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Chapter 5 - Atrevido

Keyla jamás pensó que estaría en una situación tan incómoda con un hombre, y nunca había tenido conversaciones triviales con ninguno. El único contacto que mantenía con hombres ajenos a ella era en el trabajo. Ella era la jefa de uno de los departamentos de informática, al igual que su hermano Tyler, quien a diferencia de ella era muy carismático y seductor con las mujeres que trabajaban para él.

Cuando llegó al pasillo, notó que su padre se aproximaba en dirección opuesta.

—Hola, linda— habló, pero ella se apartó. Necesitaba estar a solas para poder calmarse. Sin duda, lidiar con las personas no era nada fácil.

El padre se mostró confundido, pues nunca había visto a su hija tan agitada y molesta.

—Ahora no, padre— dijo en respuesta— necesito estar a solas.

—Entiendo, solo quería preguntarte acerca de Bernard— avisó— supongo que no voy a disponer de mucho tiempo para recibir una respuesta, hija.

Dejó salir el aire, relajándose para no despotricar en contra de su padre. En ese momento, ganas no le faltaban de buscar culpables de aquel percance que tuvo con ese hombre moderno maleducado. Las buenas costumbres de respetar la vida privada de los demás se habían esfumado. Sin duda, ellos daban a entender ser conservadores para buscar esposas, pero no conservaban los modales y la caballerosidad.

—Nada nuevo— contestó— ya sabes cómo son los hombres— se encogió de hombros y se arrepintió por su tono. Entendió que ese hombre estaba controlando sus estados de ánimo sin siquiera estar presente. ¿Acaso le estaba dando tanto poder a un desconocido?

El padre tocó levemente su barbilla acariciándola con gentileza y ternura.

—Creo que no te sientes muy bien— habló con calma— siento que fue mi culpa al enviarte. Pero el estado de Kimberly no era apropiado para recibir a un hombre como ese.

Se notó preocupado y bajó la cabeza negando.

—Sinceramente ya no sé qué hacer con Kimberly— se sinceró, al fin— anoche volvió a escaparse de la casa para alcoholizarse... Sabes que está rompiendo las leyes.

En la ciudad de Aghata, el alcohol estaba permitido, pero solo en pequeñas porciones, y las fiestas clandestinas estaban multadas. Por eso, las personas delincuentes perseguidas por la policía habían hecho miles de túneles debajo del suelo para reunirse todos juntos y ser partícipes del desorden. A diferencia de los ciudadanos modelos, que eran autorizados si querían celebrar alguna fiesta moderada como personas civilizadas.

—¿Te imaginas el escándalo que se armaría si Kim es apresada?— inquirí— pero es tu culpa papá... Eres cómplice de esto porque ni siquiera la ayudas... Solo quieres casarla con el mejor postor. ¿Crees que las cosas van a cambiar si se casa con él? No, no cambiarían. Ella necesita ayuda, su problema es de drogadicción.

—Baja la voz— ordenó airadamente— no te permito que me hables de ese modo. Eres mi hija y me debes respeto.

Keyla se indignó por la represión de su padre, incluso eso también la sorprendió. Hacía mucho tiempo que no le hablaba así. La última vez que le habló de ese modo fue cuando tenía dieciséis años y fue cuando le dijo que quería trabajar en la empresa, pero él se negó y ella insistió, dada las circunstancias de que ella era menor de edad.

—Supongo que ya no me necesitas— dijo y se apartó de su agarre, el hombre suavizó la expresión al entender que se excedió— ahora Kim es dueña de su vida. A mí no me vas a inmiscuir en sus asuntos.

Alexis intentó persuadirla.

—Eres su hermana, Keyla, debes ayudarla a enderezar su camino...— tembló, se veía preocupado— hay cosas que desconoces en este mundo, y cosas que jamás vas a pasar porque eres disciplinada, princesa. Pero tu hermana no lo es, y por eso debes ayudarla.

