Lucian, mientras observaba a los demonios disfrutar del club, comenzó a notar un detalle que hasta ahora había pasado por alto: no había mujeres demonio entre los invasores. La sala estaba llena de imponentes figuras masculinas, todos guerreros demoníacos, pero ninguna presencia femenina. Su curiosidad se despertó al instante. Había escuchado rumores sobre las sociedades demoníacas, pero nunca había tenido un encuentro directo con sus élites femeninas.
Con esa duda en mente, decidió acercarse al líder demonio que estaba sentado en una de las mesas más alejadas, bebiendo y observando el ambiente con satisfacción. Lucian se movió con su habitual calma, seguro de sí mismo, y se detuvo justo frente a la imponente figura del demonio.
—He notado algo interesante —dijo Lucian, su tono casual pero firme—. No hay ninguna mujer demonio entre tus filas. ¿Dónde están?
El líder demonio alzó la mirada hacia Lucian, su sonrisa desvaneciéndose ligeramente ante la pregunta inesperada. Tras un momento de silencio, finalmente habló.
—Nosotros, los demonios, somos una sociedad matriarcal —gruñó el demonio, como si el simple hecho de explicarlo le causara cierta incomodidad—. Las mujeres son las élites, las que gobiernan, mientras nosotros luchamos. Ellas no se rebajan a estar en las líneas de combate. Están en la zona fortificada de la ciudad, dirigiendo todo desde las sombras.
Lucian arqueó una ceja, intrigado por esta revelación. Sabía que algunas sociedades demoníacas eran diferentes de las humanas, pero no había anticipado que fueran tan estrictamente matriarcales. Aquello, lejos de intimidarlo, solo aumentó su interés. Si las mujeres demonio eran las que realmente controlaban el poder, entonces él ya tenía un nuevo objetivo en mente.
—Interesante —murmuró Lucian, con una sonrisa lasciva que no se molestó en ocultar—. Así que las verdaderas élites están resguardadas, mientras ustedes hacen el trabajo sucio.
El demonio, claramente no contento con la descripción de Lucian, lo miró fijamente antes de responder.
—Ellas son las más poderosas entre nosotros. Dirigen todo, y cuando decidan que es el momento adecuado, tomarán lo que es suyo —respondió el líder demonio, con un gruñido de advertencia.
Lucian se rió suavemente, sin sentir ninguna amenaza real. De hecho, la idea de que las mujeres demonio fueran las verdaderas élites solo aumentaba su deseo de encontrarse con una de ellas. Las imaginaba con poderes que superaban incluso a los demonios guerreros que tenía ante él, y la idea de dominarlas o al menos tener algún tipo de encuentro con ellas le resultaba irresistible.
—Supongo que algún día tendré la oportunidad de conocer a una de ellas, ¿no? —dijo Lucian, claramente disfrutando de la conversación—. Deben ser... interesantes de cerca.
El líder demonio lo miró con una mezcla de desprecio y precaución, pero no respondió. Era claro que, aunque Lucian se estaba tomando la situación con ligereza, el poder de las mujeres demonio no era algo que debía subestimarse. Pero para Lucian, todo esto no era más que un juego más. Ya había demostrado que podía controlar a los demonios que tenía enfrente, y ahora, su mente ya se adelantaba, deseando probar los placeres que podría ofrecer una de las elites demoníacas.
Sin más palabras, Lucian se giró y regresó a su lugar en el club, su mente calculando el próximo paso. Sabía que, eventualmente, tendría que encontrar la forma de acercarse a esas mujeres demonio en la zona fortificada de la ciudad. No sería fácil, pero la promesa de algo nuevo, algo diferente, lo atraía más de lo que cualquiera podría imaginar.
Lucian regresó a su asiento, pero su mente seguía divagando sobre lo que había aprendido. La revelación de que los demonios eran una sociedad matriarcal, donde las mujeres eran las élites que dirigían todo, despertaba en él una mezcla de fascinación y deseo. Sabía que su club había sido testigo de muchas cosas, pero el hecho de que las figuras más poderosas de los demonios estuvieran resguardadas en la parte fortificada de la ciudad, lejos del caos, lo inquietaba y lo intrigaba a la vez.
Mientras los demonios guerreros seguían disfrutando de las comodidades del club, Lucian se permitía imaginar cómo serían esas mujeres demonio. Si los machos demoníacos que veía eran tan brutales y despiadados, no podía evitar pensar que las elites femeninas serían aún más poderosas, tanto en magia como en dominio. Esa idea lo seducía. Lucian siempre había tenido un interés especial en lo que se escondía tras el poder y el control, y no iba a desaprovechar la oportunidad de explorar este nuevo mundo.
Garen, su jefe de seguridad, se acercó discretamente al notar el cambio en su actitud. Sabía que algo rondaba en la mente de Lucian.
—¿Algo te preocupa? —preguntó Garen en voz baja, su mirada siempre alerta.
