Muchos kilómetros hacia el sur del paraíso élfico, en una próspera ciudad llamada Luminaris, vivía María. Ella era una lunarquido, una raza popularmente conocida por su dieta basada en sangre. Después de la Gran Guerra, los lunarquidos enfrentaron grandes desafíos para adaptarse a las nuevas leyes mundiales. Desde su origen, habían cazado a sus presas, obteniendo su alimento de la manera más tradicional: mordiendo la yugular y dejando a sus víctimas desangrándose, abandonadas a su suerte.
Sin embargo, con el avance de la tecnología y los nuevos acuerdos de paz entre las razas, su dieta tuvo que cambiar drásticamente. La sangre que ahora consumían era creada mediante inteligencia artificial, asegurando un alimento rico en nutrientes, con un aroma y sabor superior al de la sangre natural. En Luminaris, era común encontrar en supermercados y estaciones de servicio bolsas y frascos de sangre de diversos tipos y sabores. Esto, por supuesto, provocaba la burla de otras razas, que los llamaban "vampiros", un apodo despectivo acuñado por los humanos, quienes antes de la guerra eran su principal fuente de alimento.
Para los lunarquidos, ser llamados vampiros era un insulto, un recordatorio de un pasado que deseaban dejar atrás. A pesar de los esfuerzos por adaptarse y modernizar su alimentación, se rumoraba que existían sectas de lunarquidos ortodoxos que, en secreto, seguían recurriendo al antiguo método de caza. Argumentaban que la sangre creada en los laboratorios estaba diseñada para controlarlos y limitar su verdadero potencial físico, un eco de la desconfianza que aún persistía en las sombras de su comunidad.
Además de su dieta peculiar, los lunarquidos eran reconocidos por necesitar muy pocas horas de sueño, lo que les permitía funcionar de manera óptima con apenas un par de horas de descanso. Este talento natural convirtió a Luminaris en una ciudad única, con un sistema de comercio nocturno incomparable. Las tiendas y servicios operaban durante toda la noche, y era común ver a personas paseando a la luz de la luna como si fuese pleno día. Por esta razón, Luminaris se había ganado el apodo de "la ciudad que nunca duerme".
Aunque la geografía del mundo no estaba estrictamente dividida por razas, había áreas donde la concentración de una raza particular era más notable. Los lunarquidos podían encontrarse en cualquier parte del mundo, al igual que otras razas residían en Luminaris. Sin embargo, ciertas ubicaciones geográficas tendían a tener una mayor densidad de una raza específica. Luminaris, con su vibrante vida nocturna y sus innovaciones tecnológicas en la producción de sangre, seguía siendo un símbolo de la capacidad de adaptación y resistencia de los lunarquidos en un mundo post-Guerra, marcado por la coexistencia y la desconfianza entre razas.
María era una oficial de policía en Luminaris, una ciudad de vibrante diversidad y economía próspera. En todos sus años de servicio, jamás había tenido que desenfundar su arma. La tasa de criminalidad en Luminaris era sorprendentemente baja, y casi todos los conflictos se resolvían mediante el diálogo, o se trataba de delitos menores. Luminaris, con sus amplias zonas residenciales y vastos espacios arbolados, albergaba una variedad de razas, la mayoría de las cuales disfrutaban de una vida estable y próspera.
Sin embargo, como en cualquier ciudad en desarrollo del mundo moderno, había un barrio que requería más vigilancia debido a su mayor índice de criminalidad. La vibrante vida nocturna de Luminaris había atraído a muchos orcos, quienes habían formado una comunidad numerosa tras su reciente llegada. A pesar de sus propios esfuerzos por dejar atrás un pasado oscuro, los lunarquidos no habían renunciado a sus prejuicios, considerando a los orcos como una raza conflictiva y predispuesta al delito.
Con el aumento del número de orcos en la ciudad, el descontento entre los lunarquidos comenzó a crecer. Aunque intentaban disimular su desagrado bajo el manto de la inclusión, a menudo dejaban escapar comentarios despectivos sobre los orcos. En Luminaris, como en otras ciudades, los orcos eran los primeros en ser señalados cuando ocurría caos y destrucción. Su apariencia intimidante, con su musculatura desarrollada, gran tamaño, colmillos prominentes y piel azul, les confería una presencia formidable.
