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Chapter 29 - Capítulo 26: Visitante inesperado

◊ Manuel Alonso ◊

 

 

Tal como habíamos acordado, mamá y yo salimos de nuestro departamento a las ocho con treinta de la mañana para disfrutar todo un día de distracción, relajación y compras.

Salir así con mamá fue un tanto extraño al principio, y por instantes me dejé llevar por el remordimiento de conciencia. Pero, gracias a su alegría y su optimismo respecto al pago de la deuda con los Cadenas rojas, pude tranquilizarme.

Habíamos salido de improviso y sin un plan en mente, aunque considerando dejar lo mejor para el final, que era disfrutar del atardecer en el Puerto de Pereira.

Por eso, tras llegar a la parada, mamá detuvo un taxi y le pidió al chofer que nos llevase al Gran Centro Comercial de Pereira, uno de los mejores en todo el estado.

Al principio, no sabía qué hacer una vez que llegásemos al centro comercial, pero ya que contaba con todos mis ahorros, acepté que podía darme algunos lujos sin preocuparme de gastarlo todo.

Por su parte, mamá no se preocupó al disponer del fondo de emergencia que tenía para cubrir la cuota mensual de la deuda, esto gracias al acuerdo con el señor Páez y la transferencia de sesenta y cinco mil macros que obtuvo tras el juicio contra los familiares del quinteto de idiotas.

Entonces, una vez que estuvimos en el centro comercial, lo primero que hicimos fue visitar una librería con temática de Harry Potter, pues se estaba promocionando una edición especial de la saga.

Fue un tanto tentadora la oferta, pero como ya tenía mi propia colección, creí que era un gasto innecesario, así que me dirigí a la sección de clásicos.

Mamá, en cambio, se dirigió a la sección de novelas y libros románticos, así que permanecimos separados hasta que llegó la hora de pagar.

Yo escogí una edición especial de Rebelión en la granja y una versión en tapa dura de Frankenstein. Mientras que mamá escogió Jane Eyre y Sigo siendo yo.

Ella se ofreció a pagar mis libros, pero le pedí que no se preocupase, pues a fin de cuentas, correría con los gastos de la comida y algunos conjuntos de ropa que me quiso comprar.

—¿A dónde vamos ahora? —pregunté al salir de la librería.

—Vayamos a alquilar unos casilleros —respondió emocionada.

—¿Casilleros? —pregunté confundido.

—Sí, así tendremos las manos libres para disfrutar mejor el día —respondió.

Era una buena idea, y aprovechando que el centro comercial ofrecía este servicio, alquilamos dos casilleros espaciosos en los que dejamos nuestros libros.

Nuestra segunda parada fue una tienda de ropa juvenil en la que se seguían las nuevas tendencias de moda.

En lo personal, no me sentí cómodo, aunque a mamá sí le llamaron la atención algunos conjuntos que no dudó en probarse y comprar.

Mamá parecía una adolescente conforme seguíamos visitando otras tiendas, y a donde quiera que íbamos, llamaba la atención; sobre todo por su belleza.

Es así como, por pura coincidencia, nos encontramos con una persona a quien no esperaba ver, pero cuya presencia me alegró mucho más el día.

Alexa iba en compañía de sus padres, y se notaba que estaban disfrutando de una agradable mañana en familia.

Yo no quise interrumpir ese momento, así que traté de mantenerme expectante mientras los adultos intercambiaban saludos.

—Ya intuía que había algo entre ellos, desde que los vi en el parque tomados de la mano —le dijo la señora Márquez a mamá.

Alexa no pudo decir nada al respecto; su rostro estaba rojo de la vergüenza.

—Bueno, a mí en lo personal me impresionó que Manuel tuviese la osadía de proteger tan fervientemente a Alexa, ya que usualmente es reservado y huye al contacto físico de la gente —contestó mamá con voz socarrona.

Me hubiese gustado replicar, pero no me salieron las palabras a causa de la vergüenza; además, tenía razón.

