Una lluvia de sangre inundaba la aldea por completo, tiñendo los cielos de un negro intenso mientras hombres y mujeres se enfrentaban a los seres pensantes, cuyos mismos eran conocidos como "Inmundicias".
Criaturas que vivían solamente para comer Chakra, y arrebatárselo a las personas.
Sin embargo, a pesar de que se creía que éstos únicamente atacaban al primero que se le cruzase, las cosas cambiaron, y sus ataques comenzaron a convertirse en ataques planificados al pasar de las horas.
No solo defendiéndose o esquivando las técnicas de los Ninjas de Konohagakure, sino, de igual manera contraatacaban usando a personas inocentes para llevarse, por lo menos, a un Ninja consigo.
Era una escena de caos y confusión, una masacre sin sentido que parecía no tener fin.
Desde el amanecer hasta el anochecer, la próspera aldea, con su robusta fuerza militar, había caído en manos de un enemigo desconocido.
Nadie parecía tener claridad sobre quién era el enemigo real, pero todos sabían que Code, un joven extremadamente peligroso, estaba involucrado desde las sombras.
Se tenía conocimiento de su participación en la creación de las Inmundicias, pero no se pensaba que fuera él el causante de hechos que llevaron al Hokage a la batalla.
Todo sucedió demasiado rápido. Antes de que pudiera reaccionar, sus compañeros estaban cayendo uno a uno.
Observó impotente, en medio de los gritos desesperados de sus camaradas, cómo los rostros de los Hokages y la montaña se desmoronaban cruelmente bajo la lluvia de ataques.
Millones de detonaciones desgarradoras redujeron la majestuosa montaña a escombros, aplastando a los civiles que se habían refugiado en su interior.
El calor en su cuerpo descendió junto con los escombros, y el impacto de la devastación se hizo palpable.
Su madre había estado entre aquellos escondidos en la montaña, junto con la mayoría de los vecinos de su calle.
En cuestión de segundos, más de cuatro mil personas perdieron la vida debido al colapso de los refugios, ya sea dentro de la montaña o tratando de huir por los túneles subterráneos.
Fue como si cada persona estuviera en una realidad distinta.
De repente, ninjas de otras aldeas, tanto pequeñas como de las grandes naciones, llegaron para unirse al ataque, con la defensa de que sus territorios habían sido igualmente desechos, y habían llegado urgentemente a Konoha para tratar de buscar apoyo.
Y apenas una hora después de la devastación inicial, los propios ninjas de las afueras, comenzaron a enfrentarse contra las Inmundicias, convirtiendo a los civiles en víctimas mortales de un conflicto interno que había traspasado los muros de la Famosa aldea oculta.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué el campo de batalla había tomado un giro tan oscuro y caótico?
No había ni buenos ni malos entre los Ninjas como para que tuvieran que Morir tan fácilmente, solo el derramamiento interminable de sangre y el ciclo interminable de violencia a manos de criaturas que solo atacaban por instinto.
— Mirai... — La voz de Shikamaru sonaba apenas un susurro, llena de debilidad y cansancio. — No necesito que me protejas más. Acércate, por favor. Hay algo que quiero decirte.
Mirai se dio cuenta de que el derramamiento de sangre no tenía fin.
Siguió la voz de su maestro, Nara Shikamaru, que yacía recostado contra un árbol mientras su hijo, Shikadai, luchaba desesperadamente por detener el sangrado de su pecho.
Con pasos lentos y pesados, Mirai se acercó a su lado y se puso de cuclillas, observando la escena con un núcleo de desesperación dando vueltas en su pecho.
En un estado de completo shock, Mirai no animó a su maestro a hablar ni a Shikadai a dejar de hacerlo.
Estaba callada, pálida como un fantasma, con los ojos abiertamente perdidos. La tormenta hacía que el estado del joven Nara y la Sarutobi pareciera bastante lamentable.
— ¡Viejo! — Exclamó el de los ojos verdes con extrema preocupación cuando su padre tosió. —
Shikamaru no respondió esta vez. No dijo que lo sentía, ni mucho menos le pidió a su hijo que no se preocupara.
El hombre más inteligente del país del Fuego, respiraba por la boca, y su pecho subía y bajaba con una lentitud bastante atemorizante, como si al pasar de los segundos, sus pulmones ya no respondieran.
Las cuencas de los ojos de su hijo temblaban. Shikadai no quería perderse ni un movimiento.
Shikamaru tenía sus ojos vagamente abiertos, pero su hijo no podía tomar eso como una confirmación de que estuviera con vida.
