Mirai no recordaba la última vez que había sentido tanta tensión. En un pasado no tan lejano, habría cumplido su misión sin miedo alguno.
Sin embargo, estar con sus compañeros ahora era preocupante. No porque no fueran competentes, sino porque sentía la constante necesidad de protegerlos.
La idea de llegar juntos a casa les daba un objetivo, pero ahora no tenían a dónde regresar. Sus padres, tíos, hermanos, primos... ninguno de ellos estaría esperándolos en las puertas de la aldea.
Las palabras "pasado" y "Konoha" resonaron en su mente. Agradeció que la siguieran a un ritmo más calmado, ocultando su sorpresa. Recordó las conversaciones de los Anbu mientras se escondían. Si sus cálculos eran correctos, los adultos que encontrarían no serían exactamente adultos jóvenes.
Tal vez tendrían su misma edad, lo que les permitiría entenderla y sus intenciones.Sin mostrar su preocupación, negó con la cabeza, aunque solo en su mente.
No quería inquietar a nadie, especialmente sabiendo que al menos dos de ellos estaban observándola de cerca. Su expresión triste se transformó en una mueca amarga en segundos. La idea de contar con adultos conocidos no serviría si estaba sola. No podía actuar como quisiera ni investigar tanto como deseaba.
Su atención debía estar centrada en esos niños.Aprovechando la tranquilidad del camino, ahora que no corrían, Mirai comenzó a formar un plan en su cabeza.
Observó por encima del hombro para asegurarse de que todos estuvieran completos.
— Si tienen hambre, abran las latas de comida que tomaron. Compartan entre ustedes y procuren administrarla. — Dijo, volviendo su mirada al frente mientras balanceaba los brazos en busca de concentración. — No sabemos qué encontraremos en el desierto, pero la comida escasea.
— Hai. — Respondieron a sus espaldas. —
La adolescente aprovechó el momento para recapitular rápidamente y comenzar a formular un plan. Sus ojos se clavaron en la nada mientras caminaba, y el sonido de las latas y bolsas resonaba en sus oídos.
Seguramente su madre había empacado algo de comida en bolsas que no se echaría a perder.Despertaron en el pasado. Literalmente, en el pasado. La causa de esto, por supuesto, no se la había revelado a los niños.
Mencionó pocas cosas que podrían ser útiles, ya que ella estaba en su lugar hasta hace poco. Sin embargo, detalles como el pacto de sangre y otros aspectos los mantuvo ocultos.
Al parecer, los adultos de Konoha estaban al tanto de este ataque. Y como Mirai y los demás sobrevivientes eran prueba de ello, era probable que los adultos supieran que no tendrían escapatoria.
Un pergamino era el responsable, al igual que las personas que lo encontraron. Sus dueños originales descendían de un individuo conocido por el abuelo de Mirai, el tercer Hokage.
Estas personas ayudaron a Konoha a pactar con el pergamino y llevar a cabo el Jutsu. Debió tratarse de información altamente confidencial, ya que Mirai, siendo la escolta del Hokage, no se enteró de nada durante meses.Frunció el ceño.
¿Realmente estaba destinada a ser líder de alguna misión? Conocía bastante bien a su maestro, pero a veces tenía comportamientos que ni su propio hijo podía entender.Mirai se enteró de las constantes discusiones gracias a Temari-san.
Al parecer, Shikamaru-san y Shikadai discutían constantemente sobre las misiones y lo extrañas que eran. Cuando escuchó sobre estas discusiones y los nombres mencionados, tuvo que salir de la casa Nara para confirmar que realmente estaba en la casa de su maestro.Y Shikadai no era el único.
En las semanas previas a la tragedia, escuchó muchos problemas, no solo entre los miembros de su entorno, sino también entre los ninjas de Konoha.Realmente, ¿Durante todo este tiempo se abstuvieron de darles información precisa para protegerlos?
Mirai aún no tenía claro el tema del pergamino, el pacto de sangre y la transmisión de recuerdos. Se suponía que debían evitar crear recuerdos significativos, ya que supuestamente podrían interferir con el sello.Un nudo se formó en su estómago ante esta información confusa.
