A la mañana siguiente, la luz de la mañana resplandecía por las ventanas con tanta fuerza que terminé despertando. Abrí los ojos lentamente y para mi sorpresa, no estaba Bartolomea a mi lado, a pesar de que por la noche habíamos dormido en la misma cama juntos, lo cual me pareció muy extraño. Tal vez me detesta, pensé.
Luego, las puertas de mi cámara se abrieron de un fuerte azotón. Entraron los sirvientes del castillo y me entregaron un abrigo, sandalias bastante cómodas y me trajeron desayuno justo en la cama. Todo eso me parecía algo extraño, ya que no estaba acostumbrado a los lujos de la realeza, como el tener siervos que hiciesen el trabajo que yo realizaba todas las mañanas. Ni tampoco portar esas sandalias de terciopelo tan lujosas, ni el abrigo de seda que me trajeron.
Al abrigarme, me levanté de la cama, bostecé un poco y me acerqué a una de las grandes ventanas de mi cámara con la intención de abrirlas un poco, para que entrase un poco de ventilación.
Hice a un lado las cortinas y procedí a abrir las grandes ventanas, extendiéndolas hacia los lados. Luego, las ventanas descubrieron un pequeño balcón de piedra, del cual podía entrar el refrescante aire de la mañana con un poco de brisa.
Me paré y me dirigí hacia el balcón tomando una taza blanca de café que me habían entregado los siervos del castillo. De pronto me puse a pensar lo grandioso que era ser un monarca, ya lo estaba disfrutando a pesar de ser mi primer día siendo de la nobleza.
Ahora yo era uno de los principales responsables de este reino y no podía defraudar a mis nuevos súbditos. Desde ahora, mi principal misión era convertir a Sorenberg en una civilización mágica, única en su tipo, lo cual para mí era primordial por lo que decidí convocar al pueblo para anunciarles mi nuevo plan de desarrollo.
Después de que mis siervos me vistieron con mi traje negro de príncipe, salí de mi cámara y ordené tocar las campanas de los templos y catedrales, así como las del castillo principal de la reina Bartolomea. Era un llamado para convocar a una reunión en la plaza pública del pueblo. Todos en Sorenberg se acercaron, niños, adolescentes, hombres y mujeres. Incluso, brujas, aunque ellas permanecían ocultas, mezclándose entre la multitud para no ser vistas por las autoridades reales.
En eso, salgo al pabellón del reino y veo a toda la gente congregada en la plaza, lo cual me hizo feliz pues estaba apunto de darles un anuncio que cambiaría sus vidas y por supuesto, cambiaría el rumbo de este reino y de toda la civilización.
"Compañeros, habitantes de Sorenberg, os he congregado para daros este anuncio. De ahora en adelante, las brujas y magos no serán perseguidos sino que serán considerados ciudadanos de todo el reino y súbditos de la corona de Sorenberg como todos vosotros. Las brujas y magos ahora serán vuestros iguales, y serán tratados con justicia ante la ley."
En eso, la multitud se estremeció y todos en la plaza comenzaron a murmurar entre ellos. Unos abuchearon y lanzaron piedras al pabellón, otros solo miraban sorprendidos y asustados por lo que les depararía con este nuevo decreto.
"¡Pero son enviados del demonio!" gritaron otros "¡ellos asesinaron al rey Alaric!"
"¡Eso es falso!" grité con todas mis fuerzas. "Las brujas son inocentes. Ayer les hicimos un juicio a la bruja Melissa, la cual fue acusada de asesinar a su majestad Alaric, sin embargo, de acuerdo con las pruebas que realizamos, ella resultó ser inocente de todos los cargos. El asesino vino de una tierra lejana y estamos seguros de que enfrentará la justicia.
No solo eso, sino que, personalmente, me dí cuenta, de que la magia que utilizan puede ser de gran ayuda para el reino, para hacernos avanzar a una nueva civilización donde la magia mejore nuestra calidad de vida y creemos poder lograr una era dorada de la magia.
Mi intención es crear una nueva civilización de magos la cual posteriormente se extenderá por todas las tierras. Sentiros afortunados de ser la piedra angular de esta nueva civilización, vosotros sois los primeros en experimentar este cambio. "
Sin embargo, el pueblo seguía estremecido, no dejaban de hablar entre ellos y de lanzar piedras al castillo. ¿Pero qué he dicho que les haya molestado? me pregunté. ¿Realmente tienen un odio profundo hacia las brujas?.
Luego, aparece el obispo detrás de mí el cual lentamente toca mi hombro con su mano derecha diciéndome.
Mi señor, "el pueblo no quiere a las brujas. Son enviadas de satanás. Practican doctrinas de demonios, no podemos aceptarlas como súbditos de la corona, mucho menos como ciudadanos con todos los derechos que tienen los pobladores, no podemos hacer este cambio tan repentino."
"Obispo, estoy seguro que la gente logrará aceptar a las brujas. Ahora es política de estado tratarlas como nuestros semejantes, serán tratadas como cristianas."
"Señor, no podemos hacer eso!" exclamó el obispo. "¿Ser tratadas como cristianas? eso es lo peor, no podemos mancillar a la santa iglesia de esa manera tan ruin. Ellas jamás serán aceptadas dentro de la congregación de Cristo. Son enviadas del demonio para atormentar al pueblo de Dios."
"Soy el príncipe de esta tierra. Y si queréis que la alianza con mi reino continúe y perdure por los siglos, tendreis que obedecerme, de lo contrario, romperé todo trato y regresaré a mi tierra. Me divorciaré de la reina Bartolomea y no habrá ninguna alianza sino solo enemistad entre vosotros."
Dicho lo anterior, me retiré del pabellón y regresé a mi oficina real. En el fondo, yo sabía lo importante que era la alianza con mi reino para ellos, ya que era necesaria para combatir a los reinos paganos y a cualquier amenaza que se nos atraviese. Además, siempre podía regresar a mi reino de origen y llevarme a las brujas de Sorenberg hacia mis dominios. Ahí podría crear esa civilización mágica que tanto ambicionaba.