◊ Manuel Alonso ◊
Me levanté a las cinco de la mañana a pesar de ser sábado; no pude evitar la emoción.
Había acordado encontrarme con Alexa a las diez con treinta de la mañana en el parque central de Pereira, que era un lugar agradable en que las familias solían pasar los fines de semana para relajarse.
Lo primero que hice después de levantarme fue ducharme con agua fría para despertarme de lleno, pues necesitaba mis máximas energías para dar mi mejor esfuerzo en mi primera cita.
Además, quería presumir mis habilidades culinarias preparando nuestra comida y algunas galletas con chispas de chocolate para el postre.
Una vez que estuve en la cocina, me centré en preparar la mezcla para las galletas, en la que me vi obligado a depender de una barra de chocolate que mamá me había comprado el día anterior.
Tan pronto terminé, llevé la mezcla al refrigerador y me centré en la preparación del almuerzo.
Lo que se me vino a la mente fue preparar sándwiches de jamón y queso, tiras de pollo frito, arroz y puré de papas, así que puse manos a la obra en ello.
Dos horas después, a las siete con diez de la mañana, mamá salió de su habitación soñolienta y sin ánimos de preparar el desayuno. Así que le dije que no se preocupase y se relajase en el sofá de la sala de estar.
«Me alegra que ahora pueda descansar los fines de semana», pensé.
Fue el primer fin de semana en que mamá descansaba después de dejar la universidad, y se le notaba bastante aliviada mientras revisaba su celular como adolescente recién despierta.
—¡Oye, Manuel! —exclamó, como si la sala de estar estuviese lejos.
—¿Por qué gritas? —pregunté extrañado conforme preparaba una mezcla para panqueques.
—Estoy practicando para cuando tengamos una casa grande —respondió conforme se estiraba.
—¿De verdad aspiras a mudarte? —inquirí.
—Claro, si tenemos la oportunidad, me gustaría vivir en una mejor zona. No me agradan esos muchachos que viven metiéndose en problemas por aquí y que podrían ser una mala influencia para ti. En lo que va de año, la policía los ha arrestado como tres veces por delitos menores —alegó.
—Entiendo —musité.
Minutos después, tan pronto terminé de preparar el desayuno, mamá y yo nos sentamos en el comedor para degustar nuestros panqueques.
A ella se le seguía notando la flojera en su semblante, aunque a la vez, una notable relajación que jamás había visto.
Usualmente, a esa hora, conforme desayunábamos, mamá estaba yéndose a la universidad, donde pasaba gran parte del día.
Cuando llegaba por las noches, notablemente agotada, apenas me saludaba y comía su cena.
—Se siente bien tener días libres —dijo con un dejo de alegría.
—Me alegra que los tengas, y espero que a partir de ahora podamos disfrutar tiempo juntos —contesté.
—¡Sí! Hace mucho que no damos un paseo —comentó.
—Deberíamos ir al que está en el puerto de Pereira… Según escuché de un compañero de clases, dice que la vista hacia el océano es hermosa y relajante —dije.
—Sí, me han dicho lo mismo en el trabajo —contestó con amabilidad.
Desde que llegamos a Pereira, apenas habíamos disfrutado tiempo como madre e hijo.
Por eso, más allá de querer pasar tiempo con mamá y conocer nuevos lugares, quería que ella disfrutase su vida como no lo hizo en años, desde que se casó con papá y se dedicó de lleno a ser una esposa atenta y amorosa.
—¿Te parece si vamos mañana al puerto? —preguntó de repente.
—Bueno, no tengo mucha tarea, y la puedo terminar cuando llegue hoy de mi cita, así que sería genial —respondí con un dejo de emoción.
—¡Bien! —exclamó, empuñando una mano con determinación.
Tan pronto terminamos de desayunar, mamá se ofreció a limpiar lo que ensuciamos mientras que yo me dediqué a servir la comida que preparé para mi cita en loncheras.
Todo se veía delicioso, y por dentro, anhelaba ver las expresiones de Alexa tras probar mi comida.