¿Por qué ella y su madre no se habían peleado entonces? Su madre estaba actuando de manera extraña últimamente.
Tenía la mirada perdida y pasaba más tiempo mirando la fotografía de su padre. Sin embargo, nunca le reprochó nada a Mirai.
Ni siquiera la ignoró cuando la Sarutobi casualmente cuestionó sobre el comportamiento de su maestro. La respuesta de su madre fue simplemente un gesto y una sonrisa, dejando pasar el tema.Quizás había algo más que no le dijeron. Tal vez encontraría esa respuesta en la dirección anotada.
De repente, algo se colocó frente a su rostro, haciéndola detenerse en seco. Los que la seguían también se detuvieron sin preocupación alguna.
Era una bolsa transparente del tamaño y forma de un lápiz. En su interior, Mirai reconoció al instante unas bolitas.
— ¿Píldoras de soldado? — Preguntó. —
— Son parecidas, pero no lo son. — Respondió Namida, extendiendo la bolsita. Su voz sonaba casi afónica, ya que no había hablado desde que lloró junto con los demás hace más de media hora. —
— No saben tan mal como pensé...
Mirai no era fanática de las píldoras de soldado, pero más de una vez la habían ayudado en sus misiones. Tenían un sabor insípido, casi sin sabor, pero proporcionaban suficientes vitaminas para sobrevivir una o dos noches con solo una porción.
Dudó ante la actitud tímida de la Genin, pero agradeció la oferta aceptando la bolsa de las pequeñas píldoras. Las observó antes de tomar una y colocarla en la palma de su mano. Eran de un color más claro que las que solía comer y tenían un tamaño más pequeño, parecido al de un caramelo.
Incluso se sentían más como un dulce que como una alternativa de alimento ninja.Se metió la píldora en la boca sin esfuerzo y mantuvo la mano en su boca hasta que logró saborearla. Sabía bien.
No era asquerosa ni incómoda como las otras, sino dulce y un poco fuerte, similar a las medicinas infantiles o las vitaminas de consumo personal.
— ¿Son realmente píldoras de soldado? ¿O tal vez una imitación? — Preguntó, alzando la bolsa a la altura de sus ojos. Su pregunta rompió el silencio del camino. — Nunca las he visto. Ni siquiera las alternativas de las píldoras originales. — Añadió, examinando visualmente las que quedaban en la bolsa. —
— ¿Las píldoras de soldado son tan asquerosas? — Inquirió Namida, abriendo los ojos con sorpresa. —
— Depende del tiempo en que las consumes. Cuando te acostumbras, hasta el sabor inexistente se vuelve relajante. — Explicó Mirai, mientras seguía masticando las píldoras y observando las demás en la bolsa. —
Namida bajó la mirada y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Aunque se veía triste, había una leve curvatura en su boca.
Sin que la mayor lo notara, algunos comenzaban a buscar calor que los mantuviera alejados de los problemas.Faltaban solo dos pasos para que la Genin estuviera lo suficientemente cerca de la Sarutobi como para rozar su hombro.
Anhelaba estar más cerca y sentir su compañía. El abrazo anterior había sido un salvavidas emocional, y quería volver a sentir algo similar. Namida había perdido a su madre, a quien quería con todo su corazón. En tan poco tiempo, la adolescente le había brindado algo que solo Wasabi hacía cuando Namida no estaba con su madre.
Sin embargo, un grito los interrumpió abruptamente.Mirai se giró bruscamente, sorprendiendo a Namida, quien casi pierde el equilibrio, pero Tsubaki, no muy lejos, la sostuvo justo a tiempo. El grito provenía de la retaguardia del escuadrón.
— ¡¿Qué pasa?! — Exclamó Mirai, casi desesperada, tratando de mantener la calma. —
— Es Doushu, Mirai-san. — Respondió Enko, con sus enormes guantes. — Tsuru, que tenía el brazo de Doushu sobre sus hombros, miró a Mirai con preocupación.— No puede mantenerse en pie y está respirando apresuradamente. Parece que tiene fiebre...
