Seis meses. Seis meses habían pasado desde que desperté en este mundo. A veces, al mirar mi reflejo en el espejo, seguía esperando encontrarme con mi yo anterior, pero lo que veía era el rostro de Naruto Uzumaki, un niño de 11 años atrapado en una realidad que parecía sacada de una fantasía… o de una pesadilla.
El mundo de Naruto. Aunque era innegable que ahora vivía aquí, nada era exactamente como lo recordaba del anime. Las pequeñas discrepancias en los eventos y las personas me habían golpeado duro al principio, pero decidí aplicar la lección más importante que Naruto me enseñó: perseverar.
Había sido devastador descubrir que no era el Jinchuriki del Kyūbi. Durante semanas, esa realidad me persiguió como una sombra, recordándome constantemente lo débil y vulnerable que era en comparación con los monstruos que habitaban este mundo. Pero, al final, decidí ver el lado positivo. Sin el Kyūbi, nadie me odiaba ni temía irracionalmente. Eso me permitió acercarme a mis compañeros, forjar alianzas con los que eran buenos en las artes ninja y evitar a los personajes clave del anime. No quería desencadenar un efecto mariposa que terminara desmoronando esta realidad.
Lee-senpai me enseñó una valiosa lección: el talento no es el único camino hacia el éxito. Mi cuerpo no era el de un genio, y mi progreso era lento, pero eso solo significaba que debía esforzarme más que los demás. Si no nací bendecido, me aseguraría de usar todas las herramientas a mi alcance para mejorar. Cambié mi dieta, estudié estrategias y técnicas hasta el agotamiento, y trabajé para construir la mejor imagen posible de mí mismo. Si el mundo ninja era despiadado, yo aprendería a jugar bajo sus reglas.
Y aquí estaba, de pie en el campo de entrenamiento, enfrentando mi mayor desafío hasta el momento: aprender a usar un jutsu básico. La herramienta más fundamental de un ninja seguía siendo un muro infranqueable para mí. Había pasado horas estudiando el pergamino básico, analizando cada uno de los jutsus, sus limitaciones y aplicaciones prácticas. De todos ellos, decidí enfocarme en el jutsu de transformación.
El jutsu de transformación tenía un potencial inmenso. Su capacidad de alterar tu apariencia y adoptar la forma de otra persona u objeto lo hacía extremadamente versátil. Sin embargo, no era perfecto. La transformación consumía más chakra cuanto mayor era la diferencia de tamaño o peso entre tú y la figura que querías replicar. Además, requería una imagen clara en tu mente del objetivo. Si no podías visualizarlo con precisión, la transformación sería burda y poco convincente.
Por eso, los principiantes solían practicar transformándose en compañeros de clase. Era un ejercicio directo y manejable… en teoría. Pero para mí, cada intento terminaba en fracaso. Mis transformaciones eran inconsistentes: o no se completaban, o terminaba luciendo como una versión distorsionada de la persona. Cada error me pesaba más, como si el mundo se burlara de mi falta de habilidad.
Respiré hondo, cerrando los ojos. Frente a mí estaba un espejo improvisado que había traído para analizar mis progresos. Visualicé a mi objetivo: Shikamaru. Su cabello negro recogido en una coleta, su expresión de eterno desinterés, su postura relajada. Sabía que tenía que clavar cada detalle.
—¡Transformación! —grité, ejecutando el sello con una precisión que esperaba fuera suficiente.
Un destello de humo blanco me envolvió. Abrí los ojos, mirando al espejo con nerviosismo. Por un instante, vi a Shikamaru. Luego, la figura comenzó a desmoronarse: el cabello se deshizo, la ropa se torció, y finalmente, regresé a mi forma original. Gruñí, frustrado.
"¿Qué estoy haciendo mal?" pensé mientras me dejaba caer al suelo, exhausto. Había repasado todos los detalles del pergamino, practicado los sellos hasta la perfección. Pero algo seguía faltando.
Recordé las palabras de Iruka-sensei durante una clase: "Un jutsu no es solo técnica. Es concentración, intención y confianza en ti mismo." Concentración… Mi mente estaba en todas partes: en mi miedo al fracaso, en mi obsesión por no quedar rezagado, en la desesperación por sobrevivir. ¿Cómo podía esperar controlar mi chakra si ni siquiera podía controlar mis pensamientos?
De pronto, un recuerdo atravesó mi mente: una conversación con Iruka de hace unas semanas. Había estado frustrado después de una sesión fallida en la academia, y él me encontró sentado solo en los escalones del edificio.
—Naruto, ¿por qué estás aquí tan tarde? —me preguntó mientras se sentaba a mi lado.
—No importa cuánto lo intente, siempre fallo. No soy como los demás. Nunca voy a ser un buen ninja —admití, mirando al suelo.
Iruka suspiró y colocó una mano en mi hombro.
—Todos los ninjas han sentido eso alguna vez. Pero hay algo que necesitas entender: no se trata de ser perfecto desde el principio. Se trata de aprender de cada error y seguir adelante. La verdadera fuerza de un ninja no está en su técnica, sino en su corazón.
Me quedé en silencio, procesando sus palabras.
—La próxima vez que entrenes, no te enfoques en lo que podría salir mal. Concéntrate en lo que puedes hacer y en lo que has logrado hasta ahora. Confía en ti mismo, Naruto.
Volviendo al presente, esas palabras resonaron más fuertes que nunca. Me levanté, cerrando los ojos de nuevo. Esta vez, dejé ir los pensamientos negativos. Respire profundamente, sintiendo el flujo de chakra en mi interior. No era tan poderoso como el de los demás, pero era mío. Me centé únicamente en la imagen de Shikamaru. No en lo que los demás esperarían de mí, sino en mi objetivo.
—¡Transformación! —grité de nuevo.
El humo blanco me rodeó, disipándose rápidamente. Frente al espejo, Shikamaru me devolvía la mirada. La transformación era perfecta: cada detalle, desde el cabello hasta la expresión de hastío, estaba en su lugar. Un pequeño destello de orgullo se encendió en mi interior.
—¡Lo logré! —grité, mi voz resonando en el campo vacío.
Por primera vez en seis meses, sentí que todo el esfuerzo había valido la pena. Esto no era el fin de mi camino, pero era el primer paso que necesitaba. Había comenzado como el peor de la clase, pero ahora, por primera vez, podía decir que era un ninja.