La noche se cernía sobre Alejandro mientras se sumergía en su investigación. Había leído sobre los sueños lúcidos, explorado técnicas y meditado en busca de respuestas. Su mente, como un laboratorio, estaba lista para la experimentación.
En su habitación, rodeado de velas y con los ojos cerrados, Alejandro se concentró. "Biblioteca mental", susurró. "¿Es posible?"
Un destello de lucidez lo atrapó. Se encontraba en un pasillo interminable, estanterías de libros a ambos lados. Cada título parecía una idea, un recuerdo, un pensamiento. "¿Cómo organizo esto?" se preguntó.
Un amigo imaginario apareció junto a él. "¿Qué buscas, Alejandro?"
"Respuestas", respondió. "Quiero organizar mi mente como una biblioteca. Pero, ¿cómo?"
El amigo sonrió. "Quizás necesitas un sistema de clasificación. ¿Por temas? ¿Emociones? ¿Épocas?"
Alejandro asintió. "Sí, eso tiene sentido. Pero, ¿cómo accedo a mis recuerdos más profundos?"
"Explora", sugirió el amigo. "Abre un libro al azar. Lee. Reflexiona."
Alejandro se acercó a una estantería y tomó un libro titulado "Infancia". Las páginas mostraban momentos olvidados: risas en el parque, el olor de la lluvia, secretos compartidos con amigos.
"¿Y si esto es solo mi subconsciente?", se preguntó. "¿Y si hay más allá?"
El amigo se desvaneció. Alejandro despertó en su cama, con la mente zumbando. Al día siguiente, en clase de filosofía, el profesor García habló sobre el consciente, el subconsciente y el inconsciente.
"El consciente es solo la punta del iceberg", dijo el profesor. "Nuestra mente es vasta, inexplorada. Los sueños lúcidos pueden ser la llave para abrir puertas internas."
Alejandro sonrió. "La experimentación continúa", pensó. "Quizás mi biblioteca mental no sea solo un sueño."
Y así, entre libros y sueños, Alejandro se adentró en un viaje de autodescubrimiento. La duda persistía, pero también la esperanza de encontrar respuestas en los rincones más profundos de su mente.