Mientras los hombres comenzaban a armar el campamento, Alik se quedó un momento más al lado de su capitán, como si buscara algo más que una simple orden. La inquietud no se le iba del cuerpo; la idea de que los enemigos que habían estado masacrando podrían haber sido inocentes en algún momento era demasiado perturbadora.
—¿Y si no podemos salvarlos? —preguntó Alik finalmente, rompiendo el silencio que se había formado entre ambos—. Si ya están... demasiado corrompidos.
Alan lo miró un instante antes de responder.
—No vinimos aquí para salvarlos —contestó, su voz baja y cargada de una tristeza contenida—. Si no hay forma de revertir esto, entonces les daremos el único descanso que les queda.
Alik apretó los puños, sus nudillos blanqueando bajo la presión. Odiaba la idea de que esa fuera la única solución, pero sabía que Alan, su capitán, tenía razón. Este era un enemigo que no solo había desafiado su fuerza, sino también su moralidad, obligándolos a tomar decisiones que nadie debería tener que tomar.
—Descansa un poco, Alik —le dijo Alan, señalando hacia el improvisado campamento—. La noche será larga, y necesitamos que todos estén en su mejor forma.
Alik asintió lentamente y se alejó, dejándolo solo frente al círculo de piedras. Jaguar Negro observó las formas grabadas en las rocas, antiguos símbolos desgastados por el tiempo y la guerra. Había algo antiguo y poderoso en este lugar, algo que resonaba con la oscuridad que había transformado a esos seres. Sabía que no tenían mucho tiempo. Si lo que temía era cierto, la corrupción de la secta se extendería más allá de ese pueblo, consumiendo todo a su paso.
Mientras el viento frío de la noche comenzaba a azotar la plaza, Alan se arrodilló frente a una de las piedras, cerrando los ojos. Estaba cansado, sí, pero su mente seguía trabajando, tratando de encontrar algún indicio, alguna señal de lo que se avecinaba. Había visto demasiados horrores en su vida, pero esto... esto era diferente.
De repente, sintió una presencia. No era hostil, pero sí inquietante. Abrió los ojos lentamente y vio una figura a lo lejos, apenas una sombra entre las ruinas. No se movía, solo lo observaba.
—¿Quién está ahí? —preguntó Alan, poniéndose de pie con lentitud, sin apartar la vista de la figura.
La sombra no respondió. Permaneció inmóvil por un momento más, y luego, tan rápido como había aparecido, desapareció en la oscuridad.
Alan se quedó quieto. Sabía que lo que acababa de ver no era una alucinación causada por el cansancio. Algo más estaba en juego aquí, algo que aún no entendía del todo, pero que pronto saldría a la luz.
—Mañana —murmuró para sí mismo—. Mañana encontraremos las respuestas.
Los soldados armaron pequeños refugios con los escombros de las casas y montaron una fogata en la que calentaron comida, hablaron un rato y luego se fueron a dormir. Alan, como de costumbre, se quedó despierto a vigilar.
—Balam, quiero que vayas en dirección del ruido de hace rato si encuentras algo regresa de inmediato.
—como digas, solo espero que no hagas más locuras, ya casi no nos queda chu'lel. Si sigues abusando así de él moriremos antes de cumplir el contrato.
—lo sé…gracias.
Balam asintió sin decir más y se perdió en la oscuridad. A pesar de tener la apariencia de un jaguar de gran tamaño era bastante comprensivo con los deseos de Alan, al igual que cualquier nahual, se preocupa primero por la seguridad de su portador.
Alan observó cómo Balam se desvanecía en la negrura de la noche, el viento arrastrando fragmentos de ceniza y polvo. Sabía que las respuestas no serían fáciles de encontrar, y el descubrimiento de las criaturas-humanos corrompidos pesaba sobre él más de lo que le gustaría admitir. Las llamas de la fogata parpadeaban, lanzando sombras inquietantes sobre las ruinas, y aunque el cansancio lo consumía, no podía permitirse descansar. Algo en la mirada de esa figura le había dejado un mal presentimiento, una sensación de que la batalla real apenas comenzaba.
El tiempo pasaba, Alan estaba sentado en un tronco caído cerca de donde estaban sus hombres durmiendo, cargando su rifle a su lado mirando al suelo. No había ningún tipo de ruido, solo en pocas ocasiones cuando el viento soplaba, los grillos cantaban, los búhos ululan, o un mosquito vuela cerca de sus orejas.
