En un vasto paisaje desolado y lleno de muertos. Era un espacio familiar y aterrador a la vez, un limbo entre mundos donde el tiempo no tenía sentido. Allí, los edificios destruidos se escondían entre sus restos y el fuego; el cielo estaba permanentemente teñido de rojo.
Estaba jadeando con fuerza, podía sentir el calor de las brasas a su alrededor, tenía la vista y el oído borrosos, apenas podía mantenerse en pie, apariencia rejuvenecida, a lo lejos escuchaba la destrucción del fuego, los escombros y algunos gritos de personas pidiendo piedad o auxilio.
Su mano derecha estaba fría, pero a la vez era recorrido por una sensación de calor peculiar, el olor a metal oxidado llego a su nariz y su vista regresó, veía las ruinas de lo que alguna vez fue una ciudad.
Sintió una mano en su hombro y cuando volteó la mirada hacia esa mano se dio cuenta de lo que había hecho, su brazo estaba atravesando por completo el cuerpo de un hombre de mediana edad, justo en el centro, en el medio de los pulmones, donde estaba su corazón. Aquel hombre portaba el símbolo de una flor de 5 pétalos en su pecho.
Estaba aterrado, comenzó a hiperventilarse y quiso sacar su brazo, pero su cuerpo no le respondía, pues ya no le quedaban fuerzas, el hombre lo miró con cierta amabilidad y consuelo la sensación cálida que recorría su brazo era la sangre del hombre que no paraba de salir de su cuerpo. El hombre con las pocas fuerzas que le quedaban elevo su brazo a la cara de Alan…estaba empezando a sentirse fría y su cara estaba ensombrecida, el hombre le dijo "Lo hiciste…" para luego morir en brazos de Alan.
El grito de Alan resonó en ese paisaje infernal. Todo se detuvo, el sonido del viento, los murmullos distantes, hasta el fuego que lamía las ruinas pareció congelarse por un instante, como si la realidad misma contuviera la respiración en ese momento de pura desesperación. Alan cayó de rodillas, su brazo aún empapado en la sangre tibia del hombre que acababa de matar.
—No... no, no, no...— balbuceaba entre sollozos, su voz rota por el dolor y la incredulidad. Nunca quiso esto. Nunca fue su intención. Pero lo que había hecho era irreversible, una mancha eterna en su alma.
Miró el símbolo de la flor de cinco pétalos en el pecho del hombre, ahora manchado de sangre. Había visto ese emblema antes, en un lugar en el que alguna vez llamo hogar. Y ahora, Alan había asesinado a uno de ellos. "Lo hiciste...", esas palabras se repetían en su cabeza, retumbando como un eco interminable.
La mente de Alan se nublaba mientras luchaba por mantenerse consciente en medio del caos. De repente, el suelo bajo él comenzó a temblar, como si algo gigantesco estuviera despertando bajo la tierra. Sentía la presencia de algo o alguien.
"La próxima vez que nos veamos…solo uno sobrevivirá…" Fueron las palabras que resonaron en sus oídos mientras unas manos a las cuales les faltaba la carne y les colgaba la piel se alzaban del suelo. El resto del esqueleto salió del suelo, sus huesos eran negros, tenía un brillo rojo en las cuencas oculares, usaba una gran corona de plumas y estaba adornado con ornamentos, pinturas mayas y una lechuza acompañándolo.
—Cállate…
"Lo mataste…no hay nada que puedas hacer al respecto…lo hecho, hecho está"
—Cállate…cállate…
"Acepta lo que hiciste…acepta a quien asesinaste…acepta en quien te convertiste…Alan…"
—Cállate…
"La próxima vez… voy a asegurarme de matarte y a quedarme con toda la sangre de tus seres queridos… Y lo hare… ¡¡Usando tu cuerpo…!!"
— ¡Cállate!
Su gritó hizo que se despertara bruscamente de esa pesadilla y regresara a la realidad. Estaba en su cuarto, tan vació y oscuro como siempre, su respiración era pesada, sus manos temblaban y su sudor era casi tan frio como el hielo.
De repente un ruido extraño hizo que se pusiera alerta.
—Oh, estás despierto…menos mal. —La comandante estaba en su cuarto, había estado durmiendo al lado de su cama desde que llego. Unos soldados le informaron de su regreso y ella enseguida fue a ver como estaba.
