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Chapter 27 - Capítulo 24: Misael y Gregorio

◊ Corina Páez ◊

 

Durante el resto de la semana, el tema que estuvo en boca de todos fue el arresto de Álvaro y compañía, aunque por suerte, se mantuvo en secreto la razón específica.

Solamente mis amigas, Misael, Manuel y yo sabíamos la realidad tras el escándalo, así que tratamos de ser discretos al respecto y mantener conversaciones casuales.

Con Misael, tuve la confianza de revelarle detalles de lo ocurrido, obviamente mediante nuestro intercambio de cartas.

Anabel y Sofía me cuestionaron por mantener conversaciones así con él, pero en lo personal, disfrutaba mucho nuestro método de comunicación y la confianza que estábamos fortaleciendo a través de ello.

Gracias a las cartas, pude conocer detalles de Misael que me resultaron encantadores, como el hecho de que, al igual que a mí, le encantan los animales.

Cuando le revelé que solía rescatar perros y gatos en situación de calle, alegó sentirse conmovido y dispuesto a apoyarme con la idea de seguir rescatando animales.

También supe que Misael tenía como objetivo principal superar a Manuel y Estela para convertirse en el mejor estudiante del salón.

Que era aficionado de la música indie y practicaba deportes de combate como karate, jiujitsu brasileño y boxeo; resaltó que lo hacía por gusto y no por defensa personal.

Supe que era pésimo en la cocina y algo holgazán para las labores de limpieza. De hecho, me contó en una de sus cartas que su mamá le borró el avance de un videojuego en su computador a modo de castigo por no cumplir con sus responsabilidades hogareñas; eso me causó gracia.

Yo, por mi parte, más allá de revelarle mi situación con el quinteto de idiotas, sentí la confianza de hablarle de mis gustos y aficiones.

Así que, en pocas palabras, mediante cartas nos estábamos conociendo mejor de lo que esperaba con conversaciones normales; eso realmente me alegró.

Por otra parte, cada vez que Misael tenía la oportunidad, reiteraba con elocuencia y determinación lo que sentía por mí.

No me incomodaba saber que le gustaba, pero me atreví a ser egoísta al no corresponderle hasta sentir que estuviese enamorado de mí.

Creo que lo que no me gustaba era la idea de que, al corresponderle, nuestra relación se estancase a causa de una superficialidad que no existía.

No es que dudase de los sentimientos de Misael, pero seguía existiendo esa inseguridad a causa de todas las confesiones superficiales que había recibido.

Claro está que Misael me gustaba hasta cierto punto.

Me resultaba un chico interesante y encantador, pero después de lo que me sucedió con Manuel, me impuse estar segura de mis sentimientos para corresponderle y no sufrir a causa del mismo error.

Tal vez me arriesgué con esa postura, pues de esperar por mi egoísmo al corresponderle, había una gran posibilidad de que se cansase de mí y se fijase en otra chica.

Aun así, quería que nuestros sentimientos brotasen desde lo más profundo de nuestro ser con una fuerza arrolladora que nos hiciese inseparables y apasionados, que incluso en las discusiones, nos mantuviese unidos al momento de buscar una solución.

Sé que me adelanté mucho a los acontecimientos y que pequé de romántica, anticuada incluso.

Pero es lo que decidí en cuestiones del amor, y nunca me arrepentí de ello.

A fin de cuentas, tenía trece años y una mínima idea de lo que significaba enamorarse.

Por otra parte, y dado que quería ayudar a Misael con su problema para socializar, se me ocurrió la idea de invitarlo a casa con la excusa de enseñarle a preparar cupcakes.

Mi estrategia consistía en que, conforme le enseñaba la preparación del postre, Misael lograse desenvolverse mejor con el habla ante las dudas que iba a tener.

Quería analizar cómo se comportaba cuando su mente se centraba en algo que, a la vez, si estaba en compañía de alguien, requería del desarrollo de sus habilidades para socializar.

También quería mostrarle el galpón en el que tenía al último cachorro de perro, pues el resto de mascotas fueron adoptadas en el transcurso de la semana.

Mi plan en ese aspecto era pedirle apoyo en cuanto al rescate de animales, pero no sabía si estaba dispuesto a aceptar.

Personalmente, supuse que aceptaría con la excusa de darme una buena impresión, pero Misael me había demostrado que no era de los que decía que sí a todo con tal de quedar bien ante los demás; sabía cuándo y cómo decir que no, a pesar de sus deficiencias para socializar.