La calma de la noche era engañosa, un silencio inquietante que ocultaba algo más profundo, algo oscuro y latente. Alan respiró hondo, tratando de calmar su mente. El peso del Ch'ulel en su interior se sentía agotador, como si su propio espíritu estuviera desgastándose con cada uso. Sabía que Balam tenía razón; no podía permitirse abusar de esa energía, pero ¿qué opción tenía? El enemigo que enfrentaban no era algo común. Eran seres corrompidos por una oscuridad que ni siquiera él, con todo su entrenamiento y experiencia, podía comprender por completo.
Los pensamientos de Alan comenzaron a desvanecerse cuando un crujido súbito rompió la quietud. Sus instintos se agudizaron al instante. Se puso de pie en un solo movimiento, tomando su rifle y escaneando el entorno. A lo lejos, entre las sombras de las ruinas, distinguió una leve perturbación en la oscuridad, como si algo o alguien estuviera acechando.
—Balam... —murmuró para sí mismo, con la esperanza de que su nahual no estuviera demasiado lejos.
Otro sonido, esta vez más cercano, le indicó que no estaba solo. Alan entrecerró los ojos, ajustando su visión en la penumbra. Entonces lo vio: una figura que se movía con una agilidad antinatural, reptando entre los escombros, acercándose cada vez más al campamento.
Sin dudarlo, apuntó con su rifle. Pero justo cuando estaba a punto de disparar, la figura se detuvo. No era hostil. La misma presencia inquietante de antes lo envolvía de nuevo, pero esta vez era más clara, más tangible.
—¿Quién eres? —preguntó Alan, sin bajar el arma.
La figura emergió de las sombras, revelando su forma: una mujer joven, con ropas desgarradas y el rostro cubierto de suciedad y sangre. Sus ojos, sin embargo, brillaban con un destello de lucidez, como si estuviera atrapada entre la razón y la locura.
—Ellos... —balbuceó la mujer, sus palabras rotas por el miedo—. Ellos no pueden ser salvados... Los dioses... los dioses nos han abandonado.
Alan bajó el rifle lentamente, observando el estado de la mujer. Sus manos temblaban y su cuerpo parecía a punto de colapsar. Algo o alguien la había dejado al borde del abismo.
—dices que fueron abandonados por los dioses…—puso su rifle en el suelo y comenzó a caminar lentamente hacia la mujer.
—-…—la mujer no habló y se detuvo al escucharlo acercarse.
—Que lo que paso aquí es porque ustedes fueron abandonados…pero… —Alan comenzó a acercarse lentamente a ella mientras hablaba— los abandonados…fueron los dioses… olvidados… por quienes debían adorarlos… abandonados por quienes enaltecían sus actos… los hombres les dieron la espalda hace mucho…y ahora…ni siquiera ellos pueden salvarnos…
Alan se arrodillo para estar a una altura similar a la de la mujer. Sus ojos blancos su piel pálida su desnutrido cuerpo, su temperatura baja, todo eso indicaba que la mujer le quedaban minutos de vida.
—pero tranquila…yo me encargare de traerlos de regreso…y también… voy a matar a quienes te hicieron esto… así que…ya puedes descansar…
—… por favor…
Al igual que con la criatura de hace rato colocó su mano en su rostro y lentamente la mujer comenzó a convertirse en piedra y luego en polvo.
—Descansa para siempre…
Alan se quedó observando las cenizas que habían sido la mujer. No había ningún sentimiento de victoria en su pecho, solo una creciente sensación de vacío. Lo que acababa de hacer no era un acto de heroísmo, sino de compasión, la única misericordia que podía ofrecer en ese momento. Sabía que su promesa de venganza no aliviaría el sufrimiento que había presenciado, pero era lo único que le quedaba.
Se puso de pie lentamente, el peso de su rifle una vez más sobre su espalda. La noche parecía más fría ahora, más pesada, como si el mismo aire estuviera impregnado de la desesperación que había consumido a esa mujer. Mientras regresaba hacia el campamento, no podía dejar de preguntarse cuántos más como ella quedaban en ese lugar. ¿Cuántos más estaban perdidos, atrapados entre la vida y la muerte, entre la razón y la locura?