◊ Manuel Alonso ◊
Desperté sin muchos ánimos de ir al colegio, sobre todo por lo sucedido con el quinteto de idiotas y también por descubrir que llovía fuertemente cuando me asomé por la ventana de la sala de estar tras salir de mi habitación.
Mamá no estaba en la cocina y tampoco se notaban rastros de su presencia, por lo que asumí que se había quedado dormida.
Entonces, eché un vistazo al reloj sobre la puerta de la entrada de nuestro departamento y noté que eran las cuatro con treinta de la mañana; desperté más temprano de lo usual.
No tenía sueño a pesar de la flojera que sentí, así que fui a ducharme con agua fría para terminar de despertarme.
Al salir con un mejor ánimo, fui a mi habitación para cambiarme y luego ir a la cocina para preparar unos sándwiches de jamón y queso; el almuerzo mamá lo había preparado en la tarde anterior, por lo que solo tenía que recalentarlo.
A fin de cuentas, mamá sí se quedó dormida, pues se levantó alarmada a las seis con quince de la mañana, aunque sorprendentemente estuvo lista en media hora.
—No había necesidad de alarmarse tanto… Después de todo, está cayendo un aguacero que puede justificar nuestra tardanza —dije.
—La lluvia no es excusa para llegar tarde, así que ve a alistarte —ordenó.
Como no me impregné de ningún aroma, ya que no cociné nada en particular, fui a mi habitación tal como ordenó mamá y me cambié de ropa.
Después de cambiarme, fui a la sala de estar para echarme un vistazo en el espejo de cuerpo entero; no estuve conforme con mi apariencia al ver mi reflejo.
—Hijo, llamaré a un taxista de confianza para llegar a tiempo y… ¿Eh? ¿Qué sucede? —preguntó mamá, confundida al observar la forma en que me miraba en el espejo.
—¿Me veo bien, mamá? —pregunté con un dejo de vergüenza.
—¿Eh? —replicó mamá con persistente confusión.
—Es que no sé si esta ropa me sienta bien —alegué.
—Es la misma ropa de siempre, no entiendo —contestó.
De pronto, mamá abrió los ojos de la impresión, y se me acercó con una caminata rápida para tomarme de los hombros, aunque se distrajo con el aroma de mi perfume.
—Este perfume —musitó como si estuviese en medio de una investigación.
—¿Sí? —repliqué, intuyendo que su perspicacia estaba por dar en el clavo.
—Dime, Manuel, ¿cómo se llama esa chica? —preguntó.
Sin afirmar que tenía novia o sospechar que me gustaba una chica, mamá hizo una pregunta certera que le permitiese llegar a una mejor conclusión.
—Alexa… Alexa Márquez… Es la compañera de clases que conociste en el parque de diversiones —respondí avergonzado.
—¿Es tu novia?
Dado que me impuse no volver a mentirle a mamá, asentí avergonzado conforme el calor invadía mi cara.
—Bueno, supongo que estás en edad de tener tu primer amor, pero debes ser muy respetuoso y cuidadoso con ella… No me gustaría que por inmadurez rompas el corazón de esa muchacha tan tierna y encantadora —dijo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté confundido.
—Que eres joven e inmaduro, y sobre todo un hombre —mamá hizo una pausa conforme miraba su celular; había recibido un mensaje de texto—. Sé que me esforcé para inculcarte buenos valores y una excelente educación, pero eso no te libra de tus instintos.
—No seré como papá —repliqué con repentina rabia.
—No he dicho tal cosa, Manuel, solo digo que eres un chico apuesto, inteligente y encantador. Estoy segura de que muchas chicas te han puesto el ojo, y ahora más que tienes novia —alegó.
—Comprendo, pero de todos modos, Alexa es y será la única para mí. La respeto y la…
Por unos segundos me interrumpí por lo avergonzado que me sentí al intentar decir algo de lo que no estaba seguro, por mucho que me gustase Alexa.
—¿Hace cuánto que son novios? —preguntó mamá.
No le había pedido formalmente a Alexa que fuese mi novia, pero el beso que nos dimos significó que ya lo éramos.
—No le he pedido que sea mi novia, pero hace seis días nos dimos nuestro primer beso y…
—¿¡Qué!? —exclamó mamá alarmada al interrumpirme; incluso se ruborizó.
Mamá rascó su entrecejo y se mostró un tanto avergonzada, como si no esperase que tuviese tal confianza en ella.
—Manuel, besarse ciertamente tiene mucho valor sentimental, pero si no le pides adecuadamente que sea tu novia, solo son dos adolescentes que compartieron un primer beso. Si tanto respetas y valoras a esa muchacha, haz las cosas como se deben y pídele noviazgo —sugirió mamá, como si me lo estuviese ordenando.
