Siroos no la dejó ir hasta que su cabello y vestimenta se secaron. Finalmente dio un paso hacia atrás con renuencia y retiró sus brazos para que ella pudiera pasar.
Cada encuentro con este hombre era estimulante y dejaba a Cassandra luchando por respirar.
Finalmente la llevó hasta las piedras donde se cocinaba el desayuno. Hoy habían desmenuzado la carne en pequeños pedazos tiernos y la habían colocado en una gran hoja para que ella pudiera saborearla con facilidad.
Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Cassandra al ver su atención.
Excepto Faris, todos se levantaron al verlos acercarse, y solo volvieron a sentarse una vez que Siroos les dio permiso con un movimiento seco de su cabeza.
Faris colocó la hoja frente a Cassandra mientras ella se acomodaba en la piedra con un paño extendido para ella.
—Disculpas, no tenemos pan —dijo él con un gesto de su mano.