Lucian sonrió sin apartar la vista de los demonios en el club.
—No, nada que me preocupe. Solo estoy pensando en lo que vendrá después, Garen. Siempre hay algo más interesante en el horizonte, algo... nuevo que explorar —respondió, su tono cargado de una anticipación que no dejaba lugar a dudas.
Garen, acostumbrado a las ambiciones de Lucian, no preguntó más. Sabía que su jefe siempre tenía un plan, y si su mirada indicaba lo que él creía, entonces pronto estarían involucrados en algo mucho más grande.
Lucian, por su parte, continuaba analizando. Elena seguía en sus pensamientos, su poderosa hermanastra, tan diestra con la magia como él. Sabía que tarde o temprano tendría que buscarla o asegurarse de que estuviera a salvo, pero ahora, otra oportunidad se presentaba. El control sobre las elites demoníacas no era una idea que pudiera desechar fácilmente. Su deseo de conocerlas, de probarlas, era tan fuerte como su ambición de poder.
—Las mujeres demonio... —murmuró para sí mismo, con una sonrisa perversa formándose en su rostro—. Deben ser realmente... fascinantes.
Lucian se levantó de su asiento y caminó hacia las ventanas que daban a la ciudad. Desde allí, podía ver el humo levantándose en la distancia, donde los demonios fortificaban su posición en la ciudad. Sabía que detrás de esas murallas estaban las verdaderas líderes, las que movían los hilos de la invasión. Y tarde o temprano, él también las encontraría. No había nada que no pudiera conseguir si se lo proponía.
Pero antes de actuar, debía planear bien sus movimientos. Sabía que no podía simplemente aparecer frente a ellas sin antes conocer mejor su estructura y sus debilidades. Los demonios respetaban la fuerza y el poder, y Lucian tenía ambos en abundancia. Solo era cuestión de tiempo antes de que lograra entrar en su círculo, y cuando lo hiciera, no dejaría pasar la oportunidad de probar ese poder que las hacía tan especiales.
Regresó al centro del salón, su mente ya trabajando en lo que vendría. La ciudad estaba en ruinas, pero su ambición seguía intacta. Para Lucian, esto no era más que un nuevo desafío, un juego en el que él siempre encontraría la manera de ganar.
Lucian se sentó en su despacho, con una sonrisa calculadora mientras pensaba en las mujeres demonio. La revelación de que eran las élites de su sociedad lo había puesto a pensar en una nueva estrategia. Siempre había controlado a las mujeres a su alrededor con poder y deseo, pero sabía que si quería conquistar a las demonios, necesitaría algo más.
Decidido a reinventarse, comenzó a experimentar con técnicas más avanzadas, usando la magia como una herramienta para aumentar su control en el plano sexual. Su mente ya estaba formulando cómo podría utilizar el poder del Maná no solo para defenderse, sino para seducir y esclavizar a estas mujeres poderosas. Sabía que si lograba hacerlas adictas a él, su control sería absoluto, incluso sobre las líderes demoníacas.
Tomó un pergamino y empezó a bosquejar fórmulas mágicas, combinando hechizos que podían aumentar el placer y el deseo, intensificándolos hasta el punto de la adicción total. Sabía que las mujeres demonio no serían fáciles de dominar, pero estaba convencido de que su magia, combinada con su habilidad en este campo, podría ser la clave para someter incluso a las élites de su especie.
—Si puedo hacer que pierdan el control, entonces el poder será mío —murmuró para sí mismo, satisfecho con la dirección de sus pensamientos.
Cada fórmula que trazaba en el pergamino llevaba la intención de crear una experiencia tan intensa que las demonios no podrían resistirse. Sabía que una vez que las tuviera bajo su control, el dominio no solo sería físico, sino también mental. Crear adicción no solo en el cuerpo, sino en la mente, era su objetivo final. Control absoluto.
Mientras escribía, las imágenes de las élites demoníacas pasaban por su mente. Se imaginaba cómo sería enfrentarse a ellas, no en combate, sino en un terreno mucho más íntimo, uno que él dominaba completamente. Y si lograba que estas poderosas mujeres demonio se rindieran a sus encantos, tendría una nueva fuente de poder, una que pocos podrían igualar.
Lucian se recostó en su silla, satisfecho con sus progresos iniciales. El club era su reino, pero sabía que más allá de sus puertas, había mucho más por conquistar. Y ahora que había descubierto el secreto de las mujeres demonio, su ambición crecía aún más.
—La clave es la adicción —susurró, su sonrisa cada vez más oscura—. Una vez que estén bajo mi control, no habrá vuelta atrás.
La ciudad, bajo el dominio demoníaco, parecía ser el lugar perfecto para probar sus nuevos métodos. Mientras el caos continuaba afuera, Lucian se preparaba para conquistar en un campo de batalla muy distinto. Uno en el que el placer y el poder se entrelazaban, y él siempre era el vencedor.