◊ Manuel Alonso ◊
Cuando llegué al departamento y recibí el regaño de mamá por llegar sucio después de mi última jornada laboral con el señor Díaz, el vacío que sentí al salir del taller desapareció.
Ella, un tanto nerviosa mientras salía y entraba de su habitación con el cabello a medio peinar, me ordenó que fuese a ducharme y alistarme para la cena con los señores Páez, aunque le pedí que se tranquilizase al recordarle que la cita era a las ocho de la noche.
—Cuando menos te des cuenta, serán las ocho de la noche, así que es mejor estar listos una hora antes si es posible —alegó mamá.
—Pero, ¿por qué te alarmas tanto? —pregunté confundido.
—Porque nos invitaron a Santorini —respondió.
Mi única reacción fue ladear la cabeza por la confusión, pues no sabía qué clase de restaurante era.
—Es un restaurante de alta categoría, así que tenemos que vestir a la altura. Otra cosa, cuando termines de ducharte, te pruebas el esmoquin para ver si te queda bien, y ojalá que sí, porque me arriesgué a comprarlo sin que te lo probases —respondió.
—Mi talla sigue siendo la misma, creo. No he crecido nada en los últimos tres meses, y tampoco he subido de peso —alegué.
—Bueno, de todas formas es mejor estar seguros, así que ve rápido —dijo, aun alarmada.
Minutos después, cuando terminé de ducharme y regresé a mi habitación, me probé el esmoquin, el cual me quedó bien, afortunadamente.
De hecho, cuando fui a mostrarle a mamá cómo me quedaba, dejó escapar un grito de emoción que me hizo sonreír; no pude fingir seriedad.
—¡Sabía que te quedaría increíble! ¡Mi hijo es súper apuesto! —exclamó emocionada.
—Prácticamente estoy listo y apenas son las seis con cincuenta de la tarde —dije.
—Bueno, yo debo terminar de peinarme. Luego maquillarme y vestirme. Estimo que a las siete y media estaremos listos para irnos —contestó.
—Está bien, en ese caso, estaré leyendo en la sala de estar —respondí.
♦♦♦
A las siete con treinta de la tarde, tan pronto mamá terminó de peinar mi cabello y obligarme a usar un perfume adecuado para la ocasión, se comunicó con el señor Páez para avisarle que íbamos saliendo de casa.
Mamá lucía increíblemente hermosa con su vestido plateado. No pude evitar sentir celos de manera anticipada ante la cantidad de miradas que intuí que atraería.
Su maquillaje la hizo rejuvenecer considerablemente, casi al punto de parecer mi hermana gemela; en mis pensamientos insulté a papá por abandonar y lastimar a una mujer tan hermosa.
Tras salir del departamento, justo antes de subir al ascensor, mamá me pidió que fuese con el señor Palacios, uno de nuestros vecinos del piso superior, a quien le pedimos el favor de transportarnos hasta el restaurante.
El señor Palacios se asombró con mi apariencia y me halagó diciendo que lucía bastante apuesto. De hecho, insinuó que estaba dispuesto a aceptarme como pareja de una de sus hijas, aunque le respondí que ya tenía novia.
—Siendo tan joven, me impresiona que ya tengas novia. Aunque dada tu apariencia, no me extraña —comentó el señor Palacios conforme nos dirigíamos al ascensor para encontrarnos con mamá en recepción.
El descenso hasta la recepción fue un poco incómodo por la breve conversación que mantuve con el señor Palacios, quien no hizo más que quejarse de la rebeldía de sus hijas; Nicole de doce años y Nina de quince.
Lo bueno fue que, una vez que nos encontramos con mamá, el abrumado señor Palacios se quedó sin palabras al verla, por lo que se limitó a transportarnos.
Entonces, llegamos al restaurante con diez minutos de anticipación.
Ubicado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, Santorini gozaba de una excelente clientela y una vista maravillosa hacia la costa de Pereira; se notaba que sus clientes pertenecían a cierto sector de la sociedad.
Antes de bajar del auto del señor Palacios, mamá le ofreció una remuneración económica por habernos transportado, pero presumiendo la amabilidad que lo caracterizaba, nuestro vecino dijo que no era necesario y que incluso lo llamásemos al terminar nuestra reunión con los Páez.
Entonces, tras ser el primero en bajar del auto a petición de mamá, me topé con dos señores elegantes.
Ambos me recibieron con amabilidad en la entrada del restaurante y preguntaron mi nombre con la finalidad de saber si contaba con reservación.
Tal como solicitaron, dije mi nombre y el motivo de nuestra presencia en el restaurante, razón por la cual uno de ellos revisó una elegante libreta negra cuyos bordes de sus páginas eran dorados.