—Hay que ver. Si que eres un fastidio, estabas tan débil que tuve que ayudar a cargarte hasta aquí. —La comandante no estaba sola, había alguien más, un hombre de mediana edad, cabello canoso, mirada vacía y desinteresada, expresión neutra y varias cicatrices en su cara encendío un cigarro para alumbrar un poco el lugar.
—Si vas a fumar al menos enciende esta lámpara…
—Está bien…
—…Kara…Jack… ¿Cuánto tiempo…?
—Solo fue medio día…llegaste al amanecer y ahora esta por ponerse el sol…
—Menos mal que despertaste antes de que fuera demasiado tarde… —dijo Kara con una mezcla de alivio y exasperación. Su semblante, siempre duro, mostraba una pequeña fisura de preocupación.
Jack, el hombre de mediana edad con cicatrices y una expresión impasible, exhaló una bocanada de humo antes de hablar con voz monótona:
—Casi no lo logras esta vez. ¿Qué demonios te pasó allá afuera, Alan?
Alan se llevó una mano a la frente, sintiendo el peso de los sueños aún presentes en su mente. Su corazón seguía latiendo con fuerza, y aunque su cuerpo se encontraba seguro en la habitación, la sensación de amenaza persistía como un fantasma.
—Fue… complicado —respondió Alan, su voz apenas un susurro. La pesadilla aún lo atormentaba, las imágenes de las manos esqueléticas y la corona de plumas flotando en sus pensamientos.
—¿Complicado? —repitió Jack, arqueando una ceja mientras lanzaba la colilla de su cigarro al suelo y la apagaba con la bota—. Siempre te lo decimos, pero… Deberías ser más cuidadoso. No siempre podrás regresar caminando con tus heridas.
Kara, aún sentada al borde de la cama, lo observó con un destello de preocupación en sus ojos. Aunque era dura, su lealtad hacia Alan era indiscutible. Ella fue quien lo había rescatado antes y sabía lo que había tenido que sacrificar para sobrevivir a sus misiones.
—No es solo eso, ¿verdad? —preguntó Kara, observándolo con detenimiento—. Hay algo más… Algo que no nos estás diciendo.
Alan guardó silencio. Sabía que no podía hablarles de su trato con los dioses, de las sangrientas invocaciones y del peso que cargaba. No era algo que ellos pudieran entender, y mucho menos ayudarle a sobrellevar. Pero el terror de sus visiones, de su última pesadilla, lo consumía. Ese ser esquelético, con la promesa de matarlo, de consumir a sus seres queridos… no era algo que pudiera ignorar.
—Estaré bien —murmuró, forzando una sonrisa que apenas logró ocultar su agotamiento—. Solo necesito descansar un poco más.
Kara y Jack intercambiaron miradas, ambos sabían que Alan no estaba contando toda la verdad, pero tampoco iban a presionarlo.
—Está bien —dijo Kara finalmente, poniéndose de pie—. Descansa. Volveremos mañana para asegurarnos de que no hagas ninguna tontería.
Jack asintió, dándole una última mirada antes de seguir a Kara hacia la puerta. Justo antes de salir, Jack se detuvo y añadió:
—Viendo que regresaste solo asumiremos que los demás murieron…le avisare al viejo Jacobo que prepare el metal…tu descansa, yo hare las espadas esta vez…
—Está bien…
—Alan…Ya no puedes seguir huyendo…
Alan no respondió. Simplemente observó cómo la puerta se cerraba detrás de ellos, dejándolo una vez más en la soledad de su habitación, cerró los ojos una vez más esperando dormirse lo más pronto posible, aunque eso le causaba miedo por el hecho de repetir la pesadilla que acababa de tener. Las palabras de Jack resonaron en su cabeza e inevitablemente recordó a su equipo, uno de muchos que ha tenido, comandado y visto morir.
—Muchachos…perdónenme…Alik…perdón…—Esas palabras eran más para si mismo, pero de alguna forma u otra esas palabras resonaron en lo que parecía ser el vació infinito de aquel cuarto oscuro en el que solía descansar.
pocos segundos después Alan volvió a quedarse dormido en su cama.