Capítulo 55: Frío
Narra Alan
Quedé paralizado con el documento entre mis manos. Lo leí una y otra vez, y cada palabra era como un puñal clavándose en mi corazón. Era evidente que debía alejarme por completo de Brenda y olvidarme de todos los problemas, pero la mera idea de separarme de ella era insoportable. Pasé toda la tarde sumido en mis pensamientos, como si el simple acto de reflexionar pudiera hacer que Brenda se recuperara.
Decidí pasar la noche en la cama donde tantas veces la tuve en mis brazos, buscando consuelo en los recuerdos. Pero el sueño se resistía a llegar, mi mente estaba atormentada por la angustia y la incertidumbre.
Al despertar al día siguiente, estaba decidido, por más doloroso que fuera. Cuando Brenda estuviera bien, me alejaría de ella. Me había convertido en su fuente de sufrimiento y ya no podía permitirlo. Era un lunes gris y sombrío, y lo primero que tenía que hacer para cumplir con la petición de la familia de Brenda era renunciar a mi trabajo como profesor.
Fue una mañana cargada de nostalgia mientras recorría los pasillos y las aulas que habíamos compartido. Cada rincón estaba impregnado de recuerdos y emociones encontradas. Cada paso era como un eco de lo que una vez fuimos juntos. No era fácil, pero sabía que era lo correcto para ambos.
Entré a dar mi última clase y fue un momento difícil. Mis alumnos no entendían por qué renunciaba y yo no me sentía capaz de contarles toda la verdad.
Durante toda la clase, mi mirada se posaba constantemente en el asiento vacío donde solía sentarse Brenda. La ausencia de su presencia era como un agujero en mi corazón, un recordatorio constante de lo que había perdido.
Al salir de la clase, me dirigí al estacionamiento y me encontré cara a cara con Anabela e Ian, los amigos cercanos de Brenda. Noté cómo Anabela susurraba algo al oído de Ian, y luego ella se acercó a mí.
- Sé que tú tuviste algo que ver con el accidente de Brenda - dijo Anabela, con lágrimas en los ojos y una mezcla de tristeza y enojo en su voz. - Por si ella nunca te lo dijo, nosotros sabemos la verdad sobre ustedes.
Permanecí en silencio, sin saber qué decir. Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, incapaz de encontrar una respuesta adecuada.
- ¿No vas a decir nada? - intervino Ian, con agresividad en su tono.
Bajé la mirada y pregunté con voz quebrada:
- ¿Cómo está ella?
- ¿Cómo quieres que esté? ¡Aún está en coma! Tiene graves lesiones en la cabeza - respondió Ian, mientras Anabela sollozaba sin control.
Sentí un nudo en el estómago y las lágrimas amenazaron con brotar.
- Lo siento mucho. Me alejaré de ella - dije, luchando por mantener la compostura.
- Me parece perfecto... es lo mejor que puedes hacer - gritó Anabela, con rabia y dolor en su voz.
Ian abrazó a Anabela, y se alejaron dejándome paralizado en medio del estacionamiento, sintiendo el peso de mis decisiones y el arrepentimiento que me consumía.
Minutos después, llegó el momento que tanto temía. Tomé mis papeles y mi carta de renuncia, y con un nudo en la garganta, se la entregué al director.
- No entiendo esta decisión tan inesperada, ¿está todo bien? - preguntó el director, con una expresión de confusión en su rostro.
- Sí, estoy agradecido por este empleo, pero se me ha presentado una oportunidad que se alinea mejor con mis intereses - respondí, tratando de ocultar la verdadera razón.
Pero cómo podría decirle que me voy porque me exigen que me aleje de la chica que amo.
Al salir de la oficina del director, me dirigí a la universidad donde trabajan los padres de Brenda. Observé a su madre por un momento y luego me acerqué a ella. Había tantas palabras que quería decirle, pero me quedé en silencio. Nuestros ojos se encontraron y, antes de que pudiera articular una frase, le entregué el documento que el abogado había llevado. Estaba firmado, como un triste símbolo de mi acuerdo. Ella tomó el papel sin decir una palabra y se marchó.
Por último, regresé a la escuela y entré por última vez en el salón que solía ser mío. Recolecté mis pertenencias y me acerqué al lugar donde Brenda solía sentarse. Mis dedos acariciaron su pupitre, mientras mi corazón se llenaba de nostalgia. Susurré un débil "Te amo" antes de abandonar definitivamente la escuela.
Al ver a la mamá de Brenda en la universidad, supuse que sus padres no estarían en el hospital. Decidí visitarla. Mientras conducia, pasé junto a una florería y compré un ramo de sus flores favoritas: lirios blancos.
Al llegar al hospital, me encontré con la misma enfermera que me había atendido en mi primera visita. Su mirada reflejaba desaprobación, recordándome que no podía acercarme ni obtener información. Pero no me rendiría tan fácilmente. Estaba decidido a encontrar una manera de estar cerca de Brenda, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.
- Los padres dejaron indicaciones explícitas de no darle información sobre la Señorita Brenda - dijo la enfermera, con tono firme.
- Lo sé, pero estoy desesperado, necesito verla - respondí, suplicante.
- Ella continúa en coma - declaró la enfermera, recordándome la difícil situación.
- Lo sé, pero también sé que ya permiten las visitas. Por favor, se lo ruego, entienda mi angustia. Solo quiero estar cerca de ella, aunque sea por un momento. ¿Podría hacer una excepción?
