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Chapter 4 - Odiadas por dios

En otro lado del mapa, Violet, heredera de un apellido legendario y portadora de un legado inmenso, hallaba su verdadera pasión no en los lazos matrimoniales, sino en los misterios de la ciencia. A pesar de las incesantes propuestas de unión, todas esperanzadas en convertirse en algo más que meras sugerencias, Violet las desestimaba con un gesto de su mano enguantada. No había lugar en su corazón para tales trivialidades; su alma estaba comprometida únicamente con la búsqueda del conocimiento.

Educada desde su tierna infancia bajo la tutela de los más sabios elfos, y con el peso de su apellido reverberando en los corredores de la academia, Violet se destacaba en el campo de la investigación. Era su propio talento indiscutible lo que despertaba la dopamina en su cerebro, no las promesas de un amor fugaz. Su anhelo era inscribir su nombre en los anales de la historia, alcanzar, e incluso superar, el prestigio que sus padres elfos habían obtenido en su comunidad.

Quizás en lo más profundo de su ser, Violet sentía la necesidad de probar su valía más allá de su condición humana, sabedora del susurro de rechazo que flotaba a su alrededor, perpetuado por aquellos que consideraban su adopción por parte de sus padres elfos como un golpe de suerte. La comunidad científica humana palidecía en comparación con la élfica, y la rivalidad era feroz. En respuesta, Violet se sumergía en su labor con una dedicación feroz, trabajando más horas que cualquier elfo, empujando su mente y cuerpo al límite, luchando por igualar la energía inagotable de sus pares élficos.

En el corazón de Violet no había espacio para errores ni distracciones amorosas que no dejarían huella en la historia. Su lógica era impecable y su confianza, inquebrantable. Estaba convencida de que su vida de investigación y esfuerzo constante culminaría en un descubrimiento revolucionario, capaz de colocar a toda la humanidad en pie de igualdad con las otras razas. Entonces, y solo entonces, podría revelar su verdadera identidad y desafiar a aquellos que dudaban de ella a reconsiderar sus palabras.

Sin embargo, como en todas las grandes historias, el destino reservaba sorpresas para Violet. Un giro inesperado en su historia, un accidente ineludible, probaba que ni siquiera ella era inmune a los caprichos del destino. Después de lo que ocurrió, no comprendió de inmediato cómo es que había eso le había sucedido, Violet, enfrentada a su error, se sintió como si una entidad ajena hubiese tomado control de su mente y sus manos, una fuerza desconocida que ahora guiaba su destino hacia lo desconocido.

María

Ella avanzaba con paso firme hacia los orcos cuando, abruptamente, sus ojos captaron una visión macabra: un cuerpo ensangrentado yacía en el suelo, claramente reconocible por su pálida tez lunarquido. Un instinto primordial se apoderó de ella, oscureciendo su juicio. Por primera vez, con manos que apenas temblaban, desenfundó su arma del estuche atado a su cintura y su voz cortó el aire con una orden imperiosa: "¡Alto, todos al suelo! ¡Ahora!"

Los orcos y lunarquidos presentes, sorprendidos y asustados, se dispersaron en todas direcciones. María, sin pensar, impulsada por un sentido de justicia que bordeaba la venganza, se lanzó en persecución de los orcos, permitiendo que los lunarquidos escapasen. En los meses siguientes, María se atormentaría preguntándose si su decisión fue realmente suya o el resultado de una programación subconsciente alimentada por meses de críticas hacia los nuevos vecinos. "¿Quién podría juzgarme?" se preguntaba en las noches solitarias. "¿Acaso soy la única que piensa que los orcos son lo peor de nuestra sociedad?"

María atravesó cercos de casas, callejones oscuros y calles enteras. Los orcos, a pesar de su impresionante musculatura, eran lentos en las persecuciones, dándole ventaja a los ágiles lunarquidos. La persecución culminó cuando María acorraló a un orco en un callejón sin salida. El orco, en un intento desesperado por escapar, comenzó a escalar una escalera de incendios. María, con el pulso acelerado y la respiración entrecortada, apenas notó que se trataba de un niño.

A veces, en las noches de insomnio que siguieron, María se preguntaba si realmente había gritado que se detuviera. ¿Lo había hecho una vez, o varias? ¿La habría escuchado el joven orco? En un momento de pánico, disparó dos veces: el primer tiro erró el blanco, el segundo atravesó el pecho del orco, haciendo que cayera desde la escalera, su cuerpo joven y sin vida golpeando el frío pavimento del callejón.