Entonces, dado que apenas eran las ocho de la mañana, de improviso decidí preparar un brownie con nueces; esto mientras se horneaba la primera tanda de galletas.
Mamá había regresado al sofá de la sala de estar para seguir holgazaneando. Fue raro verla así, aunque me alegró que disfrutase su merecido descanso.
Entonces, se hicieron las nueve con veinte de la mañana; ya había hecho todo lo que me propuse hacer y solo me quedaba ir a ducharme y alistarme.
Mamá se encargó de limpiar las cosas que ensucié de último momento, por lo cual le agradecí con un dejo de vergüenza, pues eran pocas las veces en que no limpiaba lo que ensuciaba.
Minutos después, al salir de mi habitación, listo para ir a mi cita con Alexa, fui a la sala de estar para echarme un vistazo en el espejo.
En esa ocasión, opté por un atuendo que mamá consideró juvenil, a la moda y cómodo para una cita en el parque.
Era la primera vez que me preparaba para una cita.
Por eso no pude evitar sucumbir por instantes ante el nerviosismo, aunque me calmé cuando mamá se me acercó y masajeó mis hombros a modo de motivación.
—Tranquilo, hijo… Te ves muy apuesto y encantador. Te aseguro que tu novia se emocionará cuando te vea —dijo a modo de apoyo.
—¿Qué hago para mantener la calma? —pregunté.
—Lo más que puedes hacer es soportar los nervios… Es normal que te sientas así, es tu primera cita. Pero te aconsejo que seas tú mismo y uses los nervios a tu favor. No te esmeres en impresionarla. Lo importante es que ambos la pasen bien y se diviertan —respondió.
Después de sus palabras de apoyo, mamá siguió en sus labores de limpieza mientras que yo me encargué de empacar todo lo que preparé.
Mi morral fue suficiente para llevarlo todo con comodidad y sin el riesgo de que estropeasen las presentaciones en cada lonchera, lo cual me tranquilizó y me ayudó a seguir manteniendo la calma.
En cuanto a la manta para picnic y las bebidas, Alexa dijo que se encargaría de ello, pues alegó que debía aportar en algo que nos permitiese mantener un trato equitativo.
Finalmente, antes de despedirme de mamá, regresé a mi habitación para echarme un poco de perfume, el que ella me compró para ocasiones especiales.
Así que, considerando que estaba listo para irme, salí para despedirme de mamá, aunque haciendo un gesto de negación, me pidió que fuese a su habitación para peinar mi cabello.
—Pensé que te acordarías de peinar tu cabello —dijo, a la vez que fruncía el ceño.
—Lo siento, estoy nervioso —respondí a modo de excusa.
Peinar mi cabello no era algo que acostumbraba hacer, y hasta cierto punto me resultaba un fastidio. Sin embargo, una de mis motivaciones para la cita era impresionar a Alexa y lograr que se ruborizase al verme.
A pesar del poco tiempo que teníamos conociéndonos y manteniendo una relación romántica, esa chica empezaba a representar una parte importante de mi vida.
Por ende, ansiaba enamorarla todos los días a partir de entonces.
—¡Listo, tu nivel de encanto es más de ocho mil! —exclamó mamá con una pésima imitación de Vegeta.
No pude evitar reír con sus palabras, y creo que logró lo que se propuso; ayudarme a mantener la calma.
Minutos después, a pesar de que me despedí de ella, mamá me acompañó hasta la salida del edificio, donde aprovechó que pasamos por el bien cuidado jardín en las áreas verdes para tomarme varias fotos mientras resaltaba lo guapo que me veía.
Obviamente, no pude evitar avergonzarme, pero verla tan animada y relajada fue un enorme motivo de alegría que me llevó a complacerla.
Mamá me deseó que la pasase genial y me divirtiese, pero que además priorizase la felicidad de Alexa, a quien me pidió respetar y tratar correctamente.
Yo apenas asentía conforme caminábamos hacia la parada, a la que llegamos en cuestión de minutos y donde ella no dejaba de observar mi apariencia.
Eran las diez de la mañana, y debido a que el parque central de Pereira estaba un poco lejos, tomé la decisión de irme en taxi.