—¿Es necesario? —pregunté avergonzado.
—Muy necesario, a menos que no te importe tanto esa muchacha —replicó.
—¡Me importa! ¡Me importa mucho! —exclamé de inmediato.
Ante mi pronta respuesta, mamá esbozó una sonrisa y dio unas caricias en mi cabello, aunque de repente, empezó a sollozar.
—¿Eh? ¿Qué pasa, mamá? —pregunté confundido.
—No te preocupes. Es solo que, hace unos años te tenía en mis brazos, te llevaba de la mano y te daba de comer… Y ahora, ya estamos teniendo este tipo de conversación. Me pone triste ver que ya te estás convirtiendo en un hombre —respondió, conforme limpiaba sus ojos con sumo cuidado.
No supe cómo responderle, por lo que me le acerqué para abrazarla y nos quedamos así durante unos minutos hasta que sonó su celular; era una llamada de su taxista de confianza.
Dado que mamá me acompañó hasta el colegio, no pude trabajar en el restaurante del señor Segovia, lo cual se sintió un poco raro, pues muy pocas veces estuve ausente en mis jornadas laborales.
Así que me despedí de mamá y le deseé una buena jornada laboral.
Ella me respondió con amabilidad y me dio dinero por primera vez en tres años; acepté por el asombro que me generó lo repentino de su acción.
Seguía lloviendo fuerte, por lo que dependí de mi paraguas para no empaparme mientras me dirigía al edificio principal del colegio, en cuya entrada se aglomeraban los estudiantes que iban llegando.
A fin de cuentas, y pensando en la idea de proponerle formalmente a Alexa que fuese mi novia, llegué a mi salón de clases y me dirigí a mi puesto sin hablarle a nadie.
Para mi fortuna, aunque también mi repentina aflicción, Alexa no había llegado, lo cual era bastante extraño considerando lo puntual que era.
♦♦♦
Si bien estuve presente en la primera clase e incluso respondí a las preguntas que me hizo la profesora, no me concentré del todo por un pensamiento que se repetía en mi mente.
Mamá había mencionado que debía formalizar debidamente mi noviazgo, pero la forma en que se me ocurrió hacerlo no me pareció romántico, y no es que le diese prioridad al romance, sino que deseaba de corazón que fuese algo especial para Alexa.
Fue tal la presión que sentí cuando inició el receso que ni siquiera le presté atención a mi desayuno, pues me levanté rápido de mi asiento, dejando todas mis cosas y tanteando mi bolsillo para asegurarme de llevar el dinero que mamá me dio.
Sin embargo, con la idea que tenía en mente, sabía que eso no me iba a alcanzar, por lo que, en última instancia, recurrí a una persona que no visité en mi jornada laboral por la mañana.
El restaurante del señor Segovia estaba a una cuadra del colegio, y por mucho que me avergonzó el hecho de recurrir a él para pedirle dinero prestado, alegando que limpiaría gratis durante el tiempo que él considerase correcto, me atreví porque no quería tener las manos vacías a la hora de declarar mi amor a Alexa.
—Es realmente extraño que me estés pidiendo dinero, Manuel —comentó el señor Segovia cuando le pedí el préstamo.
—Es un asunto urgente, señor… Bueno, no tanto, pero es muy importante para mí —contesté.
—¿Puedo saber qué es? —preguntó con notable curiosidad.
Por unos segundos, mantuve silencio por la vergüenza que sentí, pero si quería conseguir el dinero, no debía ocultar lo que sentía. Después de todo, expresar amor por una chica de tal manera no es un pecado.
—La verdad es que quiero comprarle un regalo hoy a la chica que me gusta, y le pediré que sea mi novia —revelé, avergonzado.
—¿¡Qué!? —exclamó el señor Segovia—. ¡Oye, cariño! ¡Ven!
Emocionado, el señor Segovia llamó a su esposa, que frunció el ceño cuando me vio, aunque de igual manera me saludó con educación.
—¿Qué pasa? —preguntó la señora Segovia.
—Manuel le pedirá noviazgo a la chica que le gusta, ¿qué te parece? —reveló.
La señora Segovia no se emocionó, aunque tampoco lo esperaba, pero mostró un dejo de asombro al escuchar las palabras de su esposo.
—¿Y qué se supone que haces aquí? —me preguntó la señora Segovia.
Una vez más, sentí vergüenza por la razón de mi presencia en el restaurante, aunque de todos modos no me contuve a la hora de expresar lo que sentía.
—Vine a pedirle dinero prestado al señor Segovia para comprarle un regalo a la chica que me gusta —respondí, bastante avergonzado.
—Ya veo, buena suerte —dijo con seriedad—. Tengo una amiga que es propietaria de una floristería. Ve allá de mi parte y no pidas dinero prestado.
—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.
