◊ Corina Páez ◊
Supongo que superar en solo un día el rechazo justificado y fundamentado de Manuel fue motivo suficiente para terminar de comprender que tenía razón. Pero una parte de mi ego herido no quiso aceptarlo, ya que era la primera vez que me declaraba y me rechazaban.
Lo bueno, dentro de lo malo, es que maduré un poco y aprendí la diferencia entre el capricho y la atracción verdadera, pues a pesar de no experimentar el amor como creí, una explicación de mamá bastó para hacerme una idea.
En cuanto a mi opinión de Manuel, lo empecé a considerar un amigo, tanto porque me agradaba su personalidad como el hecho de saber que le gustaba Alexa.
Además, no todos los días tenemos la oportunidad de toparnos con gente sincera y franca, y en su caso, más allá de su franqueza, alguien que no pone su bienestar personal por debajo de la de nadie, con tal de complacer a quien lo rodea; eso es algo que admiro.
A fin de cuentas, era una chica de trece años, y no tenía una mínima idea de cómo enfrentarlo en nuestro reencuentro.
El domingo me permitió reflexionar y aceptar todo lo que ocurrió durante su visita, pero el lunes era otra cosa, pues tener a Manuel frente a mí tras ser rechazada, y peor aún, ocultar tal hecho de mis amigas, no fue tarea sencilla.
Claro que la situación no pasó a mayores por un factor que no esperaba enfrentar cuando llegué al salón de clases un poco más temprano de lo normal.
A quienes me encontré en el salón, fue a los tórtolos que, por mucho que intentaban ocultar su enamoramiento mutuo, no lograban hacerlo.
Rey y Estela seguían engañándose a sí mismos al ocultar que eran más que amigos, pero supuse que era normal después del altercado que tuvieron.
Entonces, tomando en cuenta que la pareja de tortolitos ansiaba seguir a solas, decidí salir del salón de clases, aunque accidentalmente choqué con un chico que me sostuvo con firmeza para evitar que cayese al suelo.
Cuando me sostuve de sus brazos, no pude evitar asombrarme por la dureza de estos, pues creí que este chico era bastante delgado, aunque de eso culpé su ropa holgada.
―Buenos días, Misael ―dije al saludarlo.
―Corina…, que…, que gusto me…, me da saludarte… ¿Es…, estás bien? ―preguntó con notable nerviosismo, aunque me asombró que respondiese a mi saludo.
Todos en el salón sabíamos o nos hacíamos la idea errónea de que Misael era raro y que no le gustaba hablar con nadie, pero comprendí que no se trataba de eso.
Misael, quien me soltó cuando pude valerme por mí misma, se disculpó por su torpeza y esbozó una sonrisa titubeante. Me resultó un poco tierno ese comportamiento, aunque lo que me impresionó fue el intenso azul de sus ojos tras mirarlo fijamente.
―Me impresiona que me hayas saludado, porque nunca respondes a quienes te saludan, a menos que sean Manuel o Estela ―comenté.
―Bu…, bueno, es que…, es…, estoy haciendo un…, un esfuerzo para comunicarme con…, con mis compañeros ―respondió, desviando la mirada al notar que lo miraba fijamente a los ojos.
―Me alegra saber eso, Misael. En ese caso, puedes contar conmigo si gustas. Sería genial conocer un poco de ti, porque siempre has sido un misterio ―dije con amabilidad.
―Lo…, lo siento…, mu…, mucho ―musitó avergonzado.
―¡Buenos días, Cori! ―exclamó Anabel de repente, haciendo que me sobresaltase.
Sofía y Alexa, quienes la acompañaban, e incluso Misael, rieron por mi reacción, mientras que Anabel se disculpó por asustarme, pues no era su intención hacerlo.
―Ah, Misael, disculpa… Buenos días ―dijo Alexa al saludarlo con amabilidad.
―Buenos días, Misael ―continuó Sofía de igual manera.
―Buen día, Misa, sí que es raro verte fuera de tu mundo ―comentó Anabel con voz socarrona.
―Lo…, lo siento mucho ―respondió Misael.
―No, Misael, no lo sientas… Se dice: Buenos días ―contestó Anabel―. A ver, practiquemos… Di: buenos días, chicas.
Misael, como si viese en Anabel a una profesora, respondió tal cual ella lo indicaba, lo que me resultó encantador, aunque intervine para que no lo molestasen y se riesen de él.
Entonces, Misael hizo un gesto de saludo a alguien detrás de nosotras, por lo que giramos de manera instintiva hacia esa persona.
Se trataba de Manuel, quien también hacía un gesto de saludo mientras sonreía al notar que Misael estaba socializando con nosotras.
Alexa por su parte, no pudo ocultar su emoción cuando vio a Manuel.
Incluso se ruborizó y dejó escapar un suspiro.
Sofía y Anabel esbozaron sonrisas traviesas ante su reacción, mientras que Misael y yo cruzamos miradas cómplices.
Entonces, justo cuando estaba por preguntarle a Alexa si de verdad le gustaba Manuel, entró el profesor de Matemáticas, por lo que me quedé con la duda durante toda la clase.