— ¿Qué? — Mirai estaba alarmada. —
— ¿Estás bien, Doushu? — Preguntó alguien más. —
Todos se apresuraron y rodearon al equipo de Genin. Mirai, aprovechando el paso abierto, corrió hacia ellos. Puso su mano en la frente del castaño, levantando un poco la gorra que llevaba. Con sus guantes sin dedos, tuvo que quedarse un rato para evaluar la temperatura del Genin.
— Doushu-kun, ¿has estado sintiéndote mal todo este tiempo? — Preguntó Mirai, preocupada. —
La pregunta sorprendió a muchos. Un silencio breve se interrumpió con un gemido de Doushu. Su cabello caía sobre su rostro, y no parecía tener la fuerza para mantenerse de pie. Incluso la punta de su nariz comenzaba a enrojecerse.
La Chunin analizó el estado de Doushu, sin apartar su mano de la mejilla del joven, atenta a cualquier cambio de temperatura.
Decidida a actuar, buscó en sus pertenencias y sacó un pergamino pequeño. Al abrirlo, una cortina de humo momentánea envolvió a todos. Cuando el humo se disipó, Mirai se estaba colocando un abrigo amarillo que había guardado para ocasiones como esta, cuando el frío apretaba.Con la espalda vuelta hacia Tsuru, Mirai se agachó.
Aunque ella estaba más o menos seca, su uniforme aún estaba mojado, lo que podría haber contribuido a la enfermedad de Doushu. Decidió cambiarlo de posición para evitar empeorar su estado.
— Abróchale bien la capa a Doushu. — Pidió Mirai sin mirar al ninja médico del equipo de Ibiki. — Asegúrate de que esté abrigado y súbelo a mi espalda. Yo lo cargaré hasta que pueda caminar solo o hasta que nos detengamos.
— Ah... ¡Hai! — Respondió la niña de cabello oscuro, vacilante pero obediente. —
Mirai se puso de pie, reajustando al niño en su espalda. Doushu se acomodó, descansando su mejilla en el hombro de la Chunin. Enko, su compañera, le acomodó la gorra y no la soltó hasta asegurarse de que su amigo pudiera descansar sin molestias.
En pocos minutos, las respiraciones tranquilas y pesadas del niño se hicieron audibles.
— Vamos. — Dijo Mirai, mirando hacia adelante. Sosteniendo las piernas de Doushu para evitar que se cayera, intentó sacar una brújula de su bolsillo. La asomó para verla de reojo. — Tanaka-san me dijo más o menos hacia dónde ir. No sé cuánto tardaremos... pero no se alejen demasiado si quieren adelantarme. — Advirtió. —
— ¿A dónde vamos exactamente? — Preguntó Metal Lee, acercándose con su capa puesta, seguido por Boruto, Sarada y Mitsuki. —
Mirai frunció levemente el ceño.
— No estoy segura... Él no me dio detalles. Solo dijo que encontraríamos a personas.
Los Genin siguieron su mirada, contemplando el vasto desierto de la Tierra del Viento que tenían por delante. Ya empezaban a preocuparse por el duro camino que les esperaba, especialmente con uno de ellos enfermo y con la posibilidad de que otros también se contagiaran.
Una brisa fría hizo que todos se estremecieran. Sarada se abrazó a sí misma, preparándose para lo que vendría.Mirai la miró de reojo, y pensó en sus adentros con suma preocupación.
— A Este paso... seremos presa fácil para los peores criminales de esta época. Tenemos que darnos prisa.