El hombre, con el rostro bastante maltratado y moribundo, vio individualmente a sus hijos.
Él nunca lo diría, porque no creía estar en el lugar de hacerlo. No podía deshonrar así a su maestro, ni mucho menos faltarle el respeto a Kurenai y a su hija.
Pero aquella niña que nació como una buena demostración del amor de sus padres era como una hija para él, su primera responsabilidad como un adulto, parte de su voluntad de fuego.
— Konoha ya no tiene salvación. — Habló el hombre moribundo, en un tono casi inaudible. — Tomen las cosas necesarias que Kurenai escondió en su casa y salgan cuanto antes de aquí.
Hubo un profundo silencio. La tensión podía sentirse bajo la tormenta, y en el esfuerzo que Shikamaru daba para respirar y verbalizar.
Aun en ese estado, el hombre se tomó el tiempo de disfrutar por última vez, el ver el rostro de su hijo.
— Eres un chico realmente bueno. — Dijo suavemente, sonriendo mientras la sangre se desbordaba de los lados de su boca. — Eres aún más útil que yo a tu edad, y tu corazón ha podido más que tu intelecto. Sé muy bien que has logrado encontrar otra manera de hacer las cosas por las que yo fui reconocido. Eres muy inteligente y amable. Por ti... no tengo que preocuparme si vas a vivir o no, porque sé que lo lograrás. Tú y tus amigos lo harán, porque sé que no eres capaz de abandonarlos.
— Papá...
El niño no pudo continuar con sus palabras. Un inmenso dolor en el pecho inutilizó su verbalización, y se vio obligado a sollozar mientras evitaba con todas sus fuerzas el dejar salir un solo sonido.
Su padre estaba a un paso de la muerte, y no quería mostrarse débil delante de él.
Ya no quedaba esperanza, se había desvanecido por completo. Al principio, se aferraban a la ilusión de que su padre podría sobrevivir, pero era evidente que no había posibilidad alguna.
Un enorme fragmento de roca se había clavado en su pecho, dañando órganos vitales que luchaban por seguir funcionando para que Shikamaru tuviera tiempo suficiente para despedirse adecuadamente.
Shikadai sollozaba, con el agua de la lluvia disimulando sus lágrimas.
De repente, los ojos moribundos del pelinegro mayor se encontraron con los ojos rojos de la ahora Única Sarutobi.
Esa mirada la dejó paralizada, completamente perturbada y en silencio.
— No tienes por qué preocuparte por mí. — Le dijo él. Por un momento, Mirai se sintió aún más miserable. — Eres una ninja muy talentosa, una de las mejores. No es en vano que seas la escolta del Hokage...
— Maestro Shikamaru... — Intentó llamarlo Mirai, pero las palabras se le atragantaron. —
— Por favor, no te preocupes tanto. Siempre estás pensando demasiado en todo. — Dijo él con un tono burlón apenas audible. — Preocúpate más por ti misma. Eres muy capaz de encontrar respuestas por tu cuenta.
Mirai contuvo un sollozo, apretando los dientes.
— ¿Lo harías por mí?
— Hm. — Asintió Mirai, con el corazón hecho pedazos. — Lo prometo.
Un estruendo retumbó en sus oídos. Venía de cerca, y parecía acercarse a su posición. Las piedras del suelo comenzaron a levantarse y chocar entre sí debido al temblor de la tierra.
Mirai se giró rápidamente, con una preocupación abrumadora. Shikadai estaba en estado de shock, sin saber qué hacer primero y sin tener que alejarse del lado de su padre.
— Vienen por mí.
Mirai abrió los ojos, petrificada.
— ¿Qué?
— Están viniendo por mí. — Repitió él. — Tienen que acabar conmigo para asegurarse de que muera. Seré un estorbo si logro sobrevivir a esto...
— ¡No hables más, papá! Buscaremos... ¡Encontraré una manera...! — Exclamó Shikadai, desesperado. — ¡Alguna forma...!
A pesar de los gritos de su hijo, Shikamaru no respondió. Hacía lo que podía para respirar, con sus energías menguando poco a poco.
Miró una vez al cielo, su mirada quedó fija en él por un momento. Sus dos aprendices esperaban con impaciencia, sin saber si el hombre aún seguía con vida.
Los temblores se intensificaban, y Shikamaru interpretó eso como una señal de despedida.
Después de colocar una mano en la mejilla de su hijo, dirigió una mirada sin brillo a la hija de su maestro.
