El pequeño grupo de policías intentó dirigirse a lo que parecía ser la entrada del lugar, que estaba ubicada debajo de una alcantarilla. Esto lo investigó Gertrud al tener en su poder los planos de Efrén Patterson, quien era el arquitecto de la obra y su dueño.
Días antes, Gertrud había irrumpido en su oficina con una orden de cateo que obligaba al ciudadano a entregar los planos de la obra y, en ellos, los permisos que recibió para construirla. Él la construyó para que fuese una atracción en la ciudad de Ágatha, pero quedó totalmente prohibido que, bajo ninguna circunstancia, alguien entrara ahí hasta el fondo, porque los túneles eran similares a los del antiguo París. Queriendo replicarlo, en ellos se guardaban los huesos de personas que llevaban años enterradas.
Efrén Patterson se puso muy nervioso y le preguntó por qué, y ella le explicó que sospechaban que Ethan Coen, el delincuente, al parecer, estaba escondido como una rata dentro de esas catacumbas. Aunque Efrén se puso nervioso, dijo que iba a colaborar y le entregó los planos de la construcción, que les iba a servir como un pequeño mapa para no perderse.
Cuando los oficiales levantaron la tapa de la alcantarilla, el teléfono de Jones timbró varias veces, y los oficiales se quedaron observándola, cuando ella no lo tomó y continuó prestando atención a lo que parecía ser aquel hoyo negro debajo de sus pies.
El celular continuó sonando y ella lo tomó en las manos; era el número de su superior, así que no dudó en descolgar la llamada.
—¿Jones?— habló. —¿Qué sucede?
—Tome a sus hombres y retírese de la misión— ordenó con frialdad.
Gertrud apretó la mandíbula, indignada; quería a toda costa entrar ahí y capturar a ese delincuente. Tenía hambre de victoria, y que ese mugroso capitán Clarkson se entrometiera en su trabajo la tenía totalmente en shock. Tuvo que canalizar la rabia que sintió.
—¿Por qué?— cuestionó. —Es nuestra oportunidad de capturar a ese delincuente.
—Sé que le confié esta misión, pero ustedes no están preparados para eso— concluyó. —Les falta apoyo. Retírese.
—¿Qué clase de apoyo falta? Envíe otro grupo.
—Pueden haber trampas. Necesitan de una maquinaria que las detecte, así que necesitamos apoyo de una empresa tecnológica y un ingeniero que esté dispuesto a ingresar con ustedes. No arriesgue a esos policías. Hablamos después.
Y colgó. Gertrud reprimió un grito enfurecido y se aferró a su teléfono móvil para no perder la compostura; así que se enderezó y volvió a donde se encontraban sus hombres.
—Se cancela la misión...
Eso molestó tanto a Gertrud Jones. Se sintió totalmente desdichada porque el capitán de la policía no dudó en detenerla, aún sabiendo que era un acto suicida para su equipo. Era tanta la sed de poder ser condecorada que no le importaba sacrificar a su gente. Era fiel creyente de que para construir el éxito, algunas personas debían sacrificarse por la causa, pero no sería ella.
Cuando el capitán llamó a su teléfono celular y le dijo que no podía llevar a cabo la misión, tenía razón, puesto que no contaban con qué trampas se iban a encontrar y no tenían las herramientas necesarias para ingresar ahí. Sin ninguna persona experta, sería una crónica de muerte anunciada entrar a esas catacumbas. Gertrud solicitó un experto; sin embargo, el capitán negó porque se tardaría dos días en llegar.
Ella apretó el teléfono en sus manos y sus dientes castañetearon de furia; no podía tener menos suerte. Pero no se iba a rendir; esta misión le pertenecía, y si se escondía en el infierno, aquel terrorista iba a encontrarlo a como diera lugar. Tuvo que retirarse a su casa con la condición de que dos policías se quedaran vigilando la zona.
—¿Qué sucede?— cuestionó Tyler al acostarse a su lado.
Respiró hondo antes de contestar para dispersar ese sinsabor de no lograr lo que tanto se había propuesto. Había durado meses trabajando para ello y no llevarlo a cabo le provocó desilusión.
—Hoy era el día en el que tenía pensado capturar a ese terrorista, pero el capitán Clarkson me lo impidió por falta de apoyo.
—¿Ya saben dónde se esconde?
—No estamos seguros; sin embargo, creemos que puede estar escondido en las catacumbas. Algunas personas han denunciado que se escuchan gritos en las noches.
—¿Estás segura?
—Por supuesto, Tyler— dijo— hemos investigado siguiendo su rastro. El hombre ha sido cauteloso y ni siquiera conocemos su rostro, pero las chicas que han desaparecido siempre lo hacen en esa zona. ¿Y sabes qué es lo peor?— negó— que eso solo me retrasa en el plan con respecto a tu estúpida hermana Keyla.
—Debe haber otra manera de deshacernos de Keyla— propuso— prefiero que muera a que ocupe mi lugar. No quiero darle siquiera la oportunidad de engrandecerse después de que le muestre su trabajo a papá, como esos malditos robots.