Mamá quiso darme dinero para ello y mi cita, pero por primera vez en mucho tiempo, dependí de los ahorros que tenía gracias a mis trabajos.
No llevaba mucho dinero de igual manera, apenas lo que creí necesario para casos de emergencia, pues con todo lo que preparé, y considerando que Alexa se encargaría de las bebidas, intuí que no nos antojaríamos de nada de lo que ofrecían los vendedores ambulantes.
Entonces, detuve un taxi y me despedí de mamá indicando que regresaría antes de las cinco de la tarde, a lo cual ella respondió deseándome un bonito día.
♦♦♦
Llegué al parque central de Pereira a las diez con quince minutos, a buen tiempo para esperar a Alexa, o eso pensé que haría, pues al dirigirme a la entrada después de pagarle al taxista, me encontré con aquella hermosa chica que me dejó asombrado.
Alexa estaba sentada en una banca con una postura elegante, mostrando una expresión seria mientras miraba en varias direcciones, evidentemente buscándome.
También, debido a su gran belleza y encanto, llamó la atención de varios chicos que iban de pasada, razón por la cual decidí acelerar mi paso para evitar que le hablasen.
«Es hermosa», pensé conforme me le acercaba.
Alexa llevaba un hermoso vestido veraniego azul, combinado con un lindo sombrero que la hizo lucir encantadora.
Por instantes creí que estaba soñando, además de que era la primera vez que la veía con ese tipo de prendas.
Había un encanto jovial y a la vez maduro en su apariencia, tal vez por el maquillaje que se aplicó, lo cual me hizo caer rendido a sus pies desde el primer momento que la vi; incluso pensé que esa chica era demasiado hermosa para ser mi novia.
Entonces, tan pronto me vio, su expresión seria cambió a una llena de alegría que me hizo más feliz de lo que esperaba estar ese día.
De hecho, se levantó y se acercó a mí mientras esbozaba una sonrisa encantadora.
—Buenos días, Manuel, no pensé que llegarías temprano —dijo al saludarme.
«¡Dios! No puedo con tanto», pensé alarmado, nervioso y cada vez más enamorado de ella.
—Buen día, Alexa… Me da gusto que nos hayamos encontrado más temprano de lo acordado —respondí.
«Así podré pasar más tiempo contigo para admirar tu encanto y belleza», pensé cautivado.
—Es un bonito día para tener una cita, ¿verdad? —preguntó emocionada.
—Sí, es un día espectacular —respondí con un dejo de nerviosismo.
—Suena lindo cuando dices eso… Y me alegra que así sea mi primera cita —alegó.
—Para mí es una dicha tener mi primera cita contigo… Hoy estás muy hermosa, Alexa. Por unos segundos cuando te vi, me dejaste sin palabras —contesté con fingida seguridad, pues por dentro estaba avergonzado.
Alexa se ruborizó ante mi halago y se ensimismó por unos segundos, pero de pronto, tomó la iniciativa al tomarme de la mano y entrelazar nuestros dedos, a la vez que me sugería buscar un lugar en el cual pudiésemos disfrutar de nuestra cita.
Fue así como nos establecimos debajo de un árbol grande cuya sombra nos permitió relajarnos más de lo que esperábamos, por lo que le pedí la manta para tenderla sobre el suave césped y preparamos nuestro picnic conforme conversábamos a gusto.
Alexa comentó que estuvo nerviosa desde que despertó, cosa que notaron sus padres y de lo cual se aprovecharon para bromear con ella.
Me alegró que les hablase de mí, y aunque sentía un poco de temor, ansiaba presentarme debidamente con ellos.
Prácticamente, nuestra primera conversación fluyó gracias a que hablamos de nuestras familias.
Alexa alegó con orgullo que sus padres tenían excelentes trabajos, así como yo revelé sin vergüenza que mamá y yo enfrentábamos una gran deuda, y que papá nos había abandonado.
Sé que mi tema estuvo un poco deprimente, pero traté de hacerle entender a Alexa que tanto a mamá como a mí no nos afectaba tal situación, pues gracias a la intervención de los Páez, estábamos a punto de salir de los problemas.
