La hoguera, más que un simple círculo llameante de despojos, se había convertido en el epicentro de un debate ético y moral sobre nuestras visiones y pensamientos. Las palabras de González, lejos de aclarar la postura médica y científica, parecían dividirnos entre quienes ayudaban por compromiso y amor, y aquellos que lo hacíamos por gloria y la aspiración de ser inmortalizados.
— Afirmar con orgullo que sus participaciones son meramente egoístas no le da buena fama a la "OMS" —atacó Polanco.
— Si no es por tal privilegio, ¿cuál es la razón de arriesgar su vida? —preguntó Taveras.
— La protección y salvación de los desafortunados dentro del país. Acabar con la calamidad que se interponga en los habitantes de nuestro glorioso reino.
— ¡Vaya! Por eso explotan hasta morir a la población minera de Azula o las constantes guerras que dejan cientos de muertos al norte de Constanza —se defendió González, sacando los oscuros actos de la guardia.
La acalorada discusión se transformó en un círculo de disputas que culminó en una pelea física. ¡Jamás defendería los actos de mis compañeros, pero con el alcohol envenenando la sangre, era comprensible que hombres estudiosos se comportaran como animales! López intervino en la pelea, separando a algunos guardias y médicos que no se dejaban intimidar.
— ¡Diablos! Hombres de ciencia comportándose como animales y hombres de leyes agrediendo a inexpertos médicos —gritó López furioso mientras los separaba en dos grupos.
— ¡¡¡No son tan indefensos!!! —gritó Polanco, aparentemente magullado por los golpes de González.
— ¿Cómo un doctor puede hacerle eso a un guardia? —preguntó López, intentando retener la risa.
— Los estudios no son solo para presumir —declaró González riendo y revisando sus nudillos.
— No puedo creer que un doctor te diera pelea, Polanco —se rio López de la situación.
Polanco también empezó a reír, y como una cadena de sucesos, todos comenzaron a reír y a volver a juntarse. A medida que las risas se desvanecían y las heridas se atenúan, nos dimos cuenta de la gravedad de nuestra situación. La discusión que había comenzado con un debate filosófico y ético se había transformado en un recordatorio visceral de nuestras diferencias y debilidades.
La hoguera seguía crepitando, lanzando chispas al aire nocturno. La tensión aún flotaba en el ambiente, pero había un entendimiento tácito de que las diferencias ideológicas tendrían que ser puestas de lado si queríamos avanzar.
López, que había sido el mediador de la contienda, tomó la palabra con una voz que denotaba su posición como vice capitán.
— Necesitamos recordar por qué estamos aquí. No somos enemigos, aunque nuestras diferencias sean profundas. La misión que tenemos delante es más grande que cualquiera de nuestras disputas personales. No podemos olvidar a aquellos a quienes juramos proteger. Si dejamos que nuestras peleas internas nos derroten, entonces habremos fallado en nuestra misión más sagrada.
— Tienes razón, López. Debemos unirnos y trabajar juntos. Solo así podremos superar los retos que nos esperan —Polanco, aun con un rastro de sonrisa en los labios, finalmente cedió—. Lamento lo sucedido, González.
— te perdonaré cuando me invites un trago —respondió con sarcasmo.
— Deberíamos aprovechar la oportunidad para revisar nuestras estrategias y asegurarnos de que todos estamos alineados en nuestros objetivos —retomó López la palabra.
— López, eres bueno liderando, pero, no nos arruines la noche —atacó Polanco.
López se retiró para volver al lado del capitán y dejar la animada fiesta seguir, no sin antes dar un ultimátum de lo que sucedería si otra riña se pusiera en pie.
— ¡Gracias por tu ayuda.! ¡Capitán!
— Siempre tienes todo bajo control, López.
— Espero poder seguir haciéndolo una vez crucemos esa niebla. ¿Se puso en contacto con el equipo de guarnición de la muralla María?
— Nos estarán esperando hasta las catorce horas, después de eso... es probable que nos den por desaparecidos o muertos en labor.
Tras todo el alboroto, aún me encontraba en mi lectura, mentalmente apartado del tumulto y el veneno; volando entre investigaciones para poder encontrar un hilo del cual tirar.
— Veo que eres el único que actúa con seriedad —se acerca Miguel Binet—. Los demás están como locos entre peleas, bebidas y carcajadas. Olvidan que esta misión es importante.
— Deberían descansar y recuperar fuerzas, el alcohol no es más que una distracción... el talón de Aquiles de los necios —respondí mientras pasaba página.
— Deberían de relajarse. A fin de cuentas, no sabemos cuántos regresaremos de allí dentro —Héctor Muñoz, intervino.
— Esto no augura nada bueno —interrumpió Yeremi Santos—. No creo que sea conveniente todo este teatro —¡exclamó!, sintiendo un escalofrío que le corría los huesos.
