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Chapter 13 - Capítulo 12: Un pequeño golpe de realidad

◊ Corina Páez ◊

 

Tal cómo Carolina y yo acordamos durante el desayuno con nuestros padres, salimos de casa a las diez de la mañana hacia el centro comercial para comprar un vestido que me permitiese asombrar a Manuel sin la necesidad de presumir tanta elegancia.

Mamá nos despidió con notable emoción, pues esperaba con ansias la hora para conocer a Manuel, de quien no había dado muchos detalles. Mientras que papá, estaba molesto por la idea de invitar un chico a casa, tanto que incluso se ofreció llevarnos hasta el centro comercial, aunque logramos persuadirlo al decir que habíamos pedido un taxi.

En cuanto a mi hermana, también se le notaba un poco emocionada, tanto por la idea de salir juntas como el hecho de recibir a un chico en casa. La curiosidad fue su mayor factor de motivación durante la mañana, por eso creí que podía dejarme llevar por la alegría que sentí sin que me molestase.

A decir verdad, no podía evitar expresar la ola de alegría que me generó recibir un mensaje por parte de Manuel al despertar, aun cuando este solo era para acordar nuestra hora de encuentro.

—Te noto muy emocionada —comentó mi hermana con voz socarrona. Estábamos en el taxi a punto de llegar al centro comercial.

—¿Eh? Ah, sí, claro… Es que me alegra salir contigo —respondí con fingida serenidad.

—Si tú lo dices —contestó ella, a la vez que esbozaba esa molesta sonrisa traviesa que me ponía nerviosa.

Afortunadamente, mi hermana no insistió más en mi estado anímico, y tan pronto entramos al centro comercial, nos dirigimos a una tienda de ropa femenina que, para nuestra suerte, estaba poco concurrida.

Ahí, nos tomamos nuestro tiempo para escoger las mejores prendas con ayuda de la chica que nos atendió, así que para asegurarnos de que nos quedasen bien nuestras elecciones, fuimos a los probadores.

Tardamos poco más de media hora probándonos vestidos, pero, afortunadamente, logramos dar con las adecuadas.

Carolina me esperaba fuera del probador luciendo un hermoso vestido veraniego rosado de falda corta que la hizo lucir encantadora y juvenil.

Mientras que yo opté por un vestido azul que mostraba un poco más de piel de lo que acostumbraba a mostrar, aunque sin pasar la línea de lo sensual, revelador o insinuante.

—¿Cómo me veo? —le pregunté a mi hermana, que al igual que la chica que nos atendió, asintió en señal de aprobación.

—Te ves hermosa, Corina, definitivamente impresionarás a ese chico —respondió mi hermana.

Ante tales palabras, no pude evitar ruborizarme mientras pensaba en la idea de impresionar a Manuel hasta tal punto. Así que hice un ejercicio de respiración y recuperé la calma para ir a pagar nuestros vestidos.

A fin de cuentas, regresamos a casa a pocos minutos para las doce del mediodía y les mostramos a nuestros padres nuestras adquisiciones.

Mamá alabó nuestro buen gusto y resaltó que éramos como unas princesas, esto mientras sonreía de manera encantadora y nos miraba con orgullo.

En cuanto a papá, pues, dado que nuestros vestidos revelaban un poco de piel en comparación con la ropa que usábamos normalmente, además de tener en cuenta de que recibiría la visita de un chico, no le gustaron mucho los vestidos que compramos, aunque nos dijo que nos veíamos demasiado hermosas como para presumírselo a un mocoso.

♦♦♦

Eran las dos con cincuenta de la tarde cuando una de las empleadas tocó a la puerta de mi habitación y me avisó que, en la entrada principal de nuestra casa, a través del intercomunicador, un joven preguntaba por mí.

Le había enviado a Manuel la dirección de mi casa a través de Google Maps, aunque no esperé que se presentase diez minutos antes de la hora acordada. De hecho, entré en pánico al creer que llegaría tarde, pues apenas terminaba de ducharme y me estaba poniendo el vestido.