—Ah, es cierto, Corina nos comentó de la reunión que tuvieron sus padres con ustedes —comentó Alexa.
—Sí, fue una cena de agradecimiento por haber salvado a Corina, aunque nos sorprendió la propuesta del señor Páez —dije.
—La familia de Cori se ha caracterizado por ayudar a quienes más lo necesitan, es por eso que siempre les va bien en sus proyectos —alegó.
—Sí, me agrada esa familia, aunque al principio no me agradó la idea de aceptar tan repentina ayuda —comenté.
—Es normal —respondió—. Por cierto, Cori no dejó de hablar de lo hermosa que es tu mamá. Alegó que es mucho más bella que cualquier modelo de las que están de moda hoy en día. Dijo que cuando la vio llegar al restaurante se quedó sin palabras y la confundió con tu hermana mayor.
—Bueno, cuando conociste a mamá en el parque de diversiones, no se alistó como para esa cena. Así que la versión que viste de ella dista mucho de la que vio Corina —dije con un dejo de vergüenza, aunque también orgulloso.
—Y aun así, cuando la conocí, noté que es realmente hermosa —dijo.
—Bueno, es cierto que mamá es hermosa, aunque más que eso, también es una traga años —alegué.
Alexa dejó escapar una tierna risa tras oír mi comentario; no pude evitar cautivarme.
—Sí, tu mamá luce bastante joven para la edad que tiene —contestó.
No pude evitar sonreír al notar que mi idea de hacerla feliz se estaba dando de manera natural, aunque, debido a que su tierna risa me encantó y cautivó, se me vino a la mente llevar a cabo una acción un tanto temeraria.
Así que, como si demostrase mi intención de acercármele y abrazarla, al notar su disposición, me tomé el atrevimiento de hacerle cosquillas en la parte baja de sus costillas; la risa que dejó escapar fue música para mis oídos.
—No imaginé que fueses tan sensible en ese lugar —dije con voz socarrona.
—Tonto —musitó conforme se alejaba un poco de mí.
—Te ves encantadora cuando ríes así —dije con amabilidad.
Alexa me miró fijamente a los ojos y frunció el ceño, aunque no estaba realmente molesta.
Entonces, con repentina determinación, se me acercó para recostarse sobre mi hombro y decir que le encantaría disfrutar más momentos felices conmigo.
Eso me hizo apreciarla más de lo que la apreciaba, y me sentí bastante afortunado por empezar a compartir una relación con una chica tan dulce, amable y simpática como ella.
Por eso, tomando la iniciativa, acaricié su mejilla con delicadeza, con lo cual ella se sintió relajada al punto de cerrar sus ojos; intuyó lo que pretendí en ese momento.
Fue un beso simple el que di, como el que acostumbrábamos a darnos, ya que no teníamos idea de cómo cruzar cierto límite al momento de besar, pero eso nos bastó para sentirnos dichosos y llenos de una felicidad que quisimos experimentar por siempre.
♦♦♦
La cita continuó con conversaciones casuales hasta que llegó la hora de comer.
Estaba un poco ansioso por saber la opinión de Alexa respecto a mi comida, aun cuando lo que preparé fueron recetas sencillas.
Ella sacó de su bolso una botella transparente con jugo de guayaba y un recipiente con el que conservó hielo.
También sacó una botella de plástico con agua mineral e incluso dos loncheras que me tomaron por sorpresa.
Alexa esbozó una bella sonrisa cuando notó mi asombro y, con amabilidad, explicó que ansiaba que probase su comida.
Me dio gusto que tuviese la misma intención que yo, por eso me llené de expectativas ante su comida.
—Bien, mi menú es simple. Preparé sándwiches de jamón y queso, tiritas de pollo frito, arroz y puré de papas. Así que ten la libertad de comer lo que gustes —dije, conforme sacaba las loncheras de mi morral.
—Se escucha delicioso —respondió emocionada—. Yo preparé tiras de carne salteadas con jengibre y vegetales encurtidos.
—¿Vegetales encurtidos? ¡Me encantan! —exclamé emocionado.
