El sol comenzaba a esconderse en el horizonte, bañando la playa en un cálido resplandor anaranjado. El sonido rítmico de las olas rompiendo contra la orilla se entrelazaba con las risas suaves que llenaban el aire. Luci, María, Karen y Bianca estaban sentadas en la arena, observando cómo José, tanto el del presente como el del futuro, corrían descalzos por la orilla. Los niños reían y chapoteaban en el agua, su energía infantil contagiando a todos a su alrededor.
Luci, con una mirada melancólica pero serena, se acomodó en la manta, disfrutando del peso de la paz que les envolvía. El viento movía su cabello suavemente mientras miraba a su hijo más joven, José del presente, que ya había crecido lo suficiente como para tener la misma sonrisa traviesa que su padre. A su lado, José del futuro, un hombre joven y fuerte, ayudaba al más pequeño a construir castillos de arena, sus ojos reflejando una nostalgia que solo alguien que ha viajado a través del tiempo podría entender.
María tomó la mano de Luci y se la apretó suavemente. Ambas compartían ese silencio cargado de significado, ese que hablaba de todo lo que habían vivido, de las pérdidas, pero también de los momentos de alegría. Karen y Bianca, más relajadas, reían entre ellas, hablando sobre las pequeñas trivialidades de la vida diaria, un lujo que apenas podían permitirse antes, cuando el caos y las batallas eran parte de su rutina.
—Es casi irreal, ¿no crees? —murmuró Luci mirando al mar, su voz apenas un susurro entre el viento.
María asintió lentamente, sin apartar la vista de los chicos en la orilla. —Sí. Parece que esta paz nos envuelve de una manera tan completa que... a veces, siento que podría ahogarme en ella.
—Pero es lo que siempre quisimos —dijo Karen, recostada sobre la arena con los ojos cerrados, dejando que la brisa le acariciara el rostro—. Algo simple, tranquilo, normal.
—Lo es —afirmó Bianca, sonriendo mientras observaba a José del futuro enseñar a su versión más joven cómo moldear mejor la arena—. Y, aunque a veces parece extraño, también es hermoso.
El cielo comenzó a oscurecer, transformándose en una mezcla de colores morados y azules, mientras las primeras estrellas aparecían sobre ellos. Luci miró a sus hijos con un amor inmenso, sabiendo que aunque la vida sin Victor nunca sería lo mismo, esta nueva vida, llena de quietud y cotidianidad, era lo que él habría querido para todos ellos.
—Es hermoso, sí —susurró Luci al viento, su voz cargada de gratitud y paz—. Finalmente, estamos en paz.
El oleaje continuó su eterno vaivén, y la playa quedó envuelta en una serenidad que abrazaba sus corazones, como un eco del legado de Victor, quien lo dio todo para que este momento pudiera existir.
En un lugar donde las leyes de la naturaleza se difuminan, Victor se encontraba erguido, observando el paisaje imposible ante él. A pesar de estar muerto, su determinación de volverse más fuerte lo mantenía en pie, como una llama que no se extinguía. Con sus manos firmes y su naturaleza indomable, contemplaba la majestuosidad de aquel reino fuera del tiempo y el espacio.
"Si esto es morir, entonces que así sea", murmuró, apreciando la belleza de lo que se desplegaba ante sus ojos. Su voz resonaba con un respeto casi reverente. "Es hermoso."
Tras esas palabras, un portal se abrió ante él, emanando una luz cegadora que parecía dirigirlo al cielo mismo. Victor sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de desafío y expectativa. Tronando los nudillos de sus manos, dio un paso decidido hacia el portal, sus labios formando una sonrisa indomable.
Al otro lado del portal, el Arcángel Miguel aguardaba, su semblante ya desprovisto de la usual serenidad. Al ver la llegada de Victor, su expresión se endureció, dejando de lado cualquier amabilidad.
"¿Así que has venido hasta aquí para enfrentarte a mí?", comentó el Arcángel, su espada ya desenvainada y envuelta en un fuego celestial que ardía con una intensidad casi insoportable. Con la mano libre, Miguel se sobó el cuello, un gesto que denotaba un cansancio que iba más allá de lo físico.
Victor, manteniendo su postura relajada pero firme, lo miró fijamente. La sonrisa nunca desapareció de su rostro. "Un poco de entrenamiento nunca está de más, Miguel", respondió con un tono que mezclaba la ironía y una verdad inquebrantable.
Miguel no perdió tiempo. Sin responder verbalmente, se lanzó contra Victor con una velocidad que apenas era visible a los ojos. Su espada, envuelta en llamas purificadoras, descendió hacia la garganta de Victor en un intento por cortarla, y no solo destruir su cuerpo espiritual, sino sellar cualquier posibilidad de regeneración. La hoja llevaba consigo una segunda habilidad: un fuego coagulante que cortaría incluso cualquier intento de curación o inmortalidad.
Pero Victor, con la velocidad de alguien que había estado entrenando toda su vida para momentos así, alzó una mano, deteniendo la espada antes de que pudiera hacer contacto. Con ambas manos agarró la hoja ardiente, sus músculos tensándose mientras la giraba con una fuerza descomunal, lanzando a Miguel por el aire, haciéndolo estrellarse contra varias nubes.
"Necesito este entrenamiento", mencionó Victor, mientras sus ojos brillaban con la energía del combate.