Los orcos solían migrar en clanes, moviéndose en grupos y poblando rápidamente los lugares a los que llegaban. Aunque su presencia no era bienvenida, la ley universal impedía negarles el derecho a vivir donde desearan. Así, si querían establecerse en Luminaris, tenían todo el derecho de hacerlo, y nadie podía impedírselo.
María, observando esta dinámica, se encontraba en una encrucijada. Como oficial de policía, su deber era mantener el orden y proteger a todos los ciudadanos, sin importar su raza. Sin embargo, era imposible ignorar los prejuicios arraigados en la comunidad. Luminaris, con su promesa de inclusión y convivencia pacífica, estaba siendo puesta a prueba por la llegada de los orcos. La ciudad que nunca duerme ahora enfrentaba el desafío de demostrar si podía realmente ser un hogar para todos, o si sucumbiría a los mismos miedos y divisiones que habían plagado al mundo antes de la Gran Guerra.
En las sombras, las tensiones se cocían, amenazando con desbordarse. La historia, con su cruel tendencia a repetirse, parecía estar al acecho. Luminaris podría convertirse en un campo de batalla social.
Todo este alboroto colectivo en la ciudad de Luminaris debido a la llegada de los nuevos vecinos había cambiado la perspectiva de María acerca del rol que ocupaba en la ciudad. Su vida era realmente tranquila: se levantaba de madrugada y acudía al gimnasio, regresaba a casa, tomaba una ducha fría y salía en busca de un café rojo y unos panecillos. Vestía su uniforme de policía y se dirigía a la casa de sus padres, donde conversaban sobre los orcos que habían causado problemas aquí y allá. Después, volvía a la estación de policía. En su zona, afortunadamente alejada del barrio orco, había visto muy pocos de ellos.
Un día, su rutina sufrió un cambio inesperado. Una compañera no se presentó a trabajar y María, quizás buscando un escape de su monótona vida, se ofreció a suplir su posición. El día comenzó con tranquilidad. Le gustaba la idea de conocer barrios menos prósperos en la ciudad y se preguntaba constantemente si eso sería todo lo que su vida tendría hasta el final. Su edad para casarse y tener familia ya había pasado; los lunarquidos solían formar familia muy temprano, por lo que a sus 32 años ya se la consideraba una mujer a la que "el tren se le había pasado". La idea no le molestaba. Apreciaba mucho su tranquilidad, su trabajo y su familia, pero no podía evitar desear tener una familia propia cuando todo lo que veía a su alrededor eran familias.
Mientras patrullaba absorta en sus pensamientos, esperando que la luz del semáforo cambiara a verde, recibió una alerta por la radio: un reporte de un altercado en una casa cerca del barrio de los orcos. Pudo haber rechazado acudir, pudo no haber contestado, después de todo, no era una zona bajo su responsabilidad. Aun así, levantó la radio para indicar que iría a vigilar.
La casa donde se produjo el problema estaba en territorio orco. Conforme se iba acercando, notó cómo sus latidos se aceleraban. Aunque no lo quería aceptar, el tamaño de los orcos y sus miradas amenazantes la intimidaban. Continuó acercándose, sin saber qué le esperaba más allá.
Las calles de Luminaris, iluminadas por la luz de la luna, reflejaban un brillo pálido en los muros de las casas. Los orcos, con su presencia imponente, se movían en grupos, sus voces profundas resonaban en el aire nocturno. María mantenía su mano cerca de su cinturón, no por la intención de usar su arma, sino por el instinto de seguridad. Cada paso que daba hacia el corazón del barrio orco era un desafío a sus propios miedos y prejuicios.
Al llegar a la casa, vio a un grupo de orcos y lunarquidos discutiendo. El tamaño y fuerza de los orcos eran intimidantes, pero María sabía que debía mantener la calma. Se acercó lentamente, sus ojos escudriñando cada detalle, cada movimiento. Las sombras parecían cobrar vida, los murmullos se transformaban en un coro ominoso. La escena ante ella era tensa, pero María se obligó a recordar su entrenamiento, a confiar en su habilidad para resolver conflictos sin recurrir a la violencia.
Respiró hondo y avanzó, su voz firme y clara resonando en la noche. "Soy la oficial María de la policía de Luminaris. ¿Qué está pasando aquí?" Todos la miraron, sus expresiones duras suavizándose apenas un poco ante la presencia de la ley, mientras hacían un círculo alrededor de algo que no alcanzaba a ver. María mantenía su compostura, consciente de que en ese momento no solo representaba a la autoridad.