Luminaris, un lugar pensado como un paraíso para familias, se vio sacudido por el escándalo. La idea de que una oficial de policía hubiera asesinado a un niño orco sin confirmar su implicancia en un crimen del que nada se sabía, era un golpe devastador para la imagen de la ciudad. En los corredores del poder, María fue vista como un elemento indisciplinado, una amenaza al espíritu de Luminaris. Le ofrecieron una disyuntiva cruel: enfrentar un juicio y posiblemente pasar el resto de su vida en prisión, o ser expulsada de la ciudad por indisciplina.

Con el corazón pesado y la mente en tormento, María eligió el exilio. Nunca supo si el orco que mató estaba relacionado con la víctima lunarquido; tampoco supo qué había sido de la chica que yacía en el suelo ese fatídico día. Quizás conocer esos detalles le habrían brindado algo de paz. La policía de la ciudad, en un intento por cerrar el caso, declaró al orco caído como el líder de una banda criminal que acechaba la ciudad. Lo que sucedió no solo dividió más a orcos y otras razas en Luminaris; también dejó una marca imborrable en la ciudad y en el alma de María. Luminaris nunca volvió a ser la misma, y María, llevando consigo el peso de sus decisiones, tampoco.

Violet

En el crepúsculo de su carrera científica, Violet se encontraba en el umbral de un descubrimiento que prometía redefinir la estructura social del mundo. Ella y su equipo de investigadores estaban a punto de anunciar, en una gran conferencia, un avance que permitiría a las diferentes razas alcanzar estándares de vida similares a través de una modificación genética revolucionaria. La promesa de la igualdad social estaba al alcance de la mano, y la comunidad científica y el público esperaban con anticipación.

Sin embargo, justo en ese momento crítico, el suelo comenzó a desmoronarse bajo los pies de Violet. De manera abrupta y sin previo aviso, los créditos y subvenciones que financiaban su investigación fueron suspendidos. Los bancos, que hasta entonces habían apoyado sus esfuerzos, cerraron sus puertas, alegando que su investigación carecía de evidencia concreta y suficiente para justificar más préstamos. Desesperada, Violet recurrió a sus padres y amigos, quienes ya habían sacrificado mucho apoyándola; habían llegado a sus límites financieros y no podían ofrecer más ayuda.

En un acto de desesperación, Violet hipotecó su departamento y algunas propiedades familiares, intentando reunir los fondos necesarios para completar la última etapa de pruebas en animales. Pero incluso esto no fue suficiente. La situación se agravó cuando recibió una llamada informándole que el auditorio que había reservado para su conferencia cancelaba su reserva debido a que no había completado el pago inicial a tiempo, según lo estipulado en su contrato.

El mundo de Violet comenzó a desmoronarse. El departamento de investigación que había sido su santuario académico cerró sus puertas temporalmente, a la espera de que se encontraran nuevos fondos. La frustración de ver cómo el dinero se interponía en el camino del progreso científico y social la consumía. Ahogada por las deudas y sin alternativas, Violet se vio obligada a regresar a trabajar en un hospital, un entorno que consideraba un paso atrás en su carrera dedicada a la investigación pura.

A pesar de su caída, la reputación académica de Violet permaneció intacta; curiosamente, la academia no emitió ningún comentario sobre la pausa de su proyecto. Las revistas de avances médicos, que antes la celebraban, ahora guardaban silencio sobre su situación. Esa misma semana, el mundo académico parecía haberse movido sin ella, publicando artículos sobre proyectos emergentes, algunos de los cuales apenas estaban en sus fases iniciales.

Esta cadena de eventos no solo fue un golpe devastador para sus ambiciones profesionales, sino también para su estabilidad emocional. Violet se encontraba en un punto de inflexión, debatiendo entre la resiliencia y la rendición, mientras el peso de su situación amenazaba con aplastar la esperanza que una vez tuvo de cambiar el mundo para mejor. En esta encrucijada, Violet debía decidir si continuar luchando contra las adversidades o aceptar un papel más convencional en el campo médico, alejada de la vanguardia de la investigación genética que había sido su verdadera pasión.

