Abel llevó a Aries al pabellón del jardín interior. La atrajo hacia su lado mientras ella se acercaba despreocupadamente a la silla.
—¿Eh? —ella lo miró mientras su hombro se apoyaba contra él—. ¿Hay algún... problema?
Sus pestañas parpadearon lentamente, lanzándole una mirada de reojo. —Solo hay una silla.
—¿Una silla...? —Aries frunció el ceño, contando las sillas colocadas al otro lado de la mesa de mármol redonda. A pesar de que era obvio que había dos sillas, Aries contó varias veces solo por si acaso estaba viendo doble.
—Hay dos —afirmó después de parpadear innumerables veces. Para su sorpresa, Abel de repente pateó una silla lejos.
—Solo hay una.
Ella frunció el ceño mientras su expresión moría al instante. Su cabeza latía levemente mientras soltaba un suspiro. Lo que Abel quiera, lo obtiene. Lo que él diga, no importa cuán ridículo sea, debe ser un hecho.