Con desespero, me asomé por la ventana, pero no pude distinguirlo desde mi habitación. Aun así, era evidente que se trataba de él. Por eso le pedí a nuestra empleada que lo recibiese y lo hiciese pasar a la sala de estar.

Los nervios que empecé a sentir desde entonces apenas me permitieron coordinarme.

A cada rato me miraba en el espejo y me aseguraba de estar lo suficientemente linda para Manuel.

«Seguramente lo dejaré impresionado», pensé con entusiasmo mientras me aplicaba un poco de maquillaje.

Entonces, tocaron nuevamente a la puerta de mi habitación para avisarme que ya Manuel estaba en la sala de estar, por lo que pedí con nerviosismo que lo atendiesen con respeto y sin abrumarlo; no sabía cómo iba a reaccionar ante tantos lujos y el hecho de que contábamos con empleadas domésticas.

En medio de la surgente desesperación, eché otro vistazo a mi cabello y lo peiné una vez más hasta asegurarme de estar lo suficientemente presentable.

—¡Señorita! —exclamó de repente Lorena con severidad conforme tocaba la puerta de mi habitación con insistencia.

De inmediato abrí la puerta para que entrase, pero Lorena se limitó a llamarme la atención por dejar esperando a mi invitado.

—Yo le dije que viniese a las tres, no es mi culpa que llegase diez minutos antes. Lorena, dile que en breve bajaré para saludarlo —le pedí avergonzada.

—Esos no son modales dignos de una señorita como usted —replicó.

—Por favor, Lorena, estoy muy nerviosa —contesté desesperada.

—Está bien, pero apresúrese, porque ya avisé a los señores y a su hermana.

«¡No puede ser!», pensé alarmada.

Lo menos que quería era que mis padres y mi hermana fuesen los primeros en recibir a Manuel, y peor aún, que Carolina empezase a decir cosas vergonzosas de mí. Así que me apresuré y terminé de alistarme.

Mi corazón empezó a latir con más rapidez conforme se acercaba el momento de encontrarme con Manuel, y tras un último vistazo en el espejo, noté que el rubor natural de mis mejillas me hacía lucir predecible, por lo que hice algunos ejercicios de respiración para calmarme.

Finalmente, al cabo de diez minutos, me reencontré con la calma y me dirigí a la sala de estar.

Creí que me encontraría con un Manuel solitario e impaciente, pero para mi asombro, estaba siendo atendido por una de nuestras jóvenes empleadas, que se mostraba con un comportamiento bastante sugerente.

Fue evidente que le atraía Manuel, ¿y cómo no? Si se veía apuesto y elegante, luciendo un estilo de ropa con el que nunca lo había visto y peinando su cabello para revelar el encanto de su rostro, aunque con esa desventaja de no ocultar su moretón.

Cuando lo miré por la ventana, no lo detallé debido a mi nerviosismo, pero al admirarlo de mejor manera, no pude evitar impresionarme con lo atractivo que era.

Incluso, consideré volver a mi habitación para ponerme un vestido más elegante, pero justo en ese instante, papá y mamá llegaron a la sala de estar.

—Ana María, esa no es la forma de tratar a un invitado —dijo papá a modo de reclamo cuando notó el comportamiento de nuestra empleada.

—Lo siento, señor, no fue mi intención ser tan sugerente —respondió ella, avergonzada.

Manuel no se inmutó ante la presencia de mis padres, pues en vez de mostrarse nervioso como supuse que cualquier chico de su edad lo haría, se levantó para presentarse, aunque antes, se mostró inesperadamente asombrado con mamá.

—¡Vaya, Manuel! Pero qué pequeño es el mundo —dijo mamá, igual de asombrada—. Y, ¿qué fue lo que te pasó en la cara?

Mamá se mostró bastante preocupada al notar el moretón en la mejilla de Manuel.

