Mallow volvía a disfrutar de un momento de tranquilidad por primera vez en casi seis meses. Estaba tomando el sol en su nueva casa, tumbado de espaldas y completamente desnudo, con los fuertes brazos bronceados estirados por encima de la cabeza, tensando y relajando los músculos de forma intermitente.
El hombre que tenía al lado le colocó un puro entre los dientes y lo encendió. Mientras mordía la punta del suyo, dijo:
—Debes de estar agotado. Seguro que te hace falta un buen descanso.
—Seguro que sí, Jael, pero preferiría tomármelo sentado en uno de los sillones del consejo. Porque uno de esos asientos será mío, y tú vas a ayudarme a conseguirlo.
Ankor Jael enarcó las cejas.
—¿Cómo me he metido yo en esto?
—Era inevitable. Para empezar, eres perro viejo en cuestiones políticas. Y aparte de eso, perdiste tu asiento en el gabinete por culpa de Jorane Sutt, el mismo que preferiría quedarse tuerto antes de verme en el consejo.
No tienes mucha fe en mis posibilidades, ¿verdad?
—Mucha no, la verdad —reconoció el ex ministro de Educación—. Eres smyrniano.
—Eso no supone ningún impedimento a efectos legales. Estudié en un entorno laico.
—Venga ya, los prejuicios no entienden de leyes. ¿Qué hay de tu hombre… ese tal Jaim Twer? ¿Él qué opina?
—Hace un año habló de respaldar mi candidatura al consejo —respondió Mallow, restándole importancia al asunto—, pero he crecido más que él. De todas formas, no tenía la menor posibilidad. Le faltaba sustancia. Es enérgico y no se muerde la lengua, pero esas cualidades terminan por resultar tan irritantes como anecdóticas. Mi intención es protagonizar un golpe con todas las de la ley. Por eso te necesito.
—Jorane Sutt es el político más astuto del planeta y se opondrá a ti. No sé si sería capaz de derrotarlo en un duelo de ingenio, y tampoco creo que se abstenga de jugar sucio.
—Tengo dinero.
—Eso ayuda, pero hará falta mucho para acallar los prejuicios, sucio smyrniano.
—Tengo mucho.
—En fin, veré qué puedo hacer. Pero ni se te ocurra abrir la bocaza y proclamar a los cuatro vientos que estoy echándote una mano. ¿Quién anda ahí?
Mallow compuso un rictus de contrariedad y dijo:
—Jorane Sutt en persona, me parece. Llega pronto, aunque puedo entenderlo. Llevo un mes dándole esquinazo. Mira, Jael, ve a la habitación de al lado y pon el volumen del altavoz al mínimo. Quiero que escuches nuestra conversación.
Ayudó al miembro del consejo a salir de la estancia empujándolo con un pie descalzo antes de incorporarse y ponerse una bata de seda. La intensidad de la luz solar sintética se redujo hasta niveles normales.
El secretario del alcalde entró con porte envarado mientras el solemne mayordomo salía de puntillas y cerraba la puerta detrás de él.
Mallow terminó de abrocharse el cinturón.
—Elije una silla, Sutt.
Una sonrisa efímera aleteó en los labios del aludido, que escogió un asiento cómodo pero no se relajó en él.
—Si tienes la bondad de exponer tus condiciones —dijo desde el borde de la silla—, podremos ir al grano.
—¿Qué condiciones?
—¿Deberé sonsacarte? De acuerdo, por ejemplo, ¿a qué te dedicaste en Korell? Tu informe era incompleto.
—Te pareció satisfactorio cuando lo presenté, hace ya meses.
—Sí —Sutt se acarició la frente con un dedo, contemplativo—, pero desde entonces has estado muy ocupado. Sabemos muchas cosas, Mallow. Sabemos exactamente cuántas fábricas estás inaugurando, la prisa que te estás dando en hacerlo y cuánto te está costando. Por no hablar de este palacio —dirigió una mirada fría y despreciativa a su entorno—, por el que pagaste mucho más de lo que yo gano en un año, y del camino que intentas abrirte… un camino tan poco discreto como costoso… en los estratos superiores de la sociedad de la Fundación.
—¿Y qué? Aparte de poner de manifiesto la competencia de tus espías, ¿qué demuestra eso?
—Demuestra que dispones de un capital del que carecías hace un año. Y eso, a su vez, puede significar muchas cosas… Por ejemplo, que en Korell cerraste un acuerdo del que nadie sabe nada. ¿De dónde estás sacando el dinero?
—Estimado Sutt, no esperarás que te lo diga.
—No.
—Me lo imaginaba. Por eso voy a decírtelo. Mis fondos provienen de las arcas del comodoro de Korell.
Sutt parpadeó.
Mallow sonrió y añadió:
—Mal que te pese, el dinero es legítimo. Soy maestro comerciante y he vendido una serie de bagatelas a cambio de hierro forjado y cromita. El cincuenta por ciento de los beneficios me pertenecen según el tradicional convenio con la Fundación. La otra mitad va a parar al gobierno al cabo del año, cuando todos los ciudadanos de pro pagan sus impuestos.
—Tu informe no mencionaba ningún acuerdo comercial.
—Tampoco mencionaba lo que desayuné aquel día, ni el nombre de mi actual pareja sentimental, ni otros detalles irrelevantes. —La sonrisa de Mallow empezó a convertirse en una mueca cruel—. Mi cometido… por citar tus propias palabras… era mantener los ojos abiertos. No los cerré en ningún momento. Querías que averiguara qué había ocurrido con los cargueros de la Fundación capturados. No vi ninguno ni oí nada relacionado con ellos. Querías que descubriera si Korell poseía energía atómica. Mi informe menciona las pistolas de rayos empleadas por los guardaespaldas del comodoro. No encontré más indicios. Que yo sepa, las armas que encontré podrían ser reliquias del antiguo Imperio, inservibles y meramente decorativas.
