La habitación exudaba un encanto muy similar al de Siroos. Con paredes pintadas en cálidos tonos de oro y óxido, creando un ambiente acogedor e invitador. El piso tenía una gruesa y mullida alfombra hecha de la piel de algún animal que Siroos debió haber cazado.
En lugar de una cama, había un gran colchón suave cubierto con cojines y almohadas rellenos de manera ordenada pero relajada. Parecían tan acogedores que Cassandra deseaba hundirse en su suavidad. Le recordó su lecho en el carruaje, él había tomado el máximo cuidado para mantenerla cómoda y segura.
A lo largo de las paredes se alineaban portavelas de hierro forjado con velas largas y titilantes que llenaban la habitación con una suave luz ámbar.
El aire estaba perfumado con el sutil y calmante olor de la salvia del desierto y el sándalo, emanando de un pequeño quemador de incienso ornamentado colocado en una mesa baja de madera en la esquina.