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Chapter 9 - Las Garras de la Desesperación

Los soldados, inspirados por la ferocidad de su líder, renovaron sus esfuerzos, descargando los últimos cartuchos de munición de obsidiana con una precisión desesperada. Sin embargo, las sombras resucitadas continuaban acercándose, implacables e indiferentes al caos que las rodeaba. Eran una marea oscura que amenazaba con consumirlo todo.

El sacerdote de la niebla, con su báculo levantado y la máscara de cráneo brillando en la penumbra, observaba la escena sin emoción alguna, como si fuera un titiritero moviendo los hilos de una macabra danza. La niebla se arremolinaba a su alrededor, intensificándose y cubriendo cada vez más el terreno.

Alan sabía que no tenía mucho tiempo. Si no detenía al sacerdote pronto, no le quedaba tanto Chu'lel, tanto tiempo sin descanso lo había obligado a usarlo casi todo y ahora era un movimiento desesperado por sobrevivir, aunque sea un día más. Corrió hacia la figura, esquivando a los enemigos que intentaban interceptarlo, mientras Ajaw Balam atacaba desde el flanco, desgarrando con garras afiladas y mordidas feroces.

El sacerdote pareció darse cuenta de su inminente ataque y bajó el báculo, apuntando directamente hacia el capitán. Con un movimiento rápido, un haz de energía oscura salió disparado del cráneo que coronaba el arma. Alan se lanzó al suelo en el último segundo, evitando el impacto. El rayo de oscuridad golpeó un árbol cercano, que se retorció y se desmoronó en un montón de cenizas.

Ajaw Balam no esperó. Aprovechando la distracción del sacerdote, el jaguar saltó sobre él, derribándolo al suelo con un rugido ensordecedor. Pero el sacerdote no era tan fácil de vencer. Con una fuerza inesperada, levantó una mano envuelta en sombras y empujó al jaguar hacia atrás con un estallido de energía.

Sabía que no podía permitirse titubear. Tomando una daga de obsidiana de su cinturón, se lanzó hacia el sacerdote, esquivando otro rayo de energía que chisporroteaba a su alrededor. La oscuridad se arremolinaba, pero Alan se movía con precisión y velocidad, determinado a acabar con aquella abominación.

Con un grito de batalla, Alan hundió la daga en el costado del sacerdote para empezar a cortarlo por la mitad, el sacerdote soltó un gruñido gutural. Sin embargo, en lugar de colapsar, el cuerpo del sacerdote comenzó a cambiar y se convertía en humo poco a poco. El cráneo en su báculo comenzó a brillar con una intensidad cegadora, y de repente, el humo oscura se arremolinó violentamente, empujando a Alan hacia atrás.

El capitán cayó al suelo, jadeando por el esfuerzo. Sabía que esto no era suficiente para detenerlo. Con una última mirada a su nahual, ambos se lanzaron nuevamente hacia el sacerdote, esta vez con la furia de quienes luchan por la supervivencia misma.

—Alan realmente no nos queda Chu'lel…si seguimos así vas a perder la consciencia.

—Ya lo sé…

—Realmente te has vuelto más suicida que antes…

El sudor caía por la frente de Alan, mientras su respiración se volvía más errática. Sabía que Ajaw Balam tenía razón. Su Chu'lel estaba casi agotado, y si continuaba a ese ritmo, no sería solo su cuerpo el que fallara, sino también su vínculo con el jaguar. Pero detenerse ahora era imposible. Las sombras, los muertos resucitados, el sacerdote... si no los detenía, su equipo y el bosque entero sucumbirían a la oscuridad.

—No es suicidio si no hay otra opción —respondió Alan entre dientes, apretando los puños mientras intentaba recobrar el aliento.

Ajaw Balam soltó un gruñido bajo, que resonó en la mente del capitán como una advertencia, pero también como un juramento. Ambos sabían que estaban jugando con el límite de lo posible, y ese límite estaba a punto de romperse.

El sacerdote, ahora completamente envuelto en sombras, parecía flotar sobre el suelo. Su forma física se desvanecía y se reformaba como una niebla espesa, mientras el cráneo en su báculo continuaba irradiando una energía tan oscura que parecía devorar la luz que quedaba en el campo de batalla.

Alan levantó la mirada, determinación aun brillando en sus ojos. Había una posibilidad, una última carta que podía jugar. Sabía que el precio sería alto, pero también sabía que era su única oportunidad de salvar a sus hombres.

—Balam… —susurró, mientras tocaba el suelo con las manos, el poder restante de su Chu'lel fluyendo hacia la tierra—. Voy a hacerlo.

El jaguar lo observó con ojos penetrantes, entendiendo perfectamente lo que Alan planeaba. Los años de lucha juntos les habían enseñado a comunicarse sin palabras, y este era el momento en el que todo su entrenamiento y sacrificio convergía.