»Una vez cumplidas mis órdenes era, y sigo siendo, un agente libre. De acuerdo con las leyes de la Fundación, un maestro comerciante tiene derecho a abrir tantos mercados nuevos como se crucen en su camino, y recaudar la mitad de los beneficios correspondientes. ¿Cuáles son tus objeciones? No veo ninguna.
Sutt miró a la pared de soslayo y habló conteniendo la rabia a duras penas.
—Todos los comerciantes tienen por costumbre fomentar la religión en el desempeño de su oficio.
—Me adhiero a la ley, no a la tradición.
—En ocasiones la tradición puede estar por encima de la ley.
—En tal caso, acude a los tribunales.
Sutt mostró unos ojos sombríos que parecían hundirse en sus cuencas.
—Eres smyrniano, después de todo. Se ve que la naturalización y la educación no pueden borrar la lacra de tu sangre. Aun así, escucha e intenta entender mis palabras.
»Esto va más allá del dinero o de los mercados. La ciencia del gran Hari Seldon demuestra que el futuro Imperio de la Galaxia depende de nosotros, y no podemos desviarnos de la senda que conduce a ese Imperio. Nuestra religión es el instrumento más eficaz del que disponemos para lograr ese objetivo. Gracias a ella hemos obtenido el control de los Cuatro Reinos, aunque preferirían vernos aplastados. Es el medio más potente que se conoce para controlar personas y mundos.
»El motivo principal para el desarrollo del comercio y de los comerciantes era introducir y propagar esta religión más deprisa, y asegurar que la implantación de nuevas tecnologías y sistemas económicos estuviera sometida a nuestro más férreo y riguroso control.
Hizo una pausa para tomar aliento, y Mallow replicó con serenidad:
—Conozco la teoría. La entiendo perfectamente.
—¿Seguro? No me lo esperaba. En ese caso te darás cuenta de que tu afán de comerciar por comerciar, la producción en masa de fruslerías inservibles cuyo impacto sobre la economía de un planeta sólo puede ser superficial, la subversión de la política interestelar en aras de los beneficios, y la escisión entre la energía atómica y el control de nuestra religión sólo pueden terminar con el declive y la destrucción de una política que lleva un siglo funcionando con éxito.
—Sería hora —fue la indiferente respuesta de Mallow—, pues se trata de una política caduca, peligrosa y absurda. Aunque tu religión haya salido airosa en los Cuatro Reinos, prácticamente ningún otro planeta de la Periferia la acepta. Bien sabe la Galaxia que cuando tomamos el control de los reinos había exiliados de sobra dispuestos a predicar la historia de cómo Salvor Hardin empleó el sacerdocio y la superstición popular para terminar con la independencia y el poder de los monarcas seculares. Y por si eso no fuera bastante, el caso de Askone lo dejó muy claro hace dos décadas. En estos momentos no hay un solo regente en toda la Periferia que no prefiriera rebanarse el pescuezo él mismo antes de permitir la entrada de un sacerdote de la Fundación en su territorio.
»Lo que sugiero es no obligar a Korell ni a ningún otro planeta a aceptar algo que sé que no les interesa. No, Sutt. Si la energía atómica los vuelve peligrosos, una relación comercial amistosa y sincera será mil veces preferible a un vasallaje volátil basado en la aborrecible supremacía de una fuerza espiritual extranjera que, al menor indicio de debilidad, podría desmoronarse como un castillo de naipes sin dejar atrás más que las ruinas imperecederas del miedo y el odio.
—Qué bien te expresas —replicó sarcástico Sutt—. Pero retomemos el hilo de la conversación: ¿cuáles son tus condiciones? ¿Qué quieres para cambiar tus ideas por las mías?
—¿Crees que mis convicciones están a la venta?
—¿Por qué no? —fue la fría respuesta—. ¿No es así como te ganas la vida, comprando y vendiendo cosas?
—Sólo si hay beneficios de por medio —dijo Mallow, sin mostrarse ofendido—. ¿Puedes ofrecerme más de lo que estoy obteniendo ahora?
—Podrías llevarte las tres cuartas partes de las ganancias en vez de la mitad.
Mallow soltó una carcajada.
—Bonita oferta. La totalidad de las ventas según tus condiciones no llegarían ni a una décima parte de las mías. Esfuérzate más.
—Podrías obtener un puesto en el consejo.
—Eso lo conseguiré de todas maneras, sin tu ayuda y por mucho que te opongas.
Sutt apretó los puños de repente.
—También podrías ahorrarte tres meses de cárcel. O veinte años, si me salgo con la mía. Piensa en lo que tienes que ganar.
—Nada, a no ser que puedas cumplir tus amenazas.
—Te procesarían por asesinato.
—¿El de quién? —preguntó con desdén Mallow.
Sutt respondió con voz ronca, pero sin subir el tono:
—El de un sacerdote anacreonte al servicio de la Fundación.
—No me digas. ¿Dónde están tus pruebas?
El secretario del alcalde se inclinó hacia delante.
—Mallow, no se trata de ningún farol. Ya se han dado los pasos preliminares. Sólo tendría que firmar un último documento para que diera comienzo el caso de la Fundación contra Hober Mallow, maestro comerciante. Abandonaste a un súbdito de la Fundación para que fuera torturado y asesinado a manos de una multitud extranjera, Mallow, y dispones de cinco segundos para evitar el castigo que te mereces. Por mi parte, preferiría que no dieras el brazo a torcer. Un enemigo destruido siempre es mejor que un aliado converso por razones dudosas.
