Lo había logrado, realmente lo había logrado. No había desperdiciado los últimos nueve meses de su vida. Ahora era oficialmente un genin. Me ajusté el protector de frente negro, que brillaba bajo el sol, mientras estaba afuera de la academia hablando con Takeshi, quien parecía igual o más emocionado que yo.
—¡Estuviste increíble, Naruto! Esa patada final fue algo de otro mundo —dijo Takeshi con estrellas en los ojos.
Le respondí con una sonrisa ligera, inclinando levemente la cabeza. Agradecía el cumplido, pero prefería no hacer alarde de mis logros. Mientras hablábamos, vi cómo el padre de Takeshi llegaba para buscarlo. El señor Ryuji era un chūnin retirado debido a una lesión en combate que le había costado una pierna. Sin embargo, su energía y carisma siempre llenaban cualquier lugar donde estuviera.
—¡Takeshi, Naruto! ¡Felicidades por convertirse en genin! Este solo es el comienzo de su carrera —dijo Ryuji con una gran sonrisa.
—¡Gracias! —respondimos ambos al unísono, llenos de entusiasmo.
Después de eso, Takeshi y Ryuji se despidieron porque tenían una cena programada. Me quedé unos segundos en el lugar, mirando cómo se alejaban, antes de decidir regresar a mi departamento. Sin embargo, antes de dar un paso, una voz familiar me llamó.
—¡Naruto!
Reconocí la voz al instante. Era Choji. El chico regordete y amable que se había ganado un lugar especial en mi corazón. Era increíblemente fuerte, probablemente el más fuerte físicamente de la clase, pero también la persona más humilde que había conocido. En mi vida pasada, siempre había tenido debilidad por personas como él.
—¡Hey, Choji! ¡Felicidades! —dije con una sonrisa tranquila.
—Gracias, igualmente —respondía con su característica sonrisa serena. —Quiero preguntarte si quieres unirte a nosotros a cenar. Vamos a estar Shika, Ino y yo.
Ahí estaba su amabilidad. Sabía que yo no tenía padres para felicitarme por mi éxito, así que me invitó a cenar con ellos. El único problema era mi presupuesto. El dinero que recibía mensualmente era bastante ajustado. La única razón por la que tenía pesas para entrenar era porque Lee-senpai me había regalado un conjunto viejo suyo.
Estaba a punto de rechazar cuando Shikamaru apareció, con las manos en los bolsillos y su rostro característicamente despreocupado.
—No te preocupes por el dinero. Vamos a ir a un restaurante afiliado a los Akimichi —dijo con un tono relajado.
Me quedé en silencio un momento, sorprendido por su consideración. Finalmente, respondí:
—Gracias, Shikamaru. ¿Seguro que quieren que vaya? Pensé que tendrían mucho de qué hablar, siendo equipo y todo eso.
Shikamaru suspiró.
—Tranquilo, eso ya está resuelto desde hace años. Además, con Ino presente, seguro hará un berrinche si faltas.
Sin más excusas, acepté la invitación. Nos dirigimos a un parque cercano para pasar el rato antes de la cena. La atmósfera era cálida y amigable, y por primera vez en mucho tiempo, me sentía parte de algo especial.
La luna llena brillaba sobre Konoha mientras me acomodaba en mi asiento dentro del restaurante de barbacoa. El aroma de la carne a la parrilla flotaba en el aire, y el murmullo de las conversaciones llenaba el ambiente con una calidez que solo se encontraba en este lugar. Choza, Shikaku y yo habíamos acordado esta cena hace semanas, una tradición para celebrar la graduación de nuestros hijos.
Estaba esperando a que llegaran cuando sentí el sonido familiar de la puerta abriéndose. Al girar la cabeza, vi entrar a Choji, Shikamaru y, para mi sorpresa, Naruto Uzumaki. Ese chico rubio y energético siempre destacaba, aunque no fuera el centro de atención. Lo primero que noté fue cómo, al entrar, hizo un barrido rápido del lugar, evaluando las salidas y las caras de las personas cercanas. Era un detalle sutil, casi imperceptible, pero no escapó a mis años de experiencia observando comportamientos.
Cuando nuestros ojos se encontraron, Naruto asintió ligeramente, con una sonrisa amistosa. Era una imagen casi perfecta de un joven lleno de energía e inocencia. Sin embargo, detrás de ese gesto amable, algo me hizo detenerme. Había una frialdad calculadora en su mirada, un indicio de alguien que observaba con más profundidad de la que mostraba. Su comportamiento parecía una mezcla cuidadosamente equilibrada entre el esfuerzo por encajar y una evaluación constante de su entorno.
Luego, mis ojos se dirigieron a mi hija, Ino, que estaba justo detrás de los chicos. Al ver cómo se esforzaba por parecer tranquila, no pude evitar sonreírme ligeramente. Ella fingía estar relajada, pero reconocí esa sonrisa forzada que había aprendido a identificar en los prisioneros más astutos durante mis años en la Fuerza de Tortura e Interrogación.
Pero mi observación se interrumpió cuando Ino alzó la voz, irritada.
—¡Choji puede invitar a Naruto, pero yo no puedo invitar a Sasuke! —espetó, cruzando los brazos con frustración.
Fruncí el ceño. No me caía bien el chico Uchiha. Algunos decían que era porque Ino estaba claramente encaprichada con él, pero había más razones. Los Uchiha complicaban las cosas. Había tenido más de una discusión con Fugaku durante los casos en los que las responsabilidades de la Fuerza Policial chocaban con las de la Fuerza de Tortura e Interrogación. La última cosa que necesitaba era ver cómo mi hija se involucraba con alguien que ya traía problemas consigo.
Antes de que pudiera intervenir, Choza y Shikaku entraron. La diferencia entre ambos siempre me hacía sonreír. Choza, corpulento y cálido, llenaba el espacio con su energía. Shikaku, más esbelto y calmado, parecía no inmutarse por nada, pero sus ojos agudos no dejaban escapar detalle alguno.
Nos sentamos en la mesa, y pronto las conversaciones comenzaron a fluir con facilidad. Choza lideraba, contando historias que arrancaban risas incluso de Shikamaru, quien parecía menos molesto por su posición junto a Ino a medida que la cena avanzaba. Naruto participaba ocasionalmente, pero había algo curioso en la forma en que hablaba: parecía elegir cuidadosamente los momentos en los que intervenía, como si analizara primero el ambiente antes de contribuir.
En un momento, Naruto giró hacia mí, cambiando la dirección de la conversación con naturalidad.
—Señor Yamanaka, escuché que trabaja en la Fuerza de Tortura e Interrogación. ¿Es cierto que pueden leer la mente de las personas? —preguntó con genuina curiosidad.
Por un momento, me sorprendió la pregunta. La mayoría de los chicos de su edad evitaban el tema, ya que nuestra Fuerza tenía cierta reputación intimidante. Sin embargo, los ojos de Naruto estaban llenos de interés, no de miedo.
—No es exactamente leer la mente —respondí con calma, llevando la mano a mi taza de té—. Es más como acceder a los recuerdos que una persona guarda. Pero requiere mucho entrenamiento y concentración.
Naruto asintió lentamente, procesando mis palabras.
—Debe ser difícil. Me imagino que no todos los recuerdos son buenos… —murmuró, con un tono más reflexivo que infantil.
Esa observación me tomó por sorpresa. La mayoría de los genin se habrían enfocado en lo espectacular de nuestras técnicas, pero Naruto parecía comprender de inmediato las implicaciones más profundas de nuestro trabajo.
—Lo es. No solo por lo que vemos, sino por el impacto que tiene en nosotros —admití, observándolo con más detenimiento.
Naruto captó mi mirada y, con una sonrisa, añadió:
—Pero supongo que es importante para proteger a la aldea. Alguien tiene que hacer esos trabajos difíciles, ¿verdad?
Asentí, impresionado por su madurez. Sin embargo, algo en su expresión me hizo pensar. Detrás de su tono aparentemente ingenuo, había una seguridad tranquila, como si buscara guiar la conversación hacia un terreno donde pudiera mostrar su capacidad de razonamiento.
—Tienes razón, Naruto. No es un trabajo fácil, pero alguien debe hacerlo. Y las recompensas no siempre son inmediatas, pero son importantes —dije, evaluándolo mientras hablaba.
—¿Cree que alguien como yo podría trabajar en algo así algún día? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Por un momento, consideré su pregunta. Su energía no parecía la de alguien que encajaría en la Fuerza de Tortura e Interrogación, pero había algo más: esa chispa de determinación mezclada con un pensamiento estratégico. Naruto sabía cómo moverse entre sus limitaciones y sacar lo mejor de cada situación, una habilidad que lo haría destacar en cualquier lugar.
—Eso dependerá de ti —respondí, sonriendo con algo de complicidad—. Pero si tienes la determinación para enfrentarte a tus propios límites, podrías lograr más de lo que imaginas.
Naruto asintió con una sonrisa, como si la conversación hubiera resultado exactamente como esperaba. Observándolo interactuar con los demás, no pude evitar pensar en lo peculiar que era ese chico. Parecía tener un doble rostro: el de un joven lleno de energía y entusiasmo, y el de alguien que, detrás de esa fachada, analizaba y calculaba cada situación, guiando sus palabras y acciones hacia un propósito mayor.
Cuando la cena terminó, salimos del restaurante con los estómagos llenos y las risas todavía resonando en el aire. Mientras los chicos se despedían, me tomé un momento para observar a Naruto una vez más. Había algo en él que era difícil de ignorar: un brillo en los ojos que decía que nunca se daría por vencido, pero también una calma inquietante, como si siempre estuviera tres pasos adelante de lo que mostraba.
Choza y Shikaku compartieron una mirada conmigo mientras nos alejábamos del restaurante. Sabíamos que estábamos viendo el inicio de algo especial en estos chicos. Y aunque el camino sería difícil, confiaba en que lo superarían juntos.