Salimos de la mazmorra y nos dirigimos hacia una cabaña, a las afueras del castillo. Era una noche bastante oscura por lo que algunos de los guardias tenían miedo de que llegaran las demás brujas a rescatar a Melissa.
"Señor, está seguro de que quiere hacer esto." Preguntó uno de los guardias a la reina Bartolomea.
"No, no estoy seguro, de hecho, creo que es una mala idea. Pero decidí hacer el trato con el príncipe Ferdinand y con la bruja, ya que quiero ver a mi padre una vez más, aunque sea su espíritu.
"En caso de que lleguen las brujas al rescate. Encended las antorchas para llamar al resto del batallón, desenvaianos las espadas y matad a Melissa sin ninguna misericordia. Degollad su cuello y dejadla tirada en el suelo como señal de nuestro poder, de que nadie se meterá con nuestro reino de Cristo y de la Santa Virgen."
Al escuchar al rey, sentí un poco de miedo de las brujas. Incluso, comencé a dudar de la inocencia de Melissa ya que su rostro era demasiado smug, como si no le importase la vida de los demás. Tal vez sea capaz de asesinar a sangre fría a alguien de suma categoría y muy querido por la gente de Sorenberg.
Llegamos a las afueras de la cabaña y desencadenamos a Melissa, quitándole esas pesadas cadenas de los pies, pero no de las manos. Ella, con sus dos manos sujetadas, aún pudo dibujar un círculo de tierra en el suelo. Los guardias le acercaron unas velas y las colocaron en las orillas del círculo formando un hexágono. Le entregaron la piedra mágico a Melissa en la palma de su mano. Ella por su parte, comienza a invocar unas palabras en un lenguaje extraño.
"Ark utum irstum arkautum."
"La lengua de los paganos," dijo el obispo boquiabierto, y posteriormente se persignó tomando el rosario de su cuello con sus dedos y besándolo en la punta.
De repente, las velas que estaban en el suelo se encendieron grandemente, grandes llamas comenzaron a emerger de esos pequeños objetos, era como si tuvieran un combustible que las potenciara.
La bruja yacía sentada en medio del círculo, con los ojos entrecerrados, las piernas cruzadas, levantando los brazos hacia el cielo. De pronto, el fuego de las velas comenzó a levantarse cada vez más alto, hasta que éste comenzó a tomar forma, una forma humana.
"¡Es el rey Alaric!" exclamaron los guardias asustados, algunos se hincaron con una pierna en señal de respeto, otros salieron huyendo del miedo, perdiéndose entre la maleza y la oscuridad del bosque. El obispo volvió a persignarse y comenzó a sudar frío, mirando el espectáculo de fuego boquiabierto.
Al igual que el obispo, yo yacía ahí parado con la boca completamente abierta del milagro que estaba sucediendo ante mis ojos. De verdad, era el espíritu de una persona fallecida.
Di unos cuantos pasos hacia atrás y caí de rodillas en la arena. la reina Bartolomea comenzó a acercarse a las incandescentes llamas, levantando ligeramente los brazos y diciendo.
"Padre… rey Alaric. ¡¿Eres tú?!"
"Quién me ha despertado de mi descanso…" dijo el espíritu del rey Alaric a través de las flamas.
"Su majestad, es en verdad usted! ¡Qué alegría!" dijo el obispo levantando los brazos en señal de júbilo.
En eso, me acerco a las flamas y digo.
"Su majestad… rey Alaric," dije, "disculpe grandemente que lo hayamos atormentado de su descanso. No fue mala intención despertarlo de entre los muertos. Venimos con la intención de hacerle solo una pregunta, si es tan amable de contestar. Se lo agradeceremos eternamente."
"Decidme, ¿cuál es esa pregunta?"
"Padre! Quién fue el responsable de tu asesinato!" exclamó la reina Bartolomea, de rodillas en el suelo, empuñando sus manos y con lágrimas cayendo de sus mejillas.
