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BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos

🇻🇪CassieNilonis
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Synopsis

Chapter 1 - Prólogo: De Pronto, Hace Dieciséis Años Atrás...

— ¡Por aquí! ¡Ha sido por aquí! – Exclamaba un hombre, abrigado con ropas de pieles de animal y del cuero más especial que se pudiese encontrar. – Lo he escuchado, cuando alcé la vista ¡BOOM! ¡Aparecieron de la nada en un remolino elevado! Se que ha sido por aquí... ¡Lo he visto! ¡¡Creanme que sí lo he visto!!

El blanco puro y brilloso se extendía incluso más allá de lo que pudiera dar la vista. La tierra blanca y fría parecía estar decorada con una brillantina de papelería, y con el espejismo mágico de los cuentos de hadas.

El sol se reflejaba en las capas de nieve más sólidas y amontonadas, y a su vez, la humedad escapaba de la nieve que era pisada con cada paso hecho por el hombre, para aglomerarse y terminarse uniendo a una capa vecina de nieve.

El cielo estaba blanco de lo vacío que estaba. El sol disparaba sus rayos cálidos a los fríos suelos de la tierra del Hierro, pero eso no afectó al clima que se había hecho con el país entero.

La nieve había visto al país crecer, y el frío era el pan de cada día, de cada persona que vivía en el país del hierro. Incluso si la nieve se llegase a extinguir de sus tierras, el frío nunca se iría.

Este hallaría la manera de procrearse mediante las profundidades o la lluvia, pero jamás cedería a la luz cálida del sol.

De entre las colinas albinas cercanas al páramo blanquecino de las tierras, se hallaban una fila de Hombres vestidos de armadura y armados con espada.

El número de personas masculinas era de entre seis a diez, y una de ellas era meramente un cazador que vivía de su trabajo de arrebatarle la luz a los seres más inofensivos de las montañas nevadas.

— Por aquí, por aquí... — Decía el hombre abrigado con pieles de animal, casi en un tono que suplicaba credibilidad. Conocía los caminos que conectaban con el bosque de las bestias come hombres, y caminaba sobre la nieve sin ningún problema. Los de armadura lo seguían en línea recta, justo detrás del único hombre que no llevaba puesta una: El rey de los Samuráis, Mifune-san. — No sé exactamente en dónde cayeron... ¡P-Pero sí me percaté de que fue exactamente en este bosque...! Ah, tenga cuidado, a veces pongo trampas para los lobos de aquí. Hasta es posible que ellos ya hayan caído en alguna, incluso antes que los lobos.

Mifune estaba con la expresión más neutra posible, incluso más neutra que la habitual con la que había sido extensamente conocido.

Él, cuya Katana no había cambiado o sido destruida desde la primera vez que la empuñó, nunca le había temido a nada. Si bien su Maestro le había inculcado cosas que tenían que ver con ignorar el miedo, Mifune pensaba que la mejor forma de evadirlo es tenerlo; Convertirlo en un punto fuerte y aprovechar la adrenalina.

Pero este momento no era como muchos. Aquí no surgía el miedo, ni siquiera la confusión... Sino (Suponía él), la incertidumbre.

Una ventisca había arrasado con gran parte de los poblados cercanos a las montañas, y solo las zonas que intimaban con los bosques, se habían salvado de rozar el sufrimiento de daños. No había pérdidas humanas, simplemente pérdidas materiales.

Sin embargo, Mifune había sido alertado de un avistamiento poco común (si no que anormal), de remolinos girando en nubes grisáceas por encima de los bosques.

Mifune actuó rápidamente, pero al salir de su torre, recibió la alarmante noticia de que el mismo fenómeno había sido avistado en otras zonas en el interior de su país, y el tamaño del remolino de nubes, variaba, dependiendo del comportamiento de la nieve en las zonas.

El hombre que los estaba guiando, era una persona, de muchas, que había presenciado el suceso. Pero lo que lo individualizaba del resto, era la claridad con lo que había visto lo ocurrido, y la soledad de la que estaba rodeada la zona.

Ese hombre era el único que vivía por aquí. Él estaba solo.

Su testimonio valdría más que el resto de las personas que estaban siendo interrogadas, de no ser por la frialdad y el escepticismo de Mifune, quién en su afán por encontrar la fuente del problema como algún fenómeno natural, no bajaba la guardia y ponía en duda todo lo que el pobre hombre trataba de decir.

Mifune tuvo que escuchar un fundamento creíble sobre "Personas caídas del cielo", para poder llevarse consigo a más de cuatro espadachines, para hacerle seguimiento a este avistamiento en específico.