—Deseo concedido —anunció solemnemente Mallow.
—¡Estupendo! —El secretario sonrió con ferocidad—. Era el alcalde quien deseaba llegar a un acuerdo, no yo. Eres testigo de que no he puesto demasiado empeño.
La puerta se abrió ante él, y se marchó.
Mallow levantó la cabeza cuando Ankor Jael volvió a entrar en la habitación.
—¿Lo has oído?
El político se dejó caer en el suelo.
—No había visto nunca tan enfadada a esa serpiente.
—Te creo. ¿Qué te parece?
—Bueno, te lo diré: aunque la política exterior de dominación por medios religiosos sea su obsesión, creo que los fines que persigue son muy poco espirituales. No hace falta que te recuerde que me echaron del gabinete por exponer esta misma opinión.
—Cierto. Y según tú, ¿cuáles son esos fines tan poco espirituales que persigue?
La expresión de Jael se tornó grave.
—Bueno, como no es tonto, debe de ver la precariedad de nuestra política religiosa, la cual apenas nos ha procurado algún logro en setenta años. Es evidente que se vale de ella en interés propio.
»Ahora bien, todos los dogmas, basados principalmente en la fe y la sensiblería, son armas de doble filo, puesto que es prácticamente imposible garantizar que no vayan a volverse contra quienes las esgrimen. Hace cien años que fomentamos una mezcla de ritualidad y mitología cada vez más venerable, tradicional… e inamovible. En cierto modo, ya ha escapado a nuestro control.
—¿En qué sentido? —quiso saber Mallow—. Adelante, me interesa tu opinión.
—Bueno, imaginemos que alguien, una persona ambiciosa, empleara la fuerza de la religión en contra nuestra en vez de a nuestro favor.
—Te refieres a Sutt…
—Precisamente. A él me refiero. Escucha, si consiguiera movilizar a las distintas jerarquías de los planetas súbditos contra la Fundación en nombre de la ortodoxia, ¿qué posibilidades tendríamos? Al erigirse en abanderado de los estándares de los píos, podría declarar la guerra a la herejía representada por personas como tú, por ejemplo, y coronarse rey a la larga. Después de todo, fue Hardin quien dijo: «El desintegrador atómico es un arma temible, pero puede apuntar en dos direcciones».
Mallow se dio una palmada en el muslo desnudo.
—De acuerdo, Jael, consígueme un puesto en el consejo y me enfrentaré a él.
Jael aguardó antes de decir, pensativo:
—Tal vez no sea tan buena idea. ¿Qué era todo eso de un sacerdote al que habían linchado? No será verdad.
—Me temo que sí —respondió despreocupadamente Mallow.
Jael soltó un silbido.
—¿Tiene pruebas concluyentes?
—Debería. —Mallow titubeó antes de añadir—: Jaim Twer estaba a su servicio desde el principio, aunque ninguno de los dos sabía que yo lo sabía. Y Jaim Twer fue testigo ocular.
Jael sacudió la cabeza.
—Oh-oh. Eso tiene mala pinta.
—¿Mala pinta? ¿A qué te refieres? La presencia en el planeta del sacerdote era ilegal según las propias leyes de la Fundación. Está claro que el gobierno korelliano lo usó como cebo, involuntario o no. El sentido común sólo me dejaba una salida… y ésta se atuvo rigurosamente a los límites de la legalidad. Si me lleva a juicio, sólo conseguirá hacer el ridículo más espantoso.
Jael volvió a negar con la cabeza.
—No, Mallow, has pasado por alto un detalle. Te advertí que jugaba sucio. No pretende meterte en la cárcel, sabe que no tiene ninguna posibilidad. Su intención es arruinar tu reputación a los ojos del pueblo. Ya has oído lo que dijo. A veces, la costumbre está por encima de la ley. Aunque salieras incólume del juicio, si la gente creyera que habías arrojado un sacerdote a los perros, tu popularidad sería cosa del pasado.
»Reconocerán que obraste dentro de la legalidad, incluso con sensatez. Pero eso no les impedirá opinar que te comportaste como un cobarde rastrero, un monstruo insensible y cruel. Y jamás tendrías la menor posibilidad de resultar elegido para ingresar en el consejo. Hasta es posible que perdieras el estatus de maestro comerciante si se revocara tu ciudadanía por votación popular. No naciste aquí, ¿recuerdas? ¿Qué más crees que podría desear Sutt?
Mallow frunció el ceño, obstinado.
—Caray.
—Muchacho —concluyó Jael—, estoy de tu lado, pero no puedo ayudarte. Tú mismo te has colocado entre la espada y la pared.
14
La cámara del consejo estaba literalmente llena cuando empezó la cuarta jornada de la vista contra Hober Mallow, maestro comerciante. El único consejero ausente maldecía débilmente el cráneo fracturado que le obligaba a guardar cama. Las galerías estaban atestadas hasta los pasillos y el techo con aquellos pocos asistentes cuya influencia, riqueza o pura y endiablada perseverancia había conseguido franquearles el acceso. En el exterior, la plaza rebosaba de curiosos que se arracimaban alrededor de los monitores tridimensionales instalados al aire libre.
Ankor Jael entró en la cámara con la poco menos que fútil ayuda y el tesón del departamento de policía, y se abrió paso entre la ligeramente menor confusión del interior hasta el asiento de Hober Mallow.
Éste se volvió hacia él con gesto de alivio.
—Por Seldon, te gusta hacerte de rogar. ¿Lo tienes?
—Sí, toma —dijo Jael—. Está todo lo que me pediste.
—Bien. ¿Qué aire se respira en la calle?
