Año desconocido, lugar desconocido…
Los llantos de un bebé resuenan en la habitación de una casa ubicada en una ciudad pequeña de la que no se tiene registro alguno.
"Felicidades es un varón" dijo la partera. La madre, una mujer de aproximadamente 30 años, de cabello largo y castaño claro, ojos azules. Cargaba con un enorme orgullo y felicidad a su segundo hijo; el padre un hombre de más o menos la misma edad, cabello negro y corto y ojos rojos como la sangre y escaso bigote abrazaba a su esposa mientras un niño de unos 8 años, con características similares a la madre miraba con curiosidad a ser que su madre cargaba con tanta felicidad.
El niño de 8 años observaba con ojos llenos de asombro al bebé recién nacido en los brazos de su madre. El ambiente estaba cargado de emoción y tranquilidad. La partera, después de dar unas palabras de felicitación, comenzó a limpiar el área y recoger sus cosas, mientras el padre y la madre compartían miradas llenas de amor, contemplando el nuevo integrante de la familia.
—¿Cómo se llamará? —preguntó el niño con una mezcla de curiosidad y timidez, acercándose un poco más a su hermano.
La madre sonrió suavemente mientras acariciaba la frente del bebé, sus ojos brillando con ternura.
—Su nombre será… Alan. Igual que su bisabuelo —respondió la madre, su voz suave como una caricia.
El niño asintió, aunque aún no comprendía el significado profundo de los nombres o las historias familiares. Simplemente sabía que, de alguna manera, su hermano ya era especial, que de alguna forma traía consigo algo importante, aunque no pudiera explicarlo con palabras.
El padre miró a su hijo mayor y luego al bebé con una expresión más seria, pero también llena de orgullo. Se inclinó y besó la cabeza de su esposa antes de hablar:
—Alan será fuerte, lo sé. Cuidará de su familia, así como nosotros lo cuidaremos a él. Siempre lo estaremos guiando.
El niño mayor, todavía fascinado, se inclinó un poco más cerca, observando los pequeños dedos de Alan que se movían suavemente.
—Prometo cuidarlo también, mamá —dijo el niño con una determinación que hizo sonreír a sus padres.
La madre lo abrazó con una mano mientras sostenía al bebé con la otra, su corazón lleno de gratitud por la familia que había formado. En ese instante, todo parecía perfecto, una calma que envolvía a la pequeña habitación.
El pequeño Alan creció rodeado de amor y cariño, tanto por sus padres como por su hermano mayor, quien a pesar de la diferencia de edad siempre jugaban juntos cuando regresaba a casa de la escuela. El futuro era prospero para esta familia, sin embargo, en este territorio la paz no es algo de lo que se pueda disfrutar por mucho tiempo.
Un día entre los días, cuando Alan tenía 5 años, un cenote, lugar que normalmente sería una atracción turística natural se abrió en las cercanías de esa ciudad y por ende Bestias infernales, criaturas que salen del mismo inframundo nacieron de ese cenote en busca de sangre para ellos y sus amos, los Dioses del Inframundo.
La ciudad fue atacada y muchos de sus habitantes perdieron la vida, el padre de Alan era un soldado retirado de Solen, un gran país que al igual que Feder, sufre de los ataques de estas bestias antiguas, fue a luchar para proteger a su familia y permitir que su esposa e hijos escaparan.
Lamentablemente la madre se vio obligada a abandonar a los niños en una pequeña cueva, sacrificándose a ella misma, pero no sin antes dejarles unas palabras a cada uno. Fue hace tanto que Alan ya no las recuerda.
Durante los próximos 2 años él y su hermano vivieron en el bosque, pues la ciudad en la que vivían estaba muy alejada de la capital o de cualquier otro lugar. Su hermano, del que ya no recuerda su nombre, puso en práctica los conocimientos que su padre le había transmitido durante uno de sus campamentos en el bosque, incluso tuvo que aprender a usar armas para defenderse de los animales o las bestias infernales, siempre que encontraban una se escondían, huían o luchaba dependiendo mucho del tamaño y la cantidad que era.
Con el paso del tiempo, Alan comenzó a entender que su vida nunca volvería a ser la misma. Los días en el bosque fueron duros, las noches largas y frías, y las criaturas acechaban en cada sombra. Su hermano mayor, que lo había protegido desde que sus padres murieron, parecía haber envejecido más allá de sus años. Su mirada, antes llena de curiosidad y esperanza, ahora se veía pesada, cargada con la responsabilidad de sobrevivir en un mundo hostil.
Sin embargo, siempre se mostraba amable y cariñoso con su hermano, siempre dispuesto a jugar con él cuando el peligro no estaba cerca.
Pero el destino tenía otros planes para los dos hermanos.
En una fría noche de luna menguante, el crujido de ramas y el eco de pasos pesados interrumpieron la tranquilidad del bosque. Alan, que ya había cumplido los 7 años, se encontraba dormido, envuelto en una manta desgastada. Su hermano, siempre vigilante, percibió la amenaza antes de que fuera visible. Las bestias infernales, atraídas por el rastro de sus últimas cacerías, se acercaban más rápido de lo que habían esperado. Los ojos rojos y brillantes de las criaturas asomaban en la distancia, y sus gruñidos profundos parecían resonar desde el mismísimo corazón de la tierra.
—¡Alan, despierta! —susurró su hermano con urgencia, sacudiéndolo suavemente.
Alan abrió los ojos de golpe, aún adormilado, pero la mirada de su hermano lo hizo reaccionar al instante. Sabía lo que eso significaba. Había entrenado lo suficiente para entender que la situación era crítica.
