Después de la cena, Siroos les dijo a sus hombres que descansaran mientras él decidía hacer la primera guardia.
—Acamparemos aquí por la noche. Al amanecer, partiremos de nuevo.
Sus hombres asintieron, se levantaron y apagaron el fuego. La noche no era lo suficientemente fría para que hiciera falta el fuego.
—Ven, te acompañaré al carruaje —Siroos se sacudió las manos, quitándose las migajas restantes. Ella se había levantado de la piedra y él la guió de vuelta, manteniéndose a distancia.
Abriendo la puerta del carruaje, dejó que ella entrara. Recogió su vestido por los lados y subió al vehículo pintado de color caqui que tenía cuatro robustos corceles negros tirando de él. Los animales eran bestias gigantescas con crines relucientes y cuerpos bien definidos.
Cassandra se giró para enfrentarse a Siroos, pero antes de que pudiera decir algo, él bromeó sosteniendo la puerta.