—Joven, ¿no lo debería acompañar una dama? —preguntó uno de los señores con amabilidad.
Dado que me confundió la pregunta, eché un vistazo a mi alrededor y me asusté por la ausencia de mamá, aunque rápido di con su ubicación; estaba rodeada por un grupo de elegantes jóvenes que intentaban coquetear con ella.
La ira que sentí en ese momento, por poco me gana la partida, pero afortunadamente, el señor Palacios, quien había dado la vuelta en una redoma, detuvo su auto al otro lado de la calle para bajar e ir a socorrer a mamá; yo también me le acerqué.
—¿Alguno de ustedes tiene asuntos con mi hija? —preguntó el señor Palacios, con el ceño fruncido y un tono de voz amenazante.
El señor Palacios tenía cuarenta y tres años de edad, y aunque seguía presumiendo una apariencia levemente jovial, en comparación con mamá, sí que parecía su padre.
La presencia imponente del señor Palacios bastó para que el grupo de jóvenes se distrajese y mamá se acercase para tomar mi mano; se le notó un poco nerviosa.
En fin, gracias al señor Palacios, todo se resolvió de manera pacífica, por lo que dejamos ese momento sin efecto y nos centramos en nuestro objetivo.
En la entrada del restaurante, tan pronto mamá se identificó, se vio en la necesidad de cumplir con un protocolo de registro, por lo que me pidió que fuese a encontrarme con los señores Páez; así lo hice.
Una vez dentro, a petición de uno de los señores que nos recibió en la entrada, fui guiado por un camarero hasta la mesa en que se encontraba la familia Páez, a quienes saludé con educación tras manifestar la gratitud de ser invitado a un lugar tan elegante; Corina y Carolina se ruborizaron al verme.
—No hace falta tanta formalidad, Manuel —dijo el señor Páez—. Pero, buenas noches y gracias a ti por aceptar nuestra invitación.
El resto de la familia también me saludó con amabilidad, por lo que empecé a sentirme a gusto desde ese momento.
—¿Dónde está tu mamá? —preguntó la señora Páez, después de terminar con los saludos.
—No tarda en venir, está completando el protocolo de registro —respondí.
De pronto, justo antes de sentarme, noté que a mi alrededor la mayoría de los clientes, tanto hombres como mujeres, empezaron a demostrar asombro mientras miraban fijamente en una dirección.
«Sabía que esto pasaría», pensé un tanto avergonzado y orgulloso.
—Bueno, ahí viene —dije.
La impresión en la familia Páez fue la esperada.
Por eso no pude evitar sonreír y sentirme orgulloso de mamá.
—Bueno, les presento a Aurora Alonso, mi madre —dije con un dejo de orgullo.
—Buenas noches y mucho gusto. Es un placer conocerlos. Apreciamos de corazón la invitación que nos han hecho. Bueno, no está de más decir que es todo un honor —continuó mamá con amabilidad y simpatía.
La familia Páez estuvo perpleja por unos segundos hasta que el patriarca nos invitó a tomar asiento.
Casualmente, me senté al lado de Corina, quien lucía encantadora con su vestido azul que reflejaba la belleza de sus ojos.
La señora Páez y Carolina también lucían hermosas, aunque parecieron sentirse cohibidas con la presencia de mamá.
—Alexa me dijo que conoció a tu mamá en el parque de diversiones, y comentó que era joven y hermosa, pero jamás imaginé que tanto —susurró Corina, conforme los adultos iniciaban su conversación.
—Bueno, sigue siendo joven porque tiene treinta y cinco años, aunque también mantiene una buena dieta y hace ejercicio. Tal vez por eso aparenta menos edad —respondí, igualmente con un susurro.
Bueno, gran parte de su apariencia joven se debía a los privilegiados genes heredados de la abuela Margaret, quien para su edad también lucía bastante jovial.
Entonces, miré a Carolina, que se sentía un poco fuera de lugar, por lo que decidí incluirla en nuestra conversación con un saludo.
—Carolina, me da gusto verte —dije con amabilidad.
—Igualmente, y por lo que veo, ya desapareció tu moretón —respondió.
—La verdad es que tengo un poco de maquillaje —revelé—. Mamá insistió en que no podía venir a un lugar tan elegante con un moretón en mi mejilla.
Así, continuamos en nuestra conversación casual, al igual que nuestros padres.
Luego ordenamos nuestra cena y la disfrutamos en medio de conversaciones relacionadas con el pasado, en la que mamá no se mordió la lengua al revelar que fuimos abandonados por papá.
—Es impresionante, Aurora. No entiendo cómo ese hombre pudo dejarte siendo tú tan hermosa e increíble —comentó la señora Páez.