—Es de locos. —Jael se rebulló, inquieto—. No deberías haber accedido a que la vista se celebrara en público. Podrías haber recurrido.
—No quise hacerlo.
—Hablan de linchamiento. Y en los planetas exteriores, la gente de Publis Manlio…
—Sobre eso quería hablarte, Jael. Está azuzando a la jerarquía en mi contra, ¿verdad?
—¿Azuzarla? Ha organizado la encerrona más rebuscada que puedas imaginar. Como secretario de Asuntos Exteriores se encarga de la fiscalía en casos de jurisdicción interestelar. Como sumo sacerdote y primado de la Iglesia, alienta a las hordas de fanáticos…
—Vale, olvídalo. ¿Recuerdas la cita de Hardin que me restregaste por la cara hace un mes? Les enseñaremos que un desintegrador atómico puede apuntar en ambas direcciones.
El alcalde estaba ocupando su asiento en esos momentos, y los miembros del consejo se levantaron de los suyos en señal de respeto.
—Hoy es mi turno —susurró Mallow—. Observa y disfruta de la función.
Quince minutos después de la lectura del orden del día, Hober Mallow caminó rodeado de murmuraciones hostiles hasta el único sitio libre que había ante el estrado del alcalde. Un rayo de luz se centró en él. En los monitores públicos de la ciudad, así como en las miríadas de aparatos particulares que había en casi todos los hogares de los planetas de la Fundación, apareció la gigantesca figura solitaria de un hombre de mirada impasible.
Mallow empezó a hablar con voz serena y pausada:
—A fin de ahorrar tiempo, me declaro culpable de todos los cargos que me atribuye la acusación. La historia del sacerdote y la turba enfervorizada que acaban de escuchar es fiel a la verdad hasta el último detalle.
Los ocupantes de la cámara se revolvieron y los presentes en la galería profirieron un bramido triunfal. Mallow esperó pacientemente a que se restaurara el silencio.
—Sin embargo, la situación expuesta dista de ser completa. Solicito el privilegio de aportar la información que falta a mi manera. Puede que mi versión parezca irrelevante al principio. Ruego que sean indulgentes conmigo.
Mallow continuó sin consultar los apuntes que tenía delante.
—Comenzaré allí donde lo hizo la acusación, por el día en que me reuní con Jorane Sutt y Jaim Twer. Ya saben lo que aconteció en el transcurso de nuestra conversación, pues el contenido de ésta se ha descrito minuciosamente y no tengo nada que añadir… salvo los pensamientos que poblaban mi mente aquel día.
»Eran pensamientos teñidos de suspicacia, pues los sucesos de aquella jornada invitaban a la desconfianza. Recapitulemos. Dos personas con las que apenas había tenido contacto hasta entonces me proponen algo tan antinatural como descabellado. Una de ellas, el secretario del alcalde, me pide que represente el papel de espía del gobierno en un asunto sumamente confidencial cuya naturaleza e importancia ya les ha sido explicado. La otra, el autoproclamado líder de un partido político, me invita a presentar mi candidatura al consejo.
»Como es lógico, me pregunté qué razones ocultas podría haber detrás de aquello. En el caso de Sutt, la respuesta parecía evidente. No se fiaba de mí. Tal vez creyera que estaba vendiendo energía atómica al enemigo y planeando una rebelión. Quizá su intención fuera acelerar el hipotético proceso. Para ello necesitaría que uno de sus agentes me acompañara en mi quimérica misión en calidad de informador. Esta posibilidad, no obstante, no se me ocurrió hasta mucho después, cuando apareció en escena Jaim Twer.
»De nuevo les ruego que recapaciten: Twer se presenta como antiguo comerciante metido a político, pero desconozco los detalles de su carrera profesional, aunque me precio de conocer bien este mundo. Es más, a pesar de que Twer se jactaba de haber recibido una educación laica, jamás había oído hablar de las crisis de Seldon.
Hober Mallow esperó a que el público asimilara la importancia de sus palabras y se vio recompensado con el primer silencio de la jornada mientras la galería en su totalidad aguantaba la respiración. Eso en cuanto a los habitantes de Terminus. Los habitantes de los planetas exteriores sólo podrían escuchar aquellas versiones censuradas que cumplieran los requisitos de su religión. No oirían nada relacionado con las crisis de Seldon. Pero habría más pistas imposibles de pasar por alto.
Mallow reanudó su discurso:
—Sinceramente, ¿quién se cree que alguien educado en un entorno secular pueda desconocer la naturaleza de una crisis de Seldon? En la Fundación sólo hay un tipo de educación que excluya cualquier posible mención a la historia planificada de Seldon y asigne a su figura atributos poco menos que legendarios.
»En aquel preciso instante supe que Jaim Twer jamás había sido comerciante. Supe que pertenecía a las órdenes sagradas, quizá fuera incluso sacerdote de pleno derecho, y no me cupo la menor duda de que estuvo al servicio de Jorane Sutt durante los tres años que fingió dirigir un partido político compuesto por comerciantes.
»Elegí ese momento para dar un tiro a ciegas. No sabía qué era lo que me deparaba Sutt, pero como parecía estar dispuesto a darme tanta cuerda como necesitara, le proporcioné un par de señuelos de mi cosecha. Sospechaba que Twer debía viajar conmigo en calidad de informador secreto al servicio de Jorane Sutt. Pues bien, si no conseguía embarcar, cabía suponer que me estarían esperando más trampas… trampas que quizá yo no pudiera detectar a tiempo. Lo más seguro sería mantener cerca a mi enemigo, así que le pedí a Twer que me acompañara. Y aceptó.