Alan cerró los ojos por un instante, invocando la última reserva de energía que le quedaba. Sintió el latido de la tierra bajo sus manos, el pulso del Chu'lel que aún fluía en su cuerpo.

—Ve a cubrir a los demás —ordenó con voz firme antes de levantar su brazo izquierdo.

Balam se retiró a gran velocidad, recogió a unos soldados que habían caído inconscientes y salvó a otros en el proceso, los junto a todos en una parte del pueblo, eso atrajo a unos cuantos enemigos, sin embargo, un caparazón de roca negra y algo brillante protegió a los soldados.

Alan concentro todas sus fuerzas, su chu'lel restante y golpeo el suelo con tal fuerza que se sintió como un pequeño temblor que sacudió los árboles e hizo perder a unos cuantos el equilibrio.

-…Colmillos Abisales…

Tras esas palabras rocas similares al caparazón que cubría a sus soldados para protegerlos, comenzaron a emerger del suelo y quebrar la tierra arrasando árboles y enemigos a su paso.

Las rocas surgieron como colmillos descomunales, devorando el suelo con furia, destruyendo a las sombras y a las criaturas corrompidas que se encontraban en su camino. El poder del Chu'lel canalizado a través de Alan parecía estar en su apogeo, pero este último ataque lo estaba consumiendo rápidamente. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo, cada músculo tenso como si fuera a romperse en cualquier momento. La tierra se agitaba bajo sus pies, y los rugidos de las bestias eran ahogados por el sonido implacable de los colmillos de roca que devastaban el campo de batalla.

El sacerdote de sombras, por primera vez, pareció vacilar. Las sombras que lo envolvían comenzaron a disiparse ligeramente, y su forma fluctuaba, perdiendo consistencia mientras intentaba mantener su control sobre la niebla. El cráneo en su báculo emitió un chillido agudo, como si el poder oscuro estuviera siendo erosionado por la fuerza primigenia que Alan había desatado.

—¡No te detengas, Alan! —La voz de Ajaw Balam resonó en su mente, con una urgencia que Alan rara vez había escuchado en su compañero. Pero él ya lo sabía. No podía detenerse ahora, no si quería acabar con esta amenaza de una vez por todas.

El sacerdote levantó su báculo, intentando invocar una última oleada de oscuridad, pero los colmillos abisales lo alcanzaron antes de que pudiera terminar el conjuro. Las rocas lo atraparon, envolviéndolo como una prisión de la que no podía escapar. El sonido de la tierra quebrándose bajo su poder era ensordecedor, y, por un momento, el campo de batalla quedó en completo silencio, como si el mundo mismo contuviera el aliento.

Alan cayó de rodillas, jadeando, con la visión borrosa y el cuerpo al borde del colapso. Sabía que había alcanzado el límite, su Chu'lel prácticamente agotado. Balam desapareció como el viento, señal de que la conexión entre él y Alan se esfumo al igual que el chu'lel que la mantenía.

—¿Lo hemos logrado? —preguntó Alik, acercándose lentamente junto a los pocos soldados que quedaban en pie, sus rostros llenos de asombro y agotamiento.

Alan alzó la vista. La niebla oscura comenzaba a disiparse, dejando ver los árboles caídos y el suelo devastado por la batalla. El sacerdote estaba atrapado, inmóvil dentro de los colmillos de roca.

Se puso de pie con dificultad y con las escasas fuerzas que le quedaban le arrebato el báculo al sacerdote y lo destruyo con su pierna.

— ¿Y bien?... ¿Vas a hablar por las buenas…o por las malas?

—…Preferiría la muerte…antes que hablar…

—como desees… —Jadeando, exhausto tomo su daga una vez más y comenzó a hacer cortes en el cuerpo del sacerdote, lo suficientemente largos y profundos como para hacerlo sufrir sin matarlo.

Balam deshizo la coraza pues ya no había peligro alguno y sus hombres se acercaron a él, mientras seguía torturando al sacerdote para sacarle información.

— ¿Ya fue suficiente?... ¿O prefieres seguir…? Tú elijes tengo todo el día…

El sacerdote, jadeando y retorciéndose bajo el filo de la daga de obsidiana, mantenía la mirada desafiante, aunque sus gritos ahogados revelaban el dolor intenso que lo consumía. Las sombras que lo envolvían se agitaban de manera errática, debilitándose a medida que su cuerpo sufría. El cráneo en el báculo, ahora destruido, ya no irradiaba su poder oscuro, y con cada segundo que pasaba, el control que el sacerdote tenía sobre el campo de batalla disminuía.

—Nunca hablaré... —escupió el sacerdote, su voz temblando—. Mi lealtad está con el Xibalbá... y ustedes, mortales, no pueden detener lo que ya ha comenzado.