— Esta será una misión muy personal para mí. Un ultimátum que eres libre de rechazar. — Dijo con solemnidad. —
— ¿Eh? — Respondió ella, desconcertada. —
Shikamaru tomó un poco más de aire por la boca antes de continuar.
— Mi hijo es inteligente y amable... y eso le juega en contra. A menudo tiene dificultades para pensar con claridad y siempre busca el plan perfecto para satisfacer su deseo de tener la razón. — Explicó con cansancio, su mirada volviendo al oscuro cielo. — Ya sea que lo entiendas o no, confío en que podrás desempeñar ese papel.
La atmósfera era tensa, cada palabra pronunciada con un peso significativo dada la gravedad de la situación.
Shikadai observaba en silencio, con el corazón apretado por la angustia de la despedida.
Mirai, por su parte, asimilaba las palabras de su maestro, sintiendo la responsabilidad y el peso de lo que estaba por venir.
— Te lo pido, Mirai. Cuida del rey y de mi voluntad de fuego.
Su conciencia despertó antes que sus propios ojos. Sintió inmediatamente la dureza bajo su espalda; estaba boca arriba en un suelo bastante duro e incómodo.
Mirai testeó sus cuencas bajo sus párpados y luego los abrió lentamente.
Poco a poco, fue obteniendo más contexto. Su cuerpo apenas se estaba despertando. La luz del sol la cegó por un instante antes de volver a cerrar los ojos para reacomodarse.
Recordando todo lo que había sucedido, Mirai dejó de jadear y de quejarse, y se sentó a una velocidad increíble. No le importó el dolor en su cuerpo ni el palpitar de su cabeza y ojos. Mirai buscó a su alrededor a las personas que antes estaban con ella.
Se encontró con un escenario bastante distinto al de antes. Sobre ella no había nubes oscuras llenas de sangre, y si bien había humedad como pista de una lluvia, nada daba indicios de que una tormenta sangrienta había pasado por allí.
Además, el atardecer era todavía más claro que antes, cuando solo había nubes negras como cielo y relámpagos como sol.
Escudriñó su entorno, ya que el ambiente tan tranquilo y pacífico de una naturaleza ininterrumpida era demasiado extraño y ajeno para ella en estos momentos.
No le costó mucho percatarse de los cuerpos que la rodeaban.
— ¡Chicos! — Exclamó como primer instinto. Se acercó a gatas a uno de los niños más cercanos. —
Examinó el bienestar de la persona antes de percatarse de quién se trataba. La identidad de esta persona fue confirmada cuando sostuvo su cabeza con suavidad y revisó su rostro.
Se trataba de Doushu, uno de los niños del equipo que Ibiki había liderado alguna vez. La gorra del niño estaba a un lado de él, lo que prolongó su reconocimiento por unos segundos gracias a ese detalle.
— Doushu-kun... ¡Chicos! ¿Están bien? ¿Alguien está consciente?
A los pocos segundos, alguien le respondió con un quejido.
Luego, uno más; después se sumaron otros dos, hasta ir expandiendo la conciencia.
— ¡¿Todos aquí están bien?! ¡¿No hay nadie herido?! — Mirai preguntó con un tono de voz fuerte, asegurándose de ser escuchada. En su regazo, Doushu dio señales de volver en sí. Ella, aún atónita, ajustó su tono a uno más bajo. — Doushu-kun, Doushu-kun. ¿Estás bien? ¿Puedes levantarte?
El niño castaño con flequillo largo abrió sus ojos y la miró con atención.
— ¿Mirai...san? — Habló él. —
— ¿Cómo te sientes?
— ...Estoy bien... ¿Qué fue lo que ocurrió...?
La pelinegra se estremeció ligeramente.
— No lo sé... — Dijo, observando cómo todos se sentaban o ayudaban a otros a hacer lo mismo. — Dime, ¿puedes acomodarte?
— Creo que sí... no estoy seguro. — Respondió el castaño. — La cabeza me da vueltas...
Mirai sintió una inquietud repentina. ¿Por qué su corazón palpitaba más rápido y sus extremidades temblaban cuando el Genin daba indicios de necesitar ayuda? Estaba dispuesta a ayudarlos, sí, pero no entendía por qué sentía ese miedo.
Seguramente... podría ser por las últimas palabras del padre de Shikadai y la promesa que ella le hizo.
— Vamos, te ayudaré a ponerte de pie. — Dijo finalmente, con miedo en su mirada, pero con decisión. — A la cuenta de tres, usa solo la fuerza en tus piernas. Yo te sostendré.
— Está bien...