En la nueva etapa de su vida, Violet se encontraba en un renombrado hospital de la ciudad Élfica, posicionada como la directora de uno de los tres mejores hospitales del mundo. Su llegada había sido recibida con halagos y admiración, reconocida como una figura poderosa en un puesto influyente que, paradójicamente, nunca había aspirado ocupar. Instalada en su nuevo rol, Violet solía pasar horas absorta en su celular, realizando llamadas infructuosas a distintos fondos de inversión, intentando reanimar su investigación estancada. Llamó a celebridades, participó en concursos, recurrió a amigos, familiares, e incluso al gobierno mundial, pero todos cerraban sus puertas, dejándola colgada al otro lado de la línea.

A medida que su desilusión crecía, el caos comenzó a infiltrarse en las operaciones diarias del hospital. Desórdenes en los turnos, escasez de medicamentos, quejas que saturaban los call centers médicos, falta de personal y problemas con los pagos, todos estos problemas empezaron a acumularse. Esta serie de complicaciones la condujo finalmente a una reunión crítica con los financistas del hospital, quienes cuestionaban su desempeño reciente. Sentada frente a ellos en la larga mesa, Violet luchaba por reconocerse en la descripción de su propia gestión. Era como si le hablaran a otra persona, alguien ajeno a la mujer que una vez había estado en la cúspide del campo médico, y no a ella, que ahora era regañada por "tontos con dinero" que perpetuaban el lucrativo negocio médico.

Recordaba su infancia, soñando con cambiar el mundo, y aquí estaba, ocupando un puesto que simplemente mantenía el statu quo, sin posibilidad de generar el cambio que una vez soñó. Al salir de la sala de reuniones, Violet sabía que tenía que demostrar a la junta que merecía mantener su posición. A pesar de todo, la dirección de un hospital no era poca cosa, y había una fila interminable de médicos, muchos de ellos mucho mayores que ella, esperando por esa oportunidad.

Después de la reunión, Violet no regresó a su oficina. En su lugar, se dirigió a la casa de sus padres. Subió a su antigua habitación y se recostó en su cama, mirando una foto familiar que capturaba un momento de su niñez. En la imagen, sus padres lucían trajes oscuros que contrastaban con su pálida piel élfica. Ella, con solo cinco años, sonreía mientras descansaba sobre las piernas de su padre. A su lado estaba su nana, un hada que había trabajado con su familia durante 100 años. Violet reflexionaba sobre la longevidad de los elfos; su propia familia era un testamento vivo de los cambios que había enfrentado el mundo.

Sus padres, ambos cerca de cumplir 150 años, habían dedicado la mitad de su vida a la beneficencia. Recordaba cómo de niña siempre soñaba con vivir eternamente vidas como la de sus padres, hasta que comprendió que, dada su menor esperanza de vida humana, ellos podrían terminar enterrándola. Su padre siempre decía que era una injusticia de la vida tener que enterrar a los hijos. Había confesado que, si ella falleciera antes que ellos, tanto él como su madre pedirían al consejo élfico autorización para ser puestos a descansar junto a ella, ya que sin ella no les quedaba nada por hacer en este mundo. En esa habitación, envuelta en recuerdos y rodeada de los fantasmas de su pasado, Violet se encontraba en un cruce de caminos, reflexionando sobre su presente y el legado que aún esperaba dejar.

Cuando Mars y Lina adoptaron a Violet, fue un momento luminoso en la vida de Mars, quien siempre había soñado con tener una familia propia, especialmente desde que su padre pereció en una de las últimas revueltas élficas. A pesar de que ambos habían decidido independientemente no tener hijos—Lina incluso se había esterilizado a una edad temprana—la llegada de Violet representó un cambio radical en sus vidas.

Lina había dedicado su existencia al estudio de las nuevas leyes y a la instauración de un sentido más profundo de justicia en el nuevo mundo. Mientras tanto, Mars, marcado por la pérdida de su padre, había albergado creencias que ponían a la sociedad élfica por encima de otras razas. Creía en la superioridad élfica debido a sus contribuciones médicas y su robustez armamentística, pero el tratado de paz que sucedió a las guerras obligó a los elfos a compartir su conocimiento y poder, algo que muchos vieron como una cesión de soberanía.

