Al llegar a casa, me di cuenta de que la prioridad era preparar mi currículum para enviarlo a la empresa.
Mi mente estaba abrumada por las posibilidades y las dudas, pero me concentré en perfeccionar mi documento. Con la luz de la tarde filtrándose a través de la ventana, el bullicio de la ciudad parecía una melodía lejana mientras tecleaba.
Al enviar el currículum, sentí un pequeño alivio, como si hubiera lanzado un anhelo al viento, esperando que llegara a un buen destino.
Luego, me dirigí a la cocina para prepararme algo delicioso para comer. Mientras removía la pasta y cortaba vegetales con una precisión casi quirúrgica, me di cuenta de que, de alguna manera, cocinar era mi terapia. La cocina se convirtió en mi santuario en medio de la tormenta que estaba viviendo.
—Sabes, Tobirama, si te gustara ayudarme con las tareas de la casa, tal vez estaría menos estresada —murmuré mientras le daba de comer a mi fiel perro.
Tobirama era un bulldog con cara de pocos amigos, me miraba con indiferencia, claramente más interesado en el trozo de carne que en mis problemas.
Después de comer y de darle un baño a Tobirama «un evento que siempre terminaba con él mojado, empapado y aparentemente enojado» me senté a planificar mi próxima jugada.
Necesitaba descansar y también organizar cómo iba a buscar un nuevo trabajo. Sabía que no era seguro contar con la oferta de la empresa Volkov, así que debía tener un plan B.
No podía seguir trabajando en una biblioteca para siempre; necesitaba un nuevo giro en mi vida. La búsqueda en Internet comenzó con entusiasmo, pero pronto se volvió una maraña de oportunidades aburridas y ofertas que no se ajustaban a mi maestría.
Al caer la noche, el cansancio me venció y me sumergí en un sueño perturbador. En el rincón oscuro de mi mente, el hombre que tanto odiaba y deseaba al mismo tiempo regresaba, tocando cada parte de mi cuerpo con una familiaridad inquietante. Sus manos recorriendo mi piel y sus labios ejerciendo un dominio que desbordaba todo mi autocontrol… me desperté empapada en sudor, la sensación de su toque aún ardía en mi piel.
«Mierda» me susurré.
Cuando revisé mi teléfono y vi el correo de la empresa Volkov, un resplandor de esperanza iluminó mi rostro. Había sido seleccionada para una entrevista. Aunque el contenido del correo no era tan alentador como el aviso, al menos me ofrecía una oportunidad.
La invitación contenía una lista de documentos y un código para unas zapatillas específicas.
—¿Zapatillas? ¿En serio? —me pregunté, frunciendo el ceño. —Odio esas malditas zapatillas, pero tengo que usarlas.
Las zapatillas negras eran, sin duda, un testimonio de mi falta de sentido común en momentos cruciales. Pero ya no había vuelta atrás.
La entrevista era para ese mismo día, y la hora se acercaba rápidamente. Con el ritmo acelerado de un maratonista, me levanté de la cama, me di una ducha rápida y comencé a prepararme. Mientras me peinaba en el pasillo, observé el reloj y me di cuenta de que no había mucho tiempo. Tomé un taxi y, mientras me maquillaba en el asiento trasero, estaba segura de que no me podía permitir más errores.
En medio de mi agitación, me di cuenta de que no llevaba las zapatillas que el correo indicaba. En lugar de eso, llevaba unos tenis deportivos.
—¡Maldita sea! —exclamé en voz alta, observando mis pies.
Me sentí un poco estúpida, pero no podía permitir que eso me detuviera. Corrí hasta el elevador, con la esperanza de que nadie notara mi desafortunado desliz.
La invitación especificaba el piso 8 y la oficina de recursos humanos. Cuando llegué al edificio, la grandiosidad y sofisticación me abrumaron.
Grandes ventanales y un ambiente de lujo inundaban cada rincón. Sin embargo, mis nervios estaban a flor de piel. Mis manos temblaban al revisar mis documentos, y el pequeño dinero que recibí por mi liquidación parecía una burla comparado con el coste de una vida digna.