—No podemos matar a tu hermana, Tyler; no puedes dejar que la ira te convierta en un blanco fácil para las leyes. Déjamelo a mí. Tal vez pueda buscar la forma.
—¿Por qué no me cuentas lo que planeas?— insistió, curioso— Necesito saberlo.
—No es necesario que te lo diga; solo procura mantener feliz a tu padre y veremos qué hacer con Keyla.
Admiraba la frialdad de su mujer, una característica que para algunos era un defecto, pero para él era una gran virtud. Para que un hombre triunfe en la vida, debía tener a una mujer cuya fuerza fuese semejante o más potente que la de él.
—Tal vez si mi padre muriera, sería más fácil— murmuró, deseando con todas sus fuerzas recibir esa noticia— así Keyla no tuviera a nadie a quien deslumbrar.
—No sabemos si tu padre tiene escrito su testamento de manera que beneficie a Keyla— declaró— sería fácil matarlo si tuviésemos acceso a los documentos. Sin embargo, tendríamos también que sobornar a su abogado personal... Es un viejo decrépito. Pero a tu hermana no, porque es una mujer joven; sería muy evidente. Podemos decir que murió de un infarto... O de cualquier cosa. Solo tenemos que tener el control de sus documentos para falsificarlos en tu beneficio.
—No lo sé; yo quiero a mi padre... Pero me frustra que no me quiera, que no me haya confiado completamente sus negocios a mí y que sea más considerado con esa estúpida. A ella sí, a ella la odio.
El resentimiento en sus palabras fue evidente, tanto que tensionó los músculos de su mandíbula hasta hacerla casi sangrar.
—Debes ser frío cuando se trata de dinero. Tu padre siempre te menosprecia; enséñale que tú eres más hombre que él. De eso depende nuestro futuro— acarició su mejilla— podríamos estar mejor que en este momento.
—Lo haremos, si trabajamos en equipo.
(...)
Ethan Coen pidió a los hombres de su tribu clandestina que estuvieran presentes en su próximo discurso de supervivencia. Un pez gordo llamado Efrén Patterson le avisó que la policía estaba en camino.
Efrén Patterson era un empresario que parecía inofensivo; sin embargo, sus conocidos más íntimos lo apodaron "el diablo."
Efrén tenía una esposa y dos hermosas hijas adolescentes y pertenecía a la iglesia; era un hombre cristiano devoto en cumplir las leyes de Jesús, quien murió en la Cruz como un acto de amor para salvar a la humanidad. Durante el día era luz y en la noche totalmente oscuridad. En el día era un hombre de negocios, dueño de una mina de oro y socio de una de las más prestigiosas empresas tecnológicas. Pero de noche dejaba salir el diablo que moraba en su interior, permitiéndose experimentar emociones fuertes que no cualquier humano estaría dispuesto a sentir, pues eran totalmente primitivas.
Efrén bajó a las catacumbas del infierno en busca de su querido socio maquiavélico, Ethan Coen. Su verdadero nombre era Magnus Kane, pero lo detestaba porque su padre abusivo también se llamaba de ese modo.
Atemorizado de que sus secretos más oscuros se revelaran, Efrén descendió a las catacumbas del diablo, puesto que en la tarde de aquel fatídico día, el cabo Bryan Moore le había notificado que esa noche iban a ejecutar un operativo importante en las catacumbas... Capturar al delincuente Ethan Coen.
Así que, ahí estaba él, esperándolo. Esa noche se escabulló totalmente, con la cabeza cubierta por un abrigo con gorro y ropa deportiva, puesto que no quiso llamar la atención de los transeúntes de la ciudad.
—Llama a Ethan— ordenó tras llegar a un joven que estaba de pie en la puerta, en postura militar, cargando un arma de alto calibre. Serio, totalmente.
—¿Efrén?— pronunció Ethan al llegar y ver que se había tomado el atrevimiento de visitar ese lugar en un día que no habían acordado— ¿qué carajos estás haciendo aquí?
—Escucha, la policía te descubrió— reveló, todavía incrédulo y conmocionado— debes recoger a tu gente e irte lejos antes de que te capturen.
Ethan sonrió con malicia; eso ni siquiera le preocupó, puesto que en aquellas catacumbas era difícil permanecer, y aquellos que no la conocían podrían perderse sin tener un mapa. Esos túneles eran similares a las catacumbas del antiguo París. Por algo se inspiró en eso para construir esos túneles debajo de la tierra, patrocinado por el dinero de Efrén Patterson. Ethan era un arquitecto reconocido de la ciudad de Ágatha, nadie conocía su verdadera identidad ni su rostro; en ninguna base de datos estaba inscrito el nombre de Ethan Coen, solo Magnus Kane. Así que era totalmente irrelevante lo que su colega estaba avisándole.
