◊ Manuel Alonso ◊
A la mañana siguiente, desperté con una sensación de vacío en mi pecho y no pude evitar sentirme frustrado al recordar mi encuentro con los padres de Corina.
Pero, gracias a que desde la cocina provenía un olor a chuleta de cerdo asada que me tranquilizó un poco, pude persuadir esa leve desesperación que me agobió por instantes.
Sin embargo, cuando relacioné mi reunión con los Páez con aquella mujer que preparaba mi desayuno y almuerzo, no pude evitar frustrarme, por lo que a fin de cuentas me levanté de mal humor.
De hecho, no tuve ganas de ir al colegio, pero mi récord de asistencia era perfecto como para estropearlo por una frustración, así que salí de mi habitación y me acerqué a la cocina.
Mamá, como siempre, se mostró enérgica y alegre, tarareando una de sus canciones favoritas y demostrando sus habilidades culinarias.
—Buenos días, hijo. ¿Cómo amaneciste? —preguntó con amabilidad al verme de reojo.
—Buen día, mamá. Debo decir que me levanté de malas. Creo que será un día terrible —respondí con notable frustración.
—A veces eres muy directo para expresar lo que sientes —replicó ella, inconforme.
—Lo siento, soy tu hijo después de todo —alegué.
—Sí, no niego que saliste a mí en ese aspecto… Pero dime, ¿a qué se debe tanto pesimismo? —preguntó.
En los últimos días, desde que salvé a Corina en el callejón, le había mentido a mamá en varias ocasiones con tal de mantener en secreto mi plan.
Eso me afectó también anímicamente, pues fueron las primeras y únicas veces en que le mentí.
Entonces, dejé escapar algunos suspiros y observé a mamá conforme servía casi a la perfección la comida en mis loncheras.
Lo menos que quería era preocuparla, pero sentí la necesidad de revelarle las verdades que oculté con tal de persuadir un poco el sentimiento de culpa, aunque antes me asombró con una pregunta inesperada.
—Déjame adivinar, ¿problemas amorosos? —inquirió.
—¿Eh? No, claro que no… ¿Por qué tendría que preocuparme por eso? —repliqué avergonzado, pues la imagen de Alexa y nuestro encuentro en ese salón solitario se me vino a la mente.
—Si no es eso, ¿por qué te ruborizas así? —preguntó mamá con voz socarrona.
—¡Mamá! —exclamé a modo de reclamo.
La risa burlona de mamá relajó un poco el ambiente, aunque por dentro estaba muriendo de vergüenza.
—No es algo de lo que quiera hablar por ahora, lo que me frustra es otra cosa —dije.
—¿Qué cosa? —preguntó, riendo todavía.
—Es algo de lo que me gustaría hablar más tarde con calma —respondí.
—Entiendo, hijo. Si es algo que te preocupa, te daré el tiempo que necesites —contestó ella con voz comprensiva.
—Gracias —musité.
Mamá se acercó a mí y dio unas caricias en mi cabello despeinado.
Cuando miré su rostro, esbozaba esa bella sonrisa que tanta tranquilidad me generaba.
—Ve a cepillar tus dientes y lava tu rostro… Y no vuelvas a decir que será un día terrible, así sucedan cosas malas. Trata de mantener un pensamiento optimista, que las buenas nuevas están por llegar —dijo.
Si tan solo pudiese leer mi mente, no habría dicho tal cosa, por lo que, más allá de la frustración, lo que me atacó nuevamente fue el sentimiento de culpa.
Media hora después de que mamá peinase mi cabello y me desease un buen día, salí del departamento y me dirigí a la parada de autobuses; llegué rápido al restaurante del señor Segovia.
Mi jornada laboral estuvo aburrida y solitaria, pues el señor Segovia tuvo que hacer una diligencia y su esposa no salió de la cocina hasta veinte minutos después cuando terminé de lavar los trastes; apenas me dio los buenos días y me pagó por mi trabajo.
Mi caminata hasta el colegio estuvo cargada de tensión y frustración, pues no dejaba de pensar en el momento exacto en que revelé el nombre del quinteto de idiotas.
No me importaban en lo mínimo las represalias que tomasen contra ellos, pero perder la oportunidad de pagar la deuda me enojó bastante.
Tal fue mi rabia y surgente egoísmo que, al pasar cerca de aquel callejón, deseé regresar en el tiempo para evitar salvar a Corina, aunque de pronto reflexioné al respecto y pensé que por algo tan simple como el dinero, no valía la pena caer tan bajo, ni siquiera en pensamientos.
