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Chapter 6 - Capítulo 6: Una búsqueda sin resultados.

La búsqueda de esa mujer se intensificó con una desesperación abrumadora. Mis lobos rastreadores, entrenados en el arte de seguir el rastro más débil, se desplegaron por el territorio siguiendo las indicaciones que les había dado. Sin embargo, nunca les mencioné que la mujer que buscábamos era humana, un detalle que, en mi desesperación, consideré irrelevante en ese momento.

La obsesión por encontrarla se apoderaba de cada pensamiento y acción, convirtiéndose en una carga constante sobre mis hombros. La marca interna que había dejado en ella me otorgaba un sentimiento de posesión que me atormentaba y me mantenía en un estado de búsqueda incesante.

Después de días de un rastreo infructuoso, los lobos regresaron con la cola entre las patas, una imagen que reflejaba mi creciente desolación. No habían encontrado ni rastro de ella. Habían buscado entre las manadas, pero sus esfuerzos resultaron en vano. Con el tiempo, la resignación comenzó a hacer mella en mí. La realidad de que tal vez nunca volvería a encontrarla me estaba devorando por dentro.

Lo único que me mantenía firme era que, a pesar de todo, ya no estaba sometido a la maldición de los lobos. En tiempos pasados, un lobo que pasaba mucho tiempo sin unirse con su loba era reclamado por la luna, perdiendo su humanidad en el proceso. Pero ahora, yo estaba unido a alguien, aunque no tuviera la menor idea de dónde se encontraba. Esta unión, a pesar de ser una contradicción total de lo que era el equilibrio natural, me mantenía en pie.

Un lobo alfa debe procrear, perpetuar su linaje, pero ¿cómo podía una humana proporcionarme eso? Ella había desaparecido por completo, y no había rastro de ella en ningún lugar.

Mi lobo interno estaba en un estado de furia constante. Su ira era una sombra oscura que me acompañaba a todas partes, alimentada por la frustración y el dolor de no poder cumplir con mis deberes como alfa.

Entonces, los cazadores irrumpieron en mis territorios. Venían armados con un arsenal que no se limitaba a las antorchas y flechas de antaño. Los tiempos habían cambiado; las armas de fuego se habían convertido en las herramientas de la muerte y la destrucción, dispersando el pulso de mis lobos con cada disparo. La sangre y el caos se esparcían por cada rincón del bosque, desafiando la tranquilidad que alguna vez había reinado en nuestro territorio.

—¿Qué vamos a hacer? No podemos seguir escondiéndonos. Necesitamos defendernos, necesitamos atacar —dijo Nikolai, cargado de desesperación después de haber sido testigo de la devastación que los cazadores habían causado en una de las manadas cercanas.

Algunos de esos lobos, ahora huérfanos de un líder, habían venido a nosotros buscando ayuda. El lobo alfa de su manada había muerto, y ellos se encontraban sin un alfa que los guiara. Así fue como llegaron a mí, suplicando por nuestra intervención.

Siempre había infundido miedo entre las manadas. Todos me respetaban, y algunos preferían ignorarme, sabiendo que cuando me fijaba en algo, no descansaría hasta destruirlo. Ahora, esos lobos venían a mí buscando ayuda para enfrentarse a los cazadores que habían destruido manadas enteras. Sabía que debía hacer algo que captara la atención de los cazadores, algo que los forzara a enfrentarse a nosotros de manera decisiva. Era necesario planear una estrategia que no solo respondiera a la amenaza inmediata, sino que también garantizara que nuestra respuesta fuera efectiva.

El consejo de la manada estaba de acuerdo en que la cacería de los cazadores debía comenzar de inmediato. Esa misma noche, bajo la fría luz de la luna, nos despojamos de nuestras ropas y nos sumergimos en nuestras formas más primitivas. Nos fusionamos con nuestras bestias internas, los lobos salvajes que ansían venganza, dominados por una sed insaciable de justicia. El bosque se transformó en un escenario de caos y sangre mientras nos preparábamos para la batalla que decidiría el destino de nuestra especie.