—Señora, qué gusto me da verla. Permítame agradecerle una vez más por su generosidad el otro día —respondió Manuel con amabilidad y elocuencia—. Sobre este moretón… Siendo honesto, fue un altercado en el colegio en el que fui víctima de acoso escolar, aunque ya se solucionó ese problema… Traté de ocultarlo con un poco de maquillaje, pero como mi madre no estaba en casa, no hice gran cosa.

—¿Ya lo conoces? —le preguntó papá a mamá, ignorando las palabras de Manuel.

—Sí, es el joven que te mencioné, el que solucionó el problema de mi auto —respondió mamá.

—¿En serio? —preguntó papá—. ¡Vaya! Qué inesperado, pero mucho gusto. Mi nombre es Gerardo. Soy el padre de Corina.

Papá le tendió la mano a Manuel, quien no dudó en estrechársela con un apretón de manos.

—Es un placer, señor, me llamo Manuel Alonso y soy compañero de clases de su hija —respondió él con total naturalidad.

—Quién lo iba a imaginar, Carla —le dijo papá a mamá con asombro.

Entonces, Ana María entró a la sala cargando una bandeja con una tetera y varias tazas. Ella se quedó mirando a Manuel sin vergüenza alguna, razón por la cual me enojé un poco. 

Luego entró Julieta, otra empleada, con una bandeja repleta de galletas que no pude distinguir. Ella se encargó de llevarse a Ana María a la cocina, llamándole la atención con decencia.

—El joven tuvo la amabilidad de traer galletas —comentó Julieta antes de regresar a la cocina.

—Qué amable de tu parte —le dijo mamá a Manuel.

—Debemos agradecer a mi madre, quien me dijo que no podía visitar a un amigo, o en este caso a una amiga, sin considerar traer un presente —respondió Manuel con amabilidad.

—Bueno, tomemos asiento, mis hijas no tardan en bajar —sugirió papá.

—¿Hijas? —preguntó Manuel conforme recibía una taza en la que mamá sirvió té—, gracias, es muy amable, me encanta la manzanilla.

—¿Son galletas de avena? —le preguntó papá a Manuel.

—De avena y miel, señor… Por eso me tomé el atrevimiento de aceptar té de manzanilla.

Papá esbozó una sonrisa encantadora a la vez que asentía en señal de aprobación a la elección de Manuel.

—Debo ser honesta, Manuel… Tu cambio de apariencia sí que es considerable en comparación a la forma en que te conocí en el taller —comentó mamá.

Manuel se mostró algo retraído ante el comentario de mamá, y por alguna razón me sentí culpable de ello.

—Bueno, debo confesar que no me sienta cómodo cambiar tanto mi estilo y apariencia, pero dado que he tenido el honor de recibir una invitación de Corina, hice mi mejor esfuerzo —respondió Manuel con amabilidad.

Mi corazón latió rápido cuando respondió de esa manera. Fue como si priorizase por sobre su comodidad mi opinión.

—¿Qué haces aquí escondida? —preguntó mi hermana de repente, haciendo que me sobresaltase.

Por suerte no grité ni emití sonido alguno, pero que Carolina estuviese ahí significó que ya no podía espiar, así que opté por bajar a la sala con ella.

—Vamos, ya es hora de que me presentes a tu amigo… Veamos qué tan guapo y valiente es —dijo mi hermana, muy segura de sí misma.

Cuando nos establecimos en la sala de estar, papá se levantó y se paró detrás de nosotras para presentarnos con orgullo, lo cual me confundió, ya que en horas anteriores estaba receloso respecto a la visita de Manuel.

—Manuel, me ahorraré la presentación de Corina porque obviamente ya la conoces, así que te presento a mi hija mayor, Carolina —dijo papá con simpatía.

Manuel colocó su taza de té en la mesa con delicadeza, se levantó para acercarse a mi hermana y le tendió la mano para saludarla.

Carolina, quien en segundos anteriores mostraba seguridad en sí misma, como si tuviese la certeza de que iba a acorralar a Manuel, se ruborizó y se ensimismó ante el porte imponente de nuestro invitado.