«Maldita sea, no puedo soportar que mamá siga sacrificándose tanto por culpa del imbécil de papá», pensé con desespero.
Una vez más, estuve a punto de odiar a mi padre.
Mis pensamientos rondaban entre lo que pudo haber sido y el odio que se disipaba por los buenos momentos que pasé junto a papá, aunque de pronto, justo antes de llegar al colegio, fui interceptado por una chica.
Era bastante atractiva, casi tanto como Alexa y sus amigas o tal vez más que ellas, pues su apariencia demostraba la madurez de alguien que ya no se consideraba una chica, sino una mujer.
—Hola, buenos días —dijo al saludarme.
—Sí, hola —respondí apenas, pues no me interesaba perder tiempo con una desconocida.
Ella frunció el ceño de repente, manifestando con ese semblante su molestia, pero la verdad es que no quise perder mi tiempo en lo que supuse que pasaría.
—Mi nombre es Julieta Álvarez, es un placer conocerte —dijo con fingida amabilidad.
Desvié la mirada y dejé escapar un suspiro con el que pretendí mostrar mi frustración y desinterés.
—¿Y luego? —repliqué, pues no sabía que quería de mí.
—Ya veo, así que eres de los que se creen la gran cosa solo por mantener una amistad con Corina y sus amigas —alegó con repentino resentimiento.
—¿Amistad? ¿Quién dijo que ellas son mis amigas? —pregunté confundido.
Admito que no fue una buena elección de palabras, sobre todo porque consideraba a Corina una amiga y Alexa mi interés amoroso.
—Que sepas que no eres más que un perdedor… Así que no te creas la gran cosa solo porque esa idiota se enamoró de ti —dijo con repentino desprecio.
«¿Idiota?» Pensé, a la vez que una repentina ira se apoderaba de mi ser.
—Decirle idiota a una chica encantadora que no tiene miedo a manifestar sus sentimientos, deja en evidencia que, a pesar de tu apariencia madura, eres una mocosa engreída —dije con fingida serenidad, ya que por dentro estaba sucumbiendo ante la ira.
—¿Cómo te atreves? —preguntó indignada.
—Ya déjate de idioteces —respondí con contundencia, antes de hacer una breve pausa—. Acabas de insultar a la chica de la que me estoy enamorando, y solo por hoy lo dejaré pasar, así que más te vale que no se vuelva a repetir.
Mi voz se tornó amenazante, y por primera vez sentí miedo de lo que estaba pensando, pues no me importó luchar contra quien sea por defender a Alexa.
—Y te advierto algo —dije con persistente voz amenazante—. Si llego a enterarme de que Alexa empieza a sufrir acoso, o que empiezan a arremeter contra mí, descargaré toda mi ira sobre ti, y no me importa quién carajos seas.
En el rostro de esa chica, de repente se evidenció un temor repentino, tanto que incluso retrocedió unos pasos.
—Te arrepentirás por atreverte a amenazarme… Haré que Adolfo te haga un moretón en la otra mejilla —dijo con voz temblorosa, pues sin temor a sus palabras, caminé hacia ella con claras intenciones de intimidarla.
—Antes de que Adolfo se le ocurra ponerme un dedo encima, ya habré tomado acciones contra él, así que no pierdas tu tiempo con amenazas tontas —dije.
A partir de entonces, no quise perder mi tiempo con ella y seguí mi camino.
No valía la pena seguir intercambiando amenazas con alguien que creía que el mundo giraba a su alrededor.
♦♦♦
Durante el receso, Alexa y yo nos encontramos en la azotea para desayunar juntos, tal como acordamos antes del inicio de la primera clase.
Aunque, una vez que nos encontramos, estuvimos en silencio conforme degustábamos nuestra comida; incluso terminamos antes de lo estimado.
Por varios minutos quise romper el silencio, pero la incomodidad que mostraba en su rostro me hizo querer respetar su tiempo antes de considerar mantener una conversación.
Alexa estaba algo nerviosa e inquieta, aunque también ruborizada y emocionada.
La combinación de emociones que se manifestaban en su rostro me impidió dar con algún tema adecuado de conversación que me permitiese persuadir tales inquietudes.
Entonces, a pesar del nerviosismo que sentí por tener en consideración algo tan osado, me tomé el atrevimiento de invadir su espacio personal, por lo que di unas suaves caricias en sus mejillas ruborizadas.
Ella giró la vista hacia mí y me dejó admirar un particular brillo en sus ojos que me incitó a protegerla, aunque no me atreví a abrazarla; era evidente que enfrentaba un dilema.