Al llegar al número tres, levantó al chico. Todavía no podía mantenerse de pie solo, y ella tuvo que pasar el brazo del niño por sobre sus hombros para ayudarlo a mantenerse estable.
Él cerraba los ojos con una expresión lejos de estar cómodo. Supuso que sus mareos aumentaron por el repentino cambio.
Mientras ella inspeccionaba preocupada a todos los niños que se recomponían, notó la ausencia de los adultos.
Los Chunin que supuestamente habían llevado a cabo un Jutsu de invocación.
— ¿Dónde...? ¿Dónde están los demás...? — indagó. Doushu hizo un sonido en cuestión, creyendo que la pregunta era para él. Sin embargo, ella le respondió. — Los adultos que formaron el Jutsu... ¡No están!
Su afirmación sacó a muchos del letargo.
— ¿Qué pasó...? Me duele mucho la cabeza... — Wasabi habló en tono pesado, tratando de mitigar el malestar que sentía. —
— Yo también... — Su mejor amiga no tardó en estar de acuerdo. La Chunin de ambas estaba prácticamente sobre Namida, protegiéndola de la extraña fuerza que antes parecía querer tragárselos a todos. —
— Siento lo mismo... — La niña Samurái levantó su mentón del suelo, pero aún estaba boca abajo, con su arma a un lado sin soltarla. — Mi cuerpo se siente entumecido... y mis músculos... mis músculos no dejan de exigirme que me detenga.
En cuestión de minutos, ya todos estaban sentados, aunque más que conscientes, parecían aturdidos por lo que acababan de experimentar.
— ¿Qué ocurrió? ¿Dónde están todos? — El Uzumaki fue el primero en cuestionar lo ocurrido, expresando la preocupación compartida por el destino de los Chunin que los acompañaban. —
— ¡¿Eso interesa?! — Enko, compañera de Doushu, se estremecía mientras se ponía sobre sus manos y rodillas. — Este dolor... no es normal. Y de pronto todo se ha calmado.
— Tiene razón... — Boruto se giró inmediatamente cuando escuchó la voz de Sarada. —
Sus dos compañeros, Sarada y Mitsuki, hacían lo mismo que Enko. Intentaban levantarse, pero sus cuerpos no respondían, y sus rostros reflejaban el dolor que sentían.
— Siento como si mi Chakra se hubiera agotado por completo, pero no es así. — Habló Mitsuki, respirando con dificultad. — Puede que a unos les afecte más que a otros, pero estamos pasando por lo mismo.
— ¿Tú no sientes lo mismo, Boruto? — Cuestionó Sarada. —
Con eso ya en la mesa, Boruto inspeccionó la marca en su palma. El Karma. Ciertamente, su cuerpo se sentía entumecido, su mano temblaba. Sin embargo, no experimentaba el malestar que aquejaba a la mayoría.
— No... Yo no puedo sentir nada.
— Chicos... — La voz de Metal Lee irrumpió, su rostro tan pálido como un papel. Si bien era común que Metal estuviese nervioso, en esta situación su miedo se palpaba en el aire. —
— ¡¿Qué ocurre, Metal-kun?! — Kaminarimon Denki le preguntó con extrema preocupación. —
Temblando en el proceso, el Menor de los Lee levantaba su mano. Cuando apuntó a la dirección hacia donde miraba, su voz tembló de igual forma.
— Qué... ¡¿Qué pasa...?! ¿No estábamos... allí hace nada?
Las palabras de Lee sirvieron como un hilo conductor que llevó a todos a dirigir su atención hacia la dirección señalada. Mientras el viento mecía las hojas de los árboles, los rostros de los jóvenes se ensombrecían con la creciente confusión.
Mirai se apartó de Doushu, quien estaba siendo cuidado por sus compañeras, y avanzó lentamente hacia el frente del grupo, contemplando cada detalle del paisaje que se extendía ante sus ojos.
— Konoha... está bien. — Anunció Mirai, envuelta en la brisa fría que acariciaba su rostro. La banda en su brazo con la marca familiar se movía ligeramente, como si quisiera confirmar sus palabras. — No está destruida... no hay humo.
Las palabras de Mirai dejaron a todos momentáneamente petrificados. Iwabee rompió el silencio con una voz igualmente perturbada que la de sus amigos.
— Lo que importa no es si hay humo o no. Lo que resalta es que toda la aldea parece estar como nueva...
— Es como si nada hubiera ocurrido. — Agregó Denki, a su lado. —
El intercambio de miradas entre ambos jóvenes reflejaba su mutua incredulidad.