El pequeño hombre parecía una nubecita de tela liderando a los espadachines en línea recta hacia el bosque. Se habían adentrado a él, y podía percibirse rastros de chatarra y basura esparcida, como también trozos de tela y carbonizados.

Mifune había mantenido su expresión templada, siendo un escucha silencioso del testimonio del hombre pequeño, acudiendo a las preguntas solo cuando algo de su testimonio se salía de lo "Común" en comparación al resto de testimonios.

— Estábamos en busca de nuestra querida presa. — Sacó a relucir el testigo. Pero inmediatamente se giró hacia el líder de los espadachines, dejando ver su nariz sonrosada por debajo de la capucha de su gigantesco y grueso traje de piel. — Cuando digo "Estábamos", me refiero a mi buen compañero y yo... Mi perro, para ser exactos. Es un lobo, más bien. Lo adopté, estaba a mitad del camino y estaba por acabar con él... pero me pareció tan miserable. Su cola había sido cortada y uno de sus ojos fue arrancado, aparentemente se había metido en una pelea con un humano que no era cazador... solo tuvo mala suerte, y pensé: "A Este desgraciado no le irá para nada bien morir aquí, en medio del frío, siendo un lobo tan hermoso y capaz de arrancarle el brazo a dos hombres más fuertes. Merece vivir sin su ojo y sin su cola, y sobrevivir con la vergüenza de servirle a alguien de la misma raza de quien lo lastimó", y así terminamos conociéndonos. De eso ya hace más o menos un año...

— El remolino, señor... — Intervino Mifune, con atisbos de vergüenza por interrumpir con lo que parecía ser una historia conmovedora. Como se suponía, no lo pensaría mucho. Él no solía mostrar su consideración hacia los animales de manera tan obvia. — ¿El cielo arremolinado? ¿Las personas que dice haber visto? Vinimos a investigar eso. Aunque es una anécdota curiosa, no vinimos de la torre principal hasta aquí para saber de su perro.

— Lobo. — Corrigió el hombrecito. — Un lobo albino. Aunque... les dicen "Albinos" porque son lo inusual a los lobos blancos que se suelen avistar por este bosque. Mi fiel compañero es un lobo negro, tan negro como el carbón, pero brillante como el metal pulido.

— Esto...

— ¡Así es...! El remolino... — Retoma, percibiendo la incómoda irritación en el guardián del país del Hierro. No hubo necesidad de comunicarles sus consejos para cruzar a pie las empinadas colinas de nieve gruesa a los Samuráis experimentados. — A Lo que iba: Estábamos en busca de una presa que se nos había escapado, cuando sentimos que el suelo por debajo de la nieve tembló, luego hubo una fuerte ventisca, y al final, ¡Un frío descomunal!, El cielo estaba despejado antes de eso, pero cuando alcé la vista, había una capa gris cubriendo el sol y convirtiéndose en un remolino tormentoso, solo que sin truenos y nada de esas cosas.

— ¿Y las personas? — Pregunta el Líder de los espadachines, dando un poco de agarre al cubierto de su Katana. — Pudo deberse a unas aves afectadas por la tormenta, o en el peor de los casos, otros cazadores que fueron tragados y luego escupidos por un tornado que no llegó a mayores.

El hombrecito sonó un par de veces su lengua, en negación. La seguridad en su voz y movimientos al guiar a Mifune y a los suyos al supuesto lugar, hizo que los de armadura observaran la espalda de su líder.

— Me temo que eso es imposible, mi señor. Soy el único que vive aquí. — El pequeño brazo del hombre hizo el ademán de mostrarle a todos los presentes el escenario, como si de una obra de arte se tratase. El bosque silbaba, y los árboles no carecían de hojas, más sí estaban teñidas de blanco. — Tengo este bosque solo para mí. Ningún otro cazador se ha atrevido a aproximarse a este lugar plagado de bestias come hombres. La principal razón por la que me gusta este lugar, es por la escasez de vida humana, y no soy de matar a lo loco. Me gusta... que todo pase de manera natural.

— ¿Eso no difiere con su trabajo?

— Oh, lo hago por trabajo. — Responde el hombre. — Si salgo a cazar y se me cruza un animal, lo mato, es así de sencillo. Más si la cosa es lo contrario, y salgo a pasear, no mataré a ningún animal si éste no me ataca a mí. Por eso, cuando vi a todas esas personas caer, supe que se debía a algo sumamente extraño. Me adentré a averiguarlo por mí mismo, pero mi fiel compañero se acobardó y me dejó atrás. ¡Viera usted! Es exactamente desde ese entonces que no ha salido de casa. Es un cobarde sin medida, a menudo tengo que traer regalos para que sea capaz de traerme a una presa bien cazada.

