Dante despertó al día siguiente con una sensación de incomodidad que no le permitía seguir durmiendo. La cama era igual de terrible que la noche anterior y su cuerpo, dolorido, no mejoraba. Se sentó, frotándose los ojos mientras sentía cómo el polvo aún impregnaba su piel. No había tenido el valor de lavarse la noche anterior en esa tina repugnante. Necesitaba algo mejor si no quería pillar una infección de quién sabe qué.
—Voy a terminar con alguna enfermedad medieval si me lavo en esa mierda... —murmuró, levantándose de la cama con esfuerzo.
Después de pensarlo unos minutos, decidió que la única opción sensata era buscar un río o algo con agua corriente. El agua estancada de la tina en la posada no era una opción si no quería morir de tétanos o algo peor. Así que, con un suspiro resignado, bajó las escaleras y se dirigió hacia el posadero.
—Oye, ¿hay un río cerca de aquí? —preguntó, sin rodeos.
El hombre lo miró con desinterés mientras limpiaba una jarra sucia, como siempre.
—A unos diez minutos hacia el sur —respondió con un gruñido—. Sigue el camino de tierra, no tiene pérdida.
Dante no esperó más y salió del lugar, agradecido de alejarse de ese agujero un rato. Mientras caminaba, su mente volvía una y otra vez a lo absurdo de todo lo que le estaba sucediendo. Estaba en un mundo medieval de mierda, lleno de aldeanos borrachos que no hacían más que beber y mirarlo como si fuera un bicho raro. ¿Y para qué? ¿Salvar este lugar? Ni de coña. Si todo lo que había visto era una muestra de este mundo, no le extrañaba que el demonio que mencionó la diosa estuviera ganando.
—Si yo fuera ese demonio, ni me molestaría en invadir... —pensó, pateando una piedra mientras avanzaba—. Estos se están destruyendo solos. Entre los borrachos y la falta de higiene, no me extraña que estén jodidos. Míralos, malditos bastardos. Lo único que hacen es beber mientras les saquean la vida.
El río apareció ante él después de caminar un rato. El agua, por lo menos, parecía limpia, fluyendo con suavidad entre las rocas. Dante suspiró con alivio. Esto era mejor que la pocilga en la que estaba anoche.
—Al menos aquí no me voy a pillar ninguna infección de peste negra... —murmuró mientras se quitaba la ropa sucia y la dejaba a un lado.
Recordando cómo había hecho aparecer las monedas en la posada, decidió intentar lo mismo. Se concentró por un momento y pensó en lo que necesitaba: gel de baño, champú y una esponja. Casi al instante, los objetos aparecieron junto a él, flotando levemente antes de caer suavemente en el suelo.
Dante sonrió, sintiéndose por primera vez algo satisfecho en ese mundo.
—Bueno, al menos esto lo puedo hacer —dijo mientras cogía el gel y lo examinaba—. Si al menos puedo mantenerme limpio, puede que no me vuelva completamente loco.
Se metió en el río, disfrutando del frescor del agua. Mientras se lavaba con el gel y el champú recién materializados, su mente volvió a la conversación con la diosa. Ella le había dicho que estaba aquí para salvar este mundo de un rey demonio, pero... ¿acaso este lugar merecía ser salvado? Dante echó un vistazo a su alrededor y lo único que veía era una sociedad en decadencia. Gente borracha, dejada, sin ninguna ambición más allá de la próxima jarra de cerveza barata.
—Salvar este mundo... —murmuró, en tono sarcástico, mientras se enjabonaba—. ¿Salvar a quién? Si estos idiotas ni siquiera saben cómo mantener una aldea decente. Normal que ese demonio esté ganando. Aquí no hacen más que beber y dejar que los demás les saqueen. No sé qué espera la diosa que haga yo aquí.
Dante se rió por lo bajo. Lo irónico de todo era que, a pesar de estar en un mundo mágico, no sentía que las cosas fueran muy diferentes de su propio mundo. Siempre había imbéciles dispuestos a destruirse, solo que aquí, en lugar de con drogas o guerras, lo hacían con su propia incompetencia.
—De todos modos, ¿qué más da? —dijo, mientras se aclaraba el cabello—. No tengo intención de salvar a nadie. Si quieren seguir jodidos, que lo hagan. No es mi problema.
Terminó de lavarse y salió del agua, sintiéndose por lo menos algo más limpio y fresco. Mientras se secaba con una toalla que también había hecho aparecer, se permitió unos momentos de calma. A pesar de todo, la sensación de poder materializar lo que necesitaba le daba un leve consuelo. Era algo, aunque fuera mínimo, que podía controlar en este mundo de caos.