—Me alegra saberlo. Ten, sírvete, por favor —respondió Alexa, igual de emocionada.
Alexa me entregó un plato desechable y el recipiente con vegetales encurtidos, los cuales serví junto con el arroz que preparé.
Sólo esa pequeña combinación me hizo disfrutar bastante del almuerzo, aunque también comí un poco de carne salteada, pollo y puré.
—¡Está delicioso! —exclamé, conforme sentía el picor del jengibre combinado con la variedad de sabores que absorbió la carne durante su cocción.
Alexa asintió emocionada mientras daba un mordisco a uno de los sándwiches que preparé, justo antes de probar el pollo y el puré.
—¡Vaya! Manuel, esto está riquísimo. El pollo tiene un gusto sin igual y el puré es increíble. ¿Le agregaste cilantro? —preguntó.
—Así es, un poco de cilantro para resaltar el sabor del puré —afirmé con un dejo de orgullo.
Todo estuvo perfecto, comimos hasta quedar satisfechos e intercambiamos las sobras, pues ansiaba que mamá probase los vegetales y la carne salteada que Alexa preparó.
Entonces, gracias a que estábamos bajo la sombra de un árbol grande, nos vino de maravillas recostarnos un rato conforme seguíamos hablando de los temas que surgían.
La estábamos pasando bastante bien y me alegró que nada estropease tan inolvidable momento.
Al cabo de treinta minutos, Alexa me pidió algo de tiempo para ir al baño.
Yo le dije que me quedaría a esperarla conforme me relajaba mirando al cielo.
Por unos minutos, pensé en lo bien que la estaba pasando y lo mucho que me encantaría repetir una cita parecida, pero me distraje con la presencia de Alexa, que no tardó tanto como yo pensaba.
—¡Listo! —dijo con simpatía.
—Bien, en ese caso, iré yo al baño —respondí.
Tomé mi bolso porque en este llevaba mi cepillo dental y dentífrico; quería enjuagar y limpiar mi boca para repetir algo que ansiaba volver a hacer tan pronto se me presentase la oportunidad.
Los besos de Alexa, si bien eran simples y en cierto modo tiernos, me gustaron al punto de querer experimentarlos la mayor cantidad de veces posible.
Sentir la suavidad de sus labios y el sabor de su labial era simplemente una maravilla.
Minutos después de lavar mi boca y asegurarme de tener un aliento refrescante, regresé al lugar en el que llevábamos a cabo nuestra cita, pero para mi asombro y molestia, un chico estaba de pie frente a Alexa, a quien se le notaba bastante incómoda.
Caminé lo más rápido que pude hacia ellos, sin llamar mucho la atención para no generar malos entendidos en caso de adelantarme a los acontecimientos, aunque de igual manera, lo que estaba sucediendo era lo que intuí bajo los efectos de mis celos.
—Pero, ven conmigo… Te llevaré a un mejor lugar —le dijo el chico, quien aparentaba ser unos años mayor que nosotros.
—Ya te dije que tengo novio… Ah, Manuel, qué bueno que llegas —dijo Alexa con notable alivio.
—¿Se te ofrece algo? —le pregunté al chico con recelo.
—¿Este es tu novio? —le preguntó él a Alexa con aires de desprecio hacia mi persona.
—Sí, ¿algún problema? —replicó ella con notable molestia.
—Pues, pensé que tenías mejores gustos… Deberías fijarte en alguien como yo —respondió él; se notaba que era seguro de sí mismo.
—Ya está bueno de idioteces —intervine con fingida calma—. Oye, no sé si sufres de falta de atención en casa, o simplemente tienes el ego por las nubes, pero por favor, déjanos disfrutar de nuestra cita.
—¿Qué dijiste? —replicó él, con intenciones de intimidarme.
—¡Que nos dejes en paz! —exclamé con imponente voz, y mirándolo fijamente a los ojos.
El chico creyó que hacerme frente con su sonrisa burlona me intimidaría, pero cuando se dio cuenta de que no transmitía buenas intenciones con mi mirada, se alejó de nosotros refunfuñando.