"Fueron emisarios del reino de Walia, llegaron como embajadores pidiendo hablar conmigo para realizar una alianza contra los paganos. Hicimos una reunión secreta en mi cámara. Os invité a un banquete, ellos trajeron vino del cual bebí, para sorpresa de nadie, resultó que el vino estaba envenenado, aunque como sabreis, no morí al instante sino tres días después, cuando el veneno finalmente hizo efecto e invadió mis venas. "
Luego, la reina volteó a ver al rey Bartolomea diciéndole lo siguiente:
"Hija mío, escuchad fuerte y claro. Vengad mi muerte, no tengais misericordia contra mis enemigos. Haced todo lo posible por derrotarlo, no tengais miedo de ellos pues son cobardes, no tienen honor. Tened todos por seguro que mi hijo me vengará."
"¡Lo haré padre!, te vengaré!, ¡juro por Dios que lo haré cueste lo que cueste!" exclamó Bartolomea tirada en el suelo, llorando desconsoladamente, mientras el obispo lo consolaba dándole pequeñas palmadas en la espalda. De pronto, el fuego comenzó a consumirse, lentamente hasta que el bosque volvió a estar en penumbra.
En eso, la reina Bartolomea se levanta limpiando sus mejillas por las lágrimas, sacude el polvo de sus ropas y mientras se dirige a Melissa, le dice:
"Soy una mujer de palabra. Sois libre, bruja Melissa. ¡Soldados, desencadenadla esta mujer es inocente!"
Los soldados procedieron a quitarle las cadenas y ella corrió rápidamente a abrazar a la reina Bartolomea.
"No deberías de agradecerme, Melissa, sino a él." dijo Bartolomea, apuntando su dedo hacía mi.
"¿Yo?" pregunté rascándome la cabeza en confusión.
"Ferdinand, tú fuiste quién me convenció de hacer el trato con la bruja. Gracias a tí, sabemos que ella es inocente, y lo más importante. Sabemos quién asesinó a mi padre. Te lo agradezco grandemente."
Luego, se postra hincándose y haciendo una reverencia, junto con el resto de los soldados y el obispo.
Yo por mi parte, me sentí un poco incómodo, se podría decir que avergonzado, aunque lo que hice no es para sentir vergüenza sino orgullo. Pero nadie nunca en mi vida había reconocido algo tan noble por parte de mi. Posiblemente haya sido el primer acto noble
Luego de todo esto. Salimos del bosque abandonando la cabaña, la cual nunca entramos aunque sí lo planeamos hacer, pero la reina Bartolomea pensó que tal vez, sería posible que las otras brujas nos rodearan, nos encerraran dentro de la cabaña, prendiéndole fuego para así matarnos y librar su venganza. Lo bueno fue que nunca sucedió sino que todo salió bien.
En el recorrido de vuelta al castillo, Melissa se fue de la escena volando con su báculo, el cual le fue devuelto. Yo me quedé pensando en cómo sería el reino si perdonaremos a todas las brujas, si realmente son inocentes de lo que se les culpa. Esta sociedad cristiana no es demasiado justa con ellas, se les debe de tratar mejor. Incluso pueden ser de gran ayuda como lo fue Melissa el día de hoy. La magia puede ser de utilidad en este reino en lugar de un obstáculo.
Después de reflexionar largamente, me llegó una grandiosa idea. ¡Ya sé! traigamos a todas las brujas de Sorenberg y démosles trabajo en el reino, que dejen de ocultarse y que dejen de tener miedo.
Usaremos su magia para desarrollar el reino, para mejorar la calidad de vida de los habitantes, generar mayor riqueza y prosperidad, defendernos de invasores paganos y barbáricos e incluso expandir nuestras fronteras, claro, si ésto último es posible. Pero… ¿cómo convenceré al rey Bartolomea y al obispo de esto? Ese era el problema.