En algún lugar cercano al país del Fuego, un hombre caminaba con evidente agotamiento, sus rodillas casi sin fuerzas para sostenerlo. Los gemidos de dolor dejaban entrever las heridas en sus piernas, especialmente en las rodillas, donde la sangre se derramaba formando un oscuro rastro en el suelo, apenas visible bajo la luz lunar.El hombre, aparentemente en sus últimos veintitantos años, vestía una bata oscura sobre una camisa manga larga y pantalones oscuros. Sus sandalias ninja, demasiado ajustadas, evidenciaban el error de talla que le habían dado. Aunque su piel ya no lucía tan pálida como en sus días de delirio, aún llevaba las marcas de su sufrimiento.Hacía tiempo que sus planes habían sido descubiertos y él capturado. Tras su traslado a las cárceles de Konoha, la gente que había estado siguiendo sus pasos durante años finalmente lo había atrapado. A pesar de sus intenciones más pacíficas, terminó en prisión.Ahora, liberado en medio del cataclismo, se encontraba solo y perdido, cuestionando el porqué de todas sus desgracias. Desde siempre había sido considerado un paria, separado del resto por no compartir las mismas creencias y valores.Mientras caminaba con una guadaña a cuestas, tiempo para reflexionar sobre su pasado le sobraba. No había sido su intención proteger a nadie; su objetivo era obtener un cuerpo inmortal a cualquier costo. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado su perspectiva. Aunque no se arrepentía de la mayoría de sus acciones, ahora se enfrentaba a la inminente destrucción sin un rumbo claro.La falta de comunicación por parte de Konoha lo desconcertaba. ¿Por qué lo habían liberado si todos estaban condenados? No había recibido explicaciones, solo la oportunidad de salvarse a sí mismo. Ryūki se consideraba un genio incomprendido, incapaz de entender por qué otros no compartían su visión del mundo.Con un dolor persistente en la nuca y la incertidumbre del futuro, se preguntaba si su deseo de obtener un cuerpo inmortal realmente valía la pena.El hombre no tenía nada ni a nadie. Había caminado a su propio ritmo y sin preocupaciones desde que despertó en las afueras de Konoha, con la intención de regresar al país donde nació. Sin embargo, en medio de una carretera poco transitada, se vio obligado a detenerse abruptamente cuando una jaqueca aguda le golpeó de nuevo.— Maldición... — Murmuró, llevándose una mano a la cabeza mientras luchaba contra el dolor. —Con la visión nublada por la presión en un lado de su cabeza, divisó un edificio a un lado de la carretera. Cojeando por el dolor en sus piernas, se encaminó hacia los escalones que lo llevarían a las puertas de aquel lugar aparentemente casual.Al llegar, frunció el ceño al darse cuenta de que se trataba simplemente de unos baños.— Hm... son solo baños. — Murmuró con desdén al percibir el desagradable olor. El hedor, al menos, lo sacó de su trance cercano al desmayo. —Retrocedió unos pasos y se dejó caer de trasero al suelo, apoyando los pies en los escalones de bajada. A pesar de estar solo desde el principio, ahora tenía la oportunidad de descansar un poco de su agotadora caminata.Se masajeaba la nuca, tratando de aliviar el ardor en sus músculos. Pero cuando las paredes del edificio de reclusión fueron arrasadas por una fuerza desconocida, destruyendo los pilares que sostenían el techo, Ryūki no tuvo tiempo de observar su entorno. Instintivamente, buscó una salida.Como siempre, no dudaron en liberar a los reclusos para que luchasen, como si él les debiera algo a la gente que lo tenía allí encerrado. Entre todas las armas que le ofrecieron, eligió una guadaña que conocía más que bien, casi a su altura y con un doble filo escondido.Hubo un momento en el que sus músculos dejaron de responder. Cuando algunos ninjas se acercaron para llevarlo al campo de batalla, se sumergió en la oscuridad. Despertó con un dolor en todo el cuerpo y, al recobrar la conciencia, se percató de que sus rodillas estaban visiblemente lastimadas por alguna razón.Lo más extraño era que no había nadie a su alrededor: ni ninjas, ni escombros, ni cadáveres. Ignorando el dolor en sus piernas, trató de ubicarse. Cuando se alejó lo suficiente, vio una aldea tranquila, disfrutando de un atardecer horriblemente apacible.