Miguel, recuperándose con una destreza inhumana, ya no estaba donde Victor creía. En un parpadeo, el Arcángel había cambiado su posición, lanzando una ráfaga de cortes rápidos de energía celestial hacia Victor. El cielo se desgarraba con cada golpe, y aunque Victor fue cortado por la energía pura, se mantuvo firme. Con una velocidad igualmente sobrehumana, voló hacia Miguel, atravesando el espacio entre ellos, y a pesar de las heridas que cubrían su cuerpo espiritual, logró colocarse justo detrás del Arcángel.
Respirando con dificultad, Victor sonrió entre dientes. Su cuerpo espiritual ardía de dolor, pero su voluntad permanecía inquebrantable. "Ni los ángeles ni los dioses lograrán que me rinda", declaró, estirando una mano hacia la frente de Miguel.
Sin embargo, el poder del Arcángel era demasiado. El contacto con la piel divina quemó la mano de Victor, haciéndolo retroceder por un instante. Aprovechando el momento, Miguel giró sobre su eje con precisión milimétrica, ejecutando un barrido que derribó a Victor, haciéndolo caer sobre las nubes que servían de campo de batalla. En un parpadeo, el Arcángel posicionó su espada sobre el cuello de Victor, la hoja todavía ardiendo con la furia celestial.
"Supongo que he ganado", dijo Miguel con una sonrisa fría pero respetuosa, su tono calmado pero firme, como si no existiera duda alguna sobre el resultado de su enfrentamiento.
Victor, tumbado sobre las nubes, respiró con fuerza, sintiendo la hoja divina amenazando su cuello. Aun así, la chispa en sus ojos no desapareció, y su sonrisa se mantuvo. El combate había terminado, pero su deseo de superarse, de entrenar más allá de cualquier límite, no había hecho más que fortalecerse.
Victor apartó la espada de su cuello con un movimiento suave, levantándose con esa sonrisa inigualable que nunca lo abandonaba. Aunque su cuerpo espiritual estaba cubierto de heridas, su expresión irradiaba la misma confianza de siempre. "Bien, supongo que perdí", dijo, sin rastro de amargura en su voz, casi como si hubiera disfrutado cada segundo del enfrentamiento.
Miguel, que había estado observando cada uno de los movimientos de Victor con un ojo crítico, finalmente bajó su espada. Un rastro de cansancio se dibujaba en su rostro, pero también una pequeña chispa de respeto. Mientras enfundaba su espada, dejó escapar un suspiro. "Eres un necio a más no poder", replicó, su tono serio pero con un matiz casi resignado.
Victor soltó una breve carcajada, cruzándose de brazos mientras miraba el cielo, todavía lleno de la energía residual del combate. "Siempre lo he sido, Miguel. Eso nunca cambiará", respondió con naturalidad, como si esa necedad fuera parte de lo que lo definía.
El Arcángel, pese a su gesto serio, no pudo evitar sonreír levemente, aunque el cansancio del combate aún pesaba sobre él. "Si sigues así, un día te meterás en un problema del que no podrás salir", comentó, aunque en el fondo sabía que Victor siempre encontraba la forma, incluso en la muerte.
Victor simplemente sonrió, esa misma sonrisa desafiante que llevaba consigo en cada batalla, en cada desafío.
Victor y el arcángel Miguel caminaron en silencio, adentrándose por el majestuoso portón de oro fino que conducía al reino de Jehová. Cada paso resonaba con una serenidad imponente, mientras las puertas se abrían ante ellos, revelando un vasto paisaje celestial de una belleza casi indescriptible. La luz que bañaba el lugar no provenía de un solo sol, sino de la esencia misma del reino, como si cada partícula en el aire brillara con su propia vida.
A pesar de lo que acababan de pasar en el combate, había una calma solemne entre ambos. No era la tensión previa al entrenamiento, sino una sensación de respeto mutuo, de reconocimiento por la fuerza y la persistencia que compartían. Victor, con su acostumbrada confianza, miraba a su alrededor como un guerrero que siempre estaba listo para el próximo desafío, sin importar cuán celestial o infernal fuera.
"Este lugar tiene una energía... interesante", comentó Victor, pasando su mano por el aire, sintiendo la sutileza del poder que impregnaba el reino.
Miguel, con su espada aún enfundada, caminaba a su lado, manteniendo la vista al frente. "Este es el reino de Jehová, no es solo poder lo que sientes. Es la armonía que emana de la creación misma", respondió el arcángel, con un tono solemne y algo didáctico, como quien conoce cada rincón del lugar pero no olvida su importancia.
Victor esbozó una sonrisa mientras asentía. "Eso lo hace perfecto para entrenar. Aquí no hay caos que me distraiga. Solo... fuerza pura."
Miguel miró a Victor de reojo, midiendo su respuesta. "Entrenar aquí no es para cualquiera. Las leyes que rigen este reino son distintas, y no responden al mero poder. Te enfrentarás a pruebas que irán más allá de lo físico."
Victor se detuvo un momento, observando la magnificencia del reino, pero en sus ojos no había temor ni duda. "Es lo que siempre busco, ¿no? Superar los límites. Incluso ahora, en la muerte."
Ambos continuaron su camino hacia un campo abierto más allá del portón, donde las nubes formaban una vasta llanura etérea. El lugar irradiaba una paz insondable, pero Victor sabía que detrás de esa calma, existía una oportunidad única para seguir fortaleciendo su espíritu. Y con Miguel a su lado, no había duda de que el entrenamiento que estaba por comenzar sería uno de los más desafiantes que jamás había enfrentado.
"Prepárate, Victor", dijo Miguel, mientras el aire a su alrededor comenzaba a vibrar. "Aquí, no solo te enfrentarás a mí, sino al juicio de todo lo que eres."
Victor sonrió de nuevo, cerrando los puños. "Justo lo que esperaba."
Fin.