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Chapter 7 - Capítulo 7: Relajación entre humo

La habitación estaba envuelta en una calma densa tras lo que acababa de ocurrir. Dante, aún disfrutando de la satisfacción, se levantó de la cama con una expresión relajada y despreocupada. No había tenido una experiencia así desde que había llegado a este maldito mundo, y ahora, mientras la mujer descansaba exhausta a su lado, sentía que el momento merecía algo especial.

—Esto se merece un buen cigarrillo —murmuró, más para sí mismo que para ella.

Con un movimiento casi automático, invocó una caja de cigarrillos, una de esas que solía fumar en su mundo anterior. Encendió uno con un chasquido de dedos, disfrutando del primer golpe de nicotina, y el humo comenzó a llenar el aire con su aroma familiar. Se sentó al borde de la cama, mirando a la mujer, que permanecía tumbada, aún jadeando y recuperándose del placer abrumador que acababa de experimentar.

Dante se recostó contra la cabecera, sus músculos aún zumbaban con la energía residual de su intenso encuentro. La habitación estaba impregnada del aroma del sexo y el sudor, una mezcla embriagadora que hizo que sus sentidos nadaran.

La muchacha, aún recuperándose de su orgasmo, lo miraba con los ojos muy abiertos y vidriosos. Su cuerpo estaba flácido, sus extremidades pesadas por el agotamiento, pero había una chispa de curiosidad en su mirada mientras lo contemplaba fumando. Dante le ofreció el cigarro y, después de un momento de vacilación, ella lo aceptó, llevándoselo a los labios y dando una tentativa bocanada. El humo llenó sus pulmones, haciéndola toser ligeramente, pero se adaptó rápidamente, encontrando un ritmo que le conviniera.

Permanecieron sentados en silencio durante un rato, con el único sonido del crepitar del tabaco encendido y el ocasional crujido de las sábanas al cambiar de posición. Los ojos de la muchacha se cerraron y, por un momento, Dante pensó que podría haberse quedado dormida. Pero entonces volvió a abrirlos, clavando la mirada en la de él con una nueva determinación.

"¿Qué pasa ahora?", preguntó, con la voz ronca por los gritos.

Dante sonrió, dando otra calada a su cigarro. —Ahora —dijo lentamente, saboreando las palabras—, vamos a relajarnos un poco.

Se inclinó hacia delante y volvió a colocar el cigarro en la mesita de noche. La muchacha siguió su ejemplo y colocó la suya junto a la suya. Mientras lo hacía, Dante extendió la mano y la rodeó por la nuca. Ella se puso rígida al tocarlo, con el aliento entrecortado en la garganta.

—Ven aquí —ordenó, con voz baja y áspera—.

La muchacha vaciló, sus ojos se dirigieron a la puerta como si pensara en escapar. Pero el agarre de Dante se hizo más fuerte, y supo que no tenía sentido resistirse. Lentamente, se acercó más, su cuerpo temblaba mientras se acercaba a él.

Dante la empujó hacia adelante, obligándola a arrodillarse entre sus piernas. Su polla, todavía resbaladiza con sus jugos combinados, se retorció al ver su postura sumisa. Él la guió hacia abajo, presionando su rostro contra su regazo. La muchacha se resistió por un momento, sus manos empujando sus muslos, pero el agarre de Dante sobre su cuello era inflexible.

—Abre la boca —ordenó, sin que su voz admitiera discusión—.

A regañadientes, la chica obedeció, separando los labios lo suficiente para que él guiara su polla hacia su boca. La sensación de su boca cálida y húmeda rodeándolo fue casi demasiado, y tuvo que contener un gemido. Podía sentir la electricidad aún zumbando bajo su piel, un recordatorio constante de su poder.

La chica se atragantó mientras su polla empujaba más profundamente, su garganta se apretaba alrededor de él. Dante ignoró su incomodidad, empujando hacia adelante hasta que toda su longitud quedó enterrada en su boca. Sus ojos se llenaron de lágrimas y las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras luchaba por respirar. El humo del cigarro flotaba en el aire, mezclándose con el aroma de su excitación, creando una atmósfera embriagadora.