—Lo siento, Alexa, no pretendía asustarte…
De pronto, Alexa se levantó y me dio un fuerte abrazo que nos hizo caer sobre la manta; me sentí aliviado por la suavidad del suelo y el césped bajo la misma.
—¡Oye! ¿Qué sucede? —pregunté, a la vez que reía por nuestra caída.
—Me gustó la forma en que me protegiste —respondió.
—Siempre te protegeré, así como también espero que me protejas —dije.
—Lo haré, claro que lo haré… Pero lo que quiero decir es que te viste genial —alegó.
—Pues, si eso hará que te enamores de mí, trataré de ser genial siempre —respondí.
Alexa se había recostado sobre mi pecho tras nuestra tonta caída, pero cuando di mi respuesta, fijó su mirada en la mía.
Sus ojos tenían un particular brillo que los hacía más hermosos de lo normal, por lo que me sentí como en un trance conforme la seguía mirando.
Entonces, acercando su rostro hacia el mío con lentitud, Alexa logró tomar la iniciativa de besarme con un repentino atrevimiento que no esperaba experimentar en tan poco tiempo.
Mi corazón se aceleró de repente y con tanta fuerza que creí que eso la asustaría.
—Qué rápido late tu corazón —dijo tras poner su mano sobre mi pecho.
—Fue inesperado lo que hiciste —respondí.
—Lo siento, me agradó la sensación de frescura en tu boca —alegó.
Ella también presumía de una agradable frescura en su boca.
—A mí me agradó lo que hiciste —dije con un dejo de vergüenza.
De nuevo, Alexa volvió a besarme sin mostrarse cohibida y dejándome sentir una vez más ese contacto leve entre nuestras lenguas.
Fue un beso algo apasionado de cinco segundos que se sintió eterno, aunque me alarmó la forma en que se ruborizó y empezó a respirar de manera entrecortada.
—¿Te sientes bien? —pregunté, comprendiendo la razón de su estado.
—Sí, es solo que es demasiado para mí, pensé que podría soportarlo —respondió, avergonzada.
—Te entiendo, por eso no te presiones a hacerlo de nuevo. Seguimos siendo jóvenes para caer en ese tipo de tentaciones. Además, aunque no hay nadie cerca, estamos en una zona pública, así que es mejor evitar problemas —alegué con nerviosismo y una ola de calor recorriendo mi cuerpo.
—Sí, tienes razón —musitó ella.
A fin de cuentas, nos acomodamos para mantener una distancia prudente e intentamos distraernos con una conversación casual, aunque no nos pudimos engañar, pues tanto ella como yo quisimos experimentar esa adictiva sensación de adrenalina y excitación.
Alexa y yo sabíamos lo que estábamos experimentando.
Ya nos habíamos informado de esos temas en Biología y Educación Sexual, por lo que éramos bastante conscientes de los límites que no debíamos cruzar de manera irresponsable.
Además, apenas llevábamos unos días saliendo, por lo que nos pareció descabellado cruzar ese límite de manera precipitada.
—Supongo que debemos acordar tener citas en lugares públicos y concurridos —comentó.
—O en presencia de nuestros padres… ¡Dios! Qué vergüenza, no pensé que me sentiría así con un simple beso —dije.
—Ni yo, esto es nuevo y peligrosamente agradable —alegó, a la vez que esbozaba una sonrisa traviesa.
De pronto dejé escapar una risa por ese comentario, pues no esperé que fuese ella quien lo dijese.
—¿Dije algo gracioso? —preguntó Alexa, con un semblante relajado.
—Me causó gracia esa afirmación… Peligrosamente agradable —respondí.
Para cambiar el tema de conversación, con el que pretendíamos parecer responsables, ya que lo que nuestros cuerpos pedían era otra cosa, le ofrecí a Alexa algunas galletas con chispas de chocolate y un poco de brownie con nueces.
Merendar nos vino de maravillas en muchos aspectos, tanto para saciar el antojo como para conversar respecto a las recetas.
Gracias a eso, el resto de la cita culminó con un intercambio de recetas y un encuentro en alguna de nuestras casas para preparar juntos un platillo que nos llamase la atención.