—A día de hoy me lo sigo preguntando —dijo mamá, después de dar un sorbo a su vino—. Pero puedo asegurarles que no le fallé como esposa y mujer.
Mamá se mostró orgullosa y sin arrepentimiento, lo cual me hizo admirarla más de lo que lo hacía.
—Bueno, debo decir que, al conocer a Manuel, deduje que su madre era una mujer increíble. Lo has criado y educado perfectamente, Aurora —comentó el señor Páez.
—Aprecio que lo reconozcas, Gerardo, aunque en ese aspecto, Manuel me ha dejado la tarea sencilla. Desde que su papá nos dejó, ha demostrado un nivel de madurez increíble. Le estoy profundamente agradecida por ello —respondió mamá, notablemente orgullosa.
—Esto amerita un brindis en honor a Manuel —propuso el señor Páez.
Todos levantamos nuestras copas, en el caso de Corina y yo con agua, y brindamos en mi honor; me sentí un poco avergonzado.
Después del brindis y de seguir conversando del pasado, aunque en esa ocasión de los Páez y la forma en que se hicieron millonarios arriesgándose en inversiones a largo plazo, pedimos el postre.
—Aurora, sé que seremos entrometidos, pero el motivo de esta reunión, más allá de agradecer a Manuel por salvar a nuestra hija, es hacerte una propuesta —reveló la señora Páez con un dejo de nerviosismo.
—Sí, supuse que este momento no tardaría en llegar —respondió mamá.
Hablar del pasado implicaba tocar el tema de la deuda, aunque por obvias razones, mamá no mencionó que era con los Cadenas rojas.
—Manuel nos contó el problema que están enfrentando, lo que no quisiste mencionar para no alarmarnos, supongo —continuó el señor Páez—. Tampoco queremos que interpretes esto como lástima, ya que de corazón nos encantaría ayudarte con la cancelación de esa deuda.
Mamá es una mujer inteligente y perspicaz. Bastante intuitiva también; son dones que tuve la dicha de heredar.
Por eso no se sorprendió con la propuesta, aunque sí se tomó el tiempo para responder.
—Comprendo perfectamente la intención, y de verdad aprecio que tengan semejante consideración. Sin embargo, deben entender que aceptarlo sin esperar una retribución de nuestra parte no me parece aceptable —respondió mamá.
—Yo quiero ofrecerme para trabajar —intervine—. Podría ayudar en labores de limpieza, mecánica u oficina, y donde tenga dificultades, soy capaz de adaptarme y aprender.
—La cuestión es, Manuel, que queremos evitar que tengas ese tipo de responsabilidades. Apenas tienes catorce años. Deberías vivir como un chico de tu edad. Además, sabemos que eres un muchacho estudioso y destacado. Corina nos habló de ti, por eso más bien nos gustaría apoyarte con tus estudios —replicó la señora Páez.
—En ese caso, me queda a mí ofrecer mis habilidades como profesional de finanzas, pero intuyo que ya cuenta con profesionales en dichas áreas —alegó mamá.
De pronto, los señores Páez cruzaron miradas y sonrieron con complicidad, por lo que deduje de inmediato que se traían algo entre manos.
—No creo que podamos seguir aceptando tanta ayuda —dije.
—¿Manuel? —intervino mamá, confundida.
—Manuel, sabemos que ya el hecho de ayudarles con la deuda es bastante, pero si tu mamá no acepta a menos que comprendamos su condición, entonces no tendría sentido —replicó la señora Páez.
—Es cierto, por eso, aprovechando que nos acabamos de asociar con una compañía extranjera dedicada a la fabricación de repuestos de vehículos, nos encantaría ofrecerte, Aurora, que cargues con la responsabilidad financiera de este proyecto —ofreció el señor Páez.
Mamá dio un sorbo a su vino y se mostró pensativa, pues era complicado aceptar cuando recién había sido ascendida en su trabajo.
—Si te sientes cohibida por tu ascenso laboral con Figuera, no te preocupes, puedo llegar a un acuerdo con él —reveló el señor Páez.
—Eso facilita las cosas —respondió mamá—. En ese caso, señor y señora Páez, agradezco de corazón esta ayuda que nos están brindando. Admito que nos quitará un peso de encima que me permitirá comprometerme de mejor manera para con su nuevo proyecto y pasar más tiempo con mi hijo.
—Entonces, ¿llegamos a un acuerdo? —preguntó la señora Páez.
Mamá asintió con un dejo de vergüenza y yo miré al señor Páez, que hizo un breve gesto de celebración.
El resto de la noche, continuamos la velada con la degustación del postre y acordando la transferencia del dinero a la cuenta bancaria de mamá, quien se encargaría de sustraerlo en efectivo del banco para cuando nos tocase pagar la siguiente cuota.