—Yo la verdad es que no supe cómo reaccionar cuando Alexa me dijo que tenía novio, pero considerando que ha sido honesta con nosotros desde el principio, le hemos permitido que experimente su primer amor —alegó el señor Márquez.

—Primer y único amor —repliqué de inmediato y con determinación.

Las tres mujeres se ruborizaron al escuchar mis palabras, mientras que el señor Márquez me miró fijamente a los ojos, como si tratase de intimidarme.

—Espero que así sea —se limitó a decir.

—Bueno, no se hagan los orgullosos frente a estas bellas damiselas —dijo la señora Márquez con voz socarrona al interrumpirnos, disipando de lleno la tensión entre nosotros.

—Manuel, discúlpate con el señor Márquez —ordenó mamá, esbozando una sonrisa y con un tono de voz severo que me asustó.

Si hay alguien a quien le temo, es a mamá cuando está molesta, así que hice caso de inmediato.

—Me disculpo por ser un igualado, señor Márquez, pero quiero que sepa que realmente estoy enamorado de su hija —dije.

El señor Márquez asintió conforme, mientras que su esposa se emocionó y Alexa siguió siendo presa de la vergüenza.

—Bueno, aprovechando la situación, ¿qué les parece si almorzamos juntos? —sugirió el señor Márquez.

—Me parece una excelente idea, aunque antes nos gustaría llevar las compras al casillero —respondió mamá.

—Claro, está bien, no hay apuros… ¿Les parece si nos encontramos en el KFC de la zona norte-3? —preguntó la señora Márquez.

—Perfecto, hace mucho que queremos comer pollo frito ahí —respondió mamá, emocionada.

Antes de retirarnos, Alexa cruzó miradas conmigo y esbozó una bella sonrisa que me cautivó; supe que estaba igual de emocionada que yo por la idea de almorzar juntos.

Además, me agradó que nuestros padres se empezasen a llevar bien, aunque no pude dar una buena impresión a mi suegro.

Entonces, mamá y yo nos dirigimos hacia los casilleros para dejar nuestras compras y luego dirigirnos al KFC de la zona norte-3 del centro comercial.

—Hijo, entiendo que te guste Alexa, pero actuar de manera impulsiva no estuvo bien… Quedaste como un igualado ante el señor Márquez —comentó mamá.

—Lo siento, mamá. Me dejé llevar y cometí un error —dije, arrepentido.

—Está bien, lo importante es que ya reflexionaste. Además, dicen que el amor nos hace tontos, así que ni siquiera mi hijo se puede salvar de eso —dijo con voz socarrona.

—No te burles de mí —respondí avergonzado.

—No me burlo, solo oculto lo orgullosa que estoy de ti… Pero no vuelvas a comportarte así frente a tus mayores —dijo a modo de consejo.

—Está bien —musité.

—Eres un buen muchacho, Manuel, y ser tu madre es un privilegio que agradezco todos los días. Sin embargo, que seas bueno no te salva de cometer errores, así que trata de ser prudente, pensar antes de actuar y, sobre todo, considerar las posibles consecuencias de tus acciones a posteriori —continuó mamá.

Escuchar a mamá aconsejándome me hizo sentir afortunado, y realmente estaba muy feliz de compartir tiempo de calidad con ella.

Por desgracia, ese momento que tanto estaba disfrutando se opacó repentinamente con la presencia de una persona inesperada, alguien a quien no esperaba ver el resto de mi vida.

—¡Manuel! Hijo, avíspate —exclamó mamá de repente, pues el shock que me causó ver a esa persona me paralizó.

—¿Qué pasa? —pregunté confundido tras unos segundos de reacción.

Mi cuerpo empezó a temblar de repente, y mi vista se centró en esa persona que, de lo más relajada, disfrutaba de un helado.

—¡No puede ser! —exclamó mamá, tras fijar su vista hacia donde yo miraba perplejo.

—¿Es papá? —pregunté nervioso, y a la vez sintiendo una repentina emoción.

—No sé qué pretende, aunque sabía que nos estaba siguiendo... Creí que era producto de mi imaginación cuando salimos del vecindario, pero sí es él —reveló mamá.

