Luci, Karen, Bianca y María, cada una con su propio dolor y recuerdos, se aferraban a lo cotidiano del reino, tratando de seguir adelante sin la presencia de Victor. Su ausencia se sentía en cada rincón de la casa, en cada momento de silencio. Las risas y la calidez que él traía habían dejado un vacío profundo en sus vidas. Sin embargo, el amor que compartían por él las unía más que nunca.
Un día, las cuatro decidieron que era hora de visitar su tumba. Sabían que el tiempo no curaba todo, pero había algo en dejarle flores, en sentir su presencia aunque fuera de una manera simbólica, que les daba consuelo. Cada una preparó un ramo especial, compuesto de las flores favoritas de Victor, aquellas que él siempre apreciaba en vida.
—No puedo creer que ya haya pasado tanto tiempo —dijo Karen, rompiendo el silencio mientras se dirigían al cementerio. Su voz sonaba suave, pero el dolor era inconfundible en cada palabra.
—Nunca nos acostumbraremos del todo —añadió Luci, con un tono melancólico. Ella había compartido más momentos con Victor que cualquiera de ellas, y sentía que una parte de ella se había ido junto con él.
Bianca, siempre la más fuerte del grupo, intentaba mantener una fachada firme, pero incluso ella no podía evitar que sus manos temblaran un poco mientras sostenía las flores. María, la más silenciosa, caminaba a su lado, perdida en sus pensamientos, recordando los días en que Victor les sonreía y les hacía sentir invencibles.
Llegaron al cementerio, un lugar tranquilo, rodeado de árboles que se mecían suavemente con el viento. La tumba de Victor estaba adornada con algunas flores ya marchitas, dejadas por personas que también lo admiraban. Las cuatro se acercaron con cuidado, casi temiendo interrumpir la paz del lugar.
—Te extrañamos —susurró María, mientras colocaba las flores sobre la lápida.
—Es extraño, pero siento que nos sigues cuidando desde donde estés —agregó Karen, con los ojos llenos de lágrimas que luchaba por contener.
Luci se arrodilló frente a la tumba y, sin poder aguantar más, dejó que sus lágrimas cayeran. —Nunca pensé que te perderíamos tan pronto, Victor. Siempre creí que estarías aquí, que lucharías con nosotros por siempre.
Bianca, aunque solía ser la más reservada, finalmente dejó salir su propio dolor. —Prometiste que estaríamos juntos por siempre, y aunque ya no estás físicamente, sigo sintiéndote a nuestro lado, guiándonos.
El viento sopló suavemente, como si el mundo mismo estuviera en sintonía con su tristeza. Las cuatro esposas de Victor permanecieron allí un rato más, en silencio, compartiendo el mismo sentimiento: un amor inmortal, aunque ahora invisible.
En el cielo, Victor se encontraba en un paisaje de paz infinita, donde el tiempo parecía no existir, y las preocupaciones del mundo mortal se desvanecían. A su lado, estaban sus padres, Manuel y Ana, quienes lo observaban con orgullo. Los tres se habían reunido después de lo que parecían años de separación, y ahora se permitían hablar de todo lo que había ocurrido durante los últimos ocho años.
—Hijo, has pasado por tanto —comentó Manuel, mirándolo con admiración y una profunda tristeza. Su rostro reflejaba una mezcla de emociones, entre orgullo y preocupación—. Nunca imaginé que enfrentarías tantas batallas... ni que cargarías con tanto.
Victor, con una sonrisa serena pero firme, asintió. —Fueron tiempos difíciles, pero hice lo que debía hacer. Proteger a mi familia y a mis seres queridos siempre fue lo más importante. Aunque... no puedo decir que fue fácil.
Ana, quien había estado escuchando en silencio, finalmente habló con dulzura en su voz. —Lo sabemos, hijo. Hemos observado todo desde aquí, cada paso que diste, cada sacrificio que hiciste. Estoy orgullosa de ti, no solo por tu fuerza, sino por tu corazón. Nunca dejaste de cuidar a los demás, incluso cuando eso te costó todo.
Victor miró a su madre, sintiendo el calor de sus palabras. Aunque había soportado la carga de ser un héroe durante años, escuchar a sus padres lo hacía sentir como un niño nuevamente, recordándole las raíces que había dejado atrás.
—Hubo momentos en los que pensé que no lo lograría —admitió Victor, bajando la mirada por un momento—. Cuando perdí a tantos amigos, cuando el peso de todo se volvió insoportable... pero algo dentro de mí siempre me impulsó a seguir adelante. Supongo que ese algo vino de ustedes.