»Eso, caballeros del consejo, demuestra dos cosas. Una, que Twer no es ningún amigo que esté testificando contra mí a regañadientes obedeciendo a los dictados de la conciencia, como querría hacerles creer la fiscalía, sino un espía que desempeña un trabajo remunerado. En segundo lugar, explica algo que hice cuando apareció el sacerdote que se me acusa de haber asesinado… una acción que nadie ha mencionado aún, pues nadie está al corriente de ella.
Un murmullo preocupado se propagó por las filas del consejo. Mallow carraspeó melodramáticamente antes de proseguir.
—No es fácil describir lo que sentí cuando supe que había un misionero refugiado a bordo de nuestra nave. Me cuesta incluso recordarlo. Se reducía básicamente a una incertidumbre desesperada. Lo primero que pensé fue que se trataba de una maniobra imprevista de Sutt, algo con lo que no había contado. Estaba desorientado por completo.
»Sólo podía hacer una cosa. Me libré de Twer durante cinco minutos enviándolo a por mis oficiales. En su ausencia, programé una video-grabadora a fin de poder analizar con posterioridad todo lo que ocurriera. Mi sincera aunque dudosa esperanza era que lo que entonces me resultaba incomprensible tuviera algún sentido en retrospectiva.
»He repasado aquella grabación cincuenta veces desde entonces. Me acompaña en estos momentos, y me propongo revisarla por quincuagésimo primera vez en su presencia ahora mismo.
La maza del alcalde repicó monótonamente para imponer orden cuando el caos se desató en la cámara y la galería se deshizo en un clamor indignado. En cinco millones de hogares en Terminus, los telespectadores se arrimaron con expectación a sus aparatos, y en el banquillo de la acusación, Jorane Sutt sacudió fríamente la cabeza en dirección al nervioso sumo sacerdote mientras sus ojos taladraban llameantes el rostro de Mallow.
Se despejó el centro de la cámara y se atenuaron las luces. Ankor Jael, desde su puesto a la izquierda, realizó los ajustes necesarios y, antecedida de un chasquido preliminar, una escena cobró vida: en color, en tres dimensiones, provista de todos los atributos de la vida salvo la vida misma.
Allí estaba el misionero, andrajoso y desorientado, de pie entre el teniente y el sargento. La imagen de Mallow aguardó en silencio mientras una fila de hombres hacía su aparición, con Twer cerrando la comitiva.
La conversación subsiguiente se reprodujo palabra por palabra. El sargento recibió su sanción disciplinaria y se interrogó al misionero. Apareció la turba, cuyo clamor era audible, y el venerable Jord Parma efectuó su desesperada apelación. Mallow desenfundó su pistola, y el misionero, mientras era sacado a rastras de la habitación, prorrumpió en maldiciones y aspavientos desesperados mientras un fogonazo diminuto destellaba una sola vez antes de volver a apagarse.
Así concluyó la escena, con los oficiales paralizados por el horror de la situación, mientras Twer se tapaba los oídos con manos temblorosas y un Mallow impasible guardaba su arma.
Se encendieron de nuevo las luces; el espacio vacío en el centro de la cámara ya no estaba aparentemente lleno. Mallow, el Mallow real del presente, retomó el hilo de su narración:
—El incidente, según han tenido oportunidad de ver, se desarrolló tal y como lo ha expuesto la fiscalía… en apariencia. Lo explicaré enseguida. Las emociones desplegadas por Jaim Twer en todo momento denotan claramente una educación religiosa, por cierto.
»Aquel mismo día expuse ante Twer algunas de las incongruencias que me había parecido detectar a lo largo de todo el episodio. Le pregunté de dónde podía haber salido un misionero en medio del páramo casi desolado donde nos encontrábamos en aquellos momentos. Me interesé también por la procedencia de aquella nutrida masa de gente, puesto que la población de gran tamaño más cercana se encontraba a más de cien kilómetros de distancia. La acusación ha omitido mencionar estas irregularidades.
»Más cosas. Por ejemplo, lo curioso de la flagrante falta de sutileza de Jord Parma. Un misionero que recorre Korell jugándose la vida al desafiar las leyes korellianas y de la Fundación y se pasea por ahí luciendo un llamativo manto sacerdotal nuevecito. Sospechoso. En su momento sugerí que el misionero podía ser un cómplice involuntario del comodoro, quien lo estaría utilizando en un intento por obligarnos a incurrir en la ilegalidad y justificar así, con la ley en la mano, que destruyera nuestra nave y pusiera fin a nuestras vidas.
»La acusación ha anticipado esta justificación de mis actos. Se espera de mí que explique que estaba en juego la seguridad de mi nave, mi tripulación y mi misión, algo que no podía sacrificar por una persona, máxime cuando dicha persona iba a ser ajusticiada de todas maneras, con nuestra ayuda o sin ella. Murmuran sobre el «honor» de la Fundación y la necesidad de defender nuestra «dignidad» a fin de perpetuar nuestra influencia.
»Por alguna extraña razón, sin embargo, la acusación omite profundizar en la figura individual de Jord Parma. No ha presentado la menor información sobre él, ni su lugar de nacimiento, ni su educación, ni la menor mención a su historial. La explicación a este misterio despejaría asimismo las incongruencias que he señalado en la grabación que acaban de ver. Las dos cosas están relacionadas.
»La acusación no ha entrado en detalles sobre Jord Parma porque no puede. La escena que han presenciado parece una farsa porque el propio Jord Parma era un farsante. Jord Parma no existe. Este juicio es una patraña descomunal organizada en torno a un caso inexistente.
De nuevo hubo de esperar hasta que cesó el alboroto suscitado por sus palabras.
