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Chapter 2 - Una competencia

25 de junio de 3050

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ciudad de Ágatha

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El reloj marcaba las 5:30 AM, abrió los ojos mucho antes de que su alarma sonara. Se incorporó sin pensarlo dos veces, ya que lo que la movía en este mundo y lo que le otorgaba placer era cumplir sus objetivos con sus hábitos sanos.

Abrió las cortinas y observó por los grandes cristales, impaciente de que esa oscuridad desapareciera. No le gustaba la oscuridad porque le daba pereza.

Después de hacer sus respectivos ejercicios, se entró a la ducha y dejó que el agua fría cayera sobre su cuerpo. Eso, sin duda, la mantenía activa.

Se vistió con su ropa de oficina, una falda ceñida a su estrecha cintura y unos zapatos de tacón de aguja. Sus piernas largas y tonificadas desprendían sensualidad, lo cual no pasó desapercibido cuando se observó en el espejo. Sonrió con malicia.

Ese día era el más importante y debía estar bien vestida aún más que el día anterior, pues le iban a entregar un nuevo puesto provisional en la empresa de su padre. Dependiendo de su desenvolvimiento y su plan de trabajo, se iba a determinar quién sería el nuevo director de esta, ya que su padre estaba por jubilarse al final del año.

¿Con quién debía competir? Con el insufrible de su hermano Tayler Hapkins. Sonrió en el espejo al recordar lo que le dijo en la cena a su padre cuando descubrió que tendría que competir limpiamente con su queridísima hermana pequeña. ¿Quién iba a decir que su hermana iba a ser su contrincante? Siempre pensó que, por ser tan joven, no le iba a dar importancia a sus negocios, pero la vida les da sorpresas ya que la menor era muy disciplinada cuando se trataba de negocios y de trabajo.

Al llegar a su oficina, los empleados la saludaron de manera muy cortés, aunque su semblante serio intimidaba a las personas y por eso misma razón, todos querían estar en buena sintonía con ella. El repiqueteo de sus tacones de aguja llamó la atención de aquellos que se encontraban en los escritorios y que pertenecían al departamento de informática de la empresa.

—Buenos días —saludó Selene, su asistonta personal o al menos así la llamaba de vez en cuando. Traía unos documentos en sus brazos y acomodó sus anteojos con nerviosismo cuando Kyla la observó con seriedad. Era una mujer pequeña y mal vestida, y su inseguridad y timidez no la limitaban para hacer un buen trabajo. El problema era que podía sentir su aura insegura y, a veces, cometía algunos errores superficiales: entre ellos, tropezarse con los demás.

—¿Qué tenemos para hoy? —preguntó— aparte de la reunión.

Se sentó en su escritorio y cruzó las piernas. Tomó una pluma y empezó a firmar unos papeles que tenía pendientes. No iba a dejar pasar, una virtud que tenía la joven era que no dejaba para después lo que podía hacer en ese mismo momento mientras la asistente la ponía al día.

—Su padre le envió unas instrucciones —mencionó— Me ordenó que se las entregara cuando estuviera en la pequeña reunión.

Fue entonces que frunció el ceño, subió la cabeza y le dedicó una mirada curiosa.

—¿Unas instrucciones? Pensé que el plan de trabajo para el lanzamiento de un nuevo dispositivo estaría bajo mi responsabilidad. Es decir, que yo misma iba a ser mi plan de trabajo en conjunto con el equipo.

Kyla resopló estresada al entender que no todo se haría como ella quisiera, ya que sería bajo las reglas de su encantador padre.

—No, señorita —intentó explicarle mejor— Ustedes harán sus respectivos planes de trabajo junto con el equipo, pero su padre quiere que no se salga de las reglas de nuestra empresa.

—Es un aparato móvil... Supongo que tenemos que innovar. Si queremos sobresalir más que la empresa Warren.

—Si, supongo —dijo—. También tiene una comida para hoy. Su padre me dijo que recibiera a una persona. Su nombre es Gabriel Bernard. Es el hijo del señor Bernard.