—Mucho gusto, me llamo Manuel Alonso. Soy compañero de clases de tu hermana —dijo con una seguridad envidiable.

Carolina miró el moretón en la mejilla de Manuel, aunque rápido desvió la mirada.

—Un placer —musitó mi hermana con nerviosismo.

Entonces, Manuel giró en mi dirección y asintió con elegancia.

—Buenas tardes, Corina, aprecio que me hayas invitado a tu casa hoy —dijo con amabilidad.

—Agradezco que te hayas tomado la molestia de venir —contesté.

—Para nada es una molestia —respondió.

—¡Bien! Tomemos asiento para que nos cuenten cómo es que se conocieron —intervino papá.

Cuando Manuel se sentó y tomó su taza de té con elegancia, a la vez que mantenía un repentino semblante inexpresivo, no pude evitar sentirme atraída hacia él, casi al punto de querer sentarme a su lado, aunque mamá evitó que eso sucediese.

Me desesperó que no pudiese sentarme a su lado para susurrarle que omitiese lo que pasó en el callejón, por eso me puse nerviosa y cometí un par de torpezas al servirme un poco de té.

Manuel me miró con atención y se percató de mi incomodidad. Por eso, tuvo la amabilidad de omitir la verdad y contar una historia similar a la mía, alegando que nos conocimos cuando nos unimos en una evaluación grupal del colegio.

Con el paso de los siguientes minutos, y gracias a que mamá cambió de tema de conversación, el ambiente se relajó bastante.

Gracias a ello, pude disfrutar la visita de Manuel, así como él también pudo sentirse a gusto con mi familia.

Sin embargo, papá, que se limitaba a seguir la conversación, empezó a mostrarse un poco desesperado, por lo que sus intenciones se hicieron evidentes, sobre todo por la forma en que miraba a Manuel.

De hecho, no se inmutó a la hora de preguntarle a Manuel sobre el tipo de chicas que le gustaban.

—¡Papá! —exclamé alarmada.

—¿Qué? Solo es una pregunta… No te molesta, ¿verdad, Manuel? —le preguntó papá.

—En lo absoluto, señor —respondió Manuel, a la vez que esbozaba una sonrisa.

—Yo también quisiera saberlo —intervino mamá.

—Y yo —musitó mi hermana.

Era evidente que todos querían saber si Manuel sentía algo por mí, lo cual resultó contraproducente, pues intuí que era todo lo contrario.

—No tienes que responder, Manuel —dije avergonzada.

—No te preocupes, me resulta una pregunta interesante —respondió él, y de repente su semblante se tornó gentil.

Un vacío se generó en mi pecho, pues eso quería decir que a Manuel le gustaba una chica que no era yo, aunque también pensé, con un dejo de esperanza, que podría describirme, por eso me dejé llevar por la curiosidad.

—Si tuviese que describir a la chica que me gusta, me enfocaría en los detalles que han llamado mi atención en los últimos días —dijo Manuel—. Últimamente, he descubierto que más allá de la apariencia y el físico, lo que me resulta atractivo es la elegancia con la que destaca esta persona. También admiro la forma en que se expresa, la amabilidad con la que trata a sus allegados, la consideración que tiene con quien lo necesita, la postura que muestra cuando realiza tareas, y la felicidad que es capaz de transmitirme con el simple hecho de pensar en ella.

Manuel hizo una pausa y dio un sorbo a su té.

—Cuando sonríe, hace que su alrededor brille y mi corazón palpite de manera incontrolable. Es, sin duda alguna, la chica más hermosa y encantadora. Destaca en sus estudios y sé que podríamos conectar perfectamente si tengo la valentía de acercármele. Lo que me detiene, por ahora, es que la considero inalcanzable, pues sé que viene de una buena familia, y tal vez sea descabellado considerar las diferencias de clases sociales hoy en día, pero entonces, suelo preguntarme, ¿qué podría yo ofrecerle a cambio? Porque les aseguro que si tuviese la dicha de enamorarla, ganaría más de lo que sé que me merezco.