—Les mostraré a continuación —dijo pausadamente— la ampliación de uno de los fotogramas de la grabación. Hablará por sí solo. Las luces, Jael.
La cámara se sumió en la penumbra y el aire volvió a poblarse de figuras paralizadas, como espectrales estatuas de cera. Los oficiales de la Estrella Lejana adoptaron sus rígidas e imposibles actitudes. Mallow empuñó su pistola con dedos crispados. A su izquierda, el venerable Jord Parma, capturado en pleno alarido con las manos sarmentosas extendidas hacia el cielo y las mangas holgadas deslizándose por sus antebrazos.
En la mano del misionero se apreciaba un destello sutil que apenas se había dejado entrever durante el anterior pase de la grabación. Ahora era un resplandor permanente.
—No pierdan de vista la luz que hay en su mano —habló Mallow desde las sombras—. Jael, amplía la imagen.
El cuadro aumentó rápidamente de tamaño. Los márgenes desaparecieron mientras el misionero adquiría proporciones gigantescas en el centro del encuadre hasta apreciarse tan sólo una cabeza y un brazo, primero, y después una mano que lo ocupó todo y se mantuvo fija en el sitio, inmensa y tirante.
La luz se concentraba en un conjunto borrosos de caracteres brillantes: PSK.
—Eso, caballeros —atronó la voz de Mallow—, es un tatuaje. En condiciones de iluminación normales resulta invisible, pero resalta nítidamente bajo la luz ultravioleta con la que saturé la habitación al realizar esta grabación. Reconozco que como método secreto de identificación es un tanto burdo, pero funciona en Korell, donde la luz ultravioleta no es que crezca precisamente en los árboles. Aun a bordo de nuestra nave, el hallazgo fue accidental.
»Quizá algunos de ustedes hayan adivinado ya a qué corresponden esas siglas. Jord Parma dominaba el argot eclesiástico e hizo su trabajo a la perfección. Dónde lo aprendió, y cómo, es un misterio, pero PSK significa «Policía Secreta de Korell».
Mallow hubo de levantar aún más la voz para imponerse al tumulto.
—Dispongo de pruebas añadidas en forma de documentos extraídos de Korell que puedo presentar ante el consejo si es preciso.
»¿Dónde está ahora el caso de la acusación? Ya han formulado y reiterado la monstruosa sugerencia de que tendría que haber desafiado a la ley por el bien del misionero, sacrificando así mi misión, mi nave y mi integridad física para salvaguardar el «honor» de la Fundación.
»¿Pero hacerlo por un impostor?
»¿Debería haberlo arriesgado todo por un agente secreto korelliano disfrazado de sacerdote que seguramente debía su fluidez lingüística a algún exiliado anacreonte? Jorane Sutt y Publis Manlio me tendieron una trampa estúpida y vil…
Su voz enronquecida quedó ahogada por el clamor informe de la muchedumbre indignada, que lo transportó a hombros hasta el estrado del alcalde. Por las ventanas vio un torrente de fanáticos que confluían con los miles de asistentes ya congregados en la plaza.
Mallow miró a su alrededor buscando a Ankor Jael, pero distinguir un rostro en concreto era tarea imposible en medio de la algarabía desatada. Reparó gradualmente en un grito que se repetía rítmicamente con creciente intensidad desde sus modestos comienzos, un aria vibrante y ensordecedora:
—¡Viva Mallow!… ¡Viva Mallow!… ¡Viva Mallow!…
15
Un Ankor Jael demacrado pestañeó delante de Mallow. Los dos últimos días habían sido demenciales e insomnes.
—Mallow, has organizado un espectáculo sensacional, así que no lo estropees ahora intentando abarcar demasiado. No puedes hablar en serio cuando dices que quieres presentar tu candidatura a la alcaldía. El entusiasmo de las masas es poderoso, pero también volátil.
—¡Precisamente! —replicó Mallow, sombrío—. Por eso debemos atesorarlo, y la mejor manera de conseguirlo es continuar con el espectáculo.
—¿Qué te propones ahora?
—Ordenarás el arresto de Publis Manlio y Jorane Sutt…
—¡Cómo!
—Lo que oyes. ¡Que los detenga el alcalde! Me traen sin cuidado las amenazas que debas emplear. El pueblo está de mi lado… al menos por ahora, en cualquier caso. No se atreverá a contrariarlo.
—¿Pero acusados de qué?
—Los cargos son evidentes. Han intentado incitar a los sacerdotes de los planetas exteriores para que eligieran bando en la guerra de facciones de la Fundación. Por Seldon, eso es ilegal. Acúsalos de atentar contra la seguridad del estado. Que terminen entre rejas o no me trae sin cuidado, igual que a ellos en mi caso. Lo importante es que estén fuera de la circulación hasta que yo sea alcalde.
—Todavía falta medio año para las elecciones.
—No es tanto tiempo. —Mallow se puso de pie y apretó con fuerza el brazo de Jael—. Escucha, tomaría el gobierno por la fuerza si fuese necesario… igual que Salvor Hardin hace cien años. La crisis de Seldon aún está por llegar, y cuando lo haga necesito ser alcalde y sumo sacerdote. ¡Las dos cosas!
Jael frunció el ceño y musitó:
—¿Cuál será el detonante? ¿Korell, después de todo?
Mallow asintió con la cabeza.
—Por supuesto. Tarde o temprano declararán la guerra, aunque apuesto a que tardarán todavía un par de años.
—¿Con naves atómicas?
