Cuando Waverly salió de la oficina, sintió que una lágrima caía de su ojo mientras parpadeaba. Su mente estaba agotada. El destino de tantas vidas estaba en sus manos y se estaba convirtiendo en algo demasiado difícil de soportar.
Apoyó su cuerpo en una pared junto a la puerta y se secó las lágrimas, con los ojos entrecerrados y la mirada fija en el suelo de madera. Entonces, sus pensamientos se vieron perturbados por una voz que provenía de las puertas que daban acceso a la biblioteca.
—Señorita, ¿está usted bien?
Levantó la cabeza y vio a Felicity a su lado sosteniendo un par de sábanas. Se sobó la nariz y sonrió con cansancio mientras respondía: —No realmente. Por casualidad no tendrás la llave de la habitación de abajo, ¿verdad?
Felicity se metió las sábanas bajo el brazo y se tocó el bolsillo del delantal.
Waverly se volvió a tocar la nariz y se limpió rápidamente bajo los ojos.
—¿Podrías llevarme? —preguntó.