♦♦♦
Durante la hora del receso, fueron pocos los que se quedaron en el salón de clases, mejor dicho, solamente Estela y Rey.
Usualmente, también solían quedarse Misael y Manuel en el salón, pero supuse que querían darles tiempo a solas a los tortolitos, pues era evidente que derrochaban amor.
Yo acordé ir al cafetín con mis amigas, por lo que simplemente desayunamos y conversamos de las tendencias en redes sociales.
Con mis amigas tenía un alto nivel de confianza, pero no podía revelarles todavía lo que me pasó en el callejón, ni mucho menos decirles que Manuel me había rechazado, así que traté ignorar esos recuerdos y me centré en los temas superficiales de conversación.
Sabía que, tarde o temprano, mis amigas se enterarían de lo que me pasó, pues cuando le revelé la verdad a mi familia, tanto papá como mamá juraron que harían pagar a Álvaro y sus amigos por lo que intentaron hacerme.
Además, querían regañar a Manuel por no haber sido sincero durante su visita, aunque también tuvieron en consideración compensarlo por haberme salvado.
Estaba segura que muchas cosas estaban por suceder. Así que traté de mantener un bajo perfil en la medida de mis posibilidades.
A fin de cuentas, cuando terminó el receso y regresamos a nuestro salón de clases, nos encontramos con un grupo de chicas que rodeaban mi puesto.
Mis amigas y yo nos confundimos por algo tan inusual, pero en vez de armar un escándalo, nos acercamos para que se percatasen de nuestra presencia.
―¡Ya llegó Corina! ―exclamó una compañera de clases.
―Ven rápido, tienes una declaración ―dijo otra compañera con un dejo de emoción.
«Otra declaración», pensé con un dejo de molestia, pues desde que creció mi popularidad, no dejaba de recibir declaraciones de amor, tanto escritas como en persona.
―¿Quién es el remitente? ―preguntó Anabel, quien se tomó el atrevimiento de tomar la carta para entregármela.
Al tomar la carta y sentarme en mi puesto, mientras todas las chicas me miraban con curiosidad, a excepción de mis amigas que estaban igual de fastidiadas que yo, eché un vistazo al sobre y me percaté de que no tenía remitente.
―No hay remitente, solo dice que va dirigido a mí ―dije, confundida.
―Así que es una declaración anónima ―comentó Sofía, quien miró a su alrededor en busca de alguien sospechoso.
―¿Deberías leerla? ―preguntó Alexa.
―Creo que mejor la rompo ―respondí con desinterés.
―Supongo que podríamos descubrir quien la dejó, preguntándole a Rey o Estela ―alegó Sofía―. A fin de cuentas, ellos se quedaron a solas en el salón.
Tal como sugirió Sofía, les preguntamos a Estela y a Rey por la persona que dejó la carta, pero para nuestro infortunio, ellos no estaban en el salón de clases cuando apareció el remitente.
―¿No estaban aquí coqueteando? ―preguntó Sofía.
―¡No coqueteábamos! ―exclamó Estela, avergonzada.
―Cuando regresamos al salón, solamente estaba Manuel leyendo en su puesto ―respondió Rey.
Sofía giró en dirección de Manuel y sugirió ir con él, así que las cuatro nos acercamos a su puesto.
Manuel leía un libro mientras esperaba el inicio de la segunda clase, por eso se sorprendió cuando levantó la vista y nos vio a las cuatro frente a él.
―¿Sabes quién dejó esta carta en el puesto de Corina? ―preguntó Sofía.
―La verdad, no… No entró nadie mientras estuve en el salón ―respondió.
―¿Cómo podrías saberlo si estabas leyendo? Sueles concentrarte mucho en tus lecturas ―alegó Alexa.
―Creo que me prestas mucha atención, pero tienes razón ―replicó Manuel, haciendo que Alexa se ruborizase.
Manuel echó un vistazo al sobre en mis manos y abrió los ojos de la impresión. Eso nos confundió un poco, pero comprendimos que él sabía quién era el remitente.
―¿Me permites el sobre? ―preguntó Manuel.
No dudé en entregárselo, a pesar del rencor que seguía sintiendo hacia él por haberme rechazado.
Manuel se centró en la caligrafía del remitente, que por suerte había escrito "Para Corina Páez", y luego me regresó el sobre.
―Sé quién es ―dijo tras un largo suspiro y con un dejo de impresión―. Pero lamentablemente, no puedo decirles.
―¿¡Eh!? Pero, ¿por qué? ―pregunté alterada.
―Quiero respetar el anonimato de esta persona, y me tomo el atrevimiento de sugerir que echen un vistazo al contenido de la carta ―respondió.
Tomé mi carta sin responder y me dirigí a mi puesto con notable molestia; mis amigas me siguieron.
Ellas me aconsejaron sobre qué hacer respecto a la carta, y dado que estaban de acuerdo con Manuel, decidí conservarla.
Sin embargo, sabía que esta persona era respetada por Manuel, por lo que la curiosidad no hizo más que desesperarme y hacerme querer saber la identidad del remitente.