La señora Segovia me pidió que esperase unos minutos tras subir al apartamento ubicado sobre el restaurante, aunque regresó rápido con una tarjeta.
—Toma, es la dirección de la floristería, dile a la señora Graciela que vas de mi parte —dijo.
Me asombró que la señora Segovia tuviese tal consideración, pero tal fue mi emoción que le agradecí en repetidas ocasiones por ello.
Así que, tras despedirme de los Segovia, salí del restaurante y tomé un taxi que, en menos de cinco minutos, me llevó hasta la floristería.
La floristería no estaba tan lejos.
De hecho, le pedí al taxista que me llevase de regreso al colegio.
Cuando entré a la floristería, una chica joven fue la que me atendió, aunque de inmediato pregunté por la señora Graciela, quien repentinamente apareció detrás de mí como un fantasma; me sobresalté por el susto.
—Hola, soy Graciela… ¿Eres Manuel? —me preguntó con ternura.
—Sí, mucho gusto. Vengo de parte de la señora Segovia —respondí con el corazón acelerado.
—Ya veo, entonces, sígueme —indicó.
Seguí a la señora Graciela hacia un área en la que predominaba el color rojo entre tantas hermosas flores; se sintió extraño estar en un lugar con tantos aromas.
—Sé cuáles son tus intenciones, así que esto es lo que te recomiendo —dijo, al entregarme un ramo de flores que no supe identificar.
—¿Estos qué son? —pregunté.
—Tulipanes rojos. ¿Sabes lo que significan? —inquirió.
Hice un gesto de negación, aunque no mostré interés en saberlo, pues quería regresar antes de que acabase el receso.
—Escogí estos tulipanes rojos porque con ellos expresarás y declararás tu amor —comentó.
No pude evitar avergonzarme ante tales palabras, y aunque me hubiese gustado escuchar más al respecto, me despedí con la excusa de volver temprano al colegio, razón por la cual la señora Graciela asintió esbozando una sonrisa gentil.
Creí que podría llegar a tiempo, pero a causa del tráfico, llegué diez minutos tarde; la segunda clase había comenzado.
No me preocupaba saltarme las clases de Biología, aunque me preocupó la inasistencia.
Entonces, tan pronto llegué al colegio, me dirigí a mi salón de clases.
Pero, en vez de entrar al salón y llamar la atención innecesariamente, ubiqué a Alexa con la esperanza de que voltease en mi dirección.
La mayoría de mis compañeros estaban concentrados, pero por suerte, la chica que estaba detrás de Alexa me miró con un dejo de asombro.
Le hice un gesto para que mantuviese silencio, por lo que ella esbozó una sonrisa en complicidad y comprendió que, a quien buscaba, era a Alexa.
Como no quería llamar la atención de nadie, caminé hasta el final del pasillo con la esperanza de que esa compañera de clases le dijese a Alexa que la buscaba, quien por suerte apareció al cabo de unos segundos.
—¿Eh? ¿Manuel? Tuve que decirle a la profesora que iría al baño. ¿Y ese ramo de tulipanes? —preguntó, con una combinación de extrañeza, emoción y confusión.
Me asombró que identificase la clase de flores que eran, aunque no perdí mi tiempo en ello y fui directo al punto que me importaba.
—Alexa, soy consciente de que hemos declarado que nos gustamos e incluso compartimos un primer beso, pero aún no te he pedido debidamente que seas mi novia —declaré.
—¿Cómo? Pero si ya asumía que lo éramos —dijo confundida.
—Aun así —le entregué el ramo de flores al acercármele—, Alexa… ¿Quieres ser mi novia?
Alexa no respondió al instante, tan solo esbozó una hermosa sonrisa que me cautivó y acortó más nuestra distancia para darme una suave caricia en mi mejilla, donde todavía había rastro del golpe que Adolfo me dio.
Entonces, cuando pensé que aceptaría con palabras, acercó su rostro al mío, permitiéndome oler su delicioso perfume y dejándome experimentar nuestro segundo beso.
—Claro que quiero ser tu novia, gracias por los tulipanes —musitó con un dejo de emoción.
Yo me quedé paralizado por su acción; jamás imaginé que tomaría la iniciativa para responderme de tal manera.
Incluso giró hacia mí y, esbozando esa hermosa sonrisa, me pidió que regresase con ella al salón; mi corazón latía más rápido que nunca y sentí un repentino calor en mis mejillas.
Hubo un tiempo en que ese tipo de cosas me parecían absurdas, sobre todo en los libros de romance que leí por recomendación de mamá, a quien le debía agradecer por la enorme felicidad que estaba sintiendo en ese momento.
Supongo que siempre hay tiempo para cambiar de opinión y aceptar que, sentir amor es uno de los más grandes privilegios de la vida.