Alaric, uno de los líderes de nuestra manada, había diseñado un plan meticuloso para iniciar la cacería de los cazadores.

No había objeciones; todo el consejo estaba en sintonía con la estrategia. Esa misma noche, la luna nos observaba como testiga silenciosa de nuestra transformación. Nos despojamos de nuestras ropas, desnudándonos de nuestra humanidad, y nos convertimos en lo que verdaderamente éramos: lobos salvajes, fieros y voraces. En esos momentos, la sed de venganza y la hambre insaciable nos unían, convirtiéndonos en una sola entidad de fuerza y voluntad.

El bosque, ahora envuelto en una penumbra casi tangible, se convirtió en el escenario de nuestra venganza. Los cazadores se acercaban, sus linternas y lámparas cortando la oscuridad, anunciando su llegada con una brutalidad sin piedad. Pero ya estábamos listos. Nos habíamos camuflado entre la maleza, con una paciencia y una estrategia que solo los lobos pueden entender.

Yo era un lobo gris, enorme, cuyas dimensiones eran tan imponentes que incluso las sombras parecían huir de mi presencia. Mis ojos, de un azul intenso, eran faros en la oscuridad, pero para los cazadores, la visión no era más que un espejismo.

Cuando las luces de los cazadores comenzaron a dispersarse por el bosque, nuestros aullidos resonaron, marcando el inicio de la batalla. Los cazadores habían llegado, y la masacre estaba por comenzar. Los lobos menores, aquellos que no podían enfrentarse a la amenaza, fueron los primeros en caer. El caos se desató rápidamente. Con cada cabeza que arrancábamos, con cada cuerpo que desmembrábamos, la sangre se esparcía por el suelo, convirtiendo el bosque en un mar rojo de destrucción. No había piedad, no había remordimientos. El grito de los cazadores, el sonido de su desesperación, se convirtió en una sinfonía oscura que alimentaba nuestra furia.

Nosotros, los lobos, éramos imparables. La venganza nos daba fuerza y poder, hasta el punto en que el bosque entero parecía temblar con cada uno de nuestros movimientos. Finalmente, los cazadores fueron ahuyentados, nuestras garras y dientes habían conseguido lo que habíamos planeado: liberar nuestro territorio de su amenaza.

Al llegar al campamento, la visión era devastadora pero triunfante. Nuestros cuerpos, cubiertos de sangre y suciedad, eran atendidos por otros miembros de la manada. Las heridas eran tratadas con rapidez; las balas y los cortes superficiales se curaban, pero los daños más graves no podían ser reparados.

Algunos habían caído, pero aún así, teníamos en nuestras garras al líder de los cazadores: Dominic Helen. Era el abuelo de Vanessa, la misma mujer que, en un giro cruel del destino, estaba ahora en nuestras manos.

Entre los cazadores heridos, sabía que ella estaba allí, sufriendo. Vanessa estaba gravemente herida, una de sus piernas había sido arrancada, y una satisfacción oscura me invadió al verla en ese estado.

Me acerqué al líder de los cazadores, Dominic Helen, que intentó retroceder, pero las cadenas en sus piernas le impedían moverse. Su rostro, estaba pálido y aterrorizado, me mostró el verdadero terror que sentía.

—¿Vas a matarme? —preguntó, su voz temblorosa y entrecortada por el miedo. Su aliento, cargado de pánico, me decía lo que él no podía expresar con palabras.

El hombre estaba aterrorizado por la idea de ser devorado por una manada de lobos hambrientos, seres que él consideraba monstruos.

Mi olfato detectaba su desesperación, su angustia. El aroma del miedo era casi tan potente como el de la sangre que empapaba el suelo a nuestro alrededor.

