Varios años habían pasado desde aquel oscuro episodio. Ahora, me encontraba nuevamente en el epicentro del poder, reflexionando sobre los murmullos de aquellos que se debatían si mi vínculo con la luna aún persistía. A pesar del tiempo, yo seguía siendo capaz de transformarme a voluntad, sin sacrificar mi humanidad.
Lo que pensaran los demás me era indiferente. La opinión del consejo, de sus mentes cerradas y temerosas, no tenía cabida en mi mundo.
Estaba en mi oficina, contemplando la ciudad a través del enorme ventanal. La gente iba y venía, insignificantes en comparación con el vasto y oculto mundo mágico que coexistía a su alrededor. Un mundo donde la sangre y el poder eran la verdadera moneda, donde el más fuerte gobernaba. Y en ese reino, yo era el indiscutible rey.
Cerré los ojos, inclinándome en mi asiento, permitiendo que el silencio me envolviera. Fue entonces cuando escuché la puerta abrirse. No necesitaba girar para saber quién era; su aroma me lo decía todo. Luna estaba allí, como cada día, intentando captar mi atención.
—Damien, ¿cómo has estado? No te he visto pasear por el bosque últimamente. Me preguntaba si podríamos pasar un momento juntos —dijo con una voz melosa.
Ella era el epítome de lo que se esperaba de una compañera del alfa: sumisa pero poderosa, destructiva pero controlada. Sin embargo, ya no me interesaba. Mi fascinación por ella se había desvanecido. En nuestra infancia, había estado enamorado de ella, pero ahora me resultaba aburrida y predecible. Ya no despertaba en mí esa chispa que hacía vibrar mi mundo. Era abnegada y siempre dispuesta a hacer mi voluntad, pero carecía de ese fuego que buscaba.
—No puedo, tengo unas reuniones con inversionistas. Será mejor que planifiquemos otra cosa otro día. Hasta luego, puedes irte —respondí, poniéndome en pie.
Podía olfatear su enojo, la ira burbujeaba bajo la superficie de su fachada tranquila. Pero, como siempre, ella solo asintió, dio media vuelta y se marchó. Era irónico, patético, incluso un poco anticuado y aburrido. Luna, la loba perfecta para cualquier alfa, simplemente ya no era suficiente para mí. Había un vacío en mi ser que ni su devoción ni su poder podían llenar. Y mientras ella se retiraba, no pude evitar preguntarme si algún día encontraría a alguien que lo hiciera.
No tenía una reunión; solo quería que ella se fuera. Después de que salió, volví a sentarme, dirigiendo mi vista hacia la multitud que pasaba justo debajo de mi ventana.
El bullicio de la ciudad me distraía momentáneamente de la pesadez en mi pecho. Entonces, llamaron de nuevo a la puerta. Sabía que no era ella, ya que su olor había desaparecido. Pero también sabía quién era: Nikolai.
—Siempre apareces en el momento menos oportuno. Quiero paz ahora, ¿qué quieres? —pronuncié sin mirarlo, sabiendo por los latidos de su corazón que algo estaba planeando.
Nikolai, el hermano de Luna, era mi mano derecha en todo. Sin embargo, su fidelidad se debía a Luna. Podía ser un cachorro inofensivo, pero mostraba los colmillos cuando se trataba de defender a su hermana.
—La manada espera que tomes a una mujer. Exigen que escojas a una, que planifiques tu descendencia. Sabes que la vida de un alfa es muy ajetreada y necesitas dejar cachorros, o simplemente esto se complicará —mencionó Nikolai.
Odio que me digan qué hacer.
Volteé a ver a Nikolai y tragué saliva, deseando arrancarle la cabeza en ese momento. La violencia latía en mis venas, un deseo oscuro y constante de sangre y poder que nunca me abandonaba.
Él tragó en seco y agachó la cabeza, un acto más de sumisión, consciente de que no podía ordenarme cuando yo soy quien manda.
—Lo siento —pronunció mi beta.
—Largo —espeté.
—Sí —dijo, dándose media vuelta y retirándose.
Esto me da tanto dolor de cabeza.
Salí de mi oficina y mi secretaria estaba caminando de un lado a otro, respirando con dificultad.
—¿Qué te pasa? —pronunció una de las otras secretarias.
—Duele —mencionó ella, tocándose su enorme vientre.
—Ella está por parir —mencioné al pasar a su lado, sin una pizca de compasión.
La verdad es que no me interesa la vida humana. Para mí, son los seres más débiles y mediocres.
Fui por un café, sintiendo el amargo líquido deslizarse por mi garganta mientras intentaba aliviar el cansancio que me pesaba en los hombros. Al volver a mi oficina, mi secretaria ya no estaba, así que llamé a Nikolai.
—Informa que hay una vacante en el área administrativa del CEO, Damien Volkov —dije con frialdad.
—¿La secretaria se ha ido al hospital a parir a su hijo y usted ya está buscando un reemplazo para ella?
—Le advertí que su trabajo duraría hasta que tuviera a su hijo, y ella firmó el acuerdo. Así que búscame una nueva secretaria.