La enfermera frunció el ceño, evaluando mi petición.
- Yo solo hago mi trabajo - dijo la enfermera, manteniendo su postura profesional.
Decidí arriesgarme y apelar a su compasión.
- Por favor, entienda que la amo con todo mi corazón. No puedo soportar la idea de no poder verla, de no poder estar a su lado en estos momentos tan difíciles. Le prometo que seré respetuoso y no causaré ningún problema.
La enfermera pareció reflexionar durante unos segundos, mirando a su alrededor como si buscara una respuesta.
- Está bien - dijo finalmente, con un suspiro. - Pero solo por unos minutos y bajo mi supervisión. No puedo garantizar que los padres no se enteren, pero haré todo lo posible para protegerlos.
Una mezcla de alivio y gratitud inundó mi corazón.
- Gracias, de verdad. Aprecio mucho su comprensión y su ayuda - respondí, con voz entrecortada por la emoción.
La enfermera tomó el expediente de Brenda y me guió hacia la habitación donde se encontraba. Mientras caminábamos por los pasillos del hospital, mi corazón latía con fuerza, lleno de esperanza y temor por lo que encontraría al ver a la mujer que tanto amaba.
Al entrar a la habitación donde ella yacía, mi corazón comenzó a latir desbocado. Aunque estaba allí frente a ella, no podía evitar sentir una extraña distancia. Con cuidado, coloqué las flores en una repisa cercana y me acerqué lentamente. Sentía miedo de tocarla, como si pudiera romperla aún más. Su rostro mostraba las marcas del accidente, pero a pesar de ello, su belleza seguía siendo cautivadora. Anhelaba con todas mis fuerzas poder despertarla de aquel sueño profundo en el que estaba sumida, pero la culpa me consumía. Tomé su mano, que se sentía fría y delicada, y en ese momento, los recuerdos de sus últimas palabras antes del accidente inundaron mi mente: "Yo te amaba"... ¿Acaso me lo decía porque ya no sentía lo mismo o porque presentía lo que estaba por venir? Nunca lo sabría, pues mis acciones pasadas me atormentaban.
Mis dedos acariciaron su rostro con la esperanza de que mi amor pudiera traspasar las barreras del coma. Sin embargo, en ese instante, la voz firme de la enfermera me interrumpió:
- Tiene que irse ahora, el horario de visitas ha terminado y sus padres están a punto de llegar.
Con renuencia, me puse de pie y me despedí de ella, aunque cada fibra de mi ser se resistía a alejarse:
- Brenda... sé que tal vez no puedas escucharme, pero solo deseo que me perdones. Reconozco mis errores y lamento profundamente el daño que te causé. Eres mi razón de ser, te amo y haré todo lo posible para estar a tu lado todos los días hasta que regreses a mí... Te amo
Estaba a punto de abandonar la habitación cuando escuché su voz susurrando mi nombre en sueños:
- Alan, Alan...
Me acerqué rápidamente, sintiendo una chispa de esperanza en mi corazón, y tomé su mano con suavidad, deseando con todas mis fuerzas que mi presencia la guiara de vuelta a la realidad.
- Aquí estoy, mi amor... abre tus ojitos y mírame - susurré con ternura, acariciando suavemente su mejilla.
- Alan, te amo Alan - ella respondió en sueños, con una voz suave y lejana, pero aún seguía atrapada en su profundo sueño.
- Yo también te amo, mi amor. Por favor, despierta y vuelve a mí - supliqué, sintiendo un nudo en mi garganta mientras mis ojos se llenaban de lágrimas.
- Por favor, señor, debe retirarse. Tengo que informarle al médico sobre esto - interrumpió la enfermera, con una expresión seria pero compasiva en su rostro.
- No puedo dejarla, ella me está llamando - respondí, aferrándome a su mano como si fuera mi única conexión con ella.
La enfermera suspiró y colocó una mano reconfortante en mi hombro.
- Entiendo su dolor, pero ella solo está soñando. Tiene que irse ahora, pero prometo cuidarla y mantenerla en buenas manos.
Con mucho pesar, salí de la habitación, sintiendo un vacío que parecía llenar todo mi ser. Cada paso que daba por los pasillos del hospital era como una tortura silenciosa, recordándome la fragilidad de la vida y el amor que estaba en pausa.
Pasaron los días y cumplí mi promesa de visitar a Brenda todos los días. Cada vez que entraba en su habitación, sus palabras en sueños eran como un bálsamo para mi alma herida. Me aferraba a cada susurro, cada indicio de que ella aún estaba allí, luchando por regresar a mí.
La enfermera y yo nos habíamos vuelto cercanos, compartiendo nuestras preocupaciones y esperanzas en cada encuentro. Ella me informaba cuando los padres de Brenda no estaban en el hospital, brindándome la oportunidad de pasar más tiempo con ella. Siempre llevaba las mismas flores, lirios blancos, sus favoritos, como un símbolo de nuestro amor y la esperanza de su pronta recuperación.
Sin embargo, los días seguían pasando y yo continuaba sin empleo. No quería regresar con mis padres en Nueva York, ya que eso significaría alejarme de Brenda en un momento crucial. Pero tampoco podía permitirme quedarme sin recursos. Fue entonces cuando recordé una posible solución: Laura...