— ¿Qué demonios pasó? — Se preguntó para sí mismo con fastidio. Con un gruñido, inclinó el cuello hacia un lado y estiró los brazos, buscando alivio en el movimiento de sus músculos. — Cielos, y con lo amable que me estaba portando. Esperaba el momento para que me redujeran la condena.Exasperado y hasta cierto punto cínico, dejó caer los hombros y recostó los brazos en las rodillas. Estaba cabizbajo, pero luego frunció el ceño y se humedeció los labios.— ¿Qué estoy diciendo? Si perdí mi oportunidad hace tiempo. Ya hasta rompí mi pacto de no usar malas palabras.Sus comentarios sin destinatario eran vagos e inaudibles para él mismo. Hablaba solo porque no tenía otra manera de distraerse. No sabía a dónde ir y había decidido que no tenía sentido regresar a un lugar donde ya no sería bienvenido. Donde, en realidad, nunca lo había sido desde un principio. Ni siquiera tenía ganas de destruirlo, al menos no sin un cuerpo inmortal y mucho menos cuando no ganaba nada haciéndolo.— Qué fastidio.Su breve comentario sin ánimo fue rápidamente acallado por la brisa fría de la noche. Como un hombre libre en un mundo sin sentido y sin ganas de explorar, se quedó allí, sentado, esperando alguna otra catástrofe que lo llevase a algún lugar donde no significara nada. Como un idiota, ignoró a Konoha que se levantaba como si nada hubiera pasado, porque no le importaba. Las vidas de esas personas no eran su problema.Pero no estaba dispuesto a aceptarlo si aquello pasaba una segunda vez.Con la mirada perdida en la carretera, la luz clara de la luna lo bañaba en la fría oscuridad.— ¿Será esta una prueba de Jashin-sama para ver si soy capaz de estar a su lado? — Musitó hacia la nada. Francamente, ni él mismo prestaba atención a sus palabras. — No sé... tal vez sea una especie de cantidad exacta de vidas que llevarle o algo así. Ya ni siquiera estoy seguro.De un momento a otro, perdió la noción del tiempo. Aunque no era tan relajante, al menos era más tranquilo que la prisión. Podía sentir el aire fresco, siempre y cuando no se volteara y el hedor de los baños no invadiera su nariz.Su mente tomaba un camino casi único y tranquilizador. Su vista estaba perdida, y no sentía la necesidad de apartarla. No quería perder esa sensación tan ajena a él. Nunca antes había sentido esa cosa llamada "paz". No recordaba la última vez que la había experimentado. Porque, aunque todos no paraban de hablar sobre la época de paz, él nunca había sentido la verdadera paz. Era una simulación, una mentira para los débiles que malgastaban sus días haciendo nada.Ya estaba perdiendo el sentido de la vista, pero no le preocupaba. Todo se volvía borroso, y sabía que era gracias al estado en el que se encontraba. Hasta que todo se derrumbó. La pared anti sonante que había construido se desmoronó con un solo sonido detrás de él. Se mordió la lengua para no soltar algún insulto. No porque no quisiera, sino porque encontraría fastidioso malgastar saliva en algo sin importancia.Cuando posó la vista por encima del hombro, mostrando una expresión de pocos amigos, notó algo poco común en él: un ligero tic en su ojo. Era una sorpresa nada cosquilleante, sino más bien curiosidad por ver algo que antes no estaba.— ¿Y quién eres tú? — Inquirió, aunque la persona no respondió. —Manteniéndose al margen y sin confiarse demasiado, siguió en su posición. Sin embargo, su ojo no se apartaba del hombre que estaba parado frente a las puertas del asqueroso baño público.El hombre en la puerta parecía ser más bajo que él, con más peso y sin cabello. Sus ojos eran exageradamente redondos y hasta tétricos, con un bigote negro que tapaba por completo su boca. Se sentía incómodo al verlo.El hombre, con una bata gris claro y las manos detrás de la espalda, no parecía intranquilo. Era como si estuviera acostumbrado a ese lugar.Aunque su ojo se secaba por la fuerza que ponía para no perderlo de vista en caso de un movimiento inesperado, algo dentro de él le decía que debía acabar con ello.— Pero, ¿por qué habría de hacerlo? No me interesa y no malgastaré mi tiempo en tonterías. — Replicó a su voz interior. —Inconscientemente, apretó el agarre de su guadaña. De repente, ya no se sentía tan pesada.— ¿Llevas todo este tiempo esperando aquí sentado? — Preguntó el hombre, sin moverse. Por desconfianza,