Todos hicimos silencio, pues no esperábamos que Manuel pudiese expresarse de tal manera.

—Vaya —musitó mamá con un dejo de asombro.

—Lamento haber sido tan abierto respecto a mis sentimientos —dijo Manuel con un dejo de vergüenza.

—No te preocupes… Creo que es encantador ver a un joven enamorado —comentó papá, notablemente aliviado.

—Entonces, ¿es mi hermana de quien estás hablando? —preguntó Carolina.

Cuando Carolina hizo esa pregunta, me puse tan nerviosa que creí que me desmayaría, pues no esperaba que fuese tan directa. Manuel, en cambio, mantuvo la compostura y dio otro sorbo a su té.

—No. Me gustaría considerar a Corina como una buena amiga, aunque me disculpo si he dado la impresión de que hablaba de ella —respondió.

Así, lo que ya intuía se confirmó.

—Bueno, ya basta, no quiero que interroguen más a Manuel… Además, vino a visitarme a mí, así que agradecería que nos dejen a solas —reclamé.

Mamá fue quien respondió a mi reclamo, justo antes de que papá lo hiciese, pues a él se le notaba algo molesto.

—Tienes razón, hija, nosotros estaremos en mi estudio… Vamos, dejemos que Corina pase tiempo con su amigo —dijo mamá, preocupada y afligida al saber que mis sentimientos eran unilaterales.

Carolina y papá hicieron caso a la petición de mamá, y por fin me dejaron a solas con Manuel, aunque la incomodidad no hizo más que crecer.

—Lamento que te hayan hecho esas preguntas —musité.

Manuel me miró sin mostrar emoción alguna, mientras que yo eché un vistazo a su mejilla levemente amoratada, aunque de pronto desvié la mirada.

—No te preocupes —dijo.

—¿Estás molesto? —pregunté aterrada.

—No, para nada. Intuía más o menos una situación como esta —respondió con notable inconformidad, aunque permaneció sereno mientras disfrutaba de una galleta.

A partir de entonces reinó el silencio incómodo, y el nerviosismo ni siquiera me permitió darle la cara.

Por eso pensé que Manuel se iría de casa y no volvería a hablarme, aunque se quedó sentado y disfrutando la merienda.

No sabía qué decirle, pues enfrentaba un montón de emociones que en mi inmadurez se me dificultaban controlar. Tal vez por eso fui impulsiva cuando revelé lo que creí que sentía.

—Me gustas —musité.

Creí que Manuel se asombraría con mi confesión, pero jamás perdió la compostura. Al contrario de lo que esperaba, frunció el ceño y dio un sorbo a su té.

—Tenía la impresión de que me dirías algo así —dijo con repentina serenidad, como si el té le hubiese permitido encontrar la sensatez que necesitaba.

—¿Eh? —fue lo único que pude expresar.

—Has sido un libro abierto desde que me obsequiaste los cupcakes, pero te puedo asegurar que no te gusto —alegó.

Ante tales palabras, no pude evitar molestarme, pues sentí que estaba menospreciando mis sentimientos.

—¿Qué? ¿Acaso eres tonto? ¿Qué podrías saber tú de lo que siento? No imaginé que fueses tan…

—¿Por qué crees que te gusto? —preguntó al interrumpirme.

—Porque… Pues no sabría cómo responder, además…

Me interrumpí a mí misma cuando Manuel hizo un gesto de negación y colocó la taza de té en la mesa. Entonces, tomó una galleta para darle un mordisco y mirarme fijamente.

Su calma me sacó de quicio por unos segundos, pero por suerte, no exploté de la rabia que sentí.

—Disculpa que te lo diga de esta forma, pero yo sé lo que sientes —aseguró Manuel.

—¿Qué quieres decir? —pregunté confundida.

—Piénsalo, Corina, si yo no hubiese aparecido en el callejón aquel día, ¿quién sería yo para ti? —replicó.

