—¿Qué quieres decir con que voy a morir? —preguntó Waverly, completamente angustiada, su naturaleza intrépida se encogió. Tanta información le había llegado en cuestión de minutos, que no tenía método para procesarla toda.
—Morirás. Cualquiera que permanezca al lado de Sawyer o que esté presente en la noche del Eclipse Lunar, correrá la misma suerte que él.
Waverly miró a Christopher, asombrada. Los rostros de sus padres, de Finn, de Isadore y de Reina pasaron por su memoria y lo único en lo que podía pensar era en la caja que estaba sobre la mesa junto a la ventana. Si lo que Sawyer había dicho era cierto, ese era su boleto a la libertad. Desvió la mirada de la caja hacia el recién llegado.
—¿Cómo sé que puedo creer en tu palabra?
Christopher asintió con la cabeza: —Tienes toda la razón, no puedes. Pero te traje ese cuaderno de bocetos y creo que ser el Beta debería darme suficiente crédito, ¿no?
¿Era el Beta de Sawyer? Eso explicaría cómo sabía tanto. Aún así, Waverly era reservada.
—¿Y estás dispuesto a derrocar a tu Alfa?
Los ojos de Christopher se fijaron en los suyos, con una mirada de sinceridad reflejada en ellos: —Si eso significa salvar a mi manada, sí.
Waverly encontró una sensación de familiaridad en esa frase. Como hija del Alfa, había escuchado a su padre decirla muchas veces en relación a su propia manada y con eso, bajó un poco más la guardia.
—Bien —comenzó—. Entonces, ¿qué puedo hacer?
Christopher se iluminó y una gran sonrisa separó sus labios: —Tengo una idea. Me llevará un tiempo armarla, pero para protegerte a ti y a la manada, tenemos que ponerte a salvo y liberarte.
Waverly se quitó el pelo de delante de la cara y luego puso las manos en el regazo.
—¿Así que estás realmente seguro de que no soy su pareja?
Christopher negó con la cabeza: —Ha pasado diez años. Cada chica que ha estado aquí, en esta habitación, no lo era. Conozco a Sawyer más que nadie y esto... solo quiero protegerte a ti y a mi manada. Eso es todo.
Waverly dejó que su conversación se asentara en su mente, preguntándose cómo es posible que se haya metido en ese lío.
—De acuerdo.
Christopher se levantó de su silla y buscó en su bolsillo una vez más para sacar las llaves: —De acuerdo, te avisaré cuando las cosas estén en orden. Hasta entonces, disfruta de tu nueva silla y de tus dibujos —declaró. Le lanzó un guiño y, con eso, salió de la habitación.
Un centenar de preguntas de Waverly fueron respondidas en cuestión de momentos, pero tenía aún más rondando su cerebro: ¿Una ley antigua? ¿Qué podría haber hecho que fuera tan traicionero como para poner en juego la vida de toda su manada, además de la suya? Sabía que posiblemente moriría allí, pero no lo esperaba de esa manera.
Sacó el cuaderno de dibujo y pasó a la primera página. Tocó la punta del lápiz para asegurarse de que estaba bien afilado y empezó a dibujar. El lápiz parecía flotar sobre el papel mientras esbozaba las imágenes que veía fuera de la ventana. Era como si su mano conociera las líneas y los movimientos exactos que debía crear y se encontró sumida en una especie de ensoñación, que fue detenida por un golpe sorpresivo en la puerta.
—Hola... —escuchó, lo que la hizo sentirse ridícula al instante.
La puerta se abrió con un chirrido y una cara conocida se asomó por el marco.
—Hola, señorita. Nuestro Alfa me ha pedido que la mande a buscar para la cena y he recordado, al lavar su ropa, que no tenía nada apropiado para ponerse en un evento formal. Así que he ido a mi armario de casa y he sacado un vestido especial para usted.
Felicity entró por la puerta, cerrándola tras ella. Sacó un vestido azul real de manga larga hasta la rodilla que caía del hombro a ambos lados. Pequeños trozos de purpurina destellaron cuando lo giró contra el sol, proyectando puntos de colores en las paredes.
—¡Oh! Y no puedo olvidarme de los zapatos —recordó. De su otra mano, saco le un par de tacones dorados que recogían la pequeña cantidad de brillo del vestido.
Waverly corrió hacia el conjunto, sintiendo su textura de algodón entre sus dedos.
—Oh, Felicity... es precioso. Pero, ¿por qué?
La recién llegada sonrió: —Desde que estás aquí, has sido muy amable conmigo y nuestra conversación del otro día me hizo darme cuenta de que tal vez seas la verdadera pareja. Es que... tengo un presentimiento. Así que quería mostrarte mi agradecimiento. Toma —comentó ella—. Tómalo. Volveré en una hora para buscarte para la cena.
Waverly la miró con asombro: —Gracias. De verdad.
Siguió mirando el vestido mientras Felicity salía de la habitación. Tal vez ella podría salvar a la manada.
