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Chapter 4 - Capítulo 4: Incendio accidental

Dante estaba medio dormido en la cama, aún intentando decidir qué hacer con la situación en la aldea. No tenía ninguna intención de involucrarse, pero al mismo tiempo, sabía que los bandidos no iban a dejarle en paz por mucho tiempo. El destino se encargó de confirmarlo cuando la puerta de la taberna se abrió de golpe. Un par de bandidos entraron, seguramente buscando saquear lo que quedaba del lugar.

Dante suspiró, molesto por la interrupción. Estos tipos no aprendían. Se levantó lentamente de la cama, ya harto de la situación. No tenía ganas de pelear, pero si estos cabrones iban a seguir molestando, iba a tener que hacer algo al respecto.

—¿Qué coño quieren ahora? —murmuró mientras los bandidos se acercaban a la barra, buscando alcohol o cualquier cosa que pudieran robar.

Uno de los bandidos se giró al escuchar su voz, mostrándole una sonrisa desdentada y levantando su espada con una clara intención de atacarlo. Dante, sin perder la calma, pensó en invocar una pistola para deshacerse de ellos rápidamente. Pero, como ya había aprendido, su magia rara vez hacía lo que él quería.

En lugar de una pistola, algo completamente distinto ocurrió.

Justo cuando Dante pensaba en el arma, las llamas comenzaron a salir de los cuerpos de los bandidos, pero no desde afuera. Las llamas parecían encenderse dentro de sus cuerpos, como si algo ardiera en su interior y luego estallara hacia fuera. Los hombres soltaron gritos ahogados mientras sus ojos se abrieron de par en par, llenos de terror y dolor. En cuestión de segundos, sus cuerpos estaban completamente envueltos en llamas, incinerándose desde adentro hacia afuera.

—¿Qué coño...? —Dante retrocedió, sorprendido por lo que acababa de pasar.

Los bandidos se convirtieron en cenizas ante sus ojos, sin darle tiempo a procesar lo ocurrido. El olor a carne quemada llenó la taberna, y Dante solo pudo observar con incredulidad.

—¿Ahora qué es esto? —se preguntó, mirando las cenizas que quedaban de los bandidos—. ¿Ni una pistola puedo sacar? En lugar de eso... ¡los incinero vivos!

Estaba desconcertado. Su magia era una mierda impredecible, y lo que acababa de pasar solo lo confirmaba. Pero una cosa estaba clara: si los bandidos seguían molestándole, no iba a dejar que lo interrumpieran más. Si tenía que incinerarlos a todos, lo haría sin dudar.

—Joder, ya estoy harto —murmuró, ajustándose la ropa mientras se dirigía a la puerta de la taberna—. Si estos bastardos van a seguir dando por culo, mejor los quito de en medio y me tomo algo en paz.

Dante salió de la taberna, decidido a terminar con los problemas de una vez por todas. Mientras caminaba por las calles de la aldea, vio a los bandidos restantes saqueando, arrastrando a los aldeanos y revisando los escombros. Algunos notaron su presencia y lo miraron con desprecio, otros ni siquiera se molestaron en mirarlo. Pero eso no importaba. Dante tenía claro lo que iba a hacer.

Uno de los bandidos se acercó a él con una sonrisa torcida, probablemente pensando que sería una víctima fácil. Dante lo miró con indiferencia y, sin más, lo señaló con la mirada. En ese momento, el bandido comenzó a arder. Al principio, parecía una simple chispa dentro de su pecho, pero en segundos, las llamas lo consumieron por completo, incinerándolo desde adentro como a los anteriores.

El resto de los bandidos lo vieron, sus caras pasando de la arrogancia al terror absoluto. Intentaron correr, pero Dante solo tuvo que mirar a cada uno de ellos para que el fuego comenzara a devorarlos uno tras otro. Los gritos de los hombres morían al instante, reemplazados por el crujir de sus cuerpos convirtiéndose en cenizas.

—Esto es demasiado fácil —dijo Dante, casi riéndose mientras seguía caminando tranquilamente, incinerando a los bandidos con solo una mirada.

A su alrededor, los aldeanos que habían sobrevivido miraban con caras de espanto. No sabían si agradecerle o temerle. Después de todo, este hombre que parecía no tener interés en salvarlos acababa de deshacerse de los bandidos de la manera más brutal que podían imaginar.

Dante se detuvo al final de la calle, giró sobre sus talones y observó el caos que había dejado a su paso. Los cuerpos de los bandidos ya no existían; solo quedaban pilas de ceniza dispersas por el suelo. Y los aldeanos, los pocos que quedaban, no podían apartar la vista de él.

—Supongo que ahora puedo tomarme algo tranquilo —dijo, volviendo hacia la taberna como si nada hubiera pasado.

Los supervivientes lo miraban con miedo, pero él no les prestó atención. No tenía ninguna intención de ser un héroe. Solo quería que lo dejaran en paz, y ahora, con los bandidos fuera de escena, eso parecía más posible que nunca.

Dante miró a los pocos aldeanos que habían sobrevivido, ahora amordazados y atados en un rincón, sus caras llenas de miedo e incertidumbre. No le interesaba en lo más mínimo jugar al héroe, pero sabía que, si quería un poco de paz, tendría que deshacerse de ellos de una forma u otra. No tenía intención de perder más tiempo en tonterías.

—Vamos a ver, cómo los suelto sin tener que moverme mucho... —murmuró para sí mismo.

Pensó en invocar un cuchillo, y esta vez, para su sorpresa, la magia le obedeció. Un cuchillo apareció en su mano de forma instantánea. Sin pensarlo mucho, lo lanzó hacia los aldeanos, haciéndolo volar por el aire hasta que cayó justo en medio del grupo, clavándose en el suelo.