—¡Mierda! Solo espero que no se fijen en mis zapatos —murmuré mientras cruzaba el vestíbulo.
Miraba alrededor y me daba cuenta de que mis tenis dorados llamaban más la atención de lo que hubiera querido. Si solo hubiera optado por un par de zapatos discretos, tal vez las cosas serían diferentes.
Mientras me adentraba en el edificio, mi mente se volvió un torbellino de pensamientos caóticos. Cerré los ojos por un momento en el ascensor, tratando de recordar las respuestas a las preguntas que podrían hacerme, pero la ansiedad me bloqueaba. Me sentía como una estudiante en su primer examen final, completamente perdida.
El ascensor se detuvo en el piso octavo y, cuando las puertas se abrieron, me encontré en medio de un desfile de candidatos impecablemente vestidos. Los trajes oscuros, las blusas de seda y los zapatos lustrados eran la norma. Me di cuenta de que, con mi blusa blanca adornada con una pantera y mis tenis dorados, no encajaba exactamente en el estándar de elegancia.
Los murmullos comenzaron tan pronto como entré en la sala de espera. Los otros postulantes, en su mayoría con trajes formales y estilos sofisticados, no se molestaron en disimular su curiosidad.
—¿Has visto esos zapatos? —comentó una mujer con una blusa blanca demasiado ajustada.
—¿Y esa blusa con la pantera? ¿Quién usa algo así para una entrevista? —preguntó un hombre con una actitud de superioridad.
Me senté en una de las sillas, tratando de ignorar los cuchicheos. Intenté enfocarme en lo positivo: al menos mis amigas Emily y Elsa estaban a mi lado en espíritu, brindándome el apoyo incondicional que necesitaba.
De repente, una mujer de apariencia muy seria y con una actitud de indiferencia total se acercó. Era la reclutadora. Me miró de arriba abajo con una mezcla de sorpresa y desaprobación, y me hizo un gesto para que la siguiera.
—Buenos días. Soy Patricia, la encargada de Recursos Humanos. —Su tono era tan formal que casi sentí que debía hacer una reverencia.
—Hola, soy… —dudé un momento. Mi mente se tambaleó, incapaz de recordar mi propio nombre.
«¡¿Por qué no puedo recordar mi propio nombre?!»
—Siento el retraso, Patricia. Tuve un pequeño contratiempo —dije mientras intentaba ajustar mi postura y mi blusa.
Patricia asintió con una mezcla de desinterés y resignación.
—Vamos a hacer esto. Tu currículum nos ha impresionado, pero tendrás que convencerme en la entrevista. Acompáñame.
Me condujo a una sala de conferencias, donde me senté frente a un panel de entrevistadores. El interrogatorio comenzó con preguntas estándar, pero cada respuesta que daba parecía convertirse en un torbellino de dudas y nervios. Mis respuestas salían entrecortadas, y las preguntas se sentían como lanzas afiladas.
—Entonces, ¿cómo manejas situaciones estresantes? —preguntó uno de los entrevistadores, un hombre con un semblante severo. Que creo que había dicho que se llamaba Nikolai.
—Eh… bueno, intento respirar profundamente y… hacer una lista de cosas por hacer —respondí, sintiendo que mi voz temblaba un poco.
—Interesante —dijo otro, con una ceja levantada. —¿Tienes alguna experiencia relevante?
—Sí, bueno, trabajé en una biblioteca… —mi voz se apagó al recordar que en realidad estaba tratando de dejar atrás ese capítulo.
Finalmente, la entrevista terminó y salí de la sala con una mezcla de alivio y desesperanza. Mis tenis dorados parecían brillar en la luz artificial del edificio, atrayendo miradas como faros de advertencia.
Cuando llegué a casa, exhausta y deshecha, me desplomé en el sofá y miré hacia el techo.
«¿Qué será de mí ahora?» me pregunté en un susurro.
Sin duda, la vida estaba llena de sorpresas, y aunque las cosas parecieran complicadas, sabía que no podía rendirme. A veces, la clave para avanzar era simplemente seguir adelante, incluso si tus zapatos eran dorados y no encajaban con el resto del mundo.
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