tambien estuviese armado, le pareció que una serie de pasos presurosos se afanaban por alcanzarlo, un vistazo de reojo justo al doblar para salir del callejón le permitió comprobar que el perseguidor más próximo era el joven escuálido al que creía haber noqueado hace poco, aquel tenía una velocidad considerable. Una vez Amadeo pudo abandonar la primera calle fuera del callejón fue capaz escuchar un auto en movimiento que derrapaba bruscamente, temió que se tratase de la camioneta de sus agresores y un nuevo miedo le invadió.
Afortunadamente sus dos piernas permanecían ilesas, por lo que no dudo en agotar todos sus esfuerzos para abandonar los alrededores, considero entrar de improvisto a algún local abierto para que le brindaran refugio, pero no encontró ninguno en su carrera en dirección al cerro boscoso.
Parecía que los dos más viejos al mando de la camioneta eran los que demostraban mayores dificultades para encontrarlo, todo mientras el muchacho escuálido, ahora con un arma de fuego entre manos mantenía en la persecución, aquel perseguidor se demostró más reservado que sus compañeros a la hora de abrir fuego, parecía menos dispuesto a gastar inútilmente su munición.
En menos de diez minutos Amadeo ya se había adentrado en la arboleda, la profunda oscuridad del ambiente todavía no le resultaba suficiente para eludir del todo a su perseguidor, ocasionalmente consideraba alguna treta para confundirlo, algún amague en su forma de correr para despistarlo, pero el miedo que sentía era tan autentico que le obligaba a dudar y solo le permitía continuar con el ejercicio que supuestamente era más conveniente; correr, correr como nunca.
¿Por qué alguien empeñaría tanta energía en dar con un completo desconocido? Amadeo, por fortuna, jamás se había entrometido en nada vinculante a las distintas pandillas que se habían conformado en la zona más periférica de la ciudad, no dudaba que en algún momento pudiese haber generado una humillación considerable a alguien, pero definitivamente no tenía nada en su haber que pudiera alcanzar este nivel de desprecio en algún corazón ajeno. Los tres hombres estaban terriblemente ebrios, no había otra explicación.
El muchacho, se perdido en lo denso de la arboleda, había alterado en buena medida su sentido del tiempo, le resultaba imposible determinar cuánto tiempo llevaba andando a oscuras, por fin le pareció seguro disminuir ligeramente la velocidad de su avance, se tanteo los manos y los tobillos para comprobar que estaban algo magullados y plagados de pequeñas cortadas, su brusco avance en medio de la vegetación le dejaría algunas cicatrices… Por primera vez en todo ese tiempo se permitió mirar hacia atrás, la quietud repentina del ambiente parecía confirmarle que finalmente había dejado atrás al tipo aquel. El ambiente húmedo y frio parecía sofocarle.
Jadeó incesantemente para recuperar el aliento, estaba sorprendido, jamás había cubierto semejante distancia en tan poco tiempo, o eso le parecía, puesto que en los alrededores no se distinguía una sola luz artificial.
Pese a todo esto, y aún tras hacer una marcha mucho más tranquila, prefirió mantenerse en movimiento, no se sentía realmente seguro, y el más mínimo signo de agitación entre los arbustos le tentaba a reiniciar la carrera por su vida.