**
El cielo de la noche comenzó a ponerse en marcha a medida que se acercaba el crepúsculo. Waverly sacó su largo cabello castaño de su peinado y lo dejó caer, suelto sobre su espalda. Lo revolvió, desordenándolo y separándolo con los dedos, rezando para que se viera medio decente, cosa que siempre le costaba hacer sin un espejo.
Se puso los tacones que Felicity había dejado, admirando cómo el color complementaba su tono de piel, cuando se oyó un pequeño golpe en la puerta al comenzar a abrirse.
—Hola, señorita. ¿Está lista?
Waverly sonrió a Felicity cuando entró en la habitación. Por primera vez en días, pudo salir de su espacio y por alguna razón, se sintió un poco asustada, pero en el buen sentido.
Asintió con la cabeza.
—Oh, señorita, se ve usted fantástica —halagó Felicity mientras echaba un vistazo a Waverly—. Sabía que sería una gran elección. Vamos, el Alfa nos está esperando.
Felicity condujo a Waverly por el largo pasillo que apenas recordaba. Las paredes estaban pintadas de un simple color tostado; sin embargo, el repetido símbolo de los Sombra Carmesí en rojo añadía acento.
Al llegar al comedor, se fijó en la mesa puesta para dos con una comida completa de cuatro platos preparada que incluía pollo, pasta, ensalada y panecillos. Dos velas estaban una frente a la otra a cada lado de la comida con el mismo salero y pimentero en el centro. Felicity la anunció y se retiró de la habitación, dejándola a ella y a Sawyer solos.
Waverly se quedó de pie, torpemente, en la entrada, sin saber qué hacer. Él se levantó de su silla y sacó una botella de vino del mini bar que había contra la pared de la entrada y sirvió dos copas medio llenas. Su traje negro se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando sus rasgos y su pelo claro. Llevaba la chaqueta a juego abierta, con una camisa estampada de color púrpura debajo y los tres primeros botones desabrochados, lo que dejaba al descubierto la parte superior de su pecho.
Los anillos de sus dedos tintinearon contra la botella cuando la bajó. Caminó en dirección a Waverly, con sus ojos bicolores clavados en los de ella, mientras le entregaba un vaso.
—Oh, uhm, gracias —contestó, observando cómo él se marchaba sin hablar y retomaba su posición en la cabecera de la mesa. Waverly se sentó en el asiento de enfrente, donde estaba el segundo plato.
—Todo tiene un aspecto delicioso —observó, notando que su voz temblaba un poco—. Pude olerlo desde las escaleras.
Sawyer asintió como respuesta mientras daba un sorbo a su bebida.
Ella miró a su alrededor, admirando las modernas obras de arte de las paredes.
—Esta es una habitación preciosa. ¿Creciste aquí?
No hubo respuesta.
—Digo, debes haberlo hecho. Por las fotos de la habitación de al lado, tu familia ha sido Alfa durante generaciones.
El espacio se sentía pesado mientras Sawyer permanecía en silencio, cortando la carne que tenía en el plato. Sus collares de capas colgaban contra su pecho.
Waverly bebió un trago de su vino y agarró el tenedor, empezando por la ensalada. Podía sentir que su temperamento aumentaba. ¿La invitó a cenar y ni siquiera iba a hablar? Si ese era el juego que él quería jugar, estaba preparada.
—¿Estás emocionada por el Eclipse Lunar del próximo mes?
Levantó la vista de su plato y se dio cuenta de que Sawyer había dejado de comer y sus ojos se centraban únicamente en ella. Bien, por fin tenía su atención.
—Personalmente no puedo esperar —dijo, respondiéndose a sí misma.
Sawyer dejó el tenedor y el cuchillo y suspiró: —¿Qué te ha dicho?
—¿Quién? —preguntó Waverly, insegura de si debía o no responder a su pregunta.
—Chris.
—Así que sabes que me visitó.
Sawyer recogió sus utensilios y empezó a comer de nuevo.
—Es mi Beta. Lo envío cuando no puedo ir.
Waverly hizo una pausa, con su vaso a medio camino de sus labios. Así que fue él quien le consiguió el cuaderno de dibujo. Respiró hondo y se preparó antes de preguntar: —¿Qué vas a hacer?
—Nada —respondió él, sin levantar la vista hacia ella.
Waverly estaba preparada para que él gritara, se enfadara por interferir y la encerrara de nuevo. Sin embargo, esa era la respuesta que no esperaba, especialmente de un Alfa.
—¡Nada! —exclamó ella, llenándose de ira—. ¿No vas a proteger a tu manada? ¿Salvarlos?
Sawyer bebió otro trago. Cuando dejó el vaso, sus ojos eran suaves y ella vio que un indicio de dolor se expresaba en su rostro.
—No hay nada que pueda hacer, Waverly.
La ira que sentía hace unos momentos se desvaneció cuando él pronunció su nombre. ¿Cómo lo sabía? Nunca se lo había preguntado. El sonido que salía de su boca era casi tranquilizador.
Volvió a mirarle a los ojos, los que había visto durante meses en sus dibujos, y sonrió.
—¿Y si te digo que lo hay?