Frunció el ceño y se mostró confusa por el comentario de su padre y la forma tenebrosa en la que lo dijo. ¿Qué podía ser peor, se preguntó, si encerraban a Kim en prisión por desacato o ver cómo su hermana, la cual, a pesar de sus diferencias, quería, se hundiera al tocar fondo en la drogadicción.

—Anoche la policía estuvo a punto de encontrarla— informó con angustia— no lo soportaría... Si mi hija cae en prisión, no lo soportaría.

—Eres demasiado blando con ella; no puedes ser débil con una persona adulta... Entiende que así no la estás ayudando.

—¿Con qué derecho hablas deliberadamente de mi vida?— al fondo se escuchó una voz femenina, la cual llamó la atención de los presentes en el pasillo— eres una idiota, Keyla.

—No le hables así, Kim— la reprendió su padre con autoridad —¿Acaso no te da vergüenza que ella sea más joven y tenga la madurez que a ti te falta?

—Bravo— rió con amargura— ahora resulta que ella es la mejor... No puedo creerlo, papá. Demuestras que siempre estarás de su lado y no del mío. Siempre ha sido así.

Keyla se sintió estresada con esa pelea sin sentido que estuvo apunto de iniciarse, así que masajeó su cejo continuamente y controló su respiración. El anciano se quedó en silencio, esperando a que Kim terminara de hablar, sin embargo, no lo hizo.

—¿De qué hablas? Siempre he velado por todos ustedes. ¡Eres una mala agradecida!— Kim se quedó tensa— ¡No tienes nada que reprochar, te lo he dado todo y has despilfarrado todas las cosas materiales que te di porque eres una adicta!

Caminó en su dirección y la sostuvo por el brazo con brusquedad. Ella empezó a quejarse.

—Te casarás, Kim— pronunció airado— te casarás con ese hombre, serás una socialité, la esposa de un hombre de tu misma posición. Quieras o no, así será.

—¡No, no lo haré! No vas a manejar mi vida como se te da la gana, papá. No dejaré que lo hagas. Puedes obligarme, pero haré lo que sea necesario para que esa boda no se lleve a cabo.

—¿Quieres ver lo que te espera si no te casas?— la retó— ¿acaso quieres que te muestre en el renacuajo en el que vas a convertirte? Si no te casas, considerate de una vez por todas en la calle.

Alexis Hopkins sabía muy bien a dónde iba a parar su hija si se quedaba en la calle. Pero no podía revelar tal secreto de tal magnitud, porque había hecho un juramento a la constitución. Solo los más influyentes sabían qué les deparaban a las personas que violaban la ley de la constitución. Su destino sería cruel y despiadado, porque las cosas que les hacían a los que se atrevían a hacer caos deliberadamente eran atroces, el destino que les deparaba era peor que la misma muerte.

En alguna parte, existía un lugar al que le llamaron infierno. El sol no existía, ni la luz, solo oscuridad, no existía buen olor, solo olor a muerte. Era un lugar totalmente arrabalizado, donde existían personas que no habían sido civilizadas en los últimos dos mil años.

Después de que Maxine Dubois tomó el poder y sus ideales fueron aceptados por el Senado de la República de Ágatha, fue que inició la depuración en su esplendor, y las costumbres continuaron y se quedaron en nuestra sociedad. Jamás en la vida existió una nación con tanta organización. Sin duda fue algo ingenioso que una mujer se levantara y cambiara el curso de la historia.

—No me interesa— respondió— no me importa nada. Puedes tirarme a la calle, yo me las arreglaré. No me importan estas leyes de mierda.

—Dices eso porque no sabes a qué vas a enfrentarte— le aclaró el anciano— ni siquiera conoces el mundo que te rodea.

—Lo he visto, he estado en los dos bandos. Y me he dado cuenta de que ellos sí me quieren, no como tú que solo quieres beneficiarte de tu hija.

Kyla intentó dejar el pasillo, quería desaparecer de este problema que no le concernía. Estaba agotada, los tacones empezaban a maltratar sus pies y su reloj en su muñeca timbró, avisando que le tocaba el horario del baño, y luego la meditación.