—Tenemos que irnos, ahora —dijo su hermano, levantando una pequeña daga que siempre mantenía cerca. Era una reliquia familiar, el único recuerdo que quedaba de su padre.
Ambos se movieron con rapidez, pero en el fondo, sabían que no podrían correr para siempre. Las bestias infernales los habían seguido incansablemente durante meses, y cada vez se volvían más numerosas y feroces. Mientras huían entre los árboles, Alan no podía evitar mirar a su hermano mayor, su único protector, su única familia.
—No te preocupes, Alan. Vamos a salir de esta —le dijo su hermano con una sonrisa que ocultaba la creciente desesperación.
Sin embargo, el rugido ensordecedor de una de las bestias más cercanas hizo eco en el bosque, rompiendo cualquier ilusión de seguridad. Una figura enorme, envuelta en sombras, emergió del follaje, cortándoles el paso. Era más grande que cualquier criatura que hubieran visto antes, con colmillos afilados y ojos llenos de odio.
El hermano de Alan dio un paso al frente, colocando su cuerpo entre la bestia y su hermano pequeño.
—Corre, Alan. ¡Corre y no mires atrás! —gritó mientras sacaba su daga, dispuesto a luchar contra la bestia para ganar tiempo.
Alan se quedó paralizado por un instante, el terror le congelaba el cuerpo, pero las palabras de su hermano lo hicieron reaccionar. Corrió, como nunca lo había hecho, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, sus ojos llenos de lágrimas que se negaba a dejar caer.
Los gritos de su hermano, las bestias, y el sonido de la lucha se desvanecieron en la distancia mientras Alan seguía corriendo. Pero ese día cambió todo. Alan nunca volvió a ver a su hermano.
Solo y perdido en el bosque, el pequeño Alan tuvo que aprender a sobrevivir por sí mismo. Recordaba los momentos felices, las risas y las enseñanzas de su familia, pero con el tiempo, esos recuerdos comenzaron a desvanecerse, enterrados bajo el peso de la soledad y el miedo. Lo único que mantuvo vivo a Alan fue una promesa silenciosa: honrar el sacrificio de su hermano y protegerse a sí mismo, como él lo había hecho durante tanto tiempo.
Mientras corría se arrepintió de haberle obedecido y regreso con su hermano, no comprendía el porqué, simplemente se movió por instinto, corrió y corrió hasta el cansancio, pero no lo encontró. Al menos no con vida, solo encontró su cuerpo sin vida e inerte. Se quedó en silencio mirándolo "Hermano" fue lo que dijo, no comprendía el porque su hermano cambio de apariencia, era demasiado pequeño como para comprender su situación. No entendía lo que le paso a sus padres hace 2 años, solo preguntaba de vez en cuando por ellos, pero su hermano desviaba la pregunta con juegos o excusas simples, mucho menos iba a entender esta situación, solo sabía que al escapar y regresar algo le paso a su hermano.
Incluso se preguntó si obedecer a su hermano fue lo correcto, si algo diferente hubiera pasado si se quedaba, si su hermano respondería a sus constantes llamados en ese momento.
En lo denso del bosque, tal parece que las bestias infernales no habían terminado, se escondían, pues sabían que su primera presa no estaba sola. Se escondieron entre la maleza y fueron pacientes como un jaguar cazando a su presa, Alan ser percato de ellos, las bestias se lanzaron al ataque y algo dentro de él despertó. Como si su cuerpo respondiera de manera totalmente natural al peligro inminente que se acercaba y casi como si se tratara de una respuesta autodefensiva automática del cuerpo algo apareció.
Alan cerró los ojos por el asombro de ver algo tan grande acercarse a gran velocidad, pero en cuanto lo hizo, un jaguar, de pelaje más negro que la noche misma, mayor tamaño que los de su especie, ojos azules cristalinos, adornos de oro, pinturas y una pequeña corona de plumas apareció y acabo con cada bestia infernal que intentaba acercarse a Alan. Lo estaba protegiendo.
— ¿Quién eres? —Le preguntó.
El jaguar soltó un trozo de carne de su mandíbula antes de hablar.
—Mi nombre es Ajaw Balam, Señor de los Jaguares. Puedes llamarme Balam, niño.
—…
—Debes estar confundido, lo sé, pero tranquilo, ya estas a salvo.
— ¿Sabes qué le paso a mi hermano?
—Sí…te protegió con su vida. Tal y como lo hacen los hermanos.
—…Entonces… ¿Ya no voy a poder jugar con él…?
—…No, lo siento, ya no podrás…
—… Quiero ir a casa… ya no quiero estar en el bosque…
—Tranquilo. A partir de ahora yo te guiare a casa, yo te protegeré y también jugaré contigo…
— ¿De verdad?
—Sí. Después de todo para eso estoy aquí…déjame decirte mi nombre otra vez…—El jaguar se sentó delante del niño, imponente y majestuoso con un tono amigable— Yo soy Ajaw Balam, Señor de los Jaguares, puedes llamarme como quieras y soy tu nahual.
Los años pasaron, y con ellos, Alan creció, pero el niño amable y juguetón que había sido quedó atrás. En su lugar, un joven fuerte y decidido emergió de las sombras, con la firme convicción de descubrir la verdad detrás de las bestias infernales y los misteriosos dioses del inframundo que las controlaban.
Cazaba bestias infernales a diestra y siniestra sin piedad, con mucha más fuerza, velocidad y precisión que su hermano. Como un verdadero jaguar cazando a sus presas sin cesar, con cada presa que asesinaba, cada cenote que destruía gracias al poder de Balam. Lo hacía más y más y más fuerte.