Ese detalle lo descubrí la mañana del jueves cuando teníamos examen de Geografía.

La mayoría de nuestros compañeros, que nunca se había acercado a Misael por considerarlo un chico raro, le empezaron a pedir apoyo debido al ligero cambio que demostró en su postura y comportamiento.

Nadie pedía apoyo a Manuel y Estela, pero estos eran estrictos al negarse, y mucho menos a la amable Alexa, quien dejó de recibir peticiones de ayuda desde que se hizo público su noviazgo.

En el caso de Rey Montesino, tuvo suerte por ser el novio de Estela.

Mientras que las únicas que contamos con Misael fuimos Sofía, Anabel y yo.

En fin, el punto fue que, a todas las peticiones de ayuda que le llegaron a Misael, logró rechazarlas estableciendo un límite lógico a pesar de su nerviosismo, pues quienes tenían la culpa de estar en aprietos eran nuestros compañeros por no estudiar.

Que estableciese sus límites, priorizándose a sí mismo por sobre los demás en una situación lógica, me resultó interesante.

También me impresionó que no le molestase la forma en que algunas chicas se me acercaron para hablarme mal de él con un tono de voz lo suficientemente audible como para que las escuchasen en todo el salón.

Misael no se asustó ni se puso nervioso. Siguió siendo el mismo de siempre para mantener su postura y convicción.

Entonces, ¿cómo no admirarlo? Cuando la mayoría de los chicos que se me declaraban decían que eran capaces de dejarlo todo por mí y cambiar sus esencias como personas; eran hasta exagerados.

Recuerdo que uno de ellos, postrado sobre una rodilla y con una rosa roja en su mano, me declaró su amor y su disposición a cambiar por "estar a mi nivel".

Me dio miedo cuando dijo que sacrificaría todo con tal de estar a mi altura y amoldarse a mi estilo de vida.

Eso, más que patético, me resultó incómodo y hasta humillante para sí mismo, por lo que tuve que ser contundente al momento de rechazarlo.

Misael, en cambio, aceptaba que no era perfecto, pero se aceptaba tal cual era y declaraba que si iba a cambiar, era para ser una mejor versión de sí mismo; buscaba superarse, en otras palabras.

Jamás insinuó que haría cualquier cosa por mí, y en la primera ocasión en que me mostré caprichosa, supo establecer sus límites, por mucho que le costó hacerlo.

Es precisamente por su autenticidad que me fijé en él, pues no mostraba interés en fingir perfección ante mí, sino que, desde mi punto de vista, buscaba que me sintiese cómoda a su lado, a pesar de sus defectos.

A decir verdad, fueron pocas las cosas buenas que me dijo de sí mismo al principio, y no es que se estuviese menospreciando, sino que mencionaba sus defectos como algo que deseaba cambiar con esfuerzo y para su beneficio propio.

De hecho, en una carta mencionó que tenía el defecto de atribuir sus logros a otras personas, negándose siempre a recibir el crédito correspondiente; me di cuenta cuando lo halagué la primera vez.

—Me encanta tu atuendo de hoy —fue lo que le dije.

—Ah…, sí…, sí…, de…, debemos agradecerle a…, a mi mamá por…, por escoger este conjunto —respondió.

Después, en una carta, me pidió que lo disculpase por no recibir de mejor manera mi halago, y hasta cierto punto lo entendí.

Lo bueno fue que Misael deseaba cambiar ese y otros aspectos de sí mismo, y reveló que uno de los primeros pasos que dio para ello fue el complicado proceso de confesarme lo que sentía por mí.

Sí, es cierto que lo hizo mediante una carta, pero al menos dio un gran paso considerando esa deficiencia social que solo Manuel y Estela notaron desde que lo conocieron, a diferencia de la mayoría de nuestros compañeros.

Además, en esa carta se expresó de una manera que me atrapó al instante, a diferencia de las otras cartas y confesiones directas que recibí, cuyas breves palabras expresaban casi lo mismo.

«Me gustas mucho y me encantaría ser tu novio».

«Eres la más hermosa del mundo, me gustas desde la primera vez que te vi».

«Corina, no hay chica más hermosa que tú, me gustas mucho y me gustaría tener una cita contigo».

«Desde que te vi, no dejo de pensar en ti, me gustas mucho».

«No quiero ser atrevido, pero no me imagino siendo novio de otra chica que no seas tú. Me gustas mucho».