Dante comenzó a moverse, sus caderas se movían con movimientos lentos y deliberados. Cada movimiento enviaba una sacudida de electricidad a través de su polla, haciendo que el cuerpo de la chica se convulsionara a su alrededor. Ella trató de apartarse, sus manos arañando sus muslos, pero Dante la sostuvo con firmeza, su agarre como de hierro.

—Sigue —gruñó él, con la voz amortiguada por la boca de ella—. "No te detengas".

Los ojos de la chica se abrieron con pánico, pero no tuvo otra opción. Tenía que obedecer. Ella envolvió sus labios con fuerza alrededor de su pene, tratando de suprimir el reflejo nauseoso mientras él se adentraba más. La sensación era abrumadora, una mezcla de dolor y placer que la dejó sin aliento.

Dante podía sentir la presión que crecía dentro de él, la magia se alimentaba de sus reacciones. Aumentó la intensidad de las embestidas, sus caderas se movían más rápido, más fuerte. El cuerpo de la chica temblaba debajo de él, su garganta se apretaba alrededor de su polla mientras luchaba por seguir el ritmo.

"¡ más profunda!", ordenó, con voz áspera y exigente.

la muchacha gimió, sus ojos le suplicaban que se detuviera. Pero Dante era implacable. Le obligó a bajar aún más la cabeza, hundiendo su polla más profundamente en su garganta. La electricidad se disparó, enviando olas de placer a través de su cuerpo. Podía sentir el calor que se acumulaba, la intensidad de la magia que le hacía sentir un cosquilleo en la piel.

El cuerpo de la chica se puso rígido, su garganta espasmódica alrededor de su polla mientras luchaba por respirar. El humo del cigarro llenó sus pulmones, haciéndola toser y ahogarse. Pero a Dante no le importó. Lo único que le importaba era la sensación de su boca apretada y húmeda alrededor de su polla, la forma en que su garganta se apretaba y soltaba con cada embestida.

"¡Asfixiarla!" pensó, su mente acelerada con las posibilidades. "¡Haz que se ahogue en el humo y en tu polla!"

Con una última y poderosa embestida, clavó su polla profundamente en su garganta, manteniéndola allí mientras ella jadeaba por aire. El cuerpo de la muchacha se convulsionó, sus manos se aferraron a sus muslos mientras intentaba alejarse. Pero el agarre de Dante era inflexible, sus dedos se clavaron en la carne de su cuello mientras la mantenía en su lugar.

El humo del cigarro llenó la habitación, arremolinándose a su alrededor como una espesa niebla. Los ojos de la niña se pusieron en blanco, su cuerpo temblaba con el esfuerzo de respirar. Pero Dante no se detuvo. La mantuvo allí, con su polla enterrada profundamente en su garganta, la electricidad surgiendo a través de ambos.

Los susurros que escapaban de sus labios eran una clara señal de que, una vez más, Dante la había llevado a un punto donde el control ya no existía. No había necesidad de palabras. El ambiente estaba cargado de un entendimiento tácito entre ambos, donde el humo del cigarrillo y el placer se mezclaban en una calma que ninguno de los dos olvidaría pronto.

Finalmente, Dante se recostó de nuevo, dejando que el humo llenara el aire mientras ella intentaba recuperar la compostura. En ese momento, todo lo demás parecía lejano e irrelevante. Solo existía el silencio, el placer y el humo que se disipaba lentamente en la habitación.

Después de disfrutar de un largo y relajante cigarrillo junto a la mujer, Dante se levantó lentamente de la cama. Aún con la sensación de satisfacción recorriéndole el cuerpo, no pudo evitar sonreír. Este mundo de mierda al menos tenía sus momentos de diversión. Con una mirada perezosa hacia la mujer, que seguía tumbada en la cama, incapaz de moverse por el placer abrumador que acababa de experimentar, Dante apagó su cigarrillo en una pequeña bandeja que había invocado junto con los cigarrillos.