Manuel sonrió, su rostro suavizándose. —Siempre fuiste fuerte, incluso de niño. Pero lo que más admiro de ti es que nunca te rendiste, incluso cuando el mundo estaba en tu contra.
Ana le puso una mano en el hombro, brindándole consuelo. —Y ahora, estás aquí con nosotros. Puedes descansar, Victor. Ya no necesitas pelear.
Victor levantó la vista, encontrando la mirada cálida de su madre y el apoyo firme de su padre. Sabía que el viaje había sido largo y duro, pero también sentía que, de alguna manera, su misión aún no estaba completamente terminada.
—Lo sé, madre. Pero hay algo en mí que no se detiene. Algo que me dice que, incluso aquí, en este lugar de paz, todavía puedo crecer. Todavía puedo ser más fuerte.
Manuel rió suavemente, asintiendo. —Eres igual a mí en eso, hijo. Nunca te conformarás. Y supongo que esa es la razón por la que siempre has sido el guerrero que eres.
—Tal vez... —Victor sonrió, mirando hacia el horizonte infinito del cielo, donde brillaba una luz eterna—. Pero ahora mismo, estoy agradecido por poder estar con ustedes, aunque sea por un tiempo.
Y así, Victor y sus padres continuaron hablando, compartiendo historias, recuerdos y sabiduría. No había prisa, no había urgencia. Solo estaban ellos, una familia reunida en el lugar donde finalmente podían estar en paz, mientras el tiempo pasaba suavemente a su alrededor, como el susurro de una brisa celestial.
Mientras Victor conversaba con sus padres, el aire celestial pareció detenerse por un instante. Un cambio en el ambiente los alertó a los tres. Al levantar la mirada, vieron una figura majestuosa acercándose, irradiando una luz tan intensa que parecía formar una barrera natural a su alrededor. Jehová, con su porte solemne y su mirada seria, caminaba lentamente hacia ellos, cada paso resonando como si el universo mismo respondiera a su presencia.
Manuel y Ana se enderezaron instintivamente, inclinando la cabeza con respeto. Aunque estaban en el cielo, la llegada del Creador imponía un respeto indescriptible. Victor, sin embargo, se mantuvo firme, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y algo de inquietud. Había conocido muchos seres poderosos en su vida, pero ninguno como Él.
Jehová se detuvo frente a ellos, su mirada fija en Victor, como si escudriñara cada rincón de su alma. El silencio que siguió fue pesado, cargado de algo más allá de lo que los mortales o incluso los ángeles podían comprender.
—Victor —dijo Jehová, su voz profunda resonando como el trueno, pero a la vez calmada—. Has caminado por senderos oscuros y luminosos. Has visto y hecho lo que pocos podrían imaginar. Y sin embargo, estás aquí.
Victor no apartó la mirada. Aunque sentía el peso de las palabras del Creador, no era hombre de retroceder ante nada ni nadie. —He hecho lo que tenía que hacer, para proteger a los míos y luchar por lo que es justo.
Jehová asintió lentamente, pero su expresión no se suavizó. —Eso es cierto. Pero tu viaje no ha sido solo para salvar a otros, también ha sido para salvarte a ti mismo. En tus batallas, buscabas algo más allá de la victoria. Y aquí, incluso después de la muerte, aún buscas.
El silencio cayó de nuevo, pero esta vez, fue Victor quien rompió la tensión. —Tal vez... no sé qué es exactamente lo que busco. Solo sé que aún no he terminado.
Jehová lo observó por un largo momento antes de responder, su voz más suave, pero igual de imponente. —Tu deseo de ser más fuerte te ha guiado hasta aquí. Pero debes entender, Victor, que la verdadera fuerza no siempre está en los puños o en el poder que puedas obtener. La verdadera fuerza está en comprender cuándo detenerse, cuándo permitirte descansar.
Victor inclinó ligeramente la cabeza, reflexionando sobre esas palabras. Durante toda su vida, había luchado y avanzado sin detenerse, pero ahora, aquí, se encontraba frente a una verdad que no podía ignorar.
—Lo entiendo, pero... —empezó a decir, pero Jehová levantó una mano, interrumpiéndolo con suavidad.
—Lo que no entiendes ahora lo comprenderás con el tiempo. Este es un lugar de paz, Victor. Un lugar donde puedes dejar atrás todo aquello que te atormentó. Pero solo tú puedes decidir si estás listo para aceptar esa paz.
