Los ojos de Cassandra se abrieron de repente debido a los baches que experimentaba su cuerpo. Por un segundo, se sintió perdida, pues su entorno era muy desconocido. Todavía le dolía la cabeza, por lo que esta vez se sentó gradualmente entre las sábanas de seda en las que había estado acostada.
Estaba en un carruaje sin asientos, el suelo estaba acolchado con un colchón plumoso y sedas para hacerlo más cómodo. La luz tenue se filtraba a través de la ventana tintada del carruaje.
El galope de los caballos en el exterior era fuerte y Cassandra entró en pánico. Estaba sola, no había ninguna acompañante femenina con ella.
Mirándose a sí misma, vio que le habían cambiado la ropa; llevaba puesto un vestido de algodón delgado que no era demasiado elegante, sino más bien ligero y aireado. No había corsé, razón por la cual podía respirar fácilmente. Sus pulmones parecían funcionar a su máxima capacidad, pero eso era el único alivio, necesitaba saber a dónde la llevaban.