Mifune dejó de prestarle atención al testigo desde que vio hacia dónde iba la conversación, y se puso a escudriñar los cielos antes mencionados. Ya no había rastro de esa "Capa gris".

Solo seguía siendo ese cristalino blanco pálido de la niebla fría.

Continuaron caminando por las empinadas colinas con capas de nieve hasta la frente. Los Samuráis podían con esto y más, y el civil ya había mencionado su talento con el terreno.

La nieve se levantaba con la brisa que cruzaba por el bosque, y Mifune guio a los suyos durante todo el trayecto, siguiendo muy de cerca al hombre que decía ver algo impresionante.

Posteriormente al recorrido de unos minutos, habían subido hasta el final de una colina empinada, y algunos de los hombres de Mifune aun seguían escalándola con sus pies, cuando la cabeza del país divisó una escena preocupante.

El bosque estaba apagado, pero solo la luz del sol golpeaba el medio que los árboles pálidos dejaban a la vista desde el cielo.

Para Mifune y los demás, era como ver un proyecto artístico o un riachuelo bien ubicado en una pradera preciosa... con la cuestión de que no había río, y todo estaba inundado de nieve.

La nieve brillaba solo en medio, en dónde golpeaba la luz, y el resto del bosque dejaba pasar únicamente algunos rayos hacia los rincones más oscurecidos.

Lo que permanecía inmóvil en esos rincones oscurecidos, y en medio de la brillante capa de nieve, era algo que Mifune había visto en los días de guerra en su propio país.

Pero, incluso en la era actual, ver a personas comunes y corrientes fallecidas, era algo demasiado anormal, más en su país, en dónde los únicos con poder de matar eran los Samuráis, y estos estaban bajo el mando del propio Mifune.

Ninguna de estas personas parecía haber muerto por algún tornado. En medio se amontonaban como una montaña de ropa sucia, y sus pieles y rostros no se distinguían entre sí.

Por los rincones poco visibles, quedaban solo restos de ropa y la poca vida que destellaba en los cuerpos de los afectados. En su mayoría, eran hombres, no supo darles una edad. Solo sabía que sus muertes eran completamente ajenas a cualquier tornado.

— ¡Santo dios...! — Exclama el hombrecito. —

Se había agarrado de su capucha, como si la impresión la fuera a lanzar hacia atrás. Él no era un Samurái entrenado, por lo que no aguantaría el frío como uno, y ya estaba demasiado tenso para querer tener más frío. Con la adrenalina enrojeciendo sus orejas y nariz, se acercó alarmado al costado de Mifune. 

— ¡¿Lo ve?! ¡¿Vio eso?! ¡Se lo dije! ¡Eso no pudo haber sido un tornado!

— ¡Las personas...!

— Cielos...

Sin esperar la orden de su Líder, algunos Samuráis se adentraron al tumulto de cuerpos esparcidos para brindarles un poco de ayuda y examinarlo.

Pero fue en vano. Todos los que se habían acercado y habían estudiado con atención a las víctimas, confirmaban en voz alta lo peor.

— ¡Están muertos!

— ¡¿Lo ve?! ¡Se lo dije!

Antes de que el hombre repitiera sus exclamaciones, Mifune se adelantó en cuestionarle, manteniendo su habitual expresión, pero sonoramente alarmado.

— ¿Conoce a alguna de estas personas?

— ¡¿D-D-Disculpe?!

— ¿Reconoce a alguna de estas personas? — Repitió. — ¿Puede ser alguna de un pueblo vecino?

— D-Déjeme ver, Mi señor...

Reacio a tocar a alguno de los cuerpos, el hombre permaneció en su lugar, tratando de reconocer a alguno simplemente desde la lejanía y detrás de los pelos de su capucha.

Fue curioso como él, alguien que era capaz de acabar con un animal a sangre fría, no tenía la fuerza de voluntad para acercársele a un Humano que probablemente necesitase ayuda.

Mifune hizo el primer movimiento, y con el agarre en el forro de su Katana, trotó hacia el cuerpo más cercano y se puso de cuclillas a su lado.

Escuchó agudamente como el pequeño cazador lo seguía con una distancia considerable, pero guardando la valentía que se escondía detrás de su tamaño.

