Espero les guste el capítulo
Si es así dejen sus piedras de poder.
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Estaba nublado y oscuro como si fuera de noche, aunque todavía era mediodía, y hoy la familia Flamel se reunió en el juzgado muggle. La razón era el juicio de los Dursley, quienes habían sido llevados al mundo mágico para ser juzgados. Harry sentía un poco de culpa al pensar que podrían ir a Azkaban, la peor prisión mágica del mundo.
Después de todo, los Dursley, aunque no con mucho gusto, lo alimentaron y le dieron un techo. Así que pidió a sus abuelos que, al menos, fueran juzgados en el mundo muggle.
—Entonces, Petunia Dursley, como cómplice, tendrá que hacer servicio comunitario bajo libertad condicional. Por lo menos, podrá estar con su hijo —dijo Nicolas, hablando con su familia mientras salían del juzgado.
—Por suerte, ese maldito de Vernon Dursley estará preso tres años, al igual que su hermana. Ellos fueron los peores. ¿Estás seguro con esto, Harry? Si los juzgamos en el mundo mágico, su sentencia sería peor —dijo Perenelle.
—Sí, abuela. No quisiera que mi primo también perdiera a sus padres, como yo —respondió Harry, mientras veía a su tía a lo lejos abrazando a su querido hijo.
—Ahora nos tienes a nosotros, Harry —dijo Nicolas con una sonrisa, mientras le tocaba la espalda y Perenelle lo abrazaba.
—Volvamos. En unos días tenemos que regresar a Hogwarts —dijo Stephen, cansado de ser el centro de atención de las mujeres muggles de los alrededores.
Después de todo, hoy estaba vestido elegantemente al estilo muggle, sintiéndose un poco incómodo con las miradas que recibía.
Mientras la familia se disponía a marcharse, Harry escuchó que alguien lo llamaba.
—¡Harry! —El que gritó su nombre fue Dudley Dursley, quien se acercaba a él.
Harry se sorprendió, pero hizo un gesto a su familia para que le dieran unos minutos.
—Harry... yo... lo siento —dijo Dudley, avergonzado, sin poder mirarlo a los ojos. Después de todo, había tenido que vivir con su tía un tiempo y tal vez había sentido lo que Harry sintió en su casa.
Harry, al ver a su primo disculpándose, se sorprendió por unos segundos.
—Está bien, Dudley. Cuídate —dijo, mientras le daba la mano a Dudley, quien se alegró de que lo perdonara, así que también le dio la mano y se fue con su madre rápidamente.
Petunia solo podía mirar con culpa hacia Harry y le hizo una suave reverencia antes de marcharse con su hijo.
Harry se quedó unos segundos mirando cómo su antigua familia se iba en el auto, sin saber bien qué sentir, hasta que los perdió de vista en la lejanía.
—¿Estás bien, querido? —preguntó Perenelle acercándose a él suavemente.
—Sí. Mucho mejor —respondió Harry, mirando a su familia, que lo observaba un poco preocupada por sus sentimientos.
Pero, por un segundo, sintió una mirada profunda a lo lejos. Se dio vuelta y buscó, solo para encontrarse con un perro negro entre los arbustos que lo miraba fijamente.
Sin embargo, cuando un autobús pasó, lo perdió de vista, así que, extrañado, se volteó para regresar con su familia y vio a Stephen, quien miró un segundo en su dirección y dijo unas palabras a Misty, que desapareció.
—¿A dónde fue Misty, Stephen? —preguntó.
—Ahora soy tu hermano, y es un secreto —dijo Stephen, golpeando a Harry en la cabeza con un periódico muggle.
—¡Stephen, deja de golpear a tu hermano! —gritó Perenelle al ver esto.
—No te preocupes, abuela, no puede quedar más tonto por mis golpes —respondió con una sonrisa, ganándose la mirada furiosa de su abuela, así que simplemente cerró la boca y no la volvió a abrir.
—Apresúrense, está a punto de llover y tenemos que comprar sus útiles para mañana. ¿Quién compra todo a último momento? ¡Por Merlín! —Perenelle empezó a sermonearlos mientras caminaban hacia el auto.
Y sí, la familia Flamel tenía autos, barcos e incluso aviones privados. Después de todo, eran una de las familias más ricas de Francia, incluso en el mundo muggle. Antes no necesitaban esos vehículos, pero Stephen los encontró interesantes para pasear en el mundo muggle, así que los compraron. Normalmente, Harry hacía de guía ya que entendía más que ellos, así que se divirtieron mucho esos meses. Por eso no compraron los útiles hasta ahora.