Alan, a pesar del agotamiento que sentía, continuó con su implacable tortura. Cada corte, cada movimiento, estaba diseñado no solo para infligir dolor, sino también para quebrar la voluntad de su prisionero. Pero algo en el tono del sacerdote lo perturbaba. No era solo la devoción ciega a una causa oscura. Había algo más profundo, más siniestro en sus palabras.

—Tú eliges cómo termina esto —dijo Alan, acercándose al rostro deformado del sacerdote—. Habla ahora y quizás te conceda una muerte rápida. Sigue resistiéndote, y saborearás cada segundo de tu sufrimiento hasta que la oscuridad te reclame.

El sacerdote se río entre dientes, una risa débil y rota.

—La oscuridad ya ha reclamado todo lo que soy... y pronto lo hará con este mundo. Mi muerte no importa. No eres más que una chispa en la tormenta que viene. El sacrificio... está hecho. Ah Puch regresara y no hay nada que pueda evitarlo…

—Entonces… ¿Qué tal si uso tu sangre para alimentar a uno de los dioses, Kukulcán, Itzamná, Chaac o Cabrakán?

—…

— ¿Prefieres morir en mis manos…o ser la comida de los dioses que tus dioses intentan eliminar?

—Entonces te aseguro que disfrutarás tu muerte mucho más de lo que esperabas —dijo Alan con un brillo frío en los ojos mientras levantaba la daga una vez más. La hoja de obsidiana descendió con precisión quirúrgica, no para terminar con la vida del sacerdote, sino para prolongar su sufrimiento, buscando cualquier debilidad, cualquier revelación que pudiera obtener antes de que el cuerpo corrompido se desvaneciera por completo.

El sacerdote, aunque mortalmente herido, se mantenía firme, su mirada vacía pero imbuida de una convicción perturbadora. Era evidente que su lealtad a esa oscura entidad, a Ah Puch, era absoluta, al punto de no temer ni siquiera a la muerte. Mientras Alan lo seguía torturando en silencio, cada corte y cada palabra eran inútiles contra la voluntad indomable del sacerdote.

—No va a hablar, capitán —dijo Alik, observando la escena con una mezcla de cansancio y respeto. Los soldados se habían reunido a su alrededor, algunos cojeando, otros sujetando sus armas con manos temblorosas, pero todos compartiendo el mismo miedo silencioso. El nombre de Ah Puch, el dios de la muerte, resonaba en sus mentes como una amenaza que apenas comenzaban a comprender.

—perdónenme…

—No se preocupe capitán, sabemos que está cansado.

—usted ya ha hecho suficiente estas 5 semanas, es hora de que descanse y regresemos la refugio…

—Nosotros lo cargaremos si es necesario, no se preocupe.

—…Gracias. Entonces volvamos…

Su voz estaba al borde del colapso, estaba tan cansado que ni siquiera se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor, en su mente solo eran siluetas con las voces de sus hombres le hablaban con la misma admiración, respeto y amabilidad de siempre desde que se formo este equipo hace tan solo 2 meses, incluso antes de eso, cuando Alan participaba de vez en cuando en los entrenamientos y daba consejos a los cadetes sin saber si que terminaría luchando con ellos algún día.

El cansancio no lo hizo darse cuenta de ellos, pero sacerdote hizo sutiles movimientos con sus manos, uso su chu'lel para mover los restos del báculo asesino a los soldados.

Alan se percato de ello cuando sus cuerpos cayeron al suelo. Se quedó en silencio… miro al suelo lentamente y vio los cuerpos de sus hombres, recordó cada batalla que había tenido hasta ese momento, siempre era así, siempre terminaba así, siempre era él quien sobrevivía, él que nunca moría a pesar de ser tan despreocupado en batalla, él que tiene que seguir viviendo a pesar de no tener un buen motivo para hacerlo, comparado con el de ellos.

Hombres y mujeres jóvenes que decidieron enlistarse en el ejercito de esta resistencia para luchar por un futuro mejor para ellos y los que están por llegar. Llenos de esperanzas y sueños, pero también de miedos y preocupaciones. Tanta vida se había desvanecido en cuestión de segundos ante sus ojos, tras su máscara.

—Eres…bastante desprevenido…a pesar de que pareces fuerte… —El sacerdote hablo aun encerrado en los picos de roca negra temblando por el esfuerzo que estaba realizando— ¿Realmente pensaste que había terminado? Eres un imbécil, pero no tanto como esos soldados que se acercaron tan despreocupadamente.

—….

—¿Qué pasa, te comió la lengua el gato "Capitán"?

Alan no dijo ni una palabra, en cambio apretó su daga con fuerza y la obsidiana de la hoja se resquebrajo un poco, impulsado por la ira uso ese sentimiento para clavar su puño en el cuerpo del sacerdote.

Al poco tiempo los colmillo de roca comenzaron a desaparecer. Alan cayó de rodillas y se quedo viendo al vació.