—¿Ese hombre tiene hijos?— cuestionó sin poder creerlo, pero lo que le parecía inconcebible era que tuviera que recibirlo y darle la bienvenida. ¿Acaso su padre había perdido la razón? ¿Por quién la tomaba, por una recepcionista o anfitriona?

Resopló y ordenó a la mujer que le trajera un café con voz aburrida y sosa, pues estaba muy furiosa porque el señor Alexis Hopkins estaba tomándose muchas atribuciones que su hija menor estaba lejos de darle.

La mujer se sintió ofendida por dentro, sin embargo, no lo demostró. Tenía una especie de amor, odio y admiración por esa mujer, tanto así que parecía ser enfermiza.

(...)

La reunión estaba por comenzar, Alexis Hopkins estaba sentada al fondo de la larga mesa y los demás lugares los ocupaban la directiva.

El mayor de los hermanos entró, su cabellera rubia bien peinada lo hacía adquirir madurez.

—Toma asiento Tayler— le dijo el viejo Alexis. Sin embargo, en ese mismo momento entró la menor y Tayler la observó con severidad.

—Buenas tardes—saludó, su secretaria venía detrás.

—Buenas tardes, cariño—respondió al saludo, con voz paterna.

Se incorporó y se acercó a ella para darle un beso en la frente. Alexis Hopkins malcriaba mucho a su niña pequeña, tanto así que ella pensaba que tras cumplir los veintidós años él le iba a decir: Kyla, llegó la hora de que te encargues de mi empresa. Lo hago porque eres la única en la cual confío.

Pero no, dejó de soñar cuando una semana atrás le avisó que debía competir con su hermano mayor por el cargo mayor, el cargo del director.

Su ego herido no la deprimió, al contrario, era un impulso para lograr lo que tanto codiciaba y no solo era porque lo codiciaba de una manera desquiciada, sino que su hermano le insinuó que no podría lograr manejar una empresa con tanto capital, alegando que iba a malgastar el dinero en lujos como: ropas, maquillaje, autos de lujos, entre otras cosas. Sin embargo, Kyla sabía lo que había en la mente de su hermano, él estaba intentando persuadir a su padre para que este descartara a la menor y así quedarse con el trono controlando todo.

Por suerte, Alexis Hopkins no compartía esos pensamientos sexistas, había estudiado tanto el comportamiento de las personas que no se dejaba llevar por las apariencias y por lo que la sociedad decía. Un hombre también puede derrochar su dinero en cosas vanas con mujeres, así que su lógica estaba bastante errada. Sin embargo, él insistía creyendo que su padre le creería esa mentira.

—Papa, ya estoy impaciente por decirte mi propuesta —dijo el mayor — estoy seguro de que va a gustarte.

—Ustedes dos son buenos en lo que hacen, no tengo ninguna duda de ello. Sin embargo, deben entender que el mercado es competitivo y ganará el producto que tenga más demanda. Necesitamos crear un aparato mejor que el de los Warren. Y para eso les daré un tiempo de aproximadamente seis meses. Hoy me reuní con la junta directiva y ya aprobaron todo.

Se movió lejos de su pequeña niña y se sentó en la silla.

—El dispositivo móvil de los Warren está ganando demasiado terreno en el mercado. Su tecnología es de alta calidad— agregó Tayler —tanto así que estuvo a punto de superarnos.

—El dispositivo de los Warren ni siquiera está cerca de ser un teléfono. Solo es una réplica de aparatos obsoletos — me crucé de brazos— es igual que esos dispositivos convencionales, una réplica de la moda china.

—Es un gran avance —replicó Tayler— las personas quieren lo desconocido y lo exótico, hermanita. La alta sociedad quiere algo físico que pueda llevar en el bolsillo.

Kyla le dedicó una mirada entre maliciosa y burlona.

—No compartimos la misma opinión —dijo Kyla.