Esta postura se suavizó notablemente cuando Mars conoció a Lina. Su amor, que floreció en los silenciosos pasillos de una biblioteca universitaria, llevó a Mars a cuestionar y finalmente abandonar sus prejuicios raciales. A pesar de la incapacidad de Lina para tener hijos, su amor era suficiente para Mars, y juntos disfrutaron de su vida en común. Sin embargo, con el tiempo, ambos sintieron que algo faltaba en sus vidas. Lina, en particular, experimentaba un profundo pesar, como revelan sus diarios, por su decisión precoz que ahora impedía que pudieran tener hijos biológicos propios.

Al cumplir ambos cien años, experimentaron la llamada "crisis élfica", un estado de fatiga emocional y existencial típico de los elfos que aún se ven jóvenes pero han vivido demasiado. Esta crisis los llevó a reflexionar sobre lo que les faltaba: un hijo.

Un día, en un paseo casual al club de Paddle, la pareja vio un anuncio de un centro de adopción. A pesar de saber que sería improbable encontrar niños elfos disponibles para adopción, decidieron visitar el centro. Fue allí donde vieron a Violet por primera vez, una niña humana rebosante de vida, vestida con un sutil vestido de color agua marfil y saltando alegremente. Conscientes de los riesgos, especialmente la posibilidad de que Violet muriera antes que ellos debido a la diferencia en la esperanza de vida entre humanos y elfos, decidieron adoptarla. Admiraban la intensidad con la que los humanos vivían sus vidas más cortas, una cualidad que muchos elfos eruditos valoraban.

El anuncio de la adopción de Violet fue recibido con alegría en el club de Paddle, donde Mars y Lina eran los únicos sin hijos. Tras un período de visitas regulares y de integración, finalmente llevaron a Violet a su hogar, completando su familia y llenando el vacío que habían sentido. Su decisión no solo transformó sus vidas, sino que también ofreció a Violet una nueva oportunidad de crecer en un entorno lleno de amor y expectativas.

En medio del torbellino de su vida, Violet se hallaba atrapada entre la nostalgia del pasado. Recordaba con añoranza cómo, siendo niña, disfrutaba aprender nuevas lenguas para sorprender a sus padres cuando regresaban del trabajo. A pesar de los numerosos enfrentamientos con su madre, que había sido estricta y distante, siempre había visto a su familia como un refugio seguro. Su psicóloga le había sugerido en repetidas sesiones que, en el fondo, Violet buscaba demostrar a sus padres que también ella podría vivir eternamente a través de su trabajo, que no quería ser olvidada. Vivir entre elfos había dejado una huella profunda en ella; las cosas positivas que sus padres decían sobre los humanos le parecían ajenas, pues, aunque humana, nunca se sintió completamente parte de ellos. Los humanos tenían costumbres distintas, comían y vestían diferente, y sin embargo, Violet también se sentía desplazada entre los elfos. El respeto que había ganado le permitía ser parte de todo, un puente entre dos mundos.

Arrastrada por estos pensamientos, Violet cayó en un sueño profundo, despertando al día siguiente muy tarde y con la misma ropa con la que había caído exhausta. Se dirigió directamente al hospital, intentando enmendar el caos que había dejado atrás. Durante semanas trató de cambiar la percepción que el mundo, incluidos los directivos, tenía de ella, pero su obsesión por recuperar su investigación la llevó a asistir a reuniones fuera de la ciudad en horarios laborales, todas infructuosas. La mayoría de las veces, las reuniones eran pretextos para ofrecerle un puesto en otro hospital de menor prestigio pero con mejor paga, algo que ella no estaba dispuesta a negociar. Su cansancio y mal humor se convirtieron en tema de conversación en los pasillos del hospital, y delegaba sus tareas sin asistir a reuniones clave.

Finalmente, el hospital convocó a una reunión donde, contra sus esperanzas, la junta tomó la decisión de que debía dejar el puesto. Sin embargo, le ofrecieron un cargo de médico con menos horas y responsabilidades, esperando que rechazara la oferta y se marchara. Para sorpresa de todos, ella aceptó, reduciendo su papel a uno más en el cuerpo médico, lejos de las alturas que una vez había alcanzado.

A pesar de su nueva posición, Violet continuó faltando a sus turnos, aferrada a la idea de que estaba haciendo un favor al mundo. Su falta de compromiso no tardó en llegar a oídos de la dirección, que le dio un ultimátum: si no cumplía con sus turnos programados, tendría que abandonar el hospital y sería reportada por fraude en otros hospitales.