Cuando llegaron al Caldero Chorreante y estaban por pasar de largo hacia el Callejón Diagon, se encontraron nada menos que con Fudge, quien al ver a la pareja Flamel recordó haberlos visto en la casa de Harry durante el problema. Así que los reconoció, a pesar de que ahora lucían jóvenes gracias a las herramientas alquímicas de Stephen, y se acercó rápidamente con una tonta sonrisa.
—Señor y señora Flamel. Tanto tiempo, es un placer volver a verlos —dijo Fudge.
—Hola, ministro Fudge. ¿Cómo le va? Lo siento, pero estamos un poco apurados —respondió Nicolas, acostumbrado a tratar con personas codiciosas que siempre estaban detrás de ellos.
—Oh, claro. Espero que tengan un maravilloso día —dijo Fudge con una sonrisa, que cambió a un ceño fruncido en el momento en que los perdió de vista.
Aunque Stephen y Harry se dieron cuenta de esto.
—Interesante sujeto, ¿verdad?
—Claro.
—Está bien, chicos, su abuelo y yo volveremos a casa. Ya saben cómo es con la multitud.
—Ser famoso y rico es duro —respondió Nicolas, fingiendo estar cansado.
—Sobre todo, rico. Ni siquiera hace falta ser guapo —comentó Stephen, y él y Harry se rieron.
—Está bien, chicos, no se burlen de su feo y rico abuelo —dijo Perenelle con burla—. Stephen, por favor, encárgate de comprar todo y no pierdas a Harry —dijo rápidamente y siguió a su esposo, que iba refunfuñando por haber sido llamado feo dos veces seguidas.
—Bueno, Harry, vamos a divertirnos. Si no me equivoco, los Weasley deberían llegar más tarde, y mañana tal vez vayamos todos juntos a la estación.
—Claro —respondió Harry mientras seguía a Stephen al Callejón Diagon.
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Luego de una hora de compras, Stephen encontró todo y lo llevaba en una bolsa con el encantamiento de expansión.
—Debo decir que estuviste callado todo el camino, Harry. Me sorprend… ¿Harry? —Stephen miró a su alrededor, sin ver a Harry.
—Tiene sentido. Lo perdí desde el principio… —suspiró Stephen mientras empezaba a activar el hechizo de rastreo, pero no fue necesario porque vio a Harry mirando a través de una ventana no muy lejos.
—Qué bueno que te quedaste justo donde te dije que te quedaras —dijo Stephen, fingiendo mientras se paraba al lado de Harry.
—¿Qué? —preguntó Harry sin entender mientras se volteaba.
—Cállate, no sé si la abuela mandó a Misty a vigilar que haga mi trabajo de hermano mayor —murmuró Stephen.
—Ah, sí. Me quedé… aquí.
—Eres malo actuando y mintiendo —dijo Stephen seriamente—. ¿Qué estás mirando?
—Es la Saeta de Fuego. Dicen que es la mejor escoba de todos los tiempos, puede llegar hasta las 150 millas por hora.
—Sabes que los autos que tenemos en el mundo muggle son más rápidos, ¿no?
—Sí, pero esos no vuelan —respondió Harry sin mirar.
—Touché. Sabes que te debo el regalo de cumpleaños y de bienvenida. ¿Por qué no te compro una? —dijo Stephen con una sonrisa.
—¿En serio? Pero es muy costosa —dijo Harry, un poco avergonzado.
—Eres raro. Eras rico antes de unirte a la familia Flamel, y ahora que eres parte de la familia debes ser uno de los jóvenes magos más ricos de Europa. El abuelo ya abrió otra bóveda para ti porque no cabía tanto dinero en la tuya —dijo Stephen mientras entraba a la tienda, dejando a un sorprendido Harry atrás.
—¿El abuelo me abrió una bóveda? ¿Por qué? —preguntó Harry, sin entender.
—Porque los duendes ponen un límite de tamaño a cada bóveda, así tienes que pagar por otras si tienes más dinero. Son tan avariciosos —explicó Stephen mientras hablaba con el dependiente de la tienda—. ¿Roja o negra?
—Negra. No… ¿por qué llenó mi bóveda de dinero?
—No sé, es su forma rara de demostrar cariño. Crea algo y lo pone a nuestro nombre, y todas las regalías van para nuestras bóvedas.
—Pero yo… a mí no me importa el dinero —dijo Harry, sintiéndose culpable.
—*Suspiro*. No te preocupes. Así es el abuelo, y se sentía culpable si no te daba a ti lo mismo que a mí. Puedes gastarlo como quieras; si no, tendrás que escucharlo decir que ya tiene y tuvo todo: riquezas, amor, salud, inmortalidad, y ahora juventud —dijo Stephen con una sonrisa tranquilizadora.