—No sé qué es lo que te inquieta —dije finalmente—, pero estaré para ti y te apoyaré siempre en la medida de mis posibilidades.
Alexa apenas asintió y recostó su cabeza sobre mi hombro.
Al mantener esa cercanía conmigo, el aroma de su perfume deleitó mi sentido del olfato.
—Solo intento comprender qué fue lo que hice para llamar tu atención —musitó.
Su inquietud tenía que ver con mi fijación en ella, y era entendible que tuviese tales pensamientos, pues nunca nos habíamos dirigido la palabra desde que empezamos la secundaria.
—Alexa, creo entender perfectamente cómo te sientes, pero no vale la pena pensar en ello, sino en lo que estamos viviendo ahora —dije—. Mira, yo de verdad me alegro por haberme fijado en ti y que hayas tomado la iniciativa de acercarte esa tarde y untarme ungüento. Fue justo en ese instante cuando empecé a sentir las nuevas emociones que tú despertaste.
Mi corazón de pronto se aceleró, porque empezaba a revelar la forma en que, en pocas palabras, me enamoré de ella a primera vista.
—Cuando me empecé a fijar en ti como un interés amoroso, descubrí cosas que me fascinaron y que van más allá de lo hermosa que eres físicamente. Así que no pienses tanto en ello y solo ten en cuenta que me gustas mucho —confesé finalmente.
—Ya me había dado cuenta que te gusto, porque experimenté lo mismo cuando unté ungüento en tu mejilla por primera vez —dijo, a la vez que esbozaba una bella sonrisa.
A partir de entonces, nos ganó la falta de palabras para expresar lo que tanto queríamos decir, aunque también fue oportuno que ocurriese porque, gracias a ello, pudimos guardar nuestras cosas.
—¿Sabes? —preguntó de repente.
Yo estaba guardando mi lonchera, así que también aproveché de sacar unas toallitas húmedas que comparti con ella.
—Esta mañana vi como enfrentaste a Julieta y me defendiste, y aunque no me agradó que la amenazases, me hizo muy feliz que fueses tan lejos por mí —reveló.
Gracias a esa revelación, entendí su dilema al encontrarnos en la azotea.
—Me dejé llevar por mis emociones, pero no me arrepiento —confesé.
—Me pregunto si yo también seré capaz de llegar tan lejos por ti —dijo.
—Bueno, ciertamente me conmovería verte defendiéndome, pero no tienes que ir tan lejos por mí, ya con que estés conmigo, es suficiente para mí.
—¿Eh? —fue lo único que pudo expresar.
De repente, Alexa se ruborizó y empezó a golpear con suavidad mi brazo, y no entendí la razón hasta que analicé mis palabras.
—Lo siento, no pretendí hacer que sonase como una confesión —dije a modo de excusa mientras sucumbía a su encanto.
—Eres un tonto, Manuel —musitó ella, quien entonces recostó su frente sobre mi hombro para ocultar el rubor natural de sus mejillas.
—Es pronto para pedirte que seas mi novia, pero una vez que resuelva algunos problemas personales, lo haré como corresponde —dije.
Alexa no pudo responder cuando me miró con asombro; me puso nervioso lo cerca que estaban nuestros rostros.
—Estaré esperando por eso, pero no exageres si hagas algo tan llamativo… Me basta con que estemos nosotros dos —musitó sin quitarme la mirada.
La mutua atracción era más que evidente, y si tan solo hubiese tomado la iniciativa, podría besarla.
Sin embargo, mi falta de experiencia y temor a un rechazo impidió que avanzase.
—Alexa —musité.
—¿Si? —respondió ella.
En ese momento, nuestro cruce de miradas se hizo cada vez más intenso, y solo eso nos bastó para ser felices.
—Eres realmente hermosa —dije, totalmente atrapado por esa bella mirada.
—Que me consideres como tal, me hace sentir afortunada, pero solo quiero ser hermosa ante tus ojos —confesó, también atrapada por mi mirada.
—Ya lo eres, y siempre lo serás —respondí, embelesado.
Alexa esbozó una bella sonrisa y luego se recostó sobre mi pecho; así permanecimos hasta que terminó el receso.
♦♦♦
El resto de la jornada transcurrió con la incomodidad de tantos rumores que cierta chica empezó a difundir de mí, aunque no le di importancia a ello, pues lo único que me importaba era ser un buen estudiante y centrar toda mi atención en Alexa, quien sabía la verdad.