—¿Tú qué crees? Los tres cargueros que perdimos en su sector espacial no fueron abatidos con pistolas de aire comprimido. Jael, están recibiendo naves del mismísimo Imperio. No te quedes boquiabierto como un pasmarote. ¡Me refiero al Imperio! Todavía existe. Puede que no aquí, en la Periferia, pero en el centro de la Galaxia está más vivo que nunca. Un paso en falso podría costarnos la vida. Por eso es preciso que sea alcalde y sumo sacerdote. Soy el único que sabe cómo combatir la crisis.
Jael tragó saliva con dificultad.
—¿Cómo? ¿Qué te propones hacer?
—Nada.
—¡Caray! —Una sonrisa titubeante aleteó en los labios de Jael—. ¡No te esfuerces tanto!
Pero la incisiva respuesta de Mallow ratificó sus intenciones:
—Cuando mande en la Fundación, no pienso mover ni un dedo. La solución a esta crisis radica en no hacer absolutamente nada.
16
Asper Argo, el Bienamado, comodoro de la República de Korell, reaccionó a la entrada de su esposa abatiendo las cejas escasas. Para ella, al menos, su autoproclamado epíteto no significaba nada. Hasta él lo sabia.
En un tono tan sedoso como su cabello e igual de frío que su mirada, la comodora dijo:
—Mi señor, tengo entendido que por fin se ha tomado una decisión sobre el destino de los arribistas de la Fundación.
—¿Es cierto eso? —repuso con acritud el comodoro—. ¿Y qué más ha llegado hasta tus versátiles oídos?
—Muchas cosas, mi noble marido. Has vuelto a reunirte con tus consejeros. Valientes consejeros —matizó con desdén—. Un hatajo de mentecatos seniles aferrados a sus vanas riquezas, indiferentes a la contrariedad de mi padre.
—¿Y quién, querida —fue la tersa respuesta—, es esa preclara fuente de información que tantas noticias comparte contigo?
La comodora soltó una risita.
—Si te lo dijera, pronto sería más pasto de los gusanos que fuente de información.
—Bueno, haz lo que te plazca, como siempre. —El comodoro encogió los hombros y se giró—. En cuanto a la contrariedad de tu padre, mucho me temo que es el motivo de su obstinada negativa a proporcionarnos más naves.
—¡Más naves! —exclamó la comodora, furiosa—. ¿No tienes ya cinco? No lo niegues. Sé que tienes cinco, y la promesa de una sexta.
—Promesa que data del año pasado.
—Pero una… una sola… bastaría para convertir la Fundación en una montaña de pestilentes escombros. ¡Una sola! Una sola para barrer sus enclenques naves del espacio.
—Ni con una docena de ellas podría atacar su planeta.
—¿Pero cuánto tiempo podría resistir su planeta con su comercio arruinado, destruidas sus bodegas de juguetes y escoria?
—Esos juguetes y esa escoria significan dinero —suspiró el comodoro—. Mucho dinero.
—Pero si te adueñaras de la Fundación, ¿no serías dueño también de todo lo que ella contiene? Y si gozaras del respeto y la gratitud de mi padre, ¿no tendrías más de lo que la Fundación podría proporcionarte jamás? Han pasado tres años… más… desde que aquel bárbaro representara su espectáculo de prestidigitación. Más que suficiente.
—¡Querida! —El comodoro se volvió hacia ella—. Me hago mayor. Estoy cansado. Me faltan las fuerzas para soportar tus peroratas. Dices que sabes qué decisión he tomado. Pues bien, tomada está. Se acabó, habrá guerra entre Korell y la Fundación.
—¡Bien! —La comodora enderezó la espalda a la vez que sus ojos relampagueaban—. Por fin una decisión sabia, aunque hayas tardado toda la vida en llegar hasta ella. Ahora, cuando seas amo y señor de este páramo miserable, quizá adquieras algo de peso e influencia dentro del Imperio. Para empezar, podríamos abandonar este mundo primitivo y mudarnos a la corte del virrey. Es lo primero que tendríamos que hacer.
Se alejó con una sonrisa en los labios y una mano en la cadera. La luz arrancaba reflejos de sus cabellos.
El comodoro aguardó antes de mascullar con odio y malevolencia para la puerta cerrada:
—Cuando sea amo y señor de esto que tú llamas páramo miserable, quizá posea el peso y la influencia necesarios para prescindir de la arrogancia de tu padre y de la lengua de su hija. Por completo.
17
El lugarteniente de la Nébula Oscura contempló horrorizado la visiplaca.
—¡Galaxias galopantes! —intentó exclamar, aunque su voz se quedó en un mero susurro—. ¿Qué es eso?
Era una nave, pero una ballena comparada con el alevín de la Nébula Oscura, y en uno de sus costados lucía el cohete y el sol del Imperio. Todas las alarmas de a bordo empezaron a aullar histéricamente.
Se impartieron las órdenes oportunas y la Nébula Oscura se dispuso a huir si podía y a luchar si debía mientras abajo, en la sala de ultraondas, se emitía un mensaje que surcó el hiperespacio con rumbo a la Fundación.
Su contenido era repetitivo: en parte solicitud de auxilio, pero su intención principal era advertir del peligro.
18
Hober Mallow arrastró los pies fatigadamente mientras hojeaba los informes. Sus dos años al frente de la alcaldía lo habían vuelto un poco más manso, más blando, más paciente… pero no habían logrado inculcarle el gusto por los comunicados gubernamentales y el exasperante lenguaje burocrático en que estaban escritos.
—¿Cuántas naves han capturado? —preguntó Jael.
—Cuatro atrapadas en tierra. Sin noticias de dos. Todas las demás se encuentran sanas y salvas —refunfuñó Mallow—. Tendríamos que haber obtenido mejores resultados, pero esto es un simple rasguño.
Ante el silencio de su interlocutor, Mallow levantó la cabeza y preguntó:
—¿Te preocupa algo?