Esas palabras comparadas con las de Misael lo hacían marcar bastante la diferencia, tomando en cuenta que, además, en comparación con los otros chicos, él prefirió ocultar su identidad.

A fin de cuentas, el viernes, al finalizar la última clase, me tomé el atrevimiento de invitar a Misael a mi casa al día siguiente.

Él aceptó gracias a la excusa de hacer cupcakes y enseñarle el galpón en el que acogía a los animales que rescataba.

Por otra parte, a quien tuve que convencer también fue a mis padres.

Mamá no tuvo problemas en recibir la visita de otro chico en casa, pero papá se mostró un poco receloso; supongo que por el recuerdo de haberme visto llorar tras mi primera desilusión.

♦♦♦

A la mañana siguiente, después de alistarme para recibir a Misael y bajar al comedor para almorzar con mi familia, me asombré un poco con la ausencia de Carolina, que usualmente llegaba antes que yo.

—Hija, ve a decirle a tu hermana que venga, el almuerzo ya está casi listo —dijo mamá al verme.

—En seguida voy, pero, ¿dónde está? —pregunté.

—Dijo que iría a pedirle un favor a Gregorio —respondió papá con un dejo de recelo.

Entendí un poco el recelo de papá, así que fui de inmediato a buscar a mi hermana.

Al salir de casa y sentir la brisa de la tarde, no pude evitar respirar profundamente y exhalar con satisfacción; sentí que sería un gran día.

Entonces, cuando giré mi vista hacia el garaje, noté que Gregorio y Carolina parecían estar discutiendo, aunque lo que más me asombró fue la forma en que mi hermana acortaba la distancia entre ellos.

No supe por qué Gregorio trataba de mantener la distancia, pues estaba segura de que también sentía atracción por mi hermana; bueno, al menos eso demostraba con el paso de los días.

Así que me acerqué con cautela para escuchar la discusión que mantenían y entender la razón por la cual mi hermana se notaba un poco frustrada.

—Oye, pero dame un poco de tu tiempo. ¿Puedes dejar de encerar el auto por un momento? —reclamó mi hermana.

Dedicando su atención al auto, era la forma en que Gregorio mantenía distancia con Carolina.

—Señorita, en estos momentos no puedo atenderla —contestó Gregorio con un suave tono de voz; era un intento de ocultar la decepción, o el rencor tal vez.

—¡No me trates con esa falsa formalidad! —reclamó Carolina—. Habíamos acordado llamarnos por nuestros nombres.

«¿Cuándo acordaron eso?» Me pregunté asombrada.

—Lo siento, pero debido a que soy su chofer, no puedo llamarla por su nombre —respondió Gregorio, haciendo énfasis en "chofer".

«¿Qué hiciste, Carolina?» Me pregunté con un dejo de decepción.

—Ya te dije que lo siento, no pensé bien en ese momento —alegó mi hermana con un dejo de arrepentimiento.

—No tiene que disculparse, señorita. La culpa la tengo yo por no conocer mi posición. Así que si me disculpa, debo seguir…

Gregorio se interrumpió a sí mismo y me dejó con la duda, aunque esa intriga desapareció cuando miré hacia donde él miraba.

Él fijó su vista en la entrada de nuestra casa, donde había un muchacho que se mostró confundido, como si no supiese usar el intercomunicador.

Al notar que se trataba de Misael, salí de mi escondite y fui rápido hasta la entrada para recibirlo; no supe cómo reaccionaron mi hermana y Gregorio al verme.

—Buenas tardes, Corina —musitó Misael al saludarme; se le notaba nervioso—. Perdona que haya venido tan temprano, pero mis padres me dieron un aventón aprovechando que van a visitar a una de mis tías.

No respondí al instante porque me quedé perpleja ante la forma clara y serena, a pesar de su nerviosismo, con la que se expresó.

—No titubeaste —dije asombrada.

Ante mi asombro, Misael se ruborizó tiernamente, aunque rápido recuperó la compostura.

—Quiero dar una buena impresión a tu familia —dijo con repentina determinación y el rostro enrojecido.

De pronto, mi ritmo cardiaco se aceleró y una leve ola de calor invadió mi rostro.

En cuestión de segundos, tanto por apariencia como por su determinación, el atractivo de Misael creció exponencialmente ante mis ojos.