Mientras observaba la escena, su mente vagaba, pensando en lo inútil que todo le parecía. Este mundo, con sus aldeanos asustados y su magia errática, no le importaba. Nada de lo que había aquí tenía valor para él, salvo por esos pequeños momentos de satisfacción que lograba arrancarle a la vida de vez en cuando.

Dante se estiró con pereza y decidió que ya era hora de hacer algo más que perder el tiempo en la cama. No es que tuviera muchas opciones, pero experimentar más con su magia siempre le daba algún tipo de distracción. Al menos, el poder que ahora manejaba le permitía jugar con las reglas de este mundo a su antojo.

Caminó hasta la ventana, abrió las cortinas y dejó que el aire frío de la mañana llenara la habitación. El invierno ya estaba en pleno apogeo, y aunque los aldeanos aún no habían osado molestarlo de nuevo, él sabía que la escasez seguiría siendo un problema. No era su problema, pero lo mantenía entretenido observar cómo esos desgraciados intentaban sobrevivir.

Sin mucho más que hacer por el momento, Dante lanzó una última mirada a la mujer que, con un cigarrillo a medio fumar, apenas podía mantener los ojos abiertos. Estaba claro que él había hecho bien su trabajo.

—Descansa —le dijo con una sonrisa burlona—. Te lo has ganado.

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él. Sabía que el día aún tenía mucho por ofrecer, y tal vez, solo tal vez, el aburrimiento no le ganaría esta vez.

Dante bajó lentamente las escaleras de la posada, dejando atrás la habitación y a la mujer que aún recuperaba el aliento. Su humor era ligero, satisfecho tras la distracción, y ahora estaba listo para enfrentar otro día más en este maldito mundo. Mientras cruzaba el umbral hacia la sala común de la taberna, algunos aldeanos lo miraban de reojo, como siempre hacían. Sin embargo, ninguno se atrevía a acercarse.

Se dirigió al mostrador, donde el posadero, nervioso pero acostumbrado a la presencia de Dante, le sirvió una jarra de la cerveza local sin necesidad de que lo pidiera. Dante se recostó en la barra, disfrutando del momento. El invierno seguía su curso y la aldea estaba apenas sobreviviendo. La escasez de alimentos se hacía notar, y aunque había dado unos sacos de grano y arroz, no tenía intención de hacer más. Lo que los aldeanos hicieran con sus vidas no era de su incumbencia.

Mientras bebía tranquilamente, su mente volvió a su magia, ese poder que tanto lo intrigaba como lo frustraba. Había llegado al punto en el que podía controlarlo casi por completo, pero aún había límites que no entendía del todo. Siempre le quedaba la duda de si realmente había algo más profundo detrás de ese poder, algo que podría explotar si dedicaba más tiempo a experimentarlo.

Al cabo de unos minutos, un grupo de aldeanos se acercó tímidamente a la barra. Se detuvieron a una distancia prudente de Dante, evitando cualquier contacto visual directo. Uno de ellos, probablemente empujado por los demás, se animó a hablar.

—S-señor Dante... —dijo el hombre, con la voz temblorosa—. Quería agradecerle por... bueno, por la comida que nos dio. Si no fuera por eso...

Dante levantó una ceja, interrumpiéndolo con una sonrisa sarcástica.

—¿Otra vez con los agradecimientos? —bufó—. Ya os di lo que necesitabais. No hace falta que volváis a decírmelo. Si tanto os gusta vivir agradeciendo, id a darle las gracias a la diosa por no haberos matado todavía.

Los aldeanos se miraron entre sí, claramente incómodos, pero asintieron en silencio antes de retroceder y marcharse. Dante los observó mientras se alejaban, tomando otro largo trago de su cerveza. Para él, el agradecimiento de los aldeanos era tan inútil como todo lo demás en ese mundo. No estaba aquí para salvarlos ni para hacerles la vida más fácil. Simplemente jugaba con las cartas que le habían dado, sin importarle lo que ocurriera con los demás.