—¿Por qué no me dijiste a tiempo? —inquirí.

—Pensé que era producto de mi imaginación —respondió con el ceño fruncido.

—Nada hacemos escondiéndonos… Llamaré a Alexa y le diré que se nos presentó un inconveniente —dije, mientras trataba de organizar en vano mis pensamientos y la cantidad de emociones que estaba experimentando.

Odio, amor, alegría, rabia, emoción y tristeza.

Todo se apoderaba de mis pensamientos, haciendo que una cadena de bellos y dolorosos recuerdos de papá invadiese mi mente.

A duras penas, tomé mi celular para informarle a Alexa, con mucha vergüenza, que se nos presentó una emergencia; además de que me afligí por no volver a verla.

Por suerte, comprendió mis palabras y dijo que no me preocupase, aunque no hacerlo era imposible en ese momento.

—Bien, vamos —dijo mamá, que me tomó de la mano como si fuese un niño.

—¿A dónde? —pregunté confundido.

—A dar la cara… Es mejor enfrentarlo y ver qué carajos quiere —respondió mamá con notable frustración.

Conforme nos acercábamos a papá, notamos que lucía algo angustiado, eso considerando la forma en que comía su helado e incluso se le congeló el cerebro; bueno, eso dijo que le ocurrió cuando nos detuvimos frente a él.

Papá, como si el hecho de abandonarnos y dejarnos una enorme deuda con la mafia no hubiese ocurrido, nos saludó con amabilidad y simpatía, a la vez que esbozaba una sonrisa que resaltó la jovialidad que seguía presumiendo.

Mamá apretó mi mano con fuerza, mientras que yo me sentí vulnerable.

Por instantes lo odié con todas mis fuerzas, pero frente a mí estaba ese hombre que había sido el mejor papá del mundo antes de abandonarnos; por eso quise abrazarle y decirle lo mucho que lo extrañaba.

No tenía idea de lo mucho que me hacía falta hasta ese momento, y fue así como de repente, su sola presencia bastó para persuadir todo el resentimiento y odio que me impuse sentir hacia él.

 —Qué gusto me da verlos —dijo con simpatía.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mamá con recelo.

—Solo quería ver cómo estaba mi familia —respondió papá, con fingida vergüenza.

—Ya no somos tu familia —replicó mamá.

—Legalmente lo seguimos siendo, querida —alegó papá, cuyo tono de voz era gentil, pero a la vez cortante y burlón.

—Pues estábamos bien hasta que apareciste —respondió mamá.

Yo quise ser como mamá y tener esa fuerza para rechazar todos sus intentos de acercarse, pero en mi vulnerabilidad, lo que anhelaba era un abrazo.

—Te arriesgas demasiado, Cristóbal. Sabes que hay gente que quiere hacerte daño —dijo mamá.

—¿Todavía te preocupas por mí? —preguntó papá, fingiendo emoción.

—Me preocupa que Manuel vea como unos matones le hacen daño a su papá —respondió mamá.

De pronto, papá fijó su vista en mí y esbozó una sonrisa, haciendo que mi corazón se acelerase y una gran alegría brotase desde el fondo de mi ser; él me estaba notando.

—Manuel, perdóname por todo lo que te he hecho, no merezco ser tu padre —dijo con notable arrepentimiento.

Justo iba a responderle y demostrarle que, a pesar de todo, no lo odiaba.

En mi pecho sentía como un vacío, que por años persuadí para no preocupar a mamá, estaba desapareciendo.

Yo estaba realmente feliz de tenerlo frente a mí.

—En efecto, Cristóbal, no mereces ser su padre, pero por desgracia lo eres —intervino mamá, notablemente enojada—. Si ya no tienes nada más que decir, es mejor que nos vayamos y que no te vuelvas a aparecer frente a nosotros... Ya no te necesitamos.

—Oye, Aurora, espera…

Mamá, quien seguía sosteniendo mi mano con fuerza, me guió como a un niño hacia los casilleros para tomar nuestras cosas e irnos a casa; ni siquiera dejó que papá explicase la razón por la cual estaba en Pereira.