Por otra parte, mi entrenamiento con el club de voleibol estuvo intenso y entretenido, sobre todo por las nuevas estrategias de ataque que empezamos a practicar para el torneo colegial, así que me entretuve bastante, además de mantenerme en buena forma.
Más tarde, en el taller del señor Díaz, mi jornada transcurrió con la normalidad de siempre.
Así que no fue mucho el pago que recibí de mi jefe cuando me despedí de él y un Gregorio afligido; me dio curiosidad saber qué le ocurría.
Cuando llegué al departamento y, para mi asombro, me encontré a mamá terminando de hacer las labores domésticas, fui a mi habitación para cambiarme y ayudarla, aunque me pidió que no me preocupase y que, en vez de ello, fuese a ducharme; no le agradaba el olor a combustible con el que me quité la grasa de las manos en el taller.
Tras ducharme y vestirme con ropa cómoda, mamá me llamó en la sala de estar y me pidió que me sentase frente a ella para secar mi cabello, y conforme lo hacía, reveló que dejaría la universidad y su sueño de convertirse en abogada.
—¿¡Qué!? —pregunté asombrado.
—Así como lo oyes —respondió mamá sin perder la calma.
—Pero, ¿por qué? —insistí.
—Bueno, como bien sabes, soy una trabajadora excepcional y diligente, y más allá de cumplir con mis obligaciones, suelo prestar apoyo a los otros departamentos de la empresa —mamá hizo una pausa y se irguió con orgullo—. Por ende, tu querida y hermosísima madre tiene grandes posibilidades de ser ascendida a un excelente puesto laboral con una mejor remuneración de la que recibo… ¿Qué tal? ¿Cómo te quedó el ojo?
—Pues… sí que es una buena noticia, y me alegra mucho saberlo, pero, ¿estás segura de dejar la universidad, mamá? —pregunté.
—Sí, muy segura. Además, ser abogada es un sueño medio caprichoso, pues solo quería demostrarles a tus abuelos que soy capaz de lograr lo que me propongo —respondió.
—Entonces, demuéstraselos —dije.
—Hijo, hace unos años comprendí que no debo demostrarle nada a nadie, que el hecho de criarte bien y ver que te estás convirtiendo en un buen hombre, ya es motivo suficiente para mantener mi frente en alto ante cualquiera —alegó.
—Entiendo, pero, es tu sueño después de todo —repliqué.
—Mi sueño ahora es verte convertido en un profesional y que me lleves de vacaciones a Grecia… Ah, y que te cases con una buena mujer y tengas un par de hijos maravillosos —dijo.
—Falta mucho para eso —dije avergonzado.
—Así es, y por eso me esfuerzo hoy en día, para asegurarte un buen futuro —contestó con optimismo—. Por cierto, creo que ya es hora de que cortes tu cabello.
Mamá guardó la secadora de cabello en su caja y me dijo que iría a ducharse.
Así que me quedé esperándola mientras leía un libro que me prestó la señora Gómez; Matar un ruiseñor.
Fue una historia que me atrapó desde las primeras páginas, aunque al cabo de treinta minutos detuve mi lectura.
Mamá recién salía de su habitación con su ropa de estar en casa, y antes de continuar con nuestra conversación, me pidió que fuese a un abasto cercano para comprar unas galletas con chispas de chocolate mientras secaba su cabello.
Tal como me lo pidió, fui al abasto e hice la compra con prisa, pues las nubes en el cielo anunciaban una fuerte lluvia que por poco me mojó al volver si no fuese por lo rápido que corrí hacia el edificio residencial.
Una vez que me reencontré con mamá, que fue a la cocina para servir dos vasos de leche, me quedé en la sala de estar destapando los paquetes de galletas que disfrutamos conforme hablábamos respecto a lo que tanto me inquietaba.
—Y bien, cuéntame, ¿qué es lo que tanto te frustró esta mañana? —preguntó mamá.
Siendo honesto, me costó un poco revelar todas las verdades que le oculté, aunque tuve la suerte de ser escuchado sin interrupción.
Todo aquello que tanto me agobió, cuando se lo dije, me hizo sentir liberado, como si me hubiese quitado un gran peso de encima, aunque a mamá no le agradó que le mintiese en cosas tan delicadas y en las que me pudo ayudar a tomar mejores decisiones.
A pesar de la molestia que manifestó, alegó sentirse orgullosa de mí por haber rescatado a Corina de una situación tan compleja y delicada, y en la que, más allá de salvarla, salí ileso al enfrentarme contra cinco chicos que fácilmente pudieron haberme dado una paliza si no se hubiesen asustado con mis palabras.