—Es la primera vez que estamos de acuerdo. Supongo que no vas a exponer lo que tienes en mente. ¿Tienes miedo de que robe tu idea?

Negó con la cabeza.

—Ya les envié los datos al computador —dijo— la próxima vez que los vea será para que demuestren su capacidad competitiva y que gane el mejor.

—No te defraudaré padre— le aseguró Tayler buscando en su mirada algo de aprobación, pero este siquiera le otorgó lo que él ansiaba recibir. Solo sonrió superficialmente, fingiendo. Si de algo estaba seguro era que no podía darle alas a su hijo mayor, las emociones que le otorgaría debían ser porque se las hubiera ganado, de lo contrario, alimentaría su ego. En cambio, Kyla era distinta, siempre fue su mayor orgullo.

—Puedes retirarte —le ordenó el anciano con un ademán en la mano. Tayler tensó la mandíbula, preso de una ira controlable al ver que su padre ni siquiera lo adulaba como lo hacía con la más joven. La odiaba profundamente porque se había metido en su camino desde siempre.

Le dedicó una mirada de frialdad a la joven Hopkins y se dio la vuelta. Tras cruzar esa puerta, el padre le sonrió con ternura a la joven y tomó sus manos.

—Kyla, se que Selene te avisó que quiero que vayas a recibir a Gabriel Bernard.

—Papa— refunfuñó con frustración —yo no tengo tiempo para esas cosas. Tengo planes y rutinas que debo cumplir. No puedo descuidar mis hábitos.

El hombre intentó persuadirla.

—Lo sé, pero tu hermano está ocupado esta noche. Quiero que lo recibas porque es un buen partido para tu hermana.

Una sonrisa burlona curvó sus labios, y le dedicó una mirada incrédula a su padre.

—¿Tú crees que ella desea casarse? Papá... creo que estás equivocado. Mi hermana nunca se casaría— admitió muy segura. Sin embargo, lo que ella ignoraba era que su hermana mayor solo amaba una cosa más que ser libre y era el dinero. Si ella no sentaba cabeza con un hombre de su mismo estatus social, el anciano Hopkins iba a desheredarla de su patrimonio porque se iba a convertir en un estorbo. Para el señor Hopkins, sus hijos eran como una extensión de él y debían producir. Y Kimberly, aunque estudió en las mejores universidades, nunca le gustó trabajar, así que lo único que le quedaba era ser desposada por un hombre adinerado.

—Ya lo hablamos, si no se casa no obtendrá herencia... De ninguna manera dejaré que tu hermana derroche su dinero en fiestas y hombres beta. Gabriel Bernard es un hombre honorable. Además, es uno de los hijos de mi socio.

—¿Y cómo piensas determinar que ese hombre es bueno para ella? No podemos dejar entrar a cualquier hombre adinerado a nuestra familia— opinó ella con la seguridad que la caracterizaba.

El hombre le dedicó una mirada de condescendencia, cuando ella empezó a negar con la cabeza, comprendiendo hasta donde quería llegar con esta conversación.

—Tú los vas a vigilar —le dijo —no hay nadie en quien confíe más que a ti. Vas a analizar el comportamiento de Bernard, ese tema no está en discusión. No te preocupes, solo serán tres meses, tres meses en los que vas a investigarlo.

No le gustó la propuesta de su padre, porque jamás pensó que él iba a darle ese puesto tan patético como si ella fuera una cuidadora de su hermana inmadura. Su hermana era mayor pero parecía que nunca había madurado. Kyla tenía veintitrés años y ella iba rumbo a los treinta y no entendía que de una vez por todas debía sentar cabeza y volverse un adulto funcional que no tuviera que depender de ser salvada por las personas.

Su padre había perdido las esperanzas, pero Kyla sabía que podía ganar créditos si lograba que el hombre adinerado pusiera toda su atención en Kimberly. Sería algo magnífico, porque su futuro esposo se haría cargo de ella luego de desposar a su queridísima hermana.