Yo estaba tan vulnerable que no tuve la fuerza de oponerme a la decisión de mamá, y tampoco me sentí capaz de reprochar lo que hizo.

En el fondo, a pesar de mi vulnerabilidad emocional, sabía que tenía razón para actuar como lo hizo.

Entonces, una vez que estuvimos en cierto modo a salvo en nuestro departamento, mamá soltó todas las compras y me llevó hasta el sofá de la sala de estar. Se le notaba bastante preocupada cuando me pidió que tomase asiento y esperase unos minutos su regreso.

Pensé que saldría a enfrentar a papá, por la forma en que lo dijo, pero solo se dirigió a la cocina y sirvió agua en un vaso.

—Manuel, bebe un poco de agua, hijo, anda… si te la bebes toda, mejor —indicó con notable preocupación.

Yo bebí el agua en medio de mi confusión; no entendí la razón por la cual estaba actuando de esa manera, incluso empecé a preocuparme.

Entonces, mamá tomó un pañuelo y empezó a limpiar mis lágrimas.

Sí, estaba llorando y no me había dado cuenta de ello.

Tal era mi vulnerabilidad emocional que no me percaté de lo afectado que me dejó la repentina aparición de papá.

Por eso, mamá me abrazó con una calidez propia de alguien que protege a un ser amado.

Me sentí a salvo y tranquilo de repente, aliviado y en paz.

—No te preocupes, hijo, no dejaré que te vuelva a hacer daño. Es un desconsiderado al aparecerse de la nada —dijo mamá, cuya voz empezaba a quebrarse.

—¿Estás bien, mamá? —pregunté.

—Solo importa que tú lo estés —respondió.

—Lo estoy, no te preocupes —musité.

Entonces, mamá se puso de rodillas frente a mí y miró mi rostro conforme seguía limpiando mis lágrimas.

Luego, en un acto de protección, me tomó de las mejillas y frunció el ceño; se le notaba bastante seria y a la vez desesperada.

—Manuel, no te dejes engañar por las palabras de Cristóbal —dijo con seriedad—. No te negaré el derecho de que lo consideres tu papá, pero no debes dejar que te manipule.

Esa seriedad me hizo recordar aquellos días en que decidió dejarlo todo atrás para partir conmigo a un lugar donde nadie nos juzgase y pudiésemos empezar desde cero.

—Cristóbal tiene un don, si es que se le puede llamar así. Su talento es manipular a las personas y aprovechar las situaciones a su favor. Es alguien que ha logrado grandes cosas, y muchas de ellas han sido inmoralmente —alegó mamá, frustrada.

Tan pronto dijo esas palabras, recordé la vez en que manipulé al quinteto de idiotas y me aproveché de una situación que los puso entre la espada y la pared.

Era un comportamiento que había heredado de papá, lo cual me generó asco y repudio hacia mí mismo.

—Mamá, quiero vomitar —musité.

Mamá me llevó rápido al baño y con mucha paciencia esperó a que vomitase en el escusado.

El conflicto emocional pasó a mayores con el hecho de parecerme a papá, algo que traté de negar con todo mi ser.

Entonces, tras persuadir la sensación de repulsión y que mamá me limpiase cual niño pequeño, empecé a llorar desesperadamente mientras me llevaba de regreso a la sala de estar, donde me sentó de nuevo en el sofá para secar el sudor de mi rostro.

—Tienes que ser fuerte, Manuel —musitó mamá, notablemente preocupada y a punto de llorar, algo que no quería que sucediese.

Así que me las arreglé para reencontrarme con la calma con un ejercicio de respiración y luego me centré en ella.

—Mamá, no quiero ser como él —musité.

—No lo eres y nunca lo serás —alegó ella de inmediato, recuperando un poco la calma.

—Pero yo…, yo…, yo también tengo esos defectos. Suelo manipular a la gente y aprovecharme de las situaciones, como pasó con los acosadores de Corina —dije, a la vez que se agitaba mi respiración.