Victor permaneció en silencio, procesando cada palabra. Miró a sus padres, quienes lo observaban con amor y paciencia, sin presión alguna. Sabía que, en el fondo, siempre había algo en él que no se detenía, que lo empujaba a seguir adelante.
—Estaré listo —dijo finalmente—. Pero primero, quiero... quiero probarme una última vez. Necesito saber hasta dónde puedo llegar.
Jehová lo miró con una mezcla de comprensión y gravedad. —Lo que buscas no se encuentra a través de más batallas, pero si ese es tu camino, no te lo negaré. El cielo es vasto, y hay muchas pruebas más allá de lo que tu alma ha conocido.
Manuel, que había estado callado todo el tiempo, finalmente habló. —Hijo, si este es el camino que eliges, sabes que siempre te apoyaremos. Pero recuerda, no importa qué tan fuerte seas, no puedes cargar con todo solo.
Ana, con una sonrisa llena de ternura, añadió: —Siempre estaremos aquí para ti, Victor. No lo olvides.
Victor asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y resolución. Jehová lo observó por un último instante antes de dar media vuelta y caminar hacia la luz.
—Cuando estés listo —dijo Jehová sin voltear—, sabrás dónde encontrarme.
Y con esas palabras, el Creador desapareció entre las nubes doradas, dejando a Victor con la sensación de que su viaje, aunque lleno de desafíos, aún tenía un propósito más profundo que descubrir.
Victor, con una determinación inquebrantable, gritó hacia el cielo. Su voz resonó en el reino celestial como un trueno, rompiendo la serenidad del paraíso. Después de un año desde su muerte, la añoranza de ver a su familia en la Tierra se había vuelto insoportable. Aunque había encontrado paz en el cielo, su corazón aún ardía con el deseo de regresar, de poder abrazar a aquellos que había dejado atrás, aunque fuera solo por un día.
—¡Quiero ver a mi familia! —gritó Victor con una fuerza que parecía desafiar las leyes de la eternidad—. ¡Solo por un día, eso es todo lo que pido!
El eco de su voz resonó entre las nubes doradas. Durante unos segundos, solo el silencio respondía, pero entonces, el aire comenzó a agitarse. Desde lo alto, una luz intensa se manifestó, y la figura de un arcángel apareció frente a él. No era otro que Miguel, el mismo con el que había luchado y entrenado en el pasado.
Miguel lo miró con una expresión seria, pero también con algo de compasión en sus ojos. Sabía lo que era sentir ese lazo inquebrantable con los seres queridos.
—Victor —dijo Miguel, con una voz profunda pero calmada—. Sabes que el tiempo aquí es diferente. Aquellos que amas aún te sienten, pero no puedes romper el equilibrio celestial tan fácilmente.
Victor, aún jadeando por la intensidad de su grito, dio un paso adelante, mirando fijamente a Miguel.
—He servido al equilibrio toda mi vida —respondió con firmeza—. He peleado, he sufrido, y he muerto por aquellos que amo. Solo pido un día. Un día para ver a mi familia, para abrazarlos, para asegurarles que estoy bien.
Miguel suspiró, sabiendo que las palabras de Victor no eran simples demandas egoístas. En el fondo, había verdad y amor genuino. Tras unos momentos de reflexión, el arcángel alzó su espada, y una luz dorada emanó de ella.
—Muy bien, Victor —dijo finalmente—. No puedo prometerte lo que pides, pero hablaré con Jehová. Si se concede tu deseo, será solo por un día. Nada más.
Victor sintió una chispa de esperanza en su corazón, algo que no había experimentado desde que había llegado al cielo. Asintió con gratitud y observó cómo Miguel desaparecía en la luz.
Los minutos pasaron como si fueran horas. Victor se quedó solo, mirando el horizonte dorado. No sabía qué esperar, pero entonces, una voz resonó en su mente, una voz que conocía bien: la de Jehová.
—Victor —dijo la voz, calmada pero imponente—. Te concederé este deseo. Pero recuerda, un día es todo lo que tendrás. Lo que hagas con ese tiempo depende de ti.
Victor sonrió, sus ojos llenándose de emoción mientras un portal se abría frente a él, conectando el cielo con la Tierra. Sabía que no podía desperdiciar ni un segundo. Sin dudarlo, atravesó el portal, listo para volver a los brazos de su familia, aunque fuera solo por un breve y precioso momento.
Victor emergió del portal, con una sonrisa que reflejaba una mezcla de emoción y alivio. A medida que la luz celestial se desvanecía a su alrededor, su mirada se encontró con el reino que una vez había llamado hogar. El paisaje familiar, con sus cielos claros y las estructuras majestuosas, le trajo recuerdos de momentos de lucha, pero también de amor y alegría.
