Gabriel Bernard se quedó impactado. Y es que ninguna mujer le había enfrentado de esa manera tan tenaz, tan directa o tan ruda. Sin embargo, se dijo a sí mismo que no debía sorprenderse por esas cosas porque las mujeres modernas eran de esa forma. Él mismo lo había dicho, no estaban en el siglo XVIII, la sociedad en aquel tiempo estaba en perfectas condiciones.
—Bien— habló después de su larga pausa, entre miradas furtivas— si gusta puede sentarse y así tomamos una taza de café.
Ella levantó la muñeca para observar el reloj que tenía colgado, pues tenía que calcular si acaso le quedaba tiempo libre. Aunque suponía que no porque no estaba en sus planes conocer al supuesto prometido de su hermana hasta que su padre así lo dispuso.
—Bien, tengo tiempo— replicó y se encaminó a la mesa para sentarse. Se sentó bajo la mirada curiosa del magnate.
—Y, cuénteme... ¿Cómo sigue su hermana Kimberly?— cuestionó.
—Le dolía la cabeza, pero cuando la dejé se encontraba mejor.
—Espero que no sea nada malo.
—Kimberly sufre episodios de migraña. Creo que es de familia— intentó sonreír. El hombre la miró, atento.
Aprovechó para mostrarse curiosa, pues le daba demasiada relevancia a cómo se habían conocido ellos.
—No sabía que ustedes ya se conocían— comentó.
—Coincidimos en un cóctel de negocios— contestó— su padre nos presentó el año pasado.
—Entiendo— dijo ella en un leve murmullo— le pido disculpas por hacerlo esperar tanto. De verdad no me gusta jugar con el tiempo de las personas.
—Discúlpeme usted— le dedicó una sonrisa ahora amable— no me comporté como un caballero con usted. Es que no puedo evitar estresarme cuando... Ya sabe, cuando pudiera estar haciendo tantas cosas. No me gusta estar sin hacer nada.
Kyla le dedicó una mirada comprensiva.
—No pensé que era la forma más educada decirle por teléfono que Kimberly no iba a asistir a su cita. Para eso vino hoy a la ciudad ¿no es así?
—Por supuesto. Pero también he venido por otra razón. La cuestión es que quiero asociarme con el grupo Hopkins. Mi padre se jubila este año y quiero formar parte de la empresa.
—¿Está interesado verdaderamente en Kimberly?
—Me pareció una mujer atractiva. Así que estoy dispuesto a desposarla. Cumple con mis estándares de relación. Verá, estoy buscando una mujer que se dedique completamente a nuestros hijos.
—¿Y usted cree que Kimberly es la indicada?
Asintió con seguridad.
—¿No le parece una decisión muy precipitada?
—¿Por qué debería parecerme? Confío en que su padre es bueno y que inculcó valores y principios en sus hijos. No tengo nada de qué preocuparme.
Keyla no intentó mostrarse sorprendida y es que su hermana Kimberly no contaba ni con principios ni con valores. Alexis Hopkins tampoco era un padre ejemplar, él tenía cierta debilidad con Kimberly. Cuando el anciano descubrió que Kim asistía a fiestas clandestinas no mostró ningún interés por detenerla y mantuvo el decreto violando las leyes de la metrópolis Aghata.
Él intentó persuadirla después cuando notó que Kim estaba saliéndose de control y buscaba la manera de ponerla en buen camino.
—¿Usted cree que estoy siendo muy precipitado?— habló tras el silencio sepulcral de Keyla. Ella se quedó contemplando la enigmática belleza varonil que poseía aquel hombre de hielo. Todo en él era imponente: su voz estruendosa y ronca, directa; su postura imponente que desprendía elegancia y su manera de vestir.
No quería parecer intimidada por los atributos de aquel hombre, así que intentó no mostrarse tímida, más bien siempre mantuvo su compostura.
—En realidad es su vida, señor Bernard— le dijo— y creo que es una buena idea, si así usted lo desea.
Keyla tomó un pequeño sorbo de su taza de café negro y Bernard aprovechó para observar cómo los labios gruesos de la joven se tensaban.
Pensó que era hermosa pero muy ruda. A Bernard le gustaban las mujeres femeninas y a pesar de que Keyla parecía ser atractiva ante sus ojos, no contaba con lo que, para él, era la mujer perfecta.