—Ojalá llegará Sutt de una vez —respondió Jael, como restándole importancia.
—Ah, sí, y ahora escucharemos otro sermón sobre el frente interno.
—No se trata de eso —espetó Jael—, pero eres testarudo, Mallow. Es posible que hayas calculado la situación en el extranjero hasta el último detalle, pero nunca te has preocupado por lo que ocurre aquí, en nuestro planeta natal.
—Bueno, ése es tu trabajo, ¿no es cierto? ¿Para qué si no te nombré ministro de Educación y Propaganda?
—Para matarme de preocupación antes de tiempo, evidentemente, a juzgar por todo lo que colaboras conmigo. Llevo un año machacándote con el creciente peligro de Sutt y sus religionistas. ¿De qué servirán tus planes si Sutt logra que se celebren elecciones anticipadas y te expulsa?
—De nada, lo reconozco.
—El discurso que soltaste anoche le puso las elecciones en bandeja a Sutt. ¿Hacía falta que fueras tan franco?
—¿No mereció la pena con tal de robarle el protagonismo a Sutt?
—No —respondió acaloradamente Jael—, no de esa forma. Aseguras haberlo previsto todo pero sigues sin explicar por qué llevas tres años comerciando en beneficio exclusivo de Korell. Tu único plan de batalla consiste en retirarte sin luchar. Has abandonado el comercio con todos los sectores espaciales próximos a Korell. Proclamas a los cuatro vientos que se ha alcanzado una tregua. Prometes que no habrá ninguna ofensiva, ni siquiera en el futuro. Por la Galaxia, Mallow, ¿qué esperas que haga con todo este embrollo?
—¿Le falta glamour?
—Le falta emoción para seducir al pueblo.
—Es lo mismo.
—Mallow, despierta. Tienes dos alternativas. O presentas una política exterior dinámica ante el pueblo, sean cuales sean tus verdaderas intenciones, o intentas llegar a un acuerdo con Sutt.
—De acuerdo —dijo Mallow—, ya que he fracasado en lo primero, intentemos lo segundo. Sutt acaba de llegar.
Sutt y Mallow no habían vuelto a coincidir en la misma habitación desde el día del juicio, hacía dos años. Ninguno de los dos detectó ningún cambio tangible en el otro, aunque envolvía a cada uno de ellos un aura sutil que ponía de manifiesto el cambio efectuado en sus respectivos papeles de gobernante y aspirante.
Sutt se sentó sin molestarse en darle la mano a nadie.
Mallow le ofreció un puro y preguntó:
—¿Te importa que se quede Jael? Está deseoso de llegar a un acuerdo. Puede hacer de mediador si se encrespan los ánimos.
Sutt se encogió de hombros.
—Llegar a un acuerdo te vendría bien. En cierta ocasión te pedí que expusieras tus condiciones. Supongo que las tornas han cambiado.
—Supones bien.
—En tal caso, mis condiciones son las siguientes. Debes abandonar tu degenerada estrategia de viles sobornos y mercadeos insignificantes, y retomar la fructífera política exterior de nuestros padres.
—¿Te refieres a la actividad misionera como método de conquista?
—Correcto.
—¿Y ése es el único acuerdo posible?
—El único.
—Hm-m-m. —Mallow encendió el puro muy despacio e inhaló hasta que la punta refulgió al rojo vivo—. En tiempos de Hardin, cuando el concepto de conquista misionera era algo novedoso y radical, las personas como tú se oponían a él. Ahora que se ha santificado tras innumerables pruebas y ensayos, a Jorane Sutt le parece bien. Pero dime una cosa, ¿cómo nos sacarías tú del aprieto en el que nos hemos metido?
—En el que tú te has metido. Yo no he tenido nada que ver.
—Puedes dar la pregunta por convenientemente reformulada.
—Se impone lanzar una ofensiva contundente. La tregua con la que pareces conformarte es contraproducente. Equivaldría a confesar nuestra debilidad a todos los planetas de la Periferia, ante los que aparentar fortaleza es crucial, puesto que no hay ni un solo buitre entre ellos que no estuviera dispuesto a sumarse a la refriega con tal de conseguir una porción de carroña. Eso deberías saberlo. Después de todo eres de Smyrno, ¿verdad?
Mallow hizo oídos sordos al veneno que destilaba el último comentario.
—Y si derrotamos a Korell, ¿qué hay del Imperio? Ése es el verdadero enemigo.
Una fina sonrisa atirantó las comisuras de los labios de Sutt.
—No, no, los informes de tu visita a Siwenna son exhaustivos. Al virrey del sector normánnico le interesa sembrar la discordia en la Periferia en su propio provecho, pero es una cuestión secundaria. No va a arriesgarlo todo por una expedición al borde de la Galaxia cuando tiene cincuenta vecinos hostiles y un emperador contra el que rebelarse. Parafraseando tus palabras.
—Claro que estaría dispuesto a correr ese riesgo, Sutt, si nos considerara lo bastante fuertes como para constituir una amenaza. Y eso es lo que nos considerará si destruimos Korell lanzando un ataque frontal. Haríamos bien en contemplar estrategias más sutiles.
—Como por ejemplo…
Mallow se reclinó en la silla.
—Sutt, te voy a dar una oportunidad. No te necesito, pero podrías serme útil. De modo que te explicaré de qué va todo esto, y después podrás unirte a mí y recibir un puesto en un gabinete de coalición, o hacerte el mártir y pudrirte en la cárcel.
—Eso último ya lo intentaste una vez.
—Sin demasiado empeño, Sutt. Acaba de presentarse la oportunidad adecuada. Escucha.
Mallow entornó los párpados y comenzó: