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—¿Peligro? —Otra suave ráfaga de viento pasó junto a Aries. Fijó sus ojos en Abel mientras él echaba su cabeza hacia atrás, sonriéndole peligrosamente—. ¿Sería él el diablo? —se preguntaba—. La oscuridad en sus ojos parecía atraerla, hipnotizándola en una trampa mortal.
—Eso es... innecesariamente cálido —apretó los dientes en secreto, recordándose a sí misma que no debía detenerse en su acción—. Este es Abel, Aries. No olvides que todo es un juego para él. Él es malo para tu corazón.
—Ja ja... qué lindo —salió una risa oscura. Sus párpados se cerraron hasta quedar parcialmente cerrados, colocando su dedo índice sobre sus labios—. ¿Decepcionada que no esté aquí? Yo también, pero me temo que te acostumbrarías y lo darías por sentado.