Pero debía saberlo; un hombre prestigioso como Efrén, ante la mínima amenaza de que su vida extracurricular fuese amenazada por revelarse, iba a temer. Para Ethan, él era un hombre asustadizo, y le parecía totalmente contraproducente, porque todo el que hace lo que practica Efrén debería estar preparado para el golpe.
—¿Tienes miedo?— le inquirió al ver cómo empuñaba las manos y cómo su expresión denotaba miedo y angustia— ¿acaso tienes miedo?
—No por ti— respondió— tengo miedo de perder a mi familia y ser desterrado.
Encaró una ceja— Ah, ¿es eso? ¿Y quién determina eso? Con todas estas armas que tenemos, ¿crees que podrán derribarnos?
—Solo te pido que, si te capturan, no me arrastres contigo...
—Estamos juntos en esto, no seas cobarde, hombre.
—Si me incriminan, no podré ayudarte— argumentó— mi poder sería nulo y me rebajarían a tu nivel de delincuente. Ni siquiera mi dinero podría evitar que nos destierren a los dos.
—Eso no pasará— aseguró— estoy creando un ejército para combatir esas malditas ideologías políticas que nos han querido imponer a la fuerza. Ni siquiera podemos ser libres y hacer lo que nos plazca.
—¿A cuántos crees que vas a convencer? ¿A cuántos has reclutado?
—Somos pocos— respondió— ellos siempre nos llevarán ventaja porque, básicamente, todos quieren lamerles las botas a los de la alta sociedad.
—¿Qué intentas provocar? Esto es terrorismo, Ethan.
—Yo no lo llamaría terrorismo; yo lo llamo buscar la libertad. Dejamos que las mujeres tomaran el mando y ahora desprecian a los pobres, tanto que los desterraron a otra parte desconocida. No te afecta porque eres un hombre rico, pero... ¿y los que no lo son?
—Yo solo quiero que mantengas la boca cerrada— farfulló rabioso— si mandé hacer estos túneles fue porque quería divertirme con las mujeres que nos traes. Así que tú también te has aprovechado de esto, de esas mujeres ricas que son secuestradas.
—¿Y qué crees, que dejaré que le hagas daño a mis mujeres? No voy a contribuir al sufrimiento de mi gente. Ellas lo merecen, porque han hecho oídos sordos a la problemática.
—Yo no tengo la culpa de que hayas nacido pobre; es tu destino. Estás destinado a ser desterrado, y si intentas conspirar en mi contra no voy a poder ayudarte.
—Vete, Efrén— ordenó— tengo que esconderme con mi gente. Aquí no nos encontrarán. Además, hay trampas. Si intentan entrar, morirán.
(...)
—Debemos ser fuertes— dijo Ethan, con voz potente— la policía nos está cazando solo porque tenemos una ideología distinta. Nos quieren imponer todo: no somos totalmente libres, vivimos en una comunidad que discrimina a las personas de bajos recursos.
Se estaba refiriendo a unos setecientos hombres adultos, personas que se cansaron de servir al sistema. Y entre ellos, personas de clase media que se quedaron en la ruina económica. Personas que lo habían perdido todo y que se convirtieron en prófugos de la justicia, delincuentes del sistema. A los cuales Ethan Coen había acogido en la guarida del diablo.
—¿Si nos atrapan, nos van a desterrar?— le inquirió su pequeña sobrina, asustada— tengo miedo, Ethan.
Acarició su mejilla y se agachó a su altura para brindarle seguridad.
—Tranquila, Amber; eso no pasará, cariño.
Volvió la vista a sus hombres, quienes estaban totalmente en silencio sepulcral. Sin embargo, hubo uno de ellos que empezó a hablar.
—¿Cuál es nuestro plan?
Su plan era cambiar el curso de la historia, que todos fuesen aceptados en la sociedad y que no se castigara a las personas solo por ser de clase baja.
—Mi hombre de confianza me notificó que por esta noche se cancelaba el operativo, Elías; así que eso nos beneficia.
—Pues, esta noche no; sin embargo, puede que mañana sí. Entonces, no sabemos a dónde nos enviarán.
—Yo sí— opinó Otto, un exteniente del Estado— es un lugar totalmente escalofriante...
—¿Cómo lo sabes?— preguntó.
—Porque yo estuve en ese lugar cuando pertenecía al cuerpo de tenientes del estado.
—¿Dónde es exactamente?— cuestionó Elías, curioso— y ¿cómo se puede llegar para salvar a toda nuestra gente desterrada?
Dudó, pero al ver las expectativas de las personas que los estaban observando, se animó a hablar.
—Es un lugar muy tétrico— hizo una pausa y todos se miraron entre ellos— cuanto más te adentras en la Metrópolis, menos son tus posibilidades de escapar.
—No deberíamos tener miedo— dijo Ethan— debemos ser valientes y derrocar a los descendientes de Dubois. Esas personas que gobiernan. Merecemos un mundo mejor; llegó la hora de que tomemos el mando. Traigan el sacrificio, demostremos a esas personas que con nosotros no se juega. Acabemos con los ricos, así como ellos no tienen piedad con nosotros.