Kimberly, por otro lado, se encargaría de criar a sus hijos, darles una buena educación y no iba a anteponer a sus hijos por un empleo. Estaba seguro de que Keyla era una mujer activa; no era lo suficientemente dependiente ni sumisa y las mujeres como ellas no se atrevían a dejar su trabajo para crear una familia y dedicarse a ellos.
Por ello, el señor Hopkins lo pensó bien: Keyla tomaría el control de la empresa tras su jubilación y Kimberly le daría nietos.
Lo que él ignoraba era el desbalance que tenía Kimberly y que las apariencias engañan: tras ver a Keyla, miles de prejuicios sociales abordaron su cabeza. Ignoraba que ella era más organizada que Kimberly, aunque los negocios fueran sus prioridades, y que Kimberly no era más que una mujer holgazana, incapaz de hacer algo por su vida.
"Pobre Bernard, no sabes dónde te metiste", pensó Keyla.
Y es que los deseos de ese hombre no eran más que fantasías de hombres primitivos. Así funcionaban en el pasado. Las mujeres no trabajaban fuera de casa y los hombres eran los proveedores, las mujeres por otro lado, eran las que se encargaban del trabajo del hogar y de guiar a sus hijos.
—¿Cuándo fue que todo cambió?— se preguntó— ¿Acaso Bernard era uno más del montón? ¿Acaso el hombre nunca dejaba de buscar el modelo de mujer de antaño?
No le dijo nada en lo absoluto porque no tenía nada de malo querer que sus futuros hijos estuvieran pasando tiempo con su madre y no con una nana computarizada. Pero no todas las mujeres querían quedarse en casa cuidando hijos, algunas querían trabajar y manejar ingresos producto de su esfuerzo.
No tenía nada de malo ninguno de los puntos. Además, en los planes de Bernard no estaba estar con una mujer que no era dependiente y enjaulada después. No, él estaba buscando una mujer que se sintiera bien con ello y que su única vocación fuera ser mujer y madre.
Kimberly hubiera podido cumplir todos esos requisitos, pero era como si vivieran dos mujeres en su cuerpo: la mujer que no le gustaba trabajar y la mujer que quería libertad, la mujer que no respetaba los límites.
—Hagamos esto— propuso ella— reunámonos en nuestra casa.
—Me siento incómodo, ¿Sabe? Siento como si no me quisieran dejar solo con su hermana.
Por supuesto que Keyla no podía permitir que Bernard y Kim estuvieran solos porque si de algo estaba segura era que Kim podría meter la pata.
No se podía confiar en Kimberly; era demasiado arriesgado dejarlos solos y más cuando Kim no estaba consintiendo ese matrimonio arreglado.
Keyla se tensó y observó cómo la expresión de Gabriel cambió como si hubiera estado estudiando su comportamiento. "Inquisitiva" era la palabra que definía la gesticulación de su postura.
Tragó saliva y jugó con la tela de su falda por debajo de la mesa. Bernard aprovechó para mirar con más detenimiento su rostro pecoso, esas tonalidades rojizas que adornaban su piel, su nariz pequeña respingona, le otorgaban una delicada asimetría facial y esos labios gruesos llamativos que desprendían sensualidad. Intentó dirigir la mirada hacia su café cuando la joven estremecida descubrió cómo la estaba contemplando.
Carraspeó e hizo que sus manos inquietas y temblorosas se calmaran. No quería pensar en que el señor Bernard estaba mirando a la hermana de la mujer con la que él estaba pretendiendo con otros ojos. Eso sería muy descarado de su parte.
—No es eso, señor Bernard— habló— lo único que estamos haciendo es cuidar a Kimberly. Es una mujer ingenua.
Esas palabras salieron de su boca y ni siquiera estaba creyendo que había dicho una mentira. Kimberly era todo menos eso.
Los labios de Gabriel se curvaron en una sonrisa siniestra.
—¿Usted cree que me voy a aprovechar de la virtud de su hermana?
—Uno nunca sabe— quiso sonreír pero sus labios temblaron levemente— uno nunca puede saber las intenciones de otra persona.
—¿Acaso Kimberly es virgen?
Keyla abrió los ojos de par en par, conmocionada por el atrevimiento de Gabriel.
—No le incumbe— contestó con molestia— ¡No puedo creer lo que está preguntando! ¿Cree que voy a divulgar la vida privada de mi hermana a un hombre que posiblemente jamás volvería a ver?
Bernard sonrió con diversión al ver que Keyla había perdido el control.
—¿Ahora quién está cacareando como una gallina?— pronunció entre risas— sabía que era cuestión de tiempo para quebrar su sofisticado autocontrol.