Se dio vuelta e intentó retirarse, sin embargo, Kim empezó a decir.

—¿Ahora te vas, psicópata? Después de lo que provocaste. Te dije que no te entrometieras en mi vida. Pero no, fuiste de lame botas detrás de ese hombre.

Kyla rodó los ojos, hastiada.

—Claro, quieres ganar créditos con papá para que de una vez por todas te dé el mando de la empresa...

—¡Kim!— reprendió Alexis— deja de faltarle el respeto a tu hermana, madura de una vez por todas.

—No, déjala— hizo un ademán— quiero saber cuáles son las cosas que tiene dentro. Vamos, desahoga tu rabia.

Kim se quedó en silencio, dudando si continuar con esas palabras crueles y despectivas, al menos para ella, porque para la menor no era nada más que rabietas de una mujer treintona con la mentalidad de una adolescente caprichosa.

—Si— continuó— quieres ganar créditos con mi papá para que él te ceda el mando—rió entre lágrimas— quieres sacar de tu camino a Tyler y serías capaz de lo que sea para lograr tu cometido... No eres más que una egoísta... Y tanto que dices que eres una mujer que respeta los derechos y decisiones de los demás, pero no eres más que una farsante.

Kyla respiró profundamente, intentando mantener la calma. Comprendió que este problema le competía a su padre y que de una vez por todas iba a mantenerse al margen de todo este circo.

—Puedes decir lo que tú quieras, Kim— pronunció— pero no te voy a permitir que me levantes calumnias. ¿Qué vas a saber tú de las empresas de papá? ¿Debo recordarte que esta competencia es totalmente limpia? Créeme que si fuera como lo dices, la compañía tuviera a alguien ocupando el lugar de papá.

—Tayler se entristece al ver cómo lo rechazas, ni siquiera le hablas como a tu hijo— le reprochó al padre, al ver que no logró sacar de sus casillas a Kyla— aveces pienso que es solo una pantomima, eso de la competencia. Está claro que vas a elegir a esta psicópata para que maneje tus negocios.

—Ya que no puedo elegirte por tu holgazanería y por tu analfabetismo, tendrás de digerir si elijo a Kyla— refutó él— así que ya sabes, Kimberly. Ve a tu habitación y deja de estar molestando a las personas que quieren que tengas una buena vida. No somos tus enemigos.

(...)

Al día siguiente, Keyla se escapó más temprano de lo común. No quería seguir discutiendo, detestaba hacerlo. Su energía era demasiado valiosa como para gastarla en argumentos vacíos. No le gustaban los círculos viciosos donde por tener la razón algunos caían.

La asistente tropezó levemente con la puerta.

—Buenos días, señora— dijo tras llegar a la oficina.

—Buenos días— respondió sosa—. Debes tener más cuidado, no quiero que ensucies mi piso de sangre. Es difícil de quitar.

La sonrisa amable se fue desvaneciendo y la cambió por una más sombría. Por más que intentaba agradarle, parecía ser que la alejaba más.

Silencio.

—¿Qué tenemos para hoy?—preguntó.

—Tiene una reunión con el departamento de informática— dijo— Y el señor Bernard la espera en la sala de juntas.

Abrió los ojos de par en par.

—¿El hijo del señor Bernard está aquí?

—Por supuesto— afirmó— creo que vino a visitar la empresa. Como sabe el padre es socio y su hijo pronto lo será... He escuchado rumores...

Se mostró curiosa.

—¿Como cuáles

—Dicen que es un donjuán— informó, como si le emocionara el cotilleo— he leído tantas revistas de economía y también revistas de farándula.

—Si, no te pregunté— le dijo Keyla— te pregunté acerca de ese...— enarcó el labio con repulsión— ese hombre.

—Supongo que le cae mal, ¿no es así?— cuestionó con seriedad, por alguna razón Selina miraba a Keyla con odio y no pasó desapercibido ante los ojos de Keyla.