Después de disfrutar de su improvisado baño en el río, Dante decidió que ya era hora de volver a la aldea. No es que estuviera particularmente emocionado por regresar, pero no tenía muchas más opciones en ese momento. Sus ropas estaban aún húmedas por el agua, pero al menos ahora se sentía limpio. Caminó durante unas horas por el mismo sendero que lo había llevado al río, dejando que su mente divagara sobre lo absurdo de todo lo que le estaba sucediendo.
Pero, al acercarse a la aldea, algo diferente llamó su atención. A lo lejos, pudo escuchar gritos, el ruido metálico de espadas chocando, y el inconfundible caos de una batalla. Cuando finalmente llegó, no podía creer lo que veía: la aldea estaba siendo asaltada por bandidos.
—No me jodas... —murmuró, frotándose los ojos, como si eso fuera a cambiar la escena frente a él—. ¿Otro maldito cliché?
Aldea atacada por bandidos. Podría haberlo predicho. Era lo más típico de cualquier historia de fantasía barata. A su alrededor, los aldeanos intentaban defenderse, pero estaban claramente en desventaja. Los aldeanos, armados con palos y herramientas de granja, no tenían ninguna oportunidad contra los bandidos, que blandían espadas y cuchillos con facilidad. El caos se desataba a cada paso: gritos de dolor, el chocar de metal contra madera, el crepitar de las casas en llamas.
Dante se detuvo un momento, mirando la escena con desdén.
—¿Qué hago? —se preguntó en voz alta—. ¿Les salvo el culo o me largo de aquí?
Por un instante, consideró dar la vuelta y dejar que los aldeanos se las arreglaran solos. Total, ni siquiera le caían bien, y la diosa nunca le dijo que tenía que salvar aldeanos borrachos. Pero, después de pensarlo un poco más, decidió que lo mejor sería regresar a la posada, al menos para descansar. No tenía ganas de involucrarse en una pelea que no era suya, pero tampoco tenía ganas de buscar otro lugar para quedarse.
—Me voy a mi habitación, y que se las arreglen solos —dijo, encogiéndose de hombros mientras caminaba tranquilamente hacia la aldea, como si nada estuviera ocurriendo.
Mientras avanzaba, los aldeanos luchaban desesperadamente contra los bandidos. Dante los miraba de reojo, viendo cómo los aldeanos eran abatidos uno tras otro. "Normal," pensó. "Intentan luchar con palos contra gente que tiene espadas. No sé qué esperaban."
Siguió caminando con calma, sin apresurarse, como si estuviera de paseo. No tenía ninguna intención de intervenir. Llegó a la posada en medio del caos, caminando por las calles como si nada le afectara, ajeno al desastre a su alrededor. "Esta gente está más jodida de lo que pensaba," se dijo mientras veía cómo algunos aldeanos huían despavoridos y otros caían al suelo, muertos.
Cuando estaba a punto de llegar a su habitación, un bandido apareció delante de él, bloqueando su camino. Era un tipo robusto, con una cicatriz en la cara y una sonrisa que dejaba ver un diente roto.
—¡Tú! —gritó el bandido, apuntando con su espada hacia Dante—. ¡Te voy a rebanar!
Dante lo miró con una mezcla de aburrimiento y exasperación. "¿En serio? ¿Yo?" pensó mientras el bandido corría hacia él. "¿Qué hago ahora?"
En un intento de acabar rápidamente con la situación, Dante pensó en invocar un cuchillo, como había hecho antes con las monedas y el gel. Sin embargo, lo que sucedió lo dejó completamente desconcertado.
En lugar de aparecer el cuchillo en su mano, el bandido que lo atacaba simplemente se desplomó en el suelo, partido en dos por un tajo que no venía de ninguna parte. La sangre se esparció por el suelo, y el cuerpo del bandido quedó inerte a sus pies, dividido por la mitad.
Dante dio un paso atrás, mirando el cuerpo con incredulidad.
—¿Qué... qué coño? —susurró, mirando a su alrededor. No había nadie más cerca, nadie que pudiera haberlo atacado. Todo había ocurrido sin que él hiciera nada.
Dante se quedó en silencio un momento, procesando lo que acababa de suceder. No solo la magia de la diosa era un desastre, sino que parecía tener voluntad propia. Había pensado en un cuchillo y, de alguna manera, el bandido había sido partido en dos por una fuerza invisible.
—Ni la magia de esta mierda funciona bien... —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza—. Esto va de mal en peor.
Con un gesto de resignación, Dante levantó un dedo y apuntó al cielo, como si estuviera culpando a la diosa de lo que acababa de pasar. Sin embargo, no tenía ganas de resolver el misterio. Ya no le importaba. Lo único que quería era volver a su habitación y dejar que el tiempo pasara mientras los aldeanos y los bandidos se mataban entre ellos.
Se dio la vuelta y subió las escaleras hacia su habitación, sin preocuparse por lo que sucedía afuera. Cerró la puerta detrás de él, se dejó caer en la cama y cerró los ojos.