—Es un inmaduro— replicó Keyla, con el diablo dentro— esas cosas que hace ni siquiera las haría un adolescente. ¡Usted es un atrevido!
Se levantó de la mesa con las mejillas ruborizadas por la vergüenza. Jamás en la vida nadie había hecho perder los estribos a la jovencita, así que se sintió tonta y rabiosa.
—Usted tiene poco sentido del humor— intentó pararla levantándose y tomando la mano de Keyla— por favor, siéntese, no hemos terminado de conversar.
—No tengo nada de qué hablar con usted— se soltó de su agarre— la próxima vez que quiera saber si una mujer es virgen o no, vaya con su madre y pregúntele a ella. Ella hará lo que yo no, porque yo sí lo respeto a pesar de que usted es un irrespetuoso. Su madre sí que podría enseñarle modales.
Bernard levantó una ceja y observó cómo la atractiva mujer se le iba de sus manos, aprovechó para observar su lindo y redondeado trasero mientras ella caminaba rápidamente para salir de ahí.
([...]
Tayler llegó a casa tras un día largo y su esposa Gertrud lo recibió con un beso y un abrazo.
—¿Cómo te fue?
Se quitó la gabardina que llevaba puesta y la colgó en el perchero. Su expresión era de preocupación, de ira, tensión porque no podía concebir la idea de que su padre no estuviera lo suficientemente a su lado para percibir que él no tenía competencia y menos con una mujer prácticamente adolescente.
—Hoy fue un día agotador, cariño— respondió— pero estoy aquí como todos los días.
La mujer le sonrió.
—Te he preparado un baño con agua caliente, cielo— le avisó— ¿Qué tal si me cuentas mientras te relajas conmigo en la tina?
—Suena bien.
—He enviado a nuestro hijo a los abuelos, estaremos solos.
Manipuló su corbata y comenzó a desatar el nudo alrededor de su cuello.
—No quiero ahora, Gertrud, estoy agotado.
La mujer se sintió desanimada.
—Sabes que debemos tener otro hijo— le dio la espalda— necesito tener otro hijo. Ya han pasado cinco años y nuestro tiempo se limita.
—Todavía nos queda mucho tiempo para ello, cariño. Sabes muy bien que mi mente solo está enfocada en una cosa: y es sacar de mi camino a Keyla. Además, te van a ascender de teniente a capitana de la policía. ¿Crees que tener un hijo ahora sería lo más conveniente?
—Todavía tu padre no te ha escogido?
Tragó saliva. Estaba frustrado.
—Las cosas no funcionan de ese modo. Keyla también es hija de mi padre y mi padre quiere demostrarnos a ambos que es justo.
La mujer abandonó la expresión suave y la cambió por una de desagrado.
—¿Ves que tenía razón cuando dije que no debías subestimar a Keyla? Ahora esa pequeña serpiente que alimentamos creció.
—Debemos hacer algo, Tayler— propuso— tu hermana pequeña es muy astuta. No podemos permitir que ella esté al mando. Ese puesto es tuyo por ser el primogénito de Alexis Hopkins.
—Ese viejo decrépito no valora lo que hago. Como me hubiera gustado que estuviera...
—¿Muerto?— terminó la oración— más bien, Keyla fue la que debió irse al otro mundo. Si Keyla estuviera lejos, estoy segura de que tu padre no estaría pensando en otras personas, porque Kim no es competencia para ti.
—No sé qué haré, ni cómo lo haré, pero esa imbécil no va a ocupar ese lugar por lo que tanto he luchado.
—Tenemos que idear un plan, de lo contrario, existe la posibilidad de que Keyla sea la sucesora de tu padre.
—¿Qué tienes en mente?— preguntó él— ¿Matarla?
—Estoy pensando en algo, pero es confidencial.
—¿Ni siquiera puedes compartirlo con tu esposo?
—Secretos de Estado— respondió— primero debo saber si podemos hacer lo que tengo en mente. Si me ascienden como capitana de la policía, podemos quitarla de nuestro camino.
—¿Te refieres a que la podemos incriminar?
Asintió.
—Sabes que un delito es castigado severamente en la ciudad y es probable que los condenados nunca vean la luz del sol.
—Pero ¿cómo lo haríamos? Keyla es perfecta, no comete errores.
—Déjamelo a mí. Mañana iré a la mansión Hopkins de visita. Y veré qué puedo hacer. Confía en tu esposa.