—Calma, hijo, no te desesperes. Esa fue una situación diferente dado nuestro problema. Además de que también fue en pro del bienestar de Corina —replicó.

—Aun así…

—No te mortifiques con eso, Manuel —dijo al interrumpirme.

Mamá me abrazó y dio suaves caricias en mi espalda que me ayudaron a reencontrarme con la calma una vez más.

Me sentó mal que, a causa de mi vulnerabilidad, ella estuviese pasando un pésimo momento.

—Hijo, esto ha sido inesperado y repentino, y no sé qué es lo que pretende Cristóbal, pero debes tener cuidado y no dejarte manipular por él. Todo ese falso arrepentimiento que viste en el centro comercial es parte de su actuación. Así engañó a toda mi familia para ponerla en mi contra —dijo.

—¿Cómo supo de nuestra situación? —pregunté.

—Lo más probable es que haya sido mi mamá —respondió con un dejo de frustración.

Entonces, mamá me contó que, a pesar de habernos mudado a Pereira y dejar todo atrás, la abuela Margaret siempre se comunicaba con ella para saber cómo estaba.

Mamá, cada cierto tiempo le contaba de nuestra situación, y que consiguiésemos el dinero para cancelar la deuda no fue la excepción.

—No debí decirle que finalmente lograremos salir de la deuda —reveló, aun frustrada.

—Yo habría hecho lo mismo que tú —musité, con la intención de hacerla sentir menos culpable.

Mamá demostró alivio ante mis palabras, aunque no por mucho tiempo, pues justo en ese momento recibió una llamada telefónica.

Ambos nos alarmamos al creer que era papá, pero se trataba del señor Páez, quien le pidió a mamá que se presentase en su oficina para una reunión junto al señor Figuera.

Ella respondió de manera afirmativa y luego, al terminar la llamada, se centró de nuevo en mí.

—El miércoles, llamaré a Ringo para que venga a cobrar la cuota correspondiente al mes de abril —dijo mamá.

Yo ladeé la cabeza debido a la confusión, aunque de inmediato me explicó la razón.

—Hijo, si tu papá apareció de repente, es porque sabe que tengo a disposición una buena cantidad de dinero. Él no se arriesgaría tanto si no fuese por eso —alegó.

Me asombró lo calculador que podía llegar a ser papá con tal de saciar su avaricia.

—Así que, después de reunirme con el señor Páez y mi exjefe, iré al banco para sacar el dinero en efectivo. Estoy segura de que, una vez que cancelemos tu deuda, Cristóbal no tendrá motivos para permanecer en Pereira —dijo.

Mamá hizo una pausa y dio una caricia en mi mejilla, donde los rastros del golpe que recibí por parte de Adolfo empezaban a desaparecer.

—Debemos estar preparados para persuadir a Cristóbal, Manuel —dijo con seriedad—. Tienes que ser intuitivo y fuerte. No te dejes engañar en caso de encontrártelo y mucho menos permitas que hable con tus amigos.

—¿Estaría bien comunicarme con ellos y pedirles que no le hablen a ningún hombre que diga ser mi padre? —pregunté.

—Eso estaría perfecto. Llámales y cuéntales la verdad. No debemos ocultar nada si queremos apoyo —respondió.

—A todas estas, mamá, ¿por qué papá querría más dinero? —pregunté.

Mamá dejó escapar un suspiro ante mi pregunta.

—Lamentablemente, Cristóbal es un avaro que se aferra a la riqueza que ha logrado desde que nos casamos. Cuando me enamoré de él, confundí esa avaricia con ambición y determinación, pero ahora las cosas son diferentes, y no dejaré que se salga con la suya —respondió con seriedad.

—Ya veo —musité, sin nada más que decir.

Se aproximaban días complicados, y lo mejor que pude hacer fue contarle todo a Alexa y luego a Corina, a quien le pedí que se comunicase con sus amigas y el resto de la clase.

Necesitaba contar con la mayor cantidad de apoyo posible, pues era evidente que mi padre estaba en Pereira por el dinero que nos prestó el señor Páez.