—Sí, señor —pronunció, y colgué la llamada.
Me recargué en mi asiento, la presión del día pesando sobre mí, y volví a mirar por la ventana. Sin duda, hoy había sido un día tan mediocre. La monotonía de la vida humana y la carga de liderar una manada en constante vigilancia me hacían sentir atrapado en una rutina sin fin.
Necesitaba un cambio, algo que rompiera esta tediosa normalidad y me recordara por qué soy quien soy. Los pensamientos de sangre y poder, de dominio absoluto, eran mi único consuelo en este mundo lleno de seres inferiores.
★ Aria Walker.
Me dolía la cabeza, una vez más, otro desamor. Tom me había invitado a salir, pero al final me dejó plantada. Era como si una especie de maldición me siguiera, como si el destino mismo me impidiera alcanzar el amor.
Recuerdo que mi amado Tobirama mordió a uno de los hombres que me invitó a salir anteriormente, casi le arranca una pierna. Fue extraño, ya que Tobirama no es agresivo; es uno de los perros más tranquilos. Pero después de aquella noche, cambió. Ahora no deja que nadie se me acerque, y eso me molesta. Me quedaré soltera, huérfana y mediocre para siempre. En el infinito, amén.
—Deja de soñar despierta, Ari —me dice mi jefe, con su tono autoritario de siempre, sacándome de mis pensamientos.
—Sí, jefe —mencioné, y después de que se dio media vuelta, le saqué la lengua. No estoy de humor para que me den órdenes, ¿quién se cree?
Solo quería irme a casa, quitarme estas malditas zapatillas y tirarme en mi cama. Cada día en la librería era más insoportable. El olor a libros viejos y la luz tenue de las lámparas me deprimían.
Mi cuerpo había cambiado bastante estos últimos años. Mis pechos, de ser dos limones, se convirtieron en dos melones, y mis caderas... bueno, me convertí en una mujer linda, por así decirlo. Pero eso no parece ser suficiente para conseguir una cita. No para los hombres que he conocido, al menos. Debo de dejar de ver porno en casa, quiero sentir un maldito miembro dentro.
—Ari, ¿te has enterado? Van a empezar a correr a algunos empleados. La librería está en declive —me susurró una compañera. Es la tercera vez en el año que despiden y hacen recortes de personal, así que en el fondo no me asusta. Ya me salvé en el recorte pasado.
—Aria, a mi oficina —pronunció el jefe desde la puerta, y entonces, ahora sí, santa cachucha, acabo de descubrir el temor.
Con pasos lentos me dirigí a la oficina de mi jefe. Sentía un nudo en el estómago, y mis manos estaban sudorosas. Sabía que esto no podía ser bueno.
—¿Sabes para qué te mandé a llamar? —preguntó, con su voz grave y sus ojos penetrantes fijos en los míos.
—Bueno, creo que es porque va a darme un aumento —sonreí sarcásticamente para liberar la tensión.
El hombre extendió un cheque hacia mí, sus dedos temblando ligeramente.
—Señorita Walker, esta es su liquidación —santa madre, acaban de despedirme. ¿Y ahora qué voy a hacer?
Extendí la mano y tomé mi cheque, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a mi alrededor.
—Como que a esto le falta un cero —mencioné, y mi jefe sonrió, sin rastro de compasión en sus ojos.
—Tus servicios ya no son requeridos.
—Okey, nos vemos luego —dije poniéndome en pie, tratando de mantener la compostura.
Aunque por dentro estaba maldiciendo, el demonio que llevo dentro quería salir y comenzar a destrozar todo. Necesito el dinero. Mi mes de arrendamiento está por vencer y estoy baja en mis comidas. Maldita sea, además necesito pagar mi certificado de la maestría.
Mientras caminaba hacia la salida, revisé mi celular. Debía volver a casa. La realidad de mi situación empezaba a golpearme con fuerza.
Mientras navegaba en internet, una notificación iluminó mi pantalla. Era una notificación de mis compañeros de la maestría. Decía que la empresa Volkov estaba contratando.
Muchos decían que irían a probar suerte; era el sueño de todos trabajar en esa compañía, ya que era prestigiosa y, aparte, el dueño estaba bien buenote.
Decidí que me postularía. Mandé mi información al correo que venía en la notificación. Si no respondían a mi correo, estaba dispuesta a ir a presentarme en persona. Necesitaba un trabajo y no me importaba si el director ejecutivo me amarraba a su cama y me daba duro como cajón que no cierra, si eso me garantizaba el puesto.
La verdad es que nunca llegaría a vender mi cuerpo por un puesto, pero así como en las películas la luna llena convierte a los humanos en lobos, a mí me pone en celo y Hoy hay luna llena.
Es estúpido, pero esas noches son las peores para mí. Me pongo muy caliente y tengo sueños con ese hombre, el hombre que se llevó mi virginidad.
Puedo soñar con cualquiera, pero lo hago con un hombre sin rostro. Soy tan estúpida.