— ¡El Jutsu! — Interrumpió Namida, su voz temblorosa. Ella sujetaba con fuerza el cuello de su suéter empapado. — Los adultos... ¿no dijeron que esa técnica nos regresaría al pasado?
— ¡Eso es imposible! ¡Nadie puede regresar al pasado! — Exclamó Renga, el más alto del grupo, aunque su voz denotaba vacilación. — ¿Verdad, Mirai-san?
Mirai guardó silencio, con la vista fija en el horizonte donde se alzaba la reconfortante imagen de Konoha bañada por la luz del atardecer.
— ¿Mirai-san? — Preguntó Denki nuevamente, esta vez con mayor urgencia. —
Ante la falta de respuesta, los corazones de todos comenzaron a latir más rápido, cada uno tratando de hallar una explicación lógica a lo que estaban presenciando.
— Quizás la aldea sigue destruida, pero con algunas zonas aún intactas. — Sugirió alguien, buscando encontrar una explicación plausible. —
Sin embargo, Mirai respondió con firmeza:
— Eso es imposible. Desde que subimos, la aldea podía verse claramente destrozada. Incluso si la tormenta entorpeció mi visión, deberían quedar rastros de la destrucción.
Un silencio sepulcral se apoderó del grupo, cada uno sumido en sus propios pensamientos y temores, hasta que ChouChou rompió la quietud con un llamado, su voz resonando con un tono hipnotizante que evidenciaba su creciente inquietud.
— A todo esto... ¿No había una tormenta bastante fea? — Su rostro aterrado fue visto por sus compañeros de equipo, como también por los demás. — ¿Por qué parece que no cayó gran cosa? Todo estaba inundado hace nada.
— ¡Tiene razón! — Todos afirmaron sus palabras, igualmente pasmados. — El suelo está mojado, pero parece como si solo hubiera sido una llovizna.
— O una lluvia fuerte, con viento de por medio. — Taketori, el enmascarado, supuso en medio de la discusión desordenada. — ¡Pero nada indica que la tormenta haya pasado por aquí! Hasta los árboles se ven bien...
Allí se quedaron, sumidos en una mezcla de asombro y confusión. La situación era desconcertante, y sus estómagos no se sentían nada cómodos con ello.
A pesar de los intentos de los más astutos por analizar la situación en sus mentes, había aspectos que simplemente no tenían lógica.
En ese momento, un niño de cabello ceniza se giró repentinamente con terror, como si hubiera sentido algo a sus espaldas.
Casi se abrazaba a sí mismo, como si buscara protegerse de una amenaza invisible.
— ¡¿Inojin?!
— ¡¿Qué pasa?! ¡¿Te ocurre algo?! — Sus amigos se apresuraron a preguntar. —
Sin embargo, él no logró articular palabra. La mandíbula le temblaba y comenzaba a sudar frío.
— ¡¿Te sientes bien, Inojin-kun?! ¡Te estás poniendo azul! — Tsuru se aproximó a su lado, pero no obtuvo respuesta. —
Mientras la del cabello oscuro buscaba alguna pista de lo que le ocurría a su compañero de Ninjutsu médico, Mirai observaba la situación con un ojo extremadamente alerta, su instinto gritando en su interior.
De repente, algo en su pecho saltó, y Mirai no dudó en actuar.
— ¡Escóndanse! — Exclamó lo suficientemente alto para que todos la escucharan. —
Costó solo unos segundos, solo algunos. La mayoría no sabía a dónde ir o cómo reaccionar ante la repentina orden.
Se dirigieron cuanto antes a los arbustos que estaban a un lado del camino empinado, justo después de que Mirai tomara a Inojin. En cuestión de segundos, no había rastros de ellos por ningún lado.
Hubo un silencio que se extendió, cada segundo parecía interminable. No sabían qué o quiénes estaban huyendo, solo siguieron su instinto. Y tuvieron suerte de obedecerlo.
De pronto, cuando se habían acostumbrado al sonido de las hojas mecidas por la brisa, sintieron la presencia de personas ajenas.
Donde anteriormente estaban ocultos, ahora yacían dos miembros Anbu. Cuando sus pies tocaron el suelo, pareció desencadenar una reacción en cadena.
Los niños que se escondían observaban a través de los arbustos, asegurándose de que sus ojos no llamaran la atención de aquellos Ninjas enmascarados.
La mera presencia de esos individuos les helaba la sangre, especialmente a los tres niños cuyo maestro era el capitán Anbu de la aldea.
Más allá de eso, ninguno de ellos estaba acostumbrado a ver a un miembro Anbu. Namida no veía, ocultando su rostro en el hombro de Wasabi.