—Ahí tienen, desátense ustedes solos —dijo Dante, con indiferencia—. No me molesten.

Sin esperar una respuesta, se dio la vuelta y volvió a la taberna. A su alrededor, los gritos de los aldeanos que intentaban desatarse y los sonidos de los supervivientes moviéndose entre los escombros eran solo ruido de fondo. Dante entró de nuevo en la taberna, y al ver un barril detrás de la barra, pensó que podría servirse algo.

—A saber qué coño es esto... —dijo mientras levantaba una jarra de madera y la llenaba de lo que parecía ser cerveza—. Solo espero que esté frío.

Miró la jarra durante unos segundos, pensando en lo que necesitaba. Había aprendido que su magia era impredecible, pero al menos podía intentar enfriar la bebida. Se concentró en imaginar hielo, o algo que pudiera bajar la temperatura del líquido.

Para su sorpresa, esta vez la magia funcionó, aunque no de la manera que esperaba. En lugar de crear hielo, la jarra en sus manos simplemente se enfrió al instante. Dante la levantó, observando el vapor de condensación en el borde.

—Ya estoy harto de esta mierda —dijo, frustrado por la falta de control sobre su poder—. No hace lo que quiero, pero al menos está frío.

Tomó un sorbo, preparándose para lo peor. Sin embargo, lo que probó no fue tan desagradable como esperaba. Era amargo y fuerte, pero definitivamente no era la peor bebida que había probado.

—Bueno, al menos sabe bien... O mejor dicho, parece meado, pero es meado de calidad —se rió, tomando otro trago.

Mientras bebía, los aldeanos que se habían desatado comenzaron a acercarse tímidamente a la taberna, como si quisieran agradecerle por salvarlos de los bandidos. Dante, viendo sus caras de gratitud, suspiró de frustración.

—No, no, no... —dijo, levantando una mano para detenerlos—. Si van a darme las gracias, hagan algo útil. Tráiganme una buena mujer japonesa, para hacer lo que esa diosa de mierda me impidió. Eso sería de verdad un favor.

Los aldeanos lo miraron perplejos, sin saber cómo reaccionar ante su extraña petición. Dante, ignorando sus expresiones confusas, se sirvió otra jarra de cerveza, esta vez enfriándola delante de ellos con un simple pensamiento. Los aldeanos lo vieron hacer el truco, pero antes de que pudieran decir algo más, él ya había decidido terminar la conversación.

—Váyanse a tomar viento —les dijo, llevándose la jarra a la boca y subiendo las escaleras hacia su habitación.

Sin preocuparse por los aldeanos, Dante subió lentamente, saboreando la bebida que al menos, para su sorpresa, estaba fresca. Al llegar a su habitación, cerró la puerta y se dejó caer en la cama, dispuesto a terminarse la jarra en paz y, por una vez, disfrutar de un poco de tranquilidad.

Dante se dejó caer en la cama, la jarra de cerveza fría en la mano, y miró el techo con una mezcla de cansancio e indiferencia. Todo lo que había pasado en ese día le daba completamente igual. La aldea, los aldeanos, los bandidos... todo era parte de una comedia absurda de la que no tenía intención de formar parte.

—¿Salvar este mundo? —murmuró con sarcasmo, riéndose para sí mismo—. Me importa una mierda este sitio y lo que pase aquí. Que se las apañen como puedan.

El hecho de que los aldeanos sobrevivieran, o que los bandidos volvieran algún día, era irrelevante para él. No había venido a este mundo por elección, y desde luego no tenía la menor intención de convertirse en algún tipo de salvador. Todo lo que quería era seguir adelante, sin tener que lidiar con las tonterías que este maldito mundo medieval tenía que ofrecer.

—Y esa diosa... —continuó, girándose en la cama mientras daba otro sorbo a la cerveza—. Si pensaba que iba a hacer lo que me pidió, está más jodida de lo que parece. Que busque a otro imbécil.

Dante nunca había sido del tipo que se dejaba manipular por nadie, y menos por una diosa que lo había sacado de su vida justo cuando estaba a punto de cumplir su sueño más grande. Desde su llegada a este mundo, su única preocupación había sido una: encontrar la manera de vivir como le diera la gana hasta que, eventualmente, pudiera largarse de ese lugar. ¿Salvar al mundo? Ni en sus mejores días habría aceptado algo tan ridículo.

Mientras bebía otro sorbo, se permitió un momento de calma. Afuera, los aldeanos estaban demasiado ocupados recuperándose de la masacre de los bandidos como para molestarlo de nuevo. Y eso estaba bien para él. Lo único que quería era estar tranquilo, lejos de las gilipolleces de este mundo primitivo.

—Lo único que me jode de verdad es que me quitaran justo lo que quería hacer en Japón... —se lamentó, pensando en la noche que le había sido arrebatada por esa diosa estúpida—. ¡Maldita sea!

Terminado el pensamiento, se dio cuenta de lo inútil que era seguir pensando en lo que había dejado atrás. A este punto, ya no tenía sentido seguir cabreado por algo que no podía cambiar. Lo que sí sabía era que este mundo no le ofrecía nada. Ni la magia, ni los aldeanos, ni la promesa de luchar contra un demonio le importaban en lo más mínimo.

—Aquí lo único que me importa es seguir adelante y evitar que me jodan... —dijo, vaciando la jarra de un solo trago.

Con un suspiro, dejó la jarra vacía a un lado y cerró los ojos, más relajado. Le daba igual lo que pasara a su alrededor. Todo lo que necesitaba era que lo dejaran en paz, y con un poco de suerte, al menos podría disfrutar de eso por un rato.