Fue entonces cuando algo hizo clic en su mente. Violet decidió enfocarse en su trabajo mientras buscaba nuevas oportunidades de financiamiento. Sin embargo, el rumor de su pobre desempeño se había esparcido, y las ofertas para dirigir otros lugares se evaporaron. Esto solo sirvió para intensificar su determinación de regresar a su vida anterior, luchando contra su propio ego y el mundo.

El día de la tragedia, Violet llevaba días sin dormir, obsesionada con cómo ya todo el mundo conocía la historia de su pobre desempeño el hospital. Ese agotamiento y distracción culminaron en un momento fatal: durante una operación, cortó más de lo debido al paciente que yacía en la mesa de operaciones. En un instante crítico, le quitaron el bisturí de las manos y la confinaron en una sala de urgencias. Mientras la policía se acercaba a la puerta de la sala, Violet aún no había asimilado la magnitud de lo sucedido. Su vida estaba a punto de cambiar para siempre, un giro drástico que ni ella misma había anticipado.

Primero llegó un médico, quien con gestos profesionales tomó muestras de sangre de Violet, revisó sus pupilas y formuló una serie de preguntas rutinarias. Era esencial determinar si el incidente había sido influido por alcohol o drogas. Los resultados de estas pruebas serían decisivos para la acción policial inminente. Cuando llegaron, anotaron rápidamente los hechos: un elfo había muerto debido a una mala praxis médica. Violet fue arrestada y llevada a la estación de policía, donde apenas pudo articular lo sucedido. No recordaba lo que había estado haciendo justo antes de encontrarse frente al jefe de policía, un hombre humano, calvo y de barba prominente que terminaba de comerse una dona mientras hablaba.

Tras muchas horas de espera, los resultados confirmaron que no estaba bajo la influencia de drogas. No fue llevada a la cárcel, pero permaneció detenida varias semanas mientras se resolvía su caso con toda la discreción que sus padres pudieron proporcionar. Sus padres la visitaban diariamente, llevándole comida y noticias del exterior.

No obstante, mantener el incidente en secreto se volvió imposible. En pocos días, el nombre de Violet inundó los portales de noticias, que narraban su supuesto descenso a la locura. La cobertura mediática transformó su investigación en los delirios de una loca incapaz de realizar una cirugía básica.

Como consecuencia, le retiraron la licencia médica y se le prohibió volver a ejercer o incluso pisar cualquier hospital en el mundo. Además, debía asistir a un programa psicológico, pagar una fuerte indemnización y realizar trabajo comunitario durante un año. Sus padres desempeñaron un papel crucial en su decisión de declararse culpable, una alternativa a pasar el resto de su vida tras las rejas. Su defensa argumentó que Violet sufría problemas psiquiátricos debido al estrés de ver su proyecto truncado, y culpó a los directivos del hospital por permitirle ejercer como cirujana a pesar de saber que algo no estaba bien con ella y que había estado años sin practicar.

Aunque la otra parte reconoció cierta responsabilidad, insistieron en que Violet debía alejarse completamente del campo médico. Así, evitó la cárcel, pero no la culpa que la torturaba por las noches. Para los medios amarillistas y muchas personas, era una asesina que había salido impune por ser la hija adoptiva de Mars y Lina.

La presión de la opinión pública se intensificó con el tiempo; incluso la acosaban en las calles, y los familiares de la víctima, insatisfechos con el veredicto, prometieron actuar. Violet recibió amenazas de muerte a través de redes sociales, y se crearon múltiples páginas que la etiquetaban como asesina.

Agobiada por esta realidad, Violet finalmente decidió huir. Empacó una maleta con algo de ropa, una copia de su investigación y el dinero que le quedaba, y dejó la ciudad élfica sin rumbo fijo. Antes de partir, dejó una nota para sus padres explicándoles que estaría bien pero necesitaba tiempo para sí misma, para decidir el rumbo de su vida. Aunque no pudieron despedirse personalmente, sus padres entendieron su necesidad mientras releían la nota. Mientras tanto, Violet ya estaba en un tren de salida, su cabeza apoyada contra la ventana, reflexionando sobre sus años en el laboratorio y su breve tiempo como directora de hospital. Lamentaba no haberse adaptado a un rol más convencional; si tan solo se hubiera conformado con una vida común, sin la ambición de dejar su nombre en la historia del mundo. Lo que Violet aún no sabía era que estaba a punto de descubrir qué significa vivir una vida común, ser completamente invisible.