Tsubaki, en cambio, estaba en cuclillas, con una mano en la funda de su arma, sus ojos fijos en los intrusos, pero sin esforzarse demasiado.
Utilizaba la máxima sabiduría que había aprendido de su maestro en el país del Hierro, siendo uno con el aire para no llamar la atención.
Todos estaban en alerta, menos Mirai. Ella descansaba en el suelo de tierra, recostada y atenta, con los ojos fijos en el posible enemigo. Mientras tanto, Inojin temblaba en su pecho.
Inojin estaba siendo abrazado por Mirai Sarutobi, más por instinto que por otra cosa. Ella lo había arrastrado hacia ella cuando se había quedado congelado, y ahora estaban en una posición incómoda en la que no podían moverse fácilmente.
El chico tenía su mejilla apoyada en el chaleco Chunin de la pelinegra, y sus ojos estaban tan abiertos que parecía que en cualquier momento se saldrían de sus órbitas.
Él no quería voltearse y mirar a los Anbu. Su corazón latía más rápido gracias a que se estaba esforzando por contener la respiración.
— ¿Qué ocurre? ¿Por qué te detienes? — Uno de los Anbu habló, haciendo que todos los niños presentes se mordieran la lengua. —
No hubo más palabras. Hasta unos seis segundos después.
— No es nada. Es solo... que creí haber sentido a más gente.
— ¿Oh? Es normal, la aldea está a solo unos dos minutos corriendo. — Respondió el compañero, quien esperaba por el que se había quedado atrás. — Incluso hay gente viviendo cerca de aquí, es normal.
— No estés tan despreocupado. — Lo regañó el otro Anbu, su tono serio apenas perceptible bajo la máscara. — Eres consciente de lo que ocurrió, ¿verdad? Tsunade-sama no se siente bien con todo lo ocurrido, nadie lo está.
— Soy consciente de ello.
— No. No lo eres. — Repicó. — Akatsuki no es un enemigo fácil. Piénsalo. Si alguien tan asombroso y fuerte como lo era Sarutobi Asuma-san, fue derrotado, ¿Qué nos espera a nosotros?
Tan solo el último párrafo pudo congelarlos a todos. Pero especialmente, a Mirai.
"¿Qué nos espera a nosotros?" "Si alguien tan asombroso y fuerte como lo era Sarutobi Asuma-san."
"Como se esperaba de la hija de Asuma"
"Nada como ver a la hija de Kurenai y Asuma actuar"
"¡Esperamos que seas el orgullo del clan! ¡Tú y tu primo competirían por el puesto del Hokage!"
"No por nada eres la nieta del tercero"
Su vida pasó ante sus ojos. Como si fuera la vida de otra persona, Mirai recordó todos esos momentos. Sí, había buenos momentos. Pero también estaban aquellos momentos en los que pensó que no llegaría a ser nadie si se presentaba con aquel apellido, que era tan reconocido incluso en las villas más lejanas.
Pero, sobre todo, era por aquel tema.
Ese del que se hablaba cada vez que se le veía, pero que era más detallado en un día de cada año.
En la fecha en la que su padre falleció.
— De acuerdo. Tenemos que estar alerta. — El Anbu más serio rompió el crudo silencio que se había prolongado. — Si ves a algún sospechoso, tenemos órdenes de tratarlo como un posible participante. No sabemos si podrían ser ellos.
— Entendido.
— Si ya lo hiciste, entonces es mejor que partamos y nos reportemos.
Con otra afirmación, los dos Anbu desaparecieron, después de inspeccionar por última vez su entorno.
Pasó el tiempo, y cuando ya nadie sintió la presencia de los Ninjas, Boruto susurró a Inojin.
— ¿No hay nadie cerca? ¿Es seguro salir ahora?
El Yamanaka negó tembloroso, aún siendo abrazado por una Mirai estupefacta.
— No puedo sentir el Chakra de nadie. Se han ido.
Después de que Inojin dijo esto, Renga e Iwabee levantaron algunos arbustos para no sobresalir tanto. Cuando confirmaron que el camino estaba desierto, pudieron respirar tranquilos.
— ¿Qué fue eso? ¡Fue tan repentino! — Exclamó Wasabi entre respiraciones agitadas. Todos habían estado conteniendo el aliento. —
— Eran Anbu de Konoha... eso era obvio con solo ver sus máscaras. — Por primera vez, Hako (La compañera de Hoki) habló. Ella no respiraba como los demás, y se sentaba sobre sus rodillas. Su marioneta con sonrisa inquietante estaba igualmente sentada a su lado. — No sé qué hicieron los adultos... pero de alguna manera lograron devolver a Konoha a la normalidad.