Frente a él, la casa donde vivían sus esposas y su hijo brillaba bajo la luz del sol. Todo parecía tan tranquilo, tan normal. Los jardines estaban llenos de vida, y el sonido de las risas a lo lejos indicaba que la vida había continuado, pero eso no borraba el vacío que había dejado su partida. Victor avanzó lentamente, casi sin creer que estaba allí. Por fin, después de lo que parecía una eternidad, podría verlos de nuevo.
Mientras se acercaba, vio a Luci salir al jardín con su hijo, José, de la mano. El niño había crecido, su rostro reflejando una mezcla de sus padres, pero con una mirada que recordaba mucho a Victor. Al verlo, Victor sintió una punzada en el corazón; no había estado presente para esos momentos cruciales en la vida de su hijo.
Luci se detuvo de golpe, como si una presencia invisible la hubiera tocado. Giró su rostro lentamente y sus ojos se encontraron con los de Victor. Por un segundo, parecía no creer lo que veía. Luego, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Victor...? —susurró, casi sin voz.
José, curioso por el repentino cambio en su madre, miró hacia donde ella veía. Al reconocer la figura de su padre, soltó la mano de Luci y corrió hacia él.
—¡Papá! —gritó el niño, con una alegría pura y desbordante.
Victor se agachó justo a tiempo para recibir el abrazo de su hijo. Sintió sus pequeños brazos rodear su cuello con fuerza, como si temiera que, si lo soltaba, Victor desaparecería de nuevo. Luci, con lágrimas deslizándose por su rostro, corrió tras su hijo y se unió al abrazo, aferrándose a Victor como si su vida dependiera de ello.
—Estoy aquí —susurró Victor, mientras los abrazaba con todo el amor que había guardado en su corazón—. Solo por un día... pero estoy aquí.
Dentro de la casa, Karen, Bianca y María, al escuchar los gritos, salieron apresuradas. Al ver a Victor de pie, rodeado por su familia, todas se quedaron en shock por un momento antes de unirse a ellos. Las lágrimas y las risas se entremezclaron mientras lo rodeaban, tocándolo para asegurarse de que era real, de que su esposo había vuelto aunque fuera por un breve instante.
Victor, mirando a las mujeres que amaba y a su hijo, sintió que su corazón se llenaba de una paz que nunca había sentido ni en el cielo. Aunque sabía que este momento era temporal, no pensaba en eso. Solo estaba allí, con ellos, disfrutando de la sensación de estar en casa, aunque fuera por un solo día.
El halo que brillaba sobre la cabeza de Victor era un recordatorio silencioso de que, aunque estaba allí, seguía siendo un ser del más allá. Su resplandor dorado iluminaba suavemente su rostro, un contraste con la calidez y la vida que emanaban de las personas que lo rodeaban. A pesar de ello, la sonrisa de Victor seguía siendo inconfundible, llena de amor y calma.
Luci, aún con los brazos alrededor de él, levantó la vista y tocó suavemente el halo, con una mezcla de asombro y tristeza en sus ojos.
—Sigues... —comenzó a decir, con la voz entrecortada— sigues muerto, ¿verdad?
Victor asintió lentamente, sus ojos reflejando tanto la aceptación como el deseo de estar allí, aunque fuera solo por un breve tiempo.
—Sí, Luci —respondió suavemente—, no puedo quedarme para siempre. Solo he podido venir por un día, para verlos... para despedirme como se debe.
Las otras mujeres, Karen, Bianca y María, lo rodearon en silencio, cada una tocando su mano, su brazo, o simplemente permaneciendo cerca, incapaces de decir nada ante la intensidad del momento. José, quien aún no comprendía por completo lo que significaba la muerte, seguía aferrado a su padre, disfrutando del instante sin preocuparse por lo que vendría después.
—Eras lo único que faltaba aquí —dijo María, rompiendo el silencio con una voz suave—. Este reino, nuestras vidas... todo ha sido tan diferente desde que te fuiste.
Victor las miró una por una, viendo cómo el tiempo había dejado su marca, pero también notando la fortaleza que habían desarrollado en su ausencia. Sentía el peso del tiempo que había perdido con ellas y, sin embargo, no había amargura en su corazón, solo gratitud por esta última oportunidad.
—Lo sé —murmuró—. Y lamento no haber estado aquí para ayudarles. Pero han sido fuertes, más de lo que jamás imaginé. Estoy orgulloso de ustedes.
Fin.