El Samurái sostuvo a la persona que yacía tumbada en el suelo boca abajo. La tela de su vestimenta se había hecho una con su piel, y sus pantalones todavía eran reconocibles.

Su piel era solo carne quemada, y su cabello era casi inexistente. Mifune le dio la vuelta, el lado izquierdo de la persona era más rojo que negro, y la parte izquierda de su cabeza carecía de cabello y estaba siendo víctima de las ampollas.

La piel también había sido quemada por la nieve fría debido a la tardanza con la que Mifune y los demás habían llegado.

Se trataba de un hombre, y apenas tenía pulso. Su nariz ya no existía, y la piel de sus labios se estaba cayendo. Mifune solo quiso hacer el intento para no arrepentirse después.

— ¿Lo reconoce?

El pequeño cazador se tomó su tiempo para responder.

— N-No, mi señor. Este hombre no es del pueblo cercano. — Titubea. — De ninguno, quizás. No hay muchos por aquí cerca.

Mifune observó como el hombre en su regazo se volvía más flácido al pasar de los segundos, y se apresuró en hacerle un cuestionamiento vago.

Se había mordido la lengua... no creía que el hombre siguiera vivo cuando él terminase la pregunta. Su pulso era más calmado, y los ojos del hombre se estaban perdiendo en una nada que él no podía ver.

— ¡Señor! ¿Puede oírme? ¡Señor!

Como lo suponía, el hombre no respondió. Pero se negaba a irse tan pronto. Sus cuencas rebuscaban en el rostro del Samurái y en sus alrededores, y Mifune aprovechó la atención que se había ganado.

Aunque quiso ignorar la posibilidad de que la persona en cuestión estuviera agonizando.

— ¿Qué le ocurrió, señor? ¡¿Quién les hizo esto?! ¡¿De dónde es usted?!

— Ha... ha... h...

— ¡Señor!

— Qué va, ya se está muriendo. — Dice el hombrecito, con un poco de lamento en su tono despreocupado. — Es evidente que fue quemado vivo. ¡Pero es imposible! ¡Él cayó del cielo y no vi nada parecido a una llama!

Mifune se había rendido. Al hombre definitivamente le faltaban pocos segundos de vida. Pero no lo había soltado.

Se veía de lejos que sus últimos momentos no fueron los mejores, y era al parecer, la única persona de aquí que quedaba con vida, aunque fuesen solo unos miserables segundos.

Si la persona en cuestión iba a partir del mundo que lo recibió de esta manera, él iba ser quién lo despidiera.

Pero el hombre en su regazo jadeó moribundamente.

— Ko... ko...

— ¡¡Uoahh!! — Aúlla el cazador tras Mifune. — ¡¿Está vivo?! ¡I-Imposible...!

El Samuráis de los tres se quedó en silencio, a la escucha de las últimas palabras del hombre.

No quiso inundarlo con preguntas, a estas alturas, ya solo le quitaría cruelmente la oportunidad de despedirse.

— Kono... ha... — Jadeó. — Kono... ha...

— ¿Hm? ¿eh? ¿Qué dice? — Pregunta el hombrecito. — ¿"Kono... ha"?

Mifune había abierto los ojos, y roto la máscara de serenidad que había estado manteniendo desde que comenzaron el trayecto para llegar hasta aquí.

Sin embargo, el pequeño hombre había tardado un poco en cachar el mensaje del moribundo, y explotó cuando la comprensión había llegado iluminadamente a él.

— ¡¿Konoha?! ¡Mi señor! ¡¿Te refieres a la Aldea oculta, Konoha?!

La mención de la aldea Ninja hizo que los demás volteasen.

Que una aldea Ninja estuviera involucrada con el ataque a personas del país del hierro, cuyas tierras no eran tierras de Ninjas y no estaban metidos en problemas políticos con nadie, significaba una amenaza directa y sin escrúpulos a su confianza y lealtad.

Mifune no sacó conclusiones apresuradamente, pero sus hombres habían puesto su atención en la escena en cuanto escucharon el nombre de la aldea Ninja.

— ¿Ellos te hicieron eso, Mi señor? — Le dice el hombrecito al moribundo. La falta de respuesta dejó qué desear. — ¡¿Fueron personas de Konoha quienes les hicieron todo esto?!

El moribundo simplemente agarró sus últimas fuerzas y las convirtió en aire para sus pulmones, y soltó sus últimas palabras; Mismas que quedaron grabadas en los oídos de Mifune, la cabeza del país del hierro.

— Y-Yo... Yo soy... De Konoha... Mi hogar, mi casa... Mi familia. Todo... estaba en Konoha.