— Yo no estaría tan segura.
Aquellos que notaron inmediatamente el peso en la voz de Sarada se giraron para verla. Mirai se acomodaba más cómodamente (aún no salían de su escondite) y ayudaba a Inojin a hacer lo mismo.
Aunque Mirai parecía no estar prestando atención, era la que estaba más alerta.
— No solo Konoha está bien ahora. — Comenzó la Uchiha. — El clima, el bosque y los Anbu. ¿No fueron los Anbu los primeros en caer? No debería quedar ni uno.
Inconscientemente, o quizás porque todos pensaban lo mismo, miraron de reojo a Inojin.
Él no veía a nadie. Se limitaba a estar sentado, cruzando las piernas como un niño de preescolar, y apretando el agarre en sus tobillos para tratar de tener el máximo control de su entorno.
Sarada pausó por un momento su relato, sintiéndose mal por haber tocado ese tema.
— ¡¿Y Si sí lo lograron?!, P-Pueden estar buscando sobrevivientes. — Dice Enko desde el fondo. —
Sarada la mira con una expresión triste, entremezclada con suspicacia.
— Mencionaron que estaban buscando a personas... sonaban como si las personas que buscasen, fuesen una amenaza. No hablarían así de sobrevivientes.
— ¿Entonces...?
Metal Lee había regresado la temblorosa mirada hacia la dirección en la que habían partido ambos Anbus, haciendo el intento de desentrañar el misterio que habían dejado atrás aquellos dos Anbu.
— Ellos...
Algo tan simple les había sembrado la duda. ¿Acaso habían Anbus sobrevivientes?, Era imposible, ellos nunca rechazarían una orden, incluso si la misma era morir.
Así mismo, estos Anbu parecían estar en igualdad de condiciones físicas, y no parecieron afectados físicamente por la batalla ardua en la que los Anbu fueron ordenados a asistir.
De igual forma, considerando que las Inmundicias podrían seguir estando sueltas, ninguno de esos Anbu parecía estar preocupado por algo similar.
— Además... — Prosiguió Sarada. — ¿Tsunade-sama...? No la he visto desde que era una niña o después de la academia. No pisa Konoha muy seguido.
— ¡Es cierto...! Papá la estuvo buscando estos últimos días. — Informó Boruto. Al recordarlo, entristeció su rostro. — No obtuvo respuestas... lo sé porque no dejaba de hablar de ella. Todos parecían inquietos.
Sarada observó a Boruto por un momento. En su expresión afligida, pareció encontrar una explicación sencilla para lo que había generado una pelea entre madre e hija en días anteriores.
— Así que... es por eso que mamá...
Sarada no continuó con su lamento. Era algo privado, y deseaba que permaneciera así. Necesitaba encontrar una respuesta a lo que estaba sucediendo lo más pronto posible.
No podía retroceder en el tiempo y cambiar las cosas.
La pelea que había tenido con su madre fue una de muchas, pero esta vez no culminó con un abrazo tranquilo, sino con una breve despedida mientras observaba cómo su madre entraba al hospital que se derrumbaba.
No pudo seguir hablando.
— ¡Tsunade-sama fue la quinta Hokage, ¿no es así?! — Denki se ajustó los lentes, cuyo cristal izquierdo estaba casi completamente roto. — Los adultos que iniciaron ese extraño Jutsu, el supuesto retroceso en el tiempo y esto. De ser cierto... ¿cuántos años exactamente? Que un Anbu se refiera a uno de los Hokage en tiempo presente como si todavía fuera la autoridad, podría significar...
La duda quedó suspendida en el aire, esperando ser resuelta. Mirai se puso de pie, dándoles la espalda a los niños. Todos estaban ocultos entre árboles y arbustos densos. Su movimiento, siendo una de las más altas, los perturbó un poco.
El silencio se hizo frío. Entre la confusión y el miedo, esperaban impacientes a que la mayor dijera algo. No había un orden definido en lo que les habían dicho antes de desmayarse.
Para ninguno de ellos era necesario decirlo en voz alta. Mirai, siendo la mayor y la primera en convertirse en Chunin, era naturalmente vista como la líder del escuadrón.
Shikadai notó de inmediato la inquietud en la adolescente. Desde que se mencionó a Konoha, el Nara agudizó el oído.
Cuando escuchó el nombre que tanto resonaba en él debido a las constantes historias de su padre, lanzó una mirada furtiva a la pelinegra. Su falta de reacción lo dijo todo.