—Bueno…
—Bueno, tu Saeta de Fuego está encargada. Lástima que tendremos que esperar hasta Navidad —dijo Stephen.
—Está bien, puedo esperar —respondió Harry, contento.
—Volvamos.
—Ok.
Cuando regresaron al Caldero Chorreante, se encontraron con los Weasley y los Granger, quienes acababan de llegar.
—¡Harry, Stephen, cómo están, queridos! Harry, me enteré de que los abuelos de Stephen te adoptaron. Me alegra mucho que ya no tengas que volver a esa casa llena de muggles… —Molly hablaba entusiasmada, pero Arthur la interrumpió.
—Querida, creo que Harry entiende —dijo Arthur, medio disculpándose con Harry.
—¿Y ya te sientes como hermano mayor? —preguntaron los gemelos acercándose a Stephen con una sonrisa traviesa—. ¿Ya hiciste alguna broma digna del Príncipe Oscuro?
Los gemelos apenas terminaron de hablar cuando recibieron un golpe de su madre.
—Está bien, sentémonos a comer. Stephen y Harry, por favor, acompáñennos —dijo Molly, acomodando a todos en las mesas que el personal del Caldero había preparado para el grupo.
Antes de sentarse, Arthur llevó a Harry a un lado y le dijo en voz baja:
—Harry, estoy feliz de que ahora estés en un mejor lugar. Si necesitas algo, puedes contar con nosotros.
—Gracias, señor Weasley.
Mientras comían, todos hablaban y reían, llenando el ambiente de alegría.
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Al día siguiente, todos estaban en la entrada del Caldero, listos para partir con sus maletas.
—¡Ah, demasiadas maletas! ¡Dénmelas! —dijo Stephen mientras metía todas las maletas y bolsos en su bolsa con el encantamiento de expansión—. Listo, con esto podremos viajar más cómodos.
—¡Genial! —dijeron los gemelos con admiración—. Necesitamos una de esas.
—Bien, muchachos. El Ministerio enviará autos de escolta para llevarnos a la estación —anunció Arthur.
—¡Autos del Ministerio! Es un honor —dijo Percy con entusiasmo.
Por otro lado, los gemelos parecían menos impresionados, ya que, de vez en cuando, se colaban en los paseos de la familia Flamel.
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Después de un viaje tranquilo por carretera, llegaron a la estación llevando solo a sus mascotas. Ron se quejaba del gato de Hermione mientras caminaban.
—Hermione, aleja a esa bestia de mí —dijo Ron, mirando con odio a Crookshanks.
—Crookshanks no ha hecho nada, deberías dejarlo en paz.
—Ya basta, ustedes dos. Y suban al tren —intercedió Molly.
Stephen y los gemelos se despidieron rápidamente y se marcharon.
—Entonces, jefe, ¿terminaste el último retoque de… ya sabes qué? —preguntó Fred entre líneas.
—Sí, traje uno para probarlo después de clases —respondió Stephen, dejando a los gemelos felices.
—Hola, muchachos, ¿cómo estuvieron sus vacaciones? ¿Fueron al nuevo parque de diversiones? —Lee Jordan se encontró con ellos en el camino y comenzó a hablar emocionado sobre cómo se divirtió en el parque de atracciones.
—Bueno, yo los dejo, tengo que hacer mi trabajo —dijo Stephen, poniéndose la insignia de prefecto.
—¿Jefe, eres prefecto este año? ¡Genial!
—¡Genial, jefe! Debes recordar nuestra hermandad.
—No prometo nada. Nos vemos luego —dijo Stephen, dejando a sus amigos atrás mientras se dirigía al vagón de prefectos.
Mientras tanto, Harry, Ron y Hermione buscaban un compartimiento vacío, saludando a sus compañeros en el camino. En los vagones cercanos vieron a Neville y Seamus, y Ginny se encontró con Luna en el pasillo, quien llevaba una extraña criatura en el hombro, una especie de loro esquelético que sin duda era una invocación inspirada en una película de piratas que Stephen le había mostrado.
Finalmente, encontraron un compartimiento en el que solo había un hombre dormido y decidieron entrar.
—¿Quién creen que sea? —preguntó Ron.
—Es el profesor Remus John Lupin —respondió Hermione.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo dice en su maleta —señaló Hermione con simplicidad.
—Ah…
—Bueno, Harry, cuéntanos cómo se siente ser parte de la familia Flamel. Deben tener muchos libros antiguos —dijo Hermione, curiosa.
—Escuché que son los magos más ricos del mundo —añadió Ron.
Harry comenzó a contarles sobre su verano con los Flamel y cómo había sido la experiencia de tener una familia distinta. Mientras hablaban, la lluvia comenzó a caer suavemente, deslizándose por la ventana del tren.
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