—Disculpa mi mala educación, por favor entra —dije con un dejo de vergüenza mientras abría el portón de la entrada; qué suerte que tenía el control remoto del sistema de seguridad en los portones.

Misael entró y miró impresionado a su alrededor, pero no se dejó llevar por tanto tiempo y me entregó una bolsa de regalo que llevaba consigo.

—Agradezco que me hayas invitado a tu casa. Ten, esto es un presente de mi parte, espero que te guste —dijo al entregarme la bolsa.

—Gracias, eres muy amable —respondí, a la vez que echaba un vistazo para encontrar una ración de galletas caseras.

—Las hizo mamá con mi hermana menor. A mí me encantaron, aunque no pude comer muchas —comentó Misael conforme caminábamos hacia la casa.

Apenas asentí y esbocé una sonrisa de manera natural; sentí que mis mejillas estaban relajadas y ninguna de mis acciones era forzada.

Aun así, no quise dejarme llevar por lo bien que me sentía a su lado, pues sabía que Misael se estaba esforzando mucho para lograr ser una mejor versión de sí mismo.

—¿Sabes? No tienes que esforzarte tanto —musité.

Misael estaba un poco distraído cuando le hablé. Miraba a su alrededor el jardín que nos llevaba hasta el garaje.

—Quiero esforzarme —dijo, notablemente determinado.

Una vez más, su determinación hizo que mi corazón se acelerase, aunque también la forma en que me miró fijamente a los ojos.

—Te ves muy linda cuando te ruborizas —dijo de repente.

Sus palabras me tomaron desprevenida una vez más, razón por la cual fruncí el ceño a pesar de lo feliz que me hacía su halago; el calor invadió mi rostro.

—¡Oye! No digas esas cosas de repente —reclamé, avergonzada.

—Ustedes… ¿Son novios? —preguntó Gregorio de repente con voz socarrona; pasábamos cerca del garaje donde seguía discutiendo con mi hermana.

—¡No lo somos! —exclamó Misael de inmediato, notablemente avergonzado y asustado mientras veía hacia las ventanas de la casa, como si estuviese buscando a alguien.

—¿No lo son? —insistió mi hermana, quien siguió la corriente de Gregorio.

—¡Carolina! —intervine avergonzada.

Ambos rieron en complicidad, aunque al cruzar miradas, Gregorio mantuvo la distancia nuevamente y regresó al auto para terminar de limpiarlo; Carolina fue tras él para seguir hablando.

—¿Ellos son novios? —preguntó Misael cuando estuvimos a solas.

—Pues, digamos que tienen una relación peculiar —respondí.

—Pero se nota que se gustan mutuamente —alegó.

—En efecto, se gustan mutuamente e iban por buen camino, pero no sé qué sucedió recientemente que Gregorio empezó a mantener la distancia —respondí.

Gregorio y Carolina eran polos opuestos, pero por alguna razón, cuando los detallé en su discusión mientras iba con Misael a la casa, noté que hacían una bonita pareja, aunque no supe qué podrían pensar mis padres al respecto.

Entonces, una vez que estuvimos dentro, nos encontramos con mis padres, a quienes se les notaba malhumorados, aunque mantuvieron la compostura cuando notaron la presencia de mi invitado.

—Corina, te pedimos que fueses por tu hermana —dijo papá con un dejo de severidad—, y perdona mi mala educación, jovencito, buenas tardes y bienvenido.

—Lo olvidé por completo cuando mi invitado llegó, papá, lo siento —respondí avergonzada a modo de excusa—. Y ya que están aquí, permítanme presentarles a Misael. Es un buen amigo y compañero de clases.

Mamá y papá cruzaron miradas, pero se limitaron a saludar a Misael y pedirle a una de nuestras empleadas que avisase la llegada de dos invitados.

«¿Dos invitados?» Me pregunté confundida, aunque rápido me centré en Misael.

Misael, por su parte, a pesar de su nerviosismo, logró presentarse adecuadamente y estuvo un rato conversando con papá mientras que mamá fue a buscar a Carolina.

Fue así que al cabo de unos minutos, estábamos todos, incluyendo a Gregorio inesperadamente, disfrutando de un agradable almuerzo en el que las pequeñas tensiones pasaron a segundo plano.

Me agradó compartir con nuevas personas en nuestra mesa y escuchar las ocurrencias de un Gregorio que se mostró bastante confianzudo; mamá y papá rieron como nunca habían reído frente a nosotras.

No sé si mis padres, con el hecho de invitar a Misael y Gregorio a almorzar y formar parte de un ambiente en el que solamente éramos nosotros cuatro, los estaban aceptando como posibles candidatos para ser nuestras parejas, pero esa fue la impresión que tuve y, por alguna razón, me hizo muy feliz.

♦♦♦

—Veo que te tomas esto muy en serio —comenté conforme echaba la mezcla para cupcakes en los capacillos.

Misael había sido un alumno ejemplar al momento de aprender a preparar cupcakes; típico de un excelente estudiante que presta atención.

—Todo lo que aporte algo positivo a mi vida, lo tomo en serio —respondió con seriedad.

—¿Puedo saber por qué aceptaste de buenas a primeras preparar cupcakes conmigo? —pregunté.

—Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero desde que me dijiste que tienes un negocio virtual de repostería, me propuse aprender de esto para ayudarte. Uno de mis objetivos, es poder apoyarte en el futuro que idealizo —respondió.

—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.

Una vez más me tomó desprevenida, por lo que solamente pude desviar la mirada para ocultar mi vergüenza.

—No sé qué pasará en el futuro, pero si tengo la dicha de enamorarte y compartirlo contigo, me gustaría que ambos nos complementemos en lo que nos gusta hacer y apoyarnos en todo aquello que nos propongamos —dijo, con esa determinación que me siguió asombrando.

—¿Así que esas son tus intenciones con mi hija? —preguntó papá de repente, quien escuchó todo antes de entrar a la cocina.

—¡Papá! —reclamé alarmada.

Misael se espantó un poco ante la presencia de papá, y perdió el equilibrio por instantes, como si estuviese mareado a causa del nerviosismo que lo invadió.

Su rostro estaba rojo como un tomate, tanto que papá se mostró preocupado por él.

—Tranquilo, muchacho, respira y recupera la calma —le indicó papá, quien empezó a darle suaves palmadas en la espalda.

—La…, lamento…, ser tan osado…, se…, señor —dijo Misael, sucumbiendo a la presión que lo llevó a perder la concentración que mantuvo durante gran parte de su visita.

Admito que me sentí un poco mal por él al verlo titubear, pero a la vez me resultó bastante tierno.

—No, no lo eres —contestó papá con voz comprensiva—. La verdad es que me tranquiliza lo que le acabas de decir a Corina.

—Papá, ¿por qué no avisaste que estabas aquí? —pregunté, aún alterada.

El pobre Misael ya empezaba a recuperar la compostura, mientras que yo tomé en consideración esas palabras respecto a un futuro incierto que, gracias a ello, me llenó de expectativas.

—Vine para ver si ya estaban los cupcakes. Lorena me comentó que estabas preparando algunos —respondió papá.

—Apenas los meteré al horno —dije al recuperar la calma—. Le estaba enseñando a Misael cómo preparar cupcakes.

—¿Y lograste aprender algo, Misael? —le preguntó papá, dando algunas palmadas más en su espalda.

—Sí, señor, ya sé cómo prepararlos, aunque todavía debo aprender el proceso de horneado —respondió Misael, que recuperó la compostura.

—Qué bueno, veo que eres un muchacho muy aplicado —alegó papá.

—Así es, señor, aunque todavía me falta para superar a mis rivales —respondió Misael.

Fue un tanto extraño que Misael considerase a Manuel y Estela como sus rivales, pues más bien parecían muy buenos amigos.

—Me da gusto saber eso, eso refleja lo determinado y modesto que eres —dijo papá—. ¡Bien! Será mejor que los deje a solas en su cita, y Misael… Mucha suerte enamorando a Corina.

Misael apenas asintió conforme sus mejillas se ruborizaban, mientras yo rasqué mi entrecejo con vergüenza.

Minutos después, cuando estuvieron listos los cupcakes y los dejamos enfriando, invité a Misael al galpón para que echase un vistazo a la forma en que lo mantengo ordenado y listo para recibir nuevos animales.

Él se mostró emocionado conforme recorría el lugar, aunque se dejó llevar cuando se encontró a Quesito, el único cachorro de perro que quedaba por dar en adopción.

La forma en que Misael jugó con Quesito me resultó tierna, y sin darme cuenta, me le quedé mirando mientras sonreía encantada.

Supongo que me gustó eso de él y el hecho de que, aun sin tener mucho en común, se esforzase por aprender las cosas que me gustaban para poder estar a mi lado.