— ¡Aquí tiene, Doctor! Entiendo su preocupación, pero, ¡entiéndalos! —dijo Almánzar interrumpiendo mi lectura con el cálido ofrecimiento de un poco de hidromiel—. Estos hombres no tienen nada más que perder; muchos ya lo perdieron todo tras las murallas y los que aún no han perdido nada, saben que están a punto de perder la vida.
— Es un mayor motivo para mantener la cabeza fría.
— ¡Mira a Polanco! Va a hacer, padre, está haciendo esto para que la enfermedad no salga de los muros y ponga en peligro a su familia, pero también, lo hace porque una parte de su familia era de estas tierras y no tiene noticias de ellos.
— ¡Entonces era cierto! Gran parte de los que aceptaron la misión, lo hicieron por asuntos personales —interroga Muñoz.
— No es una novedad, que cuenten sus vidas mientras beben, ¿no crees? —Binet, opina.
— Aun así, deberían de ser más flexibles, por ejemplo, ¡mire a Juan Vásquez! Es mi mejor conductor, tiene esposa e hijo y eso no lo detiene a ayudar.
— ¿y usted tiene familia? —mi pregunta fue imprudente pero cargada de curiosidad.
— Yo... tal vez, señor doctor, tal vez.
Su respuesta fue inesperada, al igual que el silencio que nos envolvía, solo interrumpido por Binet quien se puso a tomar y criticar la bebida de Almánzar.
— Esto sabe horrible —exclamó entre tragos.
— sí, eso le parece horrible, no me imagino lo triste de su vivir, ingeniero —ataca Almánzar tomando un gran trago.
— Cuando todo esto acabe, le invitaré un buen vino para que pueda darle vida a su paladar —contraataqué tomando un sorbo del humilde y cálido trago que se había vuelto símbolo de nuestra amistad.
Así como las llamas que consumían las leñas de la hoguera, la noche se consumió en un festejo de baile y cánticos que ponían la moral en alto, alegraban los corazones y daban paso a nuestro único momento de tranquilidad.
Torres no se apartaba ni un segundo de la emisora enviando mensajes a la capital de Santa Catha y al comité del rey en el país de Orión. López se mantenía firme a su lado, mientras los demás guardias festejaban la entrada al infierno; los doctores, médicos y científicos habíamos experimentado lo terrenal de un humilde vino acompañado de un pan rancio; los transportistas, expertos en el arte de los instrumentos musicales nos deleitaban con hermosos cantar, fue agradable conocer diversos cánticos de hombres que eran nómadas en su vivir.
Aún podía oír su respirar estruendoso, el dolor en mis articulaciones es insostenible y mi cuerpo ha empezado a desentumecerse, pero, no por completo. Con esfuerzo estoy consiguiendo arrastrarme entre el bosque.
— ¿Ha, quién le mientes, Larel? —su voz casi diabólica resonaba en mi cabeza.
Ya no sabía si todo era producto de los narcóticos o realmente estaba viviendo esta atroz sentencia. Sus pasos se escuchaban en todo el bosque y su grito era más parecido a un llanto agónico que a la ira furiosa de un enemigo.
— Puedes ponerle fin al sufrimiento de los habitantes de Catha, Larel. Tienes las respuestas a todo y tú solo te escondes —intentaba convencerme.
Pero me mantuve en silencio curando mis heridas y preparándome para lo inevitable de mi presunto fallecimiento...
Al amanecer, la resaca me saludó, y con ella llegó un nuevo día para adentrarnos bajo el manto de la investigación. Nos acompañaban diez guardias, el capitán Torres y cuatro exploradores a caballo; Almánzar con cinco furgonetas, cada una ocupada por nosotros, dos guardias y un transportista. El bastión de caballeros, que mantenía resguardada la gran muralla, se convirtió en nuestro muro contra los habitantes de Catha que buscaban desesperadamente escapar.
Frente a la puerta del conde, nos armamos para cruzar la neblina que separaba todo lo conocido de lo desconocido de un país que lleva un año en caos y misterio.
El campamento resguardaba nuestra alegre noche y sería nuestro recuerdo de incontables pérdidas, pero no estábamos aquí para lamentaciones, estábamos para cambiar el curso de la historia misma sin importar el precio a pagar, y como dijo Torres: somos la última esperanza de este país azotado por la podredumbre, no podemos darnos el lujo de vacilar.
— Les recordaré nuevamente que una vez dentro del país, no habrá marcha atrás ni Dios que se apiade de nuestras almas, quienes quieran rezar es el mejor momento y para quienes no creen, ¡bueno! Es momento de que empiecen a creer —dio Torres su veredicto a la vez que ordenaba abrir la puerta hacia Santa Catha.