Ella estaba asustada.
— Hace dieciséis años, murió mi padre. — Su voz calmó a aquellos que esperaban sus palabras. — Sarutobi Asuma, el hijo del tercer Hokage, murió antes de que yo naciera. Su asesino... era alguien de una organización extremadamente peligrosa. A Konoha le costó llegar a ella.
Todos quedaron boquiabiertos.
El nombre "Akatsuki" era bastante desconocido para la mayoría, aunque algunos recordaban haber oído hablar de ella por sus padres, a diferencia de Sarada, quién secretamente, conocía el nombre en consecuencia de un enfrentamiento pasado en tierra extranjera, cuando apenas estudiaba en la Academia.
La sorpresa fue generalizada. Todos recordaban los momentos más importantes en la historia de Konoha: el nombramiento de la quinta Hokage, los cambios en las leyes, la cuarta gran guerra ninja...
Haciendo cálculos mentales, Shikadai se petrificó. Boruto, preocupado, no apartó la mirada de él.
— Sarutobi... Asuma... —Pálido, Shikadai miró a ChouChou. La niña, más centrada que sus compañeros, parecía recordar algo. — ¿Recuerdas? Ese es el nombre del maestro de nuestros padres.
La Akimichi le devolvió la mirada por un instante.
— ¡Es cierto...! ¡Papá... — La morena se atascó. Luego, con un ligero puchero, bajó la cabeza. — Papá me ha hablado de él...
Shikadai y ChouChou guardaron silencio. Hasta que la voz apenas audible de Inojin, abrazando sus rodillas, les llegó.
— Él murió hace mucho tiempo... nuestros padres ni siquiera eran Jōnin. — Dijo. — Al menos, eso fue lo que mi papá me dijo.
— ¡¿Ni siquiera eran Jōnin!? ¡¿En serio?! — Tsubaki exclamó en un susurro. — El Ino-Shika-Chou es ampliamente conocido, y son Jōnin de élite, ¿no? Dadas las circunstancias, entonces... ¡¿Cuánto tiempo hemos retrocedido?!
Boruto se atragantó con su saliva, sus ojos se ensombrecieron. Sin decir una palabra más, miró la espalda de Mirai.
Siguiendo su mirada, todos observaron en silencio a través de los árboles y arbustos. Mirai no podía ver claramente la aldea, pero algo era visible a través de la vegetación. Observaba en silencio, recapitulándolo todo.
Este había sido un día terrible. La aldea había sido destruida y, para empeorar las cosas, había perdido a su padre dos veces.
De repente, sin que nadie pudiera verlo, el ceño de Mirai se frunció con determinación.
Una oleada de inquietud se apoderó de Mirai mientras su mente se sumergía en las profundidades de la incertidumbre. Si realmente habían retrocedido en el tiempo, ¿Qué implicaciones tendría eso para el futuro? ¿Qué cambiaría y qué permanecería igual? La idea de que su padre, Asuma Sarutobi, acabara de morir relativamente, hace nada, llenaba su corazón de pesar y desesperación. Pero una pregunta aún más aterradora se abría paso en su mente: ¿Qué ocurriría con el responsable de esa muerte, el sanguinario miembro de Akatsuki, Hidan?
La joven ninja recordó haber leído sobre Hidan en los archivos confidenciales de la aldea, donde su nombre resonaba como el eco de una tragedia pasada. Sin embargo, ahora se enfrentaba a la posibilidad de que sus acciones en el presente pudieran alterar el curso de los eventos. ¿Y si su presencia en el pasado afectaba de alguna manera el destino de Hidan? ¿Y si, como consecuencia, su padre nunca obtenía justicia?
Estos pensamientos la atormentaban mientras sus ojos se clavaban en el otro extremo de la aldea, donde los grupos, listos para el desafío del pergamino, habían lanzado señales de sus posiciones, antes de abrir los ojos en otro tiempo. Un impulso urgente la envolvía, alimentado por la necesidad desesperada de evitar que la tragedia se repitiera.
Sin embargo, aquí no se detenían todas sus dudas. No podía permitirse el lujo de apresurarse en sus pensamientos y llegar a conclusiones precipitadas... se lo había prometido al Maestro Shikamaru.
Entonces, necesitaba clarificar todo en su mente. No había escuchado nada sobre su padre, ni detectado ninguna señal de alerta en las voces de los Anbu; todo había sido producto de su propia mente.
Tenía que mantener la calma y la compostura si no quería correr el riesgo de acabar como su gente en Konoha.