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Chapter 3 - El peso de la Mediocridad

Un mes. Un mes ya había pasado desde que llegué a este mundo, y aunque cada día seguía siendo un desafío, ya comenzaba a ver las diferencias con el Naruto que conocía. Este no era un escenario ficticio; era un lugar real, de guerra constante, donde incluso los niños eran entrenados para ser armas desde una edad temprana. La seriedad de este mundo era palpable.

El Tercer Hokage... No era el anciano débil que muchos pensaban. A pesar de mi situación, no me han llamado "demonio", ni he sentido los murmullos que esperaba. Aunque nadie parece prestarme mucha atención, algo en el aire me dice que podría haber algo más. A veces, en medio de la calma, tengo la sensación de ser observado, como si un ANBU estuviera siguiéndome en las sombras. No es paranoia; soy el Jinchuriki. La aldea no se puede arriesgar.

Los niños, sin embargo, eran otra historia. No era el lugar para bromas ni juegos. El entrenamiento era serio, y todo tenía un propósito. Todo estaba encaminado a fortalecer sus habilidades, a prepararlos para lo que fuera que viniera. Este no era un juego.

Sakura era un ejemplo claro. Lejos de la fangirl de antes, aquí era una de las mejores de la clase. Su enfoque en cada entrenamiento era impecable, y su habilidad con el taijutsu estaba por encima de la media. Me hacía reír pensar en lo que alguna vez llamé "inútil". Ahora, esa broma se me antojaba ridícula.

Hinata tampoco mostraba ningún tipo de vergüenza cerca de mí. No se sonrojaba ni se escondía detrás de su timidez. Ella era silenciosa, pero su taijutsu era tan fluido que, en cada movimiento, se sentía como agua. Su destreza era solo superada por Sasuke.

Sasuke... El mismo chico serio y callado, pero sin esa arrogancia que siempre lo rodeaba. No era cruel ni distante, simplemente no perdía el tiempo. Si no te valías por ti mismo, él te lo diría sin rodeos. Este Sasuke era difícil de odiar.

Kiba, Chōji y Shikamaru seguían siendo como los recordaba, aunque con Shikamaru, siempre había una pequeña vocecita en mi cabeza diciéndome que debía tener cuidado. Los Nara son genios naturales, y nunca se sabe cuándo podrían empezar a observarte con más detenimiento.

Mi concentración se rompió cuando Iruka-sensei gritó mi nombre.

—¡Naruto y Arata!

Mi estómago dio un vuelco. Al menos esta vez no era contra un miembro de un clan. No era la primera vez que me enfrentaba a otros niños, pero los del linaje ninja siempre me daban problemas. La diferencia de habilidad era abismal.

El suelo del patio crujió bajo mis pies mientras me dirigía al centro. Me incliné respetuosamente, luego hice el sello de confrontación y adopté la postura básica de taijutsu. La brisa acariciaba mi rostro, mientras el ambiente se llenaba de expectación. Solo quedaba esperar.

Arata no perdió tiempo. En el momento en que nos preparamos, él se lanzó al ataque. Su puño voló hacia mi rostro con una rapidez que apenas pude seguir. Lo esquivé por un par de centímetros, sintiendo el aire frío rozando mi mejilla, pero mi contraataque falló. Vi su pierna girando en el aire antes de que pudiera reaccionar.

La patada impactó con un golpe sordo en mis brazos. El dolor recorrió mi cuerpo como si miles de agujas se clavaran en mis músculos. Apenas logré mantenerme en pie, y antes de que pudiera recobrar el aliento, Arata estaba encima de mí nuevamente, atacando sin piedad.

Sus movimientos eran rápidos y precisos, como una máquina bien aceitada. Cada vez que intentaba lanzar un golpe o bloquear, sentía que me superaba por completo. Mi cuerpo, lento y torpe, reaccionaba demasiado tarde. Me golpeó una y otra vez, cada impacto un recordatorio de lo poco que estaba preparado.

El sudor resbalaba por mi frente, y mis respiraciones eran entrecortadas. El retumbar de los golpes me nublaba los pensamientos. El sonido de mi cuerpo golpeando el suelo, el crujir de mis huesos al recibir el impacto, todo era abrumador. Aun así, algo dentro de mí se negaba a ceder.

Arata no daba tregua. Golpe tras golpe, me sentía más débil. Cada intento de levantarse, cada movimiento en falso me hacía caer más lejos de la victoria. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, caí al suelo. Mis piernas temblaban, mis brazos apenas podían sostenerme. El aire era pesado, mi pecho subía y bajaba con dificultad.

Desde el borde del patio, escuché las risas de mis compañeros. Aunque no miré, las sentí como cuchillos cortando el aire. Mi cara ardía por la vergüenza. No solo había perdido, sino que había sido humillado. No podía seguir así.

Me levanté lentamente, los músculos entumecidos, pero en mi mente algo despertó. Esta vez perdí, pero no será la última.

Sabía que no era el peor de la clase en todo. Mi habilidad con las matemáticas no era mala, y eso era algo. Pero el resto... Mi taijutsu era deplorable, no podía hacer ni uno de los ninjutsus básicos. Sin embargo, en este mundo, no había lugar para la mediocridad. No podía quedarme atrás.

No lo permitiría.