«¿Quién sería Manuel para mí?» Me pregunté confundida.

—No entiendo. ¿Qué quieres decir? —pregunté con repentina voz temblorosa.

—Si yo no hubiese aparecido ese día, o si simplemente no hubieses ido al callejón, ¿quién sería yo para ti? —preguntó sin perder la compostura.

No quería responder, pues al hacerlo estaría dando la razón a su planteamiento, pero no tuve alternativas.

—Un compañero de clases con el que nunca hablaba —musité avergonzada.

—Entonces, ¿por qué crees que te gusto? —inquirió Manuel, quien me estaba haciendo entrar en razón, por mucho que me costase aceptarlo.

—Porque me salvaste —respondí, a la vez que un vacío se generaba en mi pecho.

—Eso, Corina, es lo mismo que afirmar que no te gusto yo, sino lo que hice por ti en el callejón —alegó.

—Pero…

—No me parece justo, Corina —dijo al interrumpirme—. Oye, comprendo perfectamente que te sientes en deuda conmigo, pero ya está, ya pasó. No tienes que agradecerme. Además, que te guste lo que hice por ti, mas no mi persona, me resulta irrespetuoso para nuestros sentimientos. Eso sin tomar en cuenta que, de ser egoísta y corresponderte, a largo plazo te dañaría emocionalmente, y no me siento cómodo al considerar esa posibilidad.

Manuel tenía razón, pero en mi egoísmo e inmadurez, no pude tolerar que me rechazase con tantos argumentos. Incluso lo consideré un idiota a quien no le importaba lo que yo estaba sintiendo.

—Eso lo dices porque no cumplo tus expectativas. Simplemente no te gusto yo, sino Alexa, ¿verdad? —inquirí, a la vez que mis ojos se llenaban de lágrimas.

—Puedes pensar lo que quieras, pero con el tiempo me darás la razón… Ten, limpia tus lágrimas —replicó al entregarme un pañuelo que rechacé.

Manuel dejó el pañuelo en el sofá y se levantó sin decir una sola palabra, aunque no tardó en romper el silencio.

—Corina, creo que es hora de retirarme, ¿podrías pedirle a alguien que me acompañe hasta la salida? —preguntó.

No respondí a sus palabras. Solo me dirigí a la cocina para pedirle a una de las empleadas que acompañase a Manuel hasta la salida.

Luego fui a mi habitación para ver a través de la ventana cómo abandonaba mi casa.

Cuando Manuel desapareció de mi campo de visión, me recosté en mi cama y rompí a llorar, pues no podía persuadir la herida a mi ego, que creía que el chico que me gustaba me había rechazado.

Entonces, mamá y Corina entraron a mi habitación con notable curiosidad; ambas se alarmaron cuando notaron que estaba llorando.

—Cariño, ¿qué sucedió? —preguntó mamá, preocupada.

Apenas pude hacer un gesto de negación, pues mis palabras se estancaron en mi garganta.

—¿Qué te dijo? —preguntó Carolina, quien también empezó a llorar al verme decaída y triste.

Antes de responder, respiré profundo y traté de reencontrarme con la calma.

También necesitaba expresarme de una manera adecuada, aunque a fin de cuentas decidí ser sincera con ellas.

—Manuel solo dijo la verdad, y supongo que yo también debería ser honesta con ustedes —musité.

Mamá y Carolina cruzaron miradas, pero no me interrumpieron.

—Antes de revelar la verdad, quiero que papá esté presente —dije, a la vez que limpiaba mis lágrimas.

Tal vez, que Manuel me ayudase a comprender lo que sentía, me motivó a ser honesta con mi familia, aunque seguía dolida por el hecho de rechazarme; admito que fui orgullosa en ese aspecto.

En fin, al cabo de unos minutos, al reunirnos en el estudio de papá, y a pesar de los nervios que sentía, revelé lo que ocurrió aquella mañana en el callejón, cuando cinco chicos intentaron abusar de mí y Manuel me salvó.