—Maldito mundo de mierda... —murmuró para sí, mientras volvía a concentrarse en su bebida.

La tarde avanzaba y, mientras la taberna comenzaba a llenarse de ruido con la llegada de más aldeanos, Dante se reclinó en su asiento, observando el ir y venir de la gente con una indiferencia tranquila. El día podía seguir su curso sin que nada lo perturbara, y por ahora, eso era todo lo que necesitaba.

Después de disfrutar de un baño en el río, Dante regresó a la aldea sintiéndose renovado. A pesar del invierno, había utilizado su magia para crear una estructura de piedra que mantenía el agua caliente. El truco era sencillo: el agua del río entraba en la estructura y se calentaba al pasar por un sistema que él mismo había diseñado, lo que le permitía disfrutar de un baño sin preocuparse por el frío. Al menos, en ese aspecto, este mundo tenía algo que ofrecerle.

Subió de nuevo a la habitación y, al abrir la puerta, vio que la mujer seguía profundamente dormida en la cama. Recordó que le habían dicho que la tendría para él todo el día, y sonrió con diversión. La verdad es que había hecho esa propuesta solo para que lo dejaran en paz, pero al final, había salido ganando. No había sido una japonesa, pero bueno, algo era algo.

Dante se dejó caer en la silla junto a la cama, observando a la mujer mientras se despertaba lentamente. En su mente, empezaba a pensar en lo fácil que era manipular a la gente en este mundo. Bastaba con ofrecerles un saco de arroz o algo de comida, y ya estaban dispuestos a entregar una mujer sin pensarlo dos veces. Todo esto le hacía gracia.

—Menudo mundo este —murmuró para sí mismo, con una sonrisa burlona—. Dejas un saco de grano y te llevas a una mujer. Ni en mi mundo pasaban cosas así.

Cuando la mujer abrió los ojos, aún un poco aturdida, Dante se inclinó hacia ella y la miró con una mezcla de curiosidad y burla.

—Así que... dime, ¿cómo fue que los tipos esos aceptaron un trato tan estúpido? —preguntó con tono divertido—. Les dije lo de dejarme contigo solo para que me dejaran en paz, pero parece que no tienen ni una neurona. ¡Joder, qué fáciles de manipular! —soltó una carcajada—. ¿Cómo puede alguien ser tan ingenuo?

La mujer, aún algo desorientada, se encogió de hombros, sin saber muy bien qué responder. Era evidente que los aldeanos estaban desesperados, y ella no era más que una pieza en ese juego.

Dante dejó de reírse y se recostó en la silla, mirándola con más seriedad esta vez.

—Bueno, ya que estamos... Cuéntame algo. ¿Cómo es la capital? ¿Y las otras ciudades? —preguntó—. Necesito algo más civilizado que estar aquí rodeado de esta gente. Quiero saber si hay algo mejor en este mundo de mierda.

La mujer, finalmente más despierta, lo miró con cierta cautela antes de hablar. Sabía que no podía decir nada que lo ofendiera, así que eligió sus palabras con cuidado.

—La capital... es mucho más grande y organizada que esta aldea, claro. Hay mercados, calles empedradas, y mucha más gente... aunque también hay problemas —dijo con voz suave—. No todo es perfecto, pero es más limpio y... civilizado, como dices.

Dante asintió lentamente, procesando la información. Tal vez valiera la pena echar un vistazo a esos lugares. Este pequeño rincón del mundo ya empezaba a aburrirle, y algo más interesante podría estar esperándolo en las ciudades más grandes.

—Ya veo... —murmuró, con una sonrisa ladina—. Quizás deba hacer una visita a la capital pronto. Quién sabe, tal vez encuentre algo más entretenido por ahí.

Con esa idea rondándole la cabeza, se levantó de la silla y se estiró, preparándose para lo que vendría después. El invierno estaba en pleno apogeo, pero Dante sentía que era hora de cambiar de aires.