Sabía que este enfrentamiento no era solo una cuestión de venganza; era una declaración de poder, un recordatorio brutal de quién dominaba realmente el bosque. La satisfacción en mi interior creció cuando, con una furia implacable, transformé mis sentimientos en acción.

El líder de los cazadores, atado y a merced de nuestra voluntad, era la víctima perfecta para mostrar el alcance de nuestra ira y el precio que se paga por desafiar nuestra existencia.

El interrogatorio se tornó en un espectáculo de brutalidad implacable.

Durante años, habíamos mantenido un frágil equilibrio de paz entre humanos y hombres lobo. Solo unos pocos sabían de nuestra existencia, y nuestra coexistencia con los humanos había sido pacífica. Sin embargo, los cazadores habían quebrado ese acuerdo, revelándose contra los principios que habíamos sostenido durante tanto tiempo. ¿Qué había cambiado para que se desataran contra nosotros ahora?

—Los lobos son abominaciones que deben morir —escupió Dominic Helen con un desprecio absoluto—. No es natural que un lobo se convierta en humano. Es una aberración. Ustedes deben ser eliminados.

Las palabras del anciano resonaron como una condena. Mi lobo interno rugió de furia, una bestia despiadada ansiosa por hacer justicia. Di un paso atrás y, con un salto brutal, me transformé en mi forma de lobo, una gigantesca criatura gris que parecía absorber la luz de la luna.

El aire se cargó con el olor a terror. Cada paso que daba me acercaba a Dominic Helen, y el aroma de su miedo se hacía más fuerte. Mi hocico, empapado en la esencia de la muerte, anticipaba la carnicería que estaba a punto de desatarse.

Empecé a desmembrarlo con una precisión meticulosa. La sangre, cálida y espesa, brotaba de su carne desgarrada, escurriendo por mi hocico y salpicando el suelo. Sus gritos de agonía eran una sinfonía macabra que acentuaba la brutalidad de mi acto. Arranqué su cabeza con un movimiento final y la lancé sin piedad a los pies de Vanessa Helen, su nieta. Ella, paralizada por el terror, miraba la cabeza decapitada con ojos desorbitados. Su grito desgarrador se perdió en el caos que nos rodeaba.

Mientras ella gritaba, mis lobos se abalanzaron sobre ella. La rodearon y comenzaron a desgarrarla lentamente, como si quisieran saborear cada instante de su sufrimiento. La visión de su cuerpo siendo desmembrado, con la sangre manchando el suelo, era una muestra brutal de nuestra victoria. No había lugar para la misericordia; solo el placer oscuro de una batalla ganada.

Cuando el último grito de los cazadores se apagó, me transformé de nuevo en mi forma humana, cubierto en la sangre de nuestros enemigos.

Luna, una de las lobas más jóvenes y valientes, se acercó a mí y me envolvió en una tela, un gesto de respeto en medio de la carnicería.

—Lo hemos logrado. Hemos retenido a los cazadores —comentó ella, su voz era un susurro en la quietud que siguió al caos.

Yo apenas presté atención. La fatiga y el desdén me hacían incapaz de disfrutar de las palabras de alabanza. La manada había ganado, pero el precio había sido alto. La satisfacción que sentía era sombría y amarga.

Luna, con su fortaleza y habilidad en la batalla, había ganado el respeto de todos. Muchos pensaban que pronto se convertiría en mi compañera elegida por la luna, alguien que podría ser una alfa formidable a mi lado. Incluso yo había sido tentado a creerlo. Sin embargo, había un oscuro secreto que ocultaba: ya había marcado a otra como mi compañera.

Este acto, considerado una traición según las leyes de nuestra especie, traía consigo consecuencias severas. La luna, con su cruel influencia, amenazaba con arrebatarme el liderazgo que había mantenido con tanta intensidad. Todos esperaban que la maldición de la luna me despojara de mi poder. Pero lo que no sabían era que la luna ya no tenía dominio sobre mí. Mi destino, aunque sombrío y perturbador, era mío para reclamarlo..