—Que se maten todos... —murmuró, dejando que la oscuridad lo envolviera—. Yo no tengo nada que ver con esto.
Dante estaba tumbado en su cama, mirando el techo y pensando en la locura de lo que acababa de suceder. Afuera, los gritos habían cesado, lo que solo significaba una cosa: los bandidos habían terminado su trabajo. O bien habían matado a todos, o habían capturado a los que quedaban. No le importaba mucho en ese momento; lo único que tenía en mente era lo que había sucedido antes con su magia defectuosa. Esa mierda parecía hacer lo que le daba la gana, y él no tenía ni idea de cómo controlarla.
Se giró en la cama y miró por la pequeña ventana. Los bandidos estaban reuniendo a los supervivientes, separando a los hombres de las mujeres. Era un espectáculo triste, pero no sorprendente. Era lo típico en un mundo medieval de mierda como este. A las mujeres probablemente se las llevarían para... bueno, no era difícil imaginar para qué. Si él fuera un bandido, no dudaría en hacerlo. Y los hombres... no tenía ni idea de para qué los querrían, pero seguro que no era para algo bueno. Quizás trabajo forzado, o tal vez simplemente los mataran más tarde.
Mientras observaba, su mente volvió a una preocupación más personal.
—Ostia, mi pene... —dijo de repente, abriendo los ojos como platos.
Con toda la locura que había pasado, ni siquiera se había fijado en algo tan básico como eso. Cuando estaba en el río, tan enfocado en lavarse, ni siquiera pensó en comprobar que "todo estuviera en su sitio". Si la diosa había sido tan incompetente con el sistema y la magia, ¿qué le decía que no lo había traído sin una parte esencial de su cuerpo?
Se levantó de la cama de un salto, con el corazón latiendo rápido. Se llevó la mano al pantalón y suspiró aliviado al comprobar que, efectivamente, todo estaba en orden. "Menos mal," pensó, dejando caer su cuerpo de nuevo sobre el colchón con una sonrisa sarcástica.
—Al menos eso no me lo ha jodido... —murmuró, aún con la tensión bajando.
Se tumbó de nuevo, cruzando las manos detrás de la cabeza mientras observaba el exterior. Los bandidos seguían con su tarea, arrastrando a las mujeres y hombres a diferentes lados del campamento improvisado que habían montado en la aldea. Desde su ventana, podía ver cómo algunos de los bandidos más corpulentos tiraban de las mujeres, que intentaban resistirse, aunque sin éxito.
—Seguro que se las van a follar —pensó Dante, con un tono de indiferencia que habría asustado a cualquiera—. Si yo fuera uno de ellos, también lo haría. Mira cómo está todo... Aquí no hay reglas, ni leyes, ni nada. Supongo que es la ley del más fuerte. —Se quedó en silencio unos segundos, mirando cómo se desarrollaban los hechos—. Y a los hombres... ni puta idea para qué los querrán. ¿Habrá mujeres bandidos? Porque no he visto ninguna, pero seguro que las hay.
Mientras todo esto sucedía, Dante seguía dándole vueltas a su magia. Ya había comprobado que podía hacer aparecer cosas con solo pensarlo, como el gel y el champú en el río. Pero la última vez que intentó hacer algo para defenderse, el bandido simplemente se desplomó, partido en dos sin razón aparente. ¿Y si intentaba usar la magia en sí mismo? Podría invocar ropa nueva, ya que lo que llevaba estaba hecho polvo, pero...
—Conociendo cómo funciona esta mierda, seguro que termino en pelotas —murmuró, cruzándose de brazos mientras se quedaba mirando su ropa rota—. ¿Qué pasa si intento arreglarla y de repente desaparece? Me veo caminando desnudo por la aldea. Nah, mejor no arriesgarme.
Dante soltó un suspiro, frustrado por la situación. Era como estar en medio de un mal chiste. Tenía una cantidad absurda de maná, pero no podía controlar nada. Tenía poder, pero sin instrucciones, sin lógica, sin sentido. Y todo porque una diosa incompetente lo había traído aquí sin pensar en las consecuencias.
Desde la ventana, el panorama no mejoraba. Los bandidos seguían reuniendo a los supervivientes, y la aldea estaba casi arrasada. Casas quemadas, cuerpos tirados en el suelo... Era un desastre, y Dante no podía evitar sentir una cierta distancia emocional ante todo aquello.
—No sé por qué me esfuerzo en pensar en esta gente —se dijo a sí mismo—. No voy a salvar a nadie, no me pagan para eso, y tampoco quiero hacerlo. Que se apañen como puedan.
Mientras observaba el caos desde la comodidad de su habitación, Dante se dio cuenta de algo. A pesar de todo, a pesar de estar en un mundo que no entendía y con una magia que funcionaba como quería, al menos aún tenía el control de sí mismo. Y eso, en este momento, era suficiente.