—¿Por qué me estás mirando de ese modo?

La mujer suavizó la expresión.

—Yo... No la estoy mirando de ningún modo, señorita... Solo le estoy... Respondiendo a sus preguntas. Hago mi trabajo.

—¡Fuera de mi vista!— le gritó— y más te vale que salgas ahora sí no quieres que te despida.

La mujer salió, indignada. No soportaba a Keyla, odiaba trabajar con esa mujer fría y calculadora. Parecía ser la típica jefa abusiva que sin siquiera mover un solo dedo la hacía sentir miserable. Selina era una mujer de clase media, soltera, sin hijos, joven pero mal arreglada.

Admiraba a Keyla, pero sentía un poco de resentimiento por ella. Decía que había nacido con toda esa belleza que le faltó y con esa imponente figura que deseaba tener.

Quería ser una mujer socialité. Sin embargo, nunca pudo; estaba amargada porque iba a morir con el deseo de ser alguien más, el cual jamás iba a cumplirse. Keyla era una mujer socialité, pero no aprovechaba esos beneficios. Nunca le interesó incluirse mucho en la sociedad. Ella era una mujer inteligente y, sobretodo, asocial. Las multitudes le daban ansiedad, y su selectividad para socializar se había reducido a su familia y a una amiga de la infancia que residía al otro lado de la ciudad. Cada vez que su amiga regresaba, se reunía dos veces al año con esa Marlene  Weston, hija de un doctor de cabecera de la presidente.

—Vaya... ¿Tan temprano ya está histérica?

Escuchó esa voz y quiso esconderse dentro de algún sitio o desaparecer de la tierra. Cerró los ojos como si eso detuviera su presencia.

Su tono fue en modo broma, pero había un problema, a Keyla no le gustaban las bromas pesadas ni las que no pesaban.

—¿Cómo se atreve a entrar a mi oficina sin mi consentimiento?— cuestionó, subiendo la mirada, se encontró con esos ojos azules, los cuales le dedicaban miradas furtivas seductoras. Algo en Keyla tembló, y su estómago aleteó tanto que se preguntó a sí misma qué le estaba aconteciendo.

Jamás había sentido tal cosa en su estómago.

—Nadie— contestó— me tomé el atrevimiento de entrar por mi cuenta, señorita. He venido a disculparme, pero ya veo que no está de humor...

Se levantó.

—Salga de mi oficina— le señaló hasta la puerta— no lo quiero aquí.

—¿Dónde queda su hospitalidad? ¿Acaso no es una dama educada? ¿Qué son esos modales?

—Usted es el menos indicado para hablar de modales, señor Bernad.

—Gabriel— repuso— no me gusta que me llamen por mi apellido, me siento muy viejo.

—Usted a mí no me va a decir lo que tengo o no que hacer— refunfuñó.

—Ya veo que es una persona difícil de sobrellevar— admitió— no me extraña, su personalidad es muy pero muy masculina. ¡Qué lástima!

—¿A qué se refiere?

—Nada especial— respondió— solo quería brindarle mis más sinceras disculpas, señorita Hopkins.

—No me interesan sus disculpas, ya hasta había olvidado Como se comportó, porque para mí usted es irrelevante.

Gabriel se sintió dolido por ese comentario.

—No le creo —dijo, muy seguro—. ¿Cree que no vi lo que provoqué con tan solo entrar a esta oficina?

—No se sienta especial, soy así con todos.

—¿No le han dicho que el estrés causa arrugas en el rostro? Sería bastante deprimente envejecer sin encontrar un marido.

—¡Lárguese!

—Pero ¿sabe lo que es más deprimente? Que la única cita de su vida la haya tenido con el futuro prometido de su hermana... Ah, y un bono, que haya salido tan mal...

—¡Imbécil!

Se encaminó hacia él para plantar su mano en su rostro, sin embargo, cuando llegó hasta él y su mano se levantó